En ese instante sonó el teléfono móvil y ella puso los ojos en blanco al ver que quien llamaba era su madre. Exhaló un suspiro antes de decir:
—¿Sí, mamá?
—Habrás sabido por tu abogado que hemos encontrado una estipulación en tu fondo fiduciario.
—Sí, ya me lo ha contado —por supuesto, Alejandra Chaves se había tomado la molestia de llamar para regodease. Si todo les salía bien, acabaría dependiendo de ellos de por vida.
—Bien. Tu padre y yo esperamos que pongas fin a esta estupidez y vuelvas a casa.
—Lo siento, mamá, pero ya estoy en casa.
—No, no lo estás, y si sigues haciendo el idiota, acabarás arrepintiéndote. ¿Qué harás cuando te quedes sin dinero?
—Supongo que buscar un trabajo.
—No seas ridícula.
—Hablo en serio. Lamento que no sepas apreciar la diferencia. Tengo veinticinco años, por Dios santo. Tienen que dejar que haga mi vida.
—Y te dejaremos, pero allí no. Además, David ha estado preguntado por tí.
—Muy amable por su parte. ¿Alguna cosa más, mamá?
—Quiero que dejes de complicar las cosas.
—Si querer vivir mi vida como yo quiero, es complicar las cosas, prepárate para más días complicados de ahora en adelante. Adiós, mamá.
Por respeto, Paula no colgó el teléfono hasta que oyó que su madre colgaba, y entonces negó con la cabeza. Sus padres estaban convencidos de que la tenían donde ellos querían. Y esa posibilidad le preocupaba más que ninguna otra cosa.
Pedro paseó la mirada por la habitación. Todos sus primos habían conversado en un aparte con Paula. Sin duda estaban tan fascinados por su inteligencia como por su belleza. Y había sido así desde el momento en que llegó. Más de una vez había tenido que lanzar una mirada asesina a Pablo para que retrocediera. No sabía muy bien por qué. De hecho, según su punto de vista, ella estaba bastante fría con él. Aunque se mostraba educada, nadie podría imaginar que había devorado su boca como lo había hecho tres días antes en su despacho. Y quizá era ésa la razón por la que Paula actuaba de aquel modo. Se supone que nadie lo sabía. Era su secreto. ¿No? No.
Conocía bien a su familia, mucho mejor que ella. El hecho de que ellos dos actuasen como si fuesen conocidos sólo les hacía sospechar. Su hermano Nicolás ya había expresado sus sospechas.
—¿Problemas en el paraíso con la belleza sureña?
Él había fruncido el ceño, tentado de decirle a Nicolás que no había problemas en el paraíso porque él y Paula no tenían ese tipo de relación. Tan sólo se habían besado una vez, por Dios santo. Dos, teniendo en cuenta que hubo un segundo beso antes de salir del despacho. Así que, de acuerdo, se habían besado dos veces. No era para tanto. Inspiró hondo y se preguntó por qué le daba tanta importancia si no era para tanto. ¿Por qué había llegado temprano a esperar su llegada como un niño espera la llegada de la Navidad?
—Estás muy callado esta noche, Pepe.
Levantó la vista, vió que su prima Romina estaba junto a él y supo por qué estaba allí. No sólo quería hurgar en su cabeza: quería diseccionar su mente.
—No más que de costumbre, Romi.
—Pues yo creo que sí. ¿Tiene Paula algo que ver?
—¿Y qué te hace pensar así?
Ella se encogió de hombros.
—Es que no paras de mirarla cuando crees que nadie te ve.
—Eso no es verdad.
Romina sonrió.
—Sí lo es. Seguramente lo haces sin darte cuenta.
¿Era así? ¿Se había notado tanto que miraba a Paula? Por supuesto, alguien como Romina, que siempre estaba al tanto de todo y de todos, o al menos, lo intentaba, no dejaba pasar esas cosas por alto.
—Pensaba que iba a ser una cena informal.
Romina sonrió.
—Eso pensó Diego la primera vez que trajo a Nadia para presentársela a la familia.
—La única diferencia es que Diego trajo a Nadia. Yo no he traído a Paulani la he invitado.
—¿Estás diciendo que preferirías que no hubiese venido?
Odiaba que Romina intentara poner en su boca cosas que no había dicho. Y hablando de boca... miró hacia el otro lado de la habitación y vió cómo se movía la de Paula sin poder evitar recordar todo lo que había hecho con ella al besarla.
—¿Pepe?
No hay comentarios:
Publicar un comentario