Al volver a Miami, algo durante largo tiempo dormido se había despertado dentro de ella.
—Es una historia muy larga y no muy agradable —dijo ella.
—Te escucho —aseguró él—. Y no voy a juzgarte.
Paula se alegraba de oírlo, pero aún así no era fácil encontrar las palabras para empezar. En su cabeza, bullían todos los detalles a los que les había dado mil vueltas durante diez años. Entonces, se dió cuenta de que nunca antes los había expresado en voz alta.
—Eres la primera persona a la que intento contárselo —confesó ella.
—Eso me halaga.
—No estoy segura de poder hablar de ello ahora.
—¿Tiene que ver con la razón por la que tus abuelos vendieron el edificio del mercado? —preguntó él.
Hasta ese momento, había respetado la intimidad de Paula y se había contenido para no hacer investigaciones por sí mismo. Esperaba que ella se lo contara.
—Así es. Supongo que estoy exagerando pero… —balbuceó ella y se decidió a empezar—. Me enamoré de un estafador y se llevó mucho dinero. Mi abuelito fue a la policía y capturaron a Fernando. Al final fue a la cárcel. Yo intenté que mis abuelos recuperaran su dinero, pero no pudieron recuperar el mercado a tiempo.
Pedro tomó aliento, rabioso por lo que acababa de escuchar. Se alegraba de que Alfredo se hubiera encargado de que el estafador que la había lastimado hubiera sido encarcelado. No quería decir nada inoportuno, aunque estaba demasiado furioso con el hombre que la había traicionado de esa forma. Se puso en pie, incapaz de seguir sentado, y comenzó a dar vueltas en la habitación.
—No sé qué decir.
No es lo que esperaba oír sobre su pasado.
—Ya no soy la chica que solía ser. Ya no… me enamoro de ningún hombre de esa manera. Todo sucedió justo después de que hubieran muerto mis padres.
—Ese bastardo se aprovechó de tí cuando estabas más vulnerable.
Pedro la tomó entre sus brazos y se sentó con ella.
—Eres una mujer muy fuerte, Paula. Creo que deberías estar orgullosa de que, en vez de volverte una amargada resentida por lo que te pasó, te hayas convertido en una mujer más fuerte.
Ella levantó la vista para mirarlo y, al encontrarse con sus grandes ojos castaños,pensó que podría perderse para siempre en ellos.
—¿Eso crees?
—Ya sabes que solo digo lo que pienso.
—Es verdad —dijo ella—. Vas siempre al grano, ¿Verdad? —comentó, sonriendo.
Pedro sonrió, adivinando que ella quería quitarle hierro al asunto. Sin embargo, eso no cambiaba sus sentimientos. Estaba enojado y quería asegurarse de que el hombre que la había herido nunca volvería a acercarse a ella. Quería protegerla a toda costa.
La intensidad de sus sentimientos lo sorprendió. Pero, minutos después, cuando Paula le dijo que tenía que ir a ver la cena, la dejó levantarse. Se quedó allí sentado junto a la piscina, dándose cuenta de que lo mucho que ella le importaba. Noera solo una aventura de vacaciones. Era mucho más.
Paula lo llamó a cenar instantes después. Comieron en el patio con una suave música ambiente. Él intentó mantener una conversación superficial, aunque le estaba resultando muy difícil.
—Supongo que ahora me ves de forma distinta —adivinó ella cuando terminaron de comer.
Él asintió.
—Sí. Lo siento, pero me gustaría poder enfrentarme al tipejo de Fernando cara a cara.
—No debería habértelo contado.
—Tenías que hacerlo. Si no se lo habías contado a nadie, ya era hora. ¿Y cómo te sientes al estar en Miami ahora? Imagino que estarás preparada para enfrentarte a los recuerdos con más fuerza.
Paula se encogió de hombros y apartó la vista.
—Eso pensaba… pero no es verdad. Creí que, después de diez años fuera, ya no tendría peso para mí. Pero la situación actual no hace más que recordarme que, si no me hubiera dejado engañar por Fernando, mis abuelos seguirían teniendo su mercado y no tendrían que estar negociando con tu empresa para sobrevivir…
—No creo que sea tan malo. Tus abuelos no te culpan de nada y sé que tú eres lo bastante lista como para darte cuenta de que Luna Azul no es el diablo.
Ella ladeó la cabeza, observándolo.
—No estoy segura. Me enamoré de un hombre encantador en una ocasión y no quiero volver a equivocarme. Sobre todo, porque mis abuelos ya han pagado el precio de mis errores una vez.
A Pedro no le gustó que le pusiera en el mismo saco que un estafador.
—Yo nunca te he mentido y no quiero timarte ni a tí ni a tus abuelos. Me duele que hayas dicho eso.
Paula se frotó la nuca. Lo último que había pretendido había sido ofenderlo, pero quería que él comprendiera que necesitaba protegerse.
—No quería decir que fueras a engañarnos.
—Lo has dicho. Quieres que comprenda que no confías en mí.
—Esto no tiene nada que ver contigo —aclaró ella con toda sinceridad—. No confío en los hombres. Ese es mi problema. Quiero creerte cuando me dices que eres honesto conmigo, pero luego me entero de que has quedado con el director de urbanismo a mis espaldas.
—Sergio y yo somos amigos. Y tú me has hecho lo mismo a mí, quedando con mi hermano. ¿Qué pensabas? ¿Que Federico te iba a ofrecer mejores condiciones que yo?
Paula supo que ella era responsable de la discusión que se avecinaba. Quiso poder decirle que no era fácil para ella confiar. Sin embargo, no tenía idea de cómo salir del lío en que se había metido.
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