—Sí, a finales de esta semana me llevarán la nevera y la cocina. Estoy emocionada.
Pedro no pudo evitar reírse, porque realmente lo estaba.
—¿Vas a quedarte un tiempo por la ciudad, Paula?
—Sí. Tengo una reunión con Juan a última hora de la tarde. Voy a reunirme con él una vez a la semana, como sugeriste.
Él se alegró de que hubiese seguido su consejo.
—¿Te apetece comer conmigo? Hay un sitio cerca de aquí donde se come bastante bien.
—Me encantaría.
Pedro sabía que a él también le encantaría. Llevaba pensándolo mucho tiempo, sobre todo por la noche, cuando le costaba conciliar el sueño. Nunca se había sentido tan atraído por ninguna otra mujer. Tenía algo. Algo que no podía controlar y que lo atraía hacia ella. Quería averiguar hasta dónde iba a llegar y dónde acabaría.
—Podemos ir en mi camioneta. Tu coche estará bien aquí estacionado hasta que volvamos.
—Muy bien.
Salieron juntos de la tienda y se dirigieron hacia la camioneta. Era un hermoso día de mayo pero, cuando Pedro vió que ella se estremecía, imaginó que, en un día como aquél, en Savannah hacía una temperatura de más de veinticinco grados. En Denver, se mostraban encantados si en el mes de junio superaban los quince. Se quitó la chaqueta y se la echó por los hombros.
—No hacía falta que hicieras eso.
Él sonrió.
—Sí hacía falta. No quiero que te resfríes por mi culpa.
Paula llevaba pantalón negro y un jersey de lana azul claro. Como siempre, su aspecto era muy femenino. Y además llevaba su chaqueta. Siguieron caminando y, al llegar a la camioneta, ella alzó la vista y sus miradas se encontraron. Pedro sintió la electricidad que surgía entre los dos. Ella apartó los ojos rápidamente, como si le avergonzara lo evidente de la atracción que había entre ambos.
—¿Quieres que te devuelva la chaqueta? —preguntó ella en voz baja.
—No, quédatela. Me gusta que la lleves.
Ella se mordió el labio inferior.
—¿Por qué te gusta que la lleve?
—Porque es así. Y porque es mía y la llevas tú.
Paula estaba convencida de que no había nada más cautivador que la sensación de llevar la chaqueta de un hombre cuya existencia representaba la esencia de la masculinidad. La impregnaba del calor, el olor y el aura de Pedro en todos los aspectos posibles. La inundaba de la necesidad de tener, saber y sentir más de Pedro Alfonso. Al mirarle a través de la ventanilla del coche mientras él sacaba el teléfono para reservar mesa en el restaurante, no pudo evitar sentir cómo la sangre se aceleraba en sus venas y un calor se aposentaba en su interior. Observó como volvía a meterse el teléfono en el bolsillo, pasaba por delante de la camioneta y entraba en ella. Era el tipo de hombre con el que a una mujer le encantaría acurrucarse en una noche fría de Colorado. Sólo la idea de en estar con él frente a una chimenea encendida sería una fantasía hecha realidad para cualquier mujer... Y su mayor temor.
—¿Estás cómoda? —preguntó él, poniéndose un sombrero de ala ancha.
Ella lo miró, fijó la mirada en él por un instante y luego asintió.
—Sí, estoy bien, gracias.
—De nada.
Salió marcha atrás del aparcamiento sin decir una palabra, pero ella no dejó de fijarse en las manos que agarraban el volante. Eran grandes y fuertes, y ella imaginaba cómo la agarrarían. Ese pensamiento impregnó de calor cada célula, cada poro de su cuerpo, extendiéndose a sus huesos y haciendo que se rindiera a algo que nunca había experimentado con anterioridad. Nunca antes le había preocupado ser virgen, y tampoco le preocupaba en ese momento, excepto por el hecho de que lo desconocido estaba sacando a la luz su lado más atrevido. Provocaba que anticipara cosas que no debía anticipar.
—Te veo muy callada, Paula—dijo Pedro.
—Lo siento —respondió—. Estaba pensando en el viernes —decidió explicar.
—¿Viernes?
—Sí. Pamela me ha invitado a cenar.
—¿De verdad?
Paula detectó su tono de sorpresa.
—Sí. Dijo que sería la oportunidad perfecta para que los conociese a todos. Al parecer, todos mis vecinos son Alfonso, sólo que tú eres el que vive más cerca.
—¿Y qué es lo que te preocupa tanto del viernes?
—La cantidad de miembros de tu familia que voy a conocer.
Él rió entre dientes.
—Sobrevivirás.
—Gracias por el voto de confianza. Háblame de ellos.
—Ya has conocido a los que creen que lo manejan todo, es decir, a las mujeres.
Ella se echó a reír.
—¿Acaso no es así?
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