Entonces recordó la pregunta de Romina y pensó que, hasta que no le respondiese, ella no se movería de allí.
—No, no estoy diciendo eso y lo sabes. No tengo ningún inconveniente en que Paula esté aquí.
¿Por qué sus hermanos y primos se pegaban a ella, atendían a todo lo que decía y la miraban tanto? Llevaba un vestido cruzado azul eléctrico de escote redondo y largo por encima de la rodilla que acentuaba su delgada cintura, sus pechos firmes y sus piernas estilizadas. Le sentaba maravillosamente bien. Tanto, que podía admitir que se le había acelerado el corazón nada más verla aparecer.
—Están a punto de servir la cena. Más te vale sentarte cerca de ella. Los demás no dudarán en quitarte de en medio a patadas.
Pedro miró hacia donde estaba Paula y pensó que nadie le quitaría de en medio a patadas en lo referente a ella. Y que no se atrevieran a intentarlo. Paula sonreía ante un comentario de Pablo mientras intentaba no dirigir la mirada hacia Pedro. Habían hablado a su llegada, pero desde entonces se había mantenido apartado, había preferido dejar que fuesen sus hermanos y sus primos los que le hiciesen compañía. Nadie diría que eran dos personas que casi se habían arrancado las bocas hacía tan sólo unos días. Pero quizá ésa era la cuestión. Quizá él no quería que nadie se enterase. Pensándolo bien, ella ni siquiera le había preguntado si tenía novia. Y no le extrañaría que la tuviera. Que se hubiese pasado a tomar el té sólo significaba que era una persona amable. Y tenía que recordar que él siempre había guardado las formas con ella. Hasta el día en que fueron a su despacho. ¿Qué le había llevado a besarla? Había habido mucha química desde el principio, pero ninguno había hecho nada al respecto hasta ese día. ¿Es que el traspasar esos límites había llevado la relación entre ambos a una situación de la que nunca se recuperaría? Esperaba de corazón que no. Él era una persona muy agradable, terriblemente encantadora. Y aunque había decidido que lo mejor por el momento era que mantuviesen las distancias, deseaba conservar su amistad.
—Pamela está avisando a todo el mundo para la cena —anunció Federico conforme se acercaba al grupo—. Deja que te acompañe al comedor —dijo, tomando a Paula del brazo.
Ella le dedicó una sonrisa.
—Gracias.
Miró a Pedro. Sus miradas se encontraron y ella experimentó las mismas sensaciones que cuando lo tenía cerca. Ese rebullir en la boca del estómago la dejaba sin respiración.
—¿Estás bien? —le preguntó Federico.
Ella levantó la vista y vió la preocupación que reflejaban sus ojos negros, porque se había dado cuenta de que había mirado a su hermano.
—Sí, estoy bien. Deseó que lo que había dicho fuese verdad.
A Pedro no le sorprendió que lo sentaran en la mesa junto a Paula. Las mujeres de la familia tendían a actuar de casamenteras cuando se lo proponían, lo cual podía disculparse teniendo en cuenta que tres de ellas estaban felizmente casadas. Agachó la cabeza, más de lo que pensaba, para preguntarle si lo estaba pasando bien, y cuando ella se giró para mirarlo sus labios estuvieron a punto de tocarse. Pedro estuvo a pique de ignorar a todos los que estaban sentados a la mesa y sucumbir a la tentación de besarla. Ella debió de leerle la mente y se ruborizó, así que él tragó saliva y apartó la boca.
—¿Te lo estás pasando bien?
—Sí. Y agradezco a tu familia que me haya invitado.
—Estoy seguro de que están encantados de tenerte aquí —dijo él.
Cuando acabó la cena y las conversaciones hubieron amainado eran casi las diez. Alguien sugirió que, dado lo tarde que se había hecho, sería conveniente acompañar a Paula a su casa. Varios de los primos de Pedro reclamaron ese honor y éste decidió que tenía que acabar con aquel sin sentido de una vez por todas, de modo que dijo en un tono que no admitía discusiones:
—Yo acompañaré a Paula.
Automáticamente todas las conversaciones cesaron y nadie cuestionó su intención.
—¿Estás lista? —preguntó a Paula amablemente.
—Sí.
Ella dió las gracias y abrazó a los primos y hermanos de Pedro. Era obvio que a todos les había caído bien y que habían disfrutado con su visita. Después de desear las buenas noches, él la siguió al exterior. Paula miró por el retrovisor y vió que él la seguía a una distancia prudente. Se echó a reír al pensar que, tratándose de Pedro, ninguna distancia lo era. Se ponía nerviosa sólo de pensar que lo tenía cerca. Hasta sentarse con él en la mesa había sido un desafío para ella, porque cada vez que le hablaba y ella le miraba a la cara y se fijaba en su boca, recordaba el momento en que se habían besado. Cuando se detuvieron en su jardín, emitió un suspiro de alivio, porque había previsto que volvería de noche y había dejado las luces exteriores encendidas.
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