martes, 24 de octubre de 2017

Propuesta: Capítulo 12

Entonces recordó la pregunta de Romina y pensó que, hasta que no le respondiese, ella no se movería de allí.

—No, no estoy diciendo eso y lo sabes. No tengo ningún inconveniente en que Paula esté aquí.

¿Por qué sus hermanos y primos se pegaban a ella, atendían a todo lo que decía y la miraban tanto? Llevaba un vestido cruzado azul eléctrico de escote redondo y largo por encima de  la  rodilla  que  acentuaba  su  delgada  cintura,  sus  pechos  firmes  y  sus  piernas  estilizadas.  Le  sentaba  maravillosamente  bien.  Tanto,  que  podía  admitir  que  se  le  había acelerado el corazón nada más verla aparecer.

—Están a punto de servir la cena. Más te vale sentarte cerca de ella. Los demás no dudarán en quitarte de en medio a patadas.

Pedro miró hacia donde estaba Paula y pensó que nadie le quitaría de en medio a patadas en lo referente a ella. Y que no se atrevieran a intentarlo. Paula sonreía  ante  un  comentario  de  Pablo mientras  intentaba  no  dirigir  la  mirada  hacia  Pedro.  Habían  hablado a su  llegada,  pero  desde  entonces  se  había  mantenido apartado, había preferido dejar que fuesen sus hermanos y sus primos los que le hiciesen compañía. Nadie diría que eran dos personas que casi se habían arrancado las bocas hacía tan  sólo  unos  días.  Pero  quizá  ésa  era  la  cuestión.  Quizá  él  no  quería  que  nadie  se  enterase. Pensándolo bien, ella ni siquiera le había preguntado si tenía novia. Y no le extrañaría que la tuviera. Que se hubiese pasado a tomar el té sólo significaba que era una persona amable. Y tenía que recordar que él siempre había guardado las formas con ella. Hasta el día en que fueron a su despacho. ¿Qué  le  había  llevado  a  besarla?  Había  habido  mucha  química  desde  el  principio,  pero  ninguno  había  hecho  nada  al  respecto  hasta  ese  día.  ¿Es  que  el  traspasar esos límites había llevado la relación entre ambos a una situación de la que nunca  se  recuperaría?  Esperaba de corazón  que  no.  Él  era  una  persona  muy  agradable,  terriblemente  encantadora.  Y  aunque  había  decidido  que  lo  mejor  por  el  momento era que mantuviesen las distancias, deseaba conservar su amistad.

—Pamela  está  avisando  a  todo  el  mundo  para  la  cena  —anunció  Federico conforme  se acercaba al grupo—. Deja que te acompañe al comedor —dijo, tomando a Paula del brazo.

 Ella le dedicó una sonrisa.

—Gracias.

Miró  a  Pedro.  Sus  miradas  se  encontraron  y  ella  experimentó  las  mismas  sensaciones que cuando lo tenía cerca. Ese rebullir en la boca del estómago la dejaba sin respiración.

—¿Estás bien? —le preguntó Federico.

Ella  levantó  la  vista  y  vió  la  preocupación  que  reflejaban  sus  ojos  negros,  porque se había dado cuenta de que había mirado a su hermano.

—Sí, estoy bien.  Deseó que lo que había dicho fuese verdad.

A Pedro no le sorprendió que lo sentaran en la mesa junto a Paula. Las mujeres de la familia tendían a actuar de casamenteras cuando se lo proponían, lo cual podía disculparse teniendo en cuenta que tres de ellas estaban felizmente casadas. Agachó la cabeza,  más  de  lo  que  pensaba, para preguntarle si lo estaba pasando  bien, y cuando ella se  giró  para  mirarlo sus  labios  estuvieron  a  punto  de  tocarse. Pedro estuvo a pique de ignorar a todos los que estaban sentados a la mesa y sucumbir a la tentación de besarla. Ella debió de leerle la mente y se ruborizó,  así  que  él  tragó  saliva  y  apartó  la  boca.

—¿Te lo estás pasando bien?

—Sí. Y agradezco a tu familia que me haya invitado.

—Estoy seguro de que están encantados de tenerte aquí —dijo él.

Cuando  acabó  la  cena  y  las  conversaciones  hubieron  amainado  eran  casi  las  diez.  Alguien sugirió  que,  dado  lo  tarde  que  se  había  hecho,  sería  conveniente  acompañar  a Paula a  su  casa.  Varios  de  los  primos  de  Pedro reclamaron  ese  honor  y  éste  decidió  que  tenía  que  acabar  con  aquel  sin  sentido  de  una  vez  por  todas,  de  modo que dijo en un tono que no admitía discusiones:

—Yo acompañaré a Paula.

Automáticamente  todas  las  conversaciones  cesaron  y  nadie  cuestionó  su  intención.

 —¿Estás lista? —preguntó a Paula amablemente.

—Sí.

Ella dió las gracias y abrazó a los primos y hermanos de Pedro. Era obvio que a todos les había caído bien y que habían disfrutado con su visita. Después de desear las buenas noches, él la siguió al exterior. Paula miró por el retrovisor y vió que él la seguía a una distancia prudente. Se  echó  a reír al  pensar que,  tratándose  de  Pedro,  ninguna  distancia  lo  era.  Se  ponía nerviosa sólo de pensar que lo tenía cerca. Hasta sentarse con él en la mesa había sido un desafío para ella, porque cada vez que le hablaba y ella le miraba a la cara y se fijaba en su boca, recordaba el momento en que se habían besado. Cuando  se  detuvieron  en  su  jardín,  emitió  un  suspiro  de  alivio,  porque  había  previsto que volvería de  noche  y  había  dejado las luces exteriores encendidas. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario