jueves, 19 de octubre de 2017

Propuesta: Capítulo 5

Cumpliendo su palabra, se había pasado hacía unos días a tomar el té con ella. La conversación fue muy agradable y él le contó más cosas sobre su abuelo. Supo que Pedro y Roberto habían mantenido una relación muy cercana y en parte se alegró al pensar que él había contribuido a aliviar la soledad de su abuelo. Aunque  su  padre  se  había  negado  a  contarle  las  razones  que  le  llevaron  a  marcharse de casa, esperaba descubrirlo por sí misma. Su abuelo había escrito varios diarios y tenía intención de empezar a leerlos esa misma semana. Jason  también  le  resolvió  sus  dudas  sobre  cómo  llevar  el  rancho  y  le  aseguró  que  su  capataz  había  trabajado  para  su  abuelo  durante  varios  años  y  conocía  su  oficio. Aunque la visita de Pedro fue breve, ella la disfrutó enormemente.

Había  conocido  a  algunos  de  los  miembros  de  su  familia,  concretamente  a  las  mujeres, ya que hacía un par de días se habían presentado en su casa con regalos de bienvenida al vecindario. Pamela, Nadia y Mariana eran Alfonso por matrimonio y  Sofía y  Romina  de  nacimiento.  Le  hablaron  de  Camila,  la  hermana  de  Sofía y  Romina, que se había casado a primeros de ese año, se había trasladado a Australia y esperaba su primer hijo. Las  mujeres  la  habían  invitado  a  cenar  a  casa  de  Pamela  el  viernes  para  que  conociese al resto de la familia. Le pareció que la invitación era un gesto muy amable por  su  parte.  A  ellas  les  sorprendió  que  conociese ya a Pedro porque  él  no  les  había  comentado nada al respecto. No  estaba  segura  de  por  qué  no  lo  había  hecho,  cuando  era  evidente  que  los  Alfonso eran una familia muy unida, pero supuso que los hombres tienden a mantener sus actividades en privado y no las comparten con nadie.

Él le había dicho que  iba a  pasar  de nuevo  al  día  siguiente  a tomar el  té y ella  esperaba  ansiosa  su  visita. Era  obvio  que  entre  ambos  seguía  existiendo  una  fuerte atracción,  pero  Pedro siempre  se  comportaba  como  un  caballero.  Se  sentaba frente a Paula con  las  piernas  extendidas  y  tomaba el  té mientras  ella  le  hablaba.  Ella intentaba  no  acaparar  la  conversación,  pero  descubrió  que  él  era  alguien  con  quien  podía  hablar  y  que  escuchaba lo que tenía que decir. Y Pedro le había hablado de sí mismo. Paula supo que tenía treinta y cuatro años y  que  se  había  licenciado  por  la  Universidad  de  Denver.  También  le  contó  que  sus  padres y sus tíos habían muerto en un accidente de avión cuando él tenía dieciocho años, dejando huérfanos a catorce hermanos y primos. Le habló lleno de admiración de  cómo  Federico,  su  hermano  mayor,  y  su  primo  Diego se  habían  propuesto  mantener unida a la familia y lo habían logrado. No pudo evitar comparar esa familia tan numerosa con la suya, porque ella era hija  única  y,  aunque  quería  a  sus  padres,  no  recordaba  ni  una  sola  ocasión  en  que  hubiesen estado muy unidos. Entró    en  el  estacionamiento de  una  de  las  principales  tiendas  de electrodomésticos.  Cuando  regresara a  asa,  hablaría  con  el  capataz  para  ver  cómo  iban  las  cosas.  Pedro le  había  dicho  que  esas  reuniones  eran  necesarias  y  que  tenía  que mantenerse al tanto de todo lo que pasaba en el rancho. En cuanto entró en la tienda fue atendida por un vendedor y no le llevó mucho tiempo hacer las compras que necesitaba porque sabía exactamente lo que quería.

—¿Paula?

Se  giró  y  estaba  allí,  con  unos  vaqueros  que  se  ajustaban  a  sus  vigorosos  muslos, una camisa azul y una chaqueta ligera de piel que realzaba la anchura de sus hombros.

—Pedro, ¡Qué sorpresa tan agradable! —le dijo con una sonrisa.

Fue también  una  sorpresa agradable para  Pedro.  Había entrado en la tienda  y,  de inmediato, como un radar, había detectado su presencia y sólo tuvo que seguir el olor de su cuerpo para encontrarla.

—Lo mismo digo. He venido a comprar un calentador para el barracón —dijo,  devolviéndole la sonrisa.

Se metió las manos en los bolsillos porque, de otro modo, se habría sentido tentado de agarrarla y besarla. Deseaba besar a Paula, pero se contuvo. No quería precipitar las cosas ni que ella pensara que se interesaba  porque quería comprar a Hercules, porque no era el caso. Su interés se basaba en el deseo y la necesidad.

—El otro día conocí  a  las  mujeres  de  tu  familia.  Vinieron  a  hacerme  una  visita  —dijo ella.

—¿Ah, sí?

—Sí. Sabía que acabarían por  hacerlo, porque habían hablado de ir  a darte  la  bienvenida al vecindario.

—Son muy agradables —afirmó Paula.

—Yo  también  lo  creo.  ¿Has comprado todo lo que necesitas?  —se  preguntó si comería con él si se lo pidiese.

No hay comentarios:

Publicar un comentario