Cumpliendo su palabra, se había pasado hacía unos días a tomar el té con ella. La conversación fue muy agradable y él le contó más cosas sobre su abuelo. Supo que Pedro y Roberto habían mantenido una relación muy cercana y en parte se alegró al pensar que él había contribuido a aliviar la soledad de su abuelo. Aunque su padre se había negado a contarle las razones que le llevaron a marcharse de casa, esperaba descubrirlo por sí misma. Su abuelo había escrito varios diarios y tenía intención de empezar a leerlos esa misma semana. Jason también le resolvió sus dudas sobre cómo llevar el rancho y le aseguró que su capataz había trabajado para su abuelo durante varios años y conocía su oficio. Aunque la visita de Pedro fue breve, ella la disfrutó enormemente.
Había conocido a algunos de los miembros de su familia, concretamente a las mujeres, ya que hacía un par de días se habían presentado en su casa con regalos de bienvenida al vecindario. Pamela, Nadia y Mariana eran Alfonso por matrimonio y Sofía y Romina de nacimiento. Le hablaron de Camila, la hermana de Sofía y Romina, que se había casado a primeros de ese año, se había trasladado a Australia y esperaba su primer hijo. Las mujeres la habían invitado a cenar a casa de Pamela el viernes para que conociese al resto de la familia. Le pareció que la invitación era un gesto muy amable por su parte. A ellas les sorprendió que conociese ya a Pedro porque él no les había comentado nada al respecto. No estaba segura de por qué no lo había hecho, cuando era evidente que los Alfonso eran una familia muy unida, pero supuso que los hombres tienden a mantener sus actividades en privado y no las comparten con nadie.
Él le había dicho que iba a pasar de nuevo al día siguiente a tomar el té y ella esperaba ansiosa su visita. Era obvio que entre ambos seguía existiendo una fuerte atracción, pero Pedro siempre se comportaba como un caballero. Se sentaba frente a Paula con las piernas extendidas y tomaba el té mientras ella le hablaba. Ella intentaba no acaparar la conversación, pero descubrió que él era alguien con quien podía hablar y que escuchaba lo que tenía que decir. Y Pedro le había hablado de sí mismo. Paula supo que tenía treinta y cuatro años y que se había licenciado por la Universidad de Denver. También le contó que sus padres y sus tíos habían muerto en un accidente de avión cuando él tenía dieciocho años, dejando huérfanos a catorce hermanos y primos. Le habló lleno de admiración de cómo Federico, su hermano mayor, y su primo Diego se habían propuesto mantener unida a la familia y lo habían logrado. No pudo evitar comparar esa familia tan numerosa con la suya, porque ella era hija única y, aunque quería a sus padres, no recordaba ni una sola ocasión en que hubiesen estado muy unidos. Entró en el estacionamiento de una de las principales tiendas de electrodomésticos. Cuando regresara a asa, hablaría con el capataz para ver cómo iban las cosas. Pedro le había dicho que esas reuniones eran necesarias y que tenía que mantenerse al tanto de todo lo que pasaba en el rancho. En cuanto entró en la tienda fue atendida por un vendedor y no le llevó mucho tiempo hacer las compras que necesitaba porque sabía exactamente lo que quería.
—¿Paula?
Se giró y estaba allí, con unos vaqueros que se ajustaban a sus vigorosos muslos, una camisa azul y una chaqueta ligera de piel que realzaba la anchura de sus hombros.
—Pedro, ¡Qué sorpresa tan agradable! —le dijo con una sonrisa.
Fue también una sorpresa agradable para Pedro. Había entrado en la tienda y, de inmediato, como un radar, había detectado su presencia y sólo tuvo que seguir el olor de su cuerpo para encontrarla.
—Lo mismo digo. He venido a comprar un calentador para el barracón —dijo, devolviéndole la sonrisa.
Se metió las manos en los bolsillos porque, de otro modo, se habría sentido tentado de agarrarla y besarla. Deseaba besar a Paula, pero se contuvo. No quería precipitar las cosas ni que ella pensara que se interesaba porque quería comprar a Hercules, porque no era el caso. Su interés se basaba en el deseo y la necesidad.
—El otro día conocí a las mujeres de tu familia. Vinieron a hacerme una visita —dijo ella.
—¿Ah, sí?
—Sí. Sabía que acabarían por hacerlo, porque habían hablado de ir a darte la bienvenida al vecindario.
—Son muy agradables —afirmó Paula.
—Yo también lo creo. ¿Has comprado todo lo que necesitas? —se preguntó si comería con él si se lo pidiese.
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