Un mes más tarde.
—¿Sabían que la nieta de Roberto Chaves ha vuelto a Denver y se corre el rumor de que piensa quedarse?
Pedro Alfonso agudizó el oído al captar la conversación entre su cuñada Pamela y las mujeres de sus primos, Nadia y Mariana. Estaba en casa de su hermano Federico, tirado en el suelo del salón jugando con su sobrino Mateo, de seis meses. Aunque las mujeres se habían retirado al comedor para sentarse a charlar, se escuchaba fácilmente lo que decían y él pensó que no había razón para no hacerlo. Sobre todo porque hablaban sobre una mujer que le había llamado la atención en cuanto la conoció en el baile benéfico del mes anterior. Una mujer en la que no había parado de pensar desde entonces.
—Se llama Paula, pero la llaman Pau—estaba diciendo Mariana, que acababa de casarse con su primo Leonardo—. El otro día vino a la tienda de pinturas de papá y les aseguro que es una belleza. Está como fuera de contexto aquí en Denver: una auténtica belleza sureña entre un puñado de matones.
—Y he oído que pretende llevar el rancho ella sola. Su tío Antonio le ha dicho que no piensa mover un dedo para ayudarle —dijo Pamela, indignada—. Qué hombre más egoísta. Contaba con que le vendiera la finca a Esteban Smith, que le había prometido un montón de dinero si se cerraba el trato.
Al parecer, todo el mundo quiere hacerse con esas tierras, sobre todo con Hercules, el semental. «Entre ellos, yo», pensó Pedro mientras hacía rodar una pelota hacia su sobrino sin dejar de prestarles atención. No sabía que Paula Chaves había regresado a Denver y se preguntaba si ella recordaba que estaba interesado en la finca y en Hercules. Esperaba que así fuera. Luego su pensamiento se desvió hacia Antonio Chaves. No le sorprendía su actitud. Siempre había actuado como si tuviera algún derecho sobre la finca, razón por la que Antonio y Roberto nunca se habían llevado bien. Y desde el fallecimiento de Roberto, Antonio había hecho saber en la ciudad que pensaba que la tierra heredada por Paula debía ser suya. Evidentemente, Roberto no lo había visto así, porque se lo había dejado todo en su testamento a la nieta a la que nunca conoció.
—Bueno, espero que tenga cuidado a la hora de escoger quién le ayudará a llevar el rancho. Está claro que una mujer tan hermosa es capaz de atraer a hordas de hombres, y algunos no serán de fiar —dijo Nadia.
A Pedro no le gustó la idea de que atrajese a ningún hombre y no entendió del todo por qué reaccionaba así. Lucia tenía razón al decir que Bella era muy guapa. Le había cautivado totalmente nada más verla. Y le había quedado claro que Antonio Chaves no quería que nadie se acercara a su sobrina. A él nunca le había gustado a Antonio y éste había envidiado su relación con el anciano Roberto. La mayoría de la gente del lugar pensaba que Herman era una persona mezquina y arisca, pero Jason no opinaba igual. Nunca olvidaría una vez en que se escapó de su casa a las once y pasó la noche escondido en el granero de Chaves. El anciano lo descubrió a la mañana siguiente y lo llevó de vuelta a casa con sus padres. Pero antes le ofreció un copioso desayuno, y lo llevó a recoger huevos al gallinero y a ordeñar a las vacas. Fue entonces cuando descubrió que Roberto no era tan mezquino como la gente pensaba. De hecho, no era más que un anciano solitario.
Pedro había vuelto a visitar a Herman de vez en cuando a lo largo de los años y había estado presente la noche que nació Hercules. Nada más ver al potro supo que sería especial. Y Roberto le había dicho incluso que un día sería suyo. Pero había muerto mientras dormía hacía unos meses y ahora su rancho y todo lo que éste contenía, incluyendo a Hercules, pertenecía a su nieta. Todos habían asumido que vendería la propiedad, pero, por lo que estaba escuchando, ella se había mudado a Denver desde Savannah. Deseó con todas sus fuerzas que hubiese reflexionado sobre su decisión. Los inviernos de Colorado eran muy duros, sobre todo en Denver. Y llevar una finca tan grande como la que había heredado no era siquiera tarea fácil para un ranchero experimentado, así que no quería ni pensar cómo sería para alguien que no sabía nada del tema. Si decidía que Juan Allen siguiese siendo el capataz no iba a costarle tanto, pero aun así, el rancho tenía numerosos trabajadores y algunos hombres no aceptan órdenes de una mujer sin experiencia así como así.
—Creo que, como vecinos, deberíamos ir a visitarla y a darle la bienvenida. Podemos decirle además que, si necesita algo, puede contar con nosotros —dijo Pamela, interrumpiendo sus pensamientos.
—Estamos de acuerdo —dijeron Mariana y Nadia.
Él no pudo evitar coincidir con ellas. Era lo correcto y tenía intención de hacerlo. Aunque hubiese perdido la oportunidad de hacerse con el rancho, todavía ansiaba conseguir a Hercules. Pero, sobre todo, quería conocer mejor a Paula Chaves.
Paula salió al porche de la casa y contempló las montañas que se extendían ante ella. Aquella panorámica la dejó sin respiración y le recordó por qué había desafiado a su familia y se había mudado allí hacía dos semanas. Sus padres eran sobreprotectores y habían intentado disuadirla de lo que consideraban una decisión estúpida por su parte, ya que por encima de todo no querían perderla de vista. Pero a ella ya le había parecido lo suficientemente duro que un chófer la llevara al colegio a diario y un guardaespaldas la siguiera a todas partes hasta que hubo cumplido veintiún años.
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