martes, 17 de octubre de 2017

Propuesta: Capítulo 1

Un mes más tarde.

—¿Sabían que  la  nieta  de  Roberto Chaves ha  vuelto  a  Denver  y  se  corre  el  rumor de que piensa quedarse?

Pedro Alfonso agudizó el oído al captar la conversación entre su cuñada Pamela  y  las  mujeres  de  sus  primos,  Nadia   y  Mariana.  Estaba  en  casa  de  su  hermano  Federico, tirado en el suelo del salón jugando con su sobrino Mateo, de seis meses. Aunque  las  mujeres se habían retirado al comedor para sentarse  a  charlar, se escuchaba  fácilmente  lo  que  decían  y  él  pensó  que  no  había  razón  para  no  hacerlo.  Sobre  todo  porque  hablaban  sobre  una  mujer  que  le  había  llamado  la  atención  en  cuanto la conoció en el baile benéfico del mes anterior. Una mujer en la que no había parado de pensar desde entonces.

—Se llama Paula, pero la llaman Pau—estaba diciendo Mariana, que acababa de casarse con su primo Leonardo—. El otro día vino a la tienda de pinturas de papá y  les  aseguro  que  es  una  belleza.  Está  como  fuera  de  contexto  aquí  en  Denver:  una  auténtica belleza sureña entre un puñado de matones.

—Y he oído que pretende llevar el rancho ella sola. Su tío Antonio le ha dicho que no piensa mover un dedo para ayudarle  —dijo  Pamela,  indignada—.  Qué  hombre  más  egoísta.  Contaba  con  que  le  vendiera  la  finca  a  Esteban   Smith,  que  le  había  prometido un montón de dinero si se cerraba el trato.

Al parecer, todo el mundo quiere hacerse con esas tierras, sobre todo con Hercules, el semental. «Entre ellos, yo», pensó Pedro mientras hacía rodar una pelota hacia su sobrino sin  dejar  de  prestarles  atención.  No  sabía  que  Paula Chaves había regresado a Denver  y  se preguntaba  si  ella  recordaba  que estaba  interesado  en  la  finca  y  en  Hercules.  Esperaba  que  así  fuera.  Luego  su  pensamiento  se  desvió  hacia  Antonio Chaves. No le sorprendía su actitud. Siempre había actuado como si tuviera algún derecho sobre la finca, razón por la que Antonio y Roberto nunca se habían llevado bien.  Y  desde  el  fallecimiento  de  Roberto,  Antonio había  hecho  saber  en  la  ciudad  que pensaba que la tierra heredada por Paula debía ser suya. Evidentemente, Roberto no lo había visto así, porque se lo había dejado todo en su testamento a la nieta a la que nunca conoció.

—Bueno,  espero  que  tenga  cuidado a la  hora de  escoger  quién  le  ayudará  a  llevar el rancho. Está claro que una mujer tan hermosa es capaz de atraer a hordas de hombres, y algunos no serán de fiar —dijo Nadia.

A Pedro no le gustó la idea de que atrajese a ningún hombre y no entendió del todo por qué reaccionaba así. Lucia tenía razón al decir que Bella era muy guapa. Le había  cautivado  totalmente  nada  más  verla.  Y  le  había  quedado  claro  que  Antonio Chaves no quería que nadie se acercara a su sobrina. A él nunca le había gustado a Antonio y éste había envidiado su relación con el anciano Roberto. La mayoría de la gente del lugar pensaba que Herman era  una  persona  mezquina  y  arisca,  pero  Jason  no  opinaba  igual.  Nunca  olvidaría  una  vez  en  que  se  escapó  de  su  casa  a  las  once  y  pasó  la  noche  escondido  en  el  granero de  Chaves.  El  anciano  lo  descubrió  a  la  mañana  siguiente  y  lo  llevó  de  vuelta a casa con sus padres. Pero antes le ofreció un copioso desayuno, y lo llevó a recoger  huevos  al  gallinero  y  a  ordeñar  a  las  vacas.  Fue  entonces cuando  descubrió  que Roberto no era tan mezquino como la gente pensaba. De hecho, no era más que un anciano solitario.

Pedro había vuelto a visitar a Herman de vez en cuando a lo largo de los años y había  estado  presente  la  noche  que  nació  Hercules.  Nada  más  ver  al  potro  supo  que  sería especial. Y Roberto le había dicho incluso que un día sería suyo. Pero había muerto  mientras  dormía  hacía  unos  meses  y  ahora  su  rancho  y  todo  lo  que  éste  contenía,  incluyendo  a  Hercules,  pertenecía  a  su  nieta.  Todos  habían  asumido  que  vendería  la  propiedad,  pero,  por  lo  que  estaba  escuchando,  ella  se  había  mudado  a  Denver desde Savannah. Deseó  con  todas  sus  fuerzas  que  hubiese  reflexionado  sobre  su  decisión.  Los  inviernos de Colorado eran muy duros, sobre todo en Denver. Y llevar una finca tan grande  como  la  que  había  heredado  no  era  siquiera  tarea  fácil  para  un  ranchero  experimentado,  así  que  no  quería  ni  pensar  cómo  sería  para  alguien  que  no  sabía  nada  del  tema.  Si  decidía  que  Juan Allen  siguiese  siendo  el  capataz  no  iba  a  costarle  tanto,  pero  aun  así,  el  rancho  tenía  numerosos  trabajadores  y  algunos  hombres no aceptan órdenes de una mujer sin experiencia así como así.

—Creo  que,  como  vecinos,  deberíamos  ir  a  visitarla  y  a  darle  la  bienvenida.  Podemos decirle además que, si necesita algo, puede contar con nosotros —dijo Pamela, interrumpiendo sus pensamientos.

—Estamos de acuerdo —dijeron Mariana y Nadia.

Él no pudo evitar coincidir con ellas.  Era  lo  correcto  y  tenía  intención  de  hacerlo.  Aunque  hubiese  perdido  la  oportunidad  de  hacerse  con  el  rancho,  todavía  ansiaba conseguir a Hercules. Pero, sobre todo, quería conocer mejor a Paula Chaves.

Paula  salió al porche de la casa y contempló las montañas que se extendían ante ella. Aquella panorámica la dejó sin respiración y le recordó por qué había desafiado a su familia y se había mudado allí hacía dos semanas. Sus padres eran sobreprotectores y habían  intentado disuadirla de lo que consideraban una decisión  estúpida por su  parte,  ya que por encima de todo no querían perderla de  vista.  Pero a ella ya le había parecido lo suficientemente duro que un  chófer  la  llevara  al  colegio a diario y un  guardaespaldas  la siguiera a todas partes hasta que hubo cumplido veintiún años.

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