—Yo he construido mi vida con trabajo duro y determinación, así que estoy de acuerdo contigo.
—Aun así… me gustaría pensar que todo el sufrimiento que padecí con Fernando mereció la pena y sirvió para que mis abuelos tengan un lugar mejor ahora.
Pedro se preguntó si Paula pensaría que él merecía la pena. ¿Cómo sería el hombre de sus sueños? Tal vez, esos sueños habían muerto cuando había sido traicionada por el tal Fernando. Pero no era momento para hacer esa clase de preguntas.
—Eso espero. Quiero que sepas que nunca ha sido mi intención quitarle a nadie nada.
—Creo que ahora lo sé. Al principio, no estaba muy segura de qué pensar de tí.
—¿Por qué?
Paula respiró hondo y se inclinó hacia delante, cruzándose de brazos. Pedro siguió el movimiento e intentó no posar los ojos en sus pechos, pero se distraía con demasiada facilidad. Esa mujer le gustaba. Le encantaba su cuerpo y lo único que quería era pasar la noche con ella entre sus brazos.
—Creo que fue por la forma en que te acercaste a mí. Pensé que debías de andar detrás de algo.
—Paula—dijo él, mirándola a los ojos—. Andaba detrás de tí. No sabía quién eras cuando te ví en la sala de espera. Solo sabía que me gustabas.
—El gran Pedro Alfonso se dejó llevar por la lujuria.
—No fue lujuria —aseguró él, llevándose la mano de ella a los labios para besarla.
—Entonces, ¿Qué?
—Me dejaste embelesado. Nunca había visto una mujer tan hermosa como tú — afirmó él con sinceridad. Paula tenía algo que le llegaba al alma. Él no era la clase dehombre que creyera en la media naranja ni en almas gemelas… pero, en parte, sentía algo demasiado especial como para expresarlo con palabras—. Quedé atrapado por un poder superior a mí.
—Eres un charlatán.
A Pedro no le gustaba que pensara eso.
—No es verdad. Los que me conocen saben que soy directo y franco. Tienes algo que me ha cautivado.
—Ojalá pudiera creerte —señaló ella con ojos tristes.
—¿Por qué no puedes?
—Los hombres…
Pedro intuyó que iba a hacer una afirmación desagradable. Sabía que debería dejarlo pasar, era tarde, los dos tenían un largo día de trabajo por delante y debían descansar. Pero quería saber lo que Paula pensaba de los hombres.
—¿Los hombres qué?
—Algunos hombres mienten. Y lo hacen tan bien que no es posible saber si dicen lverdad —contestó ella y meneó la cabeza—. Lo siento, Pedro. Me gustaría ser diferente y no tener equipaje.
—A mí, no —aseguró él.
Sabía que habían abusado de ella y que todavía le quedaban traumas. La traición de Fernando no solo la había afectado a ella, sino a su familia.
—¿Por qué no?
—No serías la mujer que eres sin tu pasado.
Ella se inclinó hacia delante y lo abrazó.
—Gracias por decir justo lo correcto.
—Bueno, creo que deberíamos despedirnos por hoy antes de que cambies de idea —dijo él.
Cuando Paula se mordió el labio inferior, Pedro se preguntó si ella tendría las mismas dudas respecto al rumbo que estaba tomando su relación. Ella no lo invitó a su habitación, por lo que sospechó que así era.
—Mañana tengo una reunión a primera hora. Podemos quedar para comer — sugirió él.
—No puedo. Tengo una comida en casa de mis abuelos. He quedado para que me regañen.
—¿Por qué van a regañarte?
—Por tí. Todo el mundo adivinó que tenía una cita y que por eso no iba con ellos al club. Ahora me están esperando para que les dé explicaciones.
—¿Vas a decirles que has quedado conmigo?
—No pienso mentirles.
—¿Quieres que te acompañe?
—Es muy amable por tu parte, pero creo que es mejor que me las arregle sola.
—Bueno, pues quedemos para desayunar.
Paula asintió y se despidieron en el ascensor. Cada uno se fue a su habitación. Pedro pensó que había creado una barrera entre ellos al irse de su casa. Y, mientras se quedaba dormido, se dió cuenta de que echaba de menos tenerla entre sus brazos y se prometió volver a hacerlo lo antes posible.
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