martes, 31 de octubre de 2017

Propuesta: Capítulo 15

Paula se quedó con la boca abierta.

—¿Contigo?

—Sí.

Miró a Pedro largo y tendido y luego negó categóricamente con la cabeza.

—¿Y por qué querrías tú casarte conmigo? —preguntó, confundida.

—Piénsalo,  Pau.  Ambos  saldríamos  ganando  de  esta  situación.  Si  te  casas  conmigo, conservarás tu fondo fiduciario y tus padres no podrán interponerse. Y yo también obtendré lo que quiero: tu finca y a Hercules.

 Ella abrió los ojos, asombrada.

—¿Estás hablando de un matrimonio de conveniencia?

—Sí  —Pedro pudo  ver  una  luz  brillando  en  la  mirada  inocente  de  Paula.  Pero  luego se volvió cautelosa.

—¿Y quieres que te dé mi finca y a Hercules?

—La finca sería para los dos y Hercules sólo para mí.

Paula se mordisqueó el labio inferior pensando en la proposición al tiempo que intentaba  evitar  la  decepción  que  amenazaba  con  invadirla.  Había  ido  a  Denver  a  vivir de forma independiente, no dependiente. Pero lo que él proponía no era lo que ella  había  planeado.  Estaba  aprendiendo  a  vivir  sola  sin  el  control  de  sus  padres.  Quería  tener  su  propia  vida  y  Pedro acababa  de  proponerle  que  la  compartiesen.  Incluso  aunque  fuese  un  arreglo  temporal,  no  iba  a  poder  evitar  sentir  que  le  arrebataban su independencia.

—¿Y cuánto tiempo tendremos que estar casados?

—Tanto como queramos, pero al menos un año. Luego seremos libres de pedir el  divorcio.  Pero  piénsalo,  una  vez que enviemos  a  tu  padre  la  prueba  de  que  estamos legalmente casados, no tendrá más remedio que levantar la suspensión de tu fondo fiduciario.

Paula sabía  que  sus  padres  siempre  serían  sus  padres  y,  aunque  los  quería,  no  podía seguir soportando el modo en que la controlaban. Creía que la proposición de Pedro podría funcionar, pero todavía albergaba algunas reservas y preocupaciones.

—¿Viviremos en casas separadas? —se atrevió a preguntar.

—No,  viviremos o  aquí  o  en  mi  casa.  No me importa mudarme  aquí  si  hace  falta,  pero  no  podemos  vivir  separados.  No  podernos  darles  ni  a  tus  padres  ni  a  nadie razones para pensar que nuestro matrimonio es una farsa.

Ella asintió, pensando que era lógico, pero tenía que hacerle otra pregunta. Era delicada, pero necesitaba saber la respuesta. Se aclaró la garganta.

—Y si vivimos en la misma casa, ¿Esperas que durmamos en la misma cama?

Él la miró fijamente.

—Creo  que  a  estas  alturas  ha  quedado  claro  que  existe  una  atracción  entre  nosotros,  razón por la  cual  esta  noche,  tal  y  como  tú  has  señalado,  no  he  sido  precisamente  el  señor  Simpatía.  El  beso que nos dimos me hizo desear  más  y  creo  que sabes a lo que podría haberme llevado ese deseo.

Sí,  Paula lo  sabía.  Y  dado  que  él  estaba  siendo  sincero  con  ella,  se  vió  en  la  necesidad de corresponder.

—Y  la  razón  por  la  que  estuve  «fría»,  como  has  dicho,  fue  porque  al  besarte  sentí  cosas  que  nunca  había  sentido  antes  y  con  todo  lo  que  me  está  pasando,  lo  último que necesito es un amante. ¿Y ahora pretendes que acepte a un marido, Pedro?

—Sí,  pero  sólo  porque  así  dejarás  de  tener  los  problemas  que  tienes.  Y  me  gustaría  que  nos  acostásemos  juntos,  pero  esa  decisión  te  la  dejo  a  tí.  No  voy  a  presionarte  para que  hagas  algo  que  te  incomode,  pero  seguramente  sabes  que,  si  vivimos bajo el mismo techo, tarde o temprano acabará sucediendo.

Paula tragó  saliva.  Sí,  lo  sabía.  Si  se  casaba,  se solucionarían  sus  problemas  y,  como Pedro había dicho, él también obtendría lo que deseaba: ser copropietario de la finca y dueño de Hércules. Ambos saldrían ganando de esa situación. Pero aun así...

—Tengo  que  pensarlo,  Pedro.  Tu  proposición  me  parece  buena  pero  tengo  que  estar segura de que es la solución adecuada.

—¿Cuánto tiempo crees que necesitarás para pensarlo?

—Como mucho una semana. Para entonces ya tendré una respuesta —y deseó por encima de todas las cosa que fuese la correcta.

—Vale, me parece bien.

—¿No estás saliendo con nadie? —preguntó ella, porque necesitaba asegurarse.

—No. Créeme. No podría estar con alguien y besarte de la forma en que lo hice el otro día.

La mención del beso le hizo recordar ese día y la facilidad con que sus labios se habían amoldado a los de él. Había percibido enseguida su pasión, y algunas de las cosas que le había  hecho con  la  lengua  casi  le  hacen  perder  la  cabeza. El cuerpo de  Paula se estremecía  en  secreto  por  la  intensidad  de  aquellos  recuerdos.  ¿Y esperaba  que viviesen bajo el mismo techo sin acostarse? Definitivamente, era una expectativa nada realista por su parte. Desde que se besaron, estar bajo el mismo techo el tiempo que  fuese  era  una  bomba  de  relojería  pasional  que  tarde  o  temprano  estallaría  y  ambos lo sabían. Ella lo miró  desde  el  otro  lado  de  la  mesa  y  se  le  encogió  el  estómago.  Él  la  estaba mirando igual que aquel día justo antes de besarla. Y ella le había devuelto el beso. Se había acoplado a su boca y había disfrutado de cada segundo.

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