Paula se quedó con la boca abierta.
—¿Contigo?
—Sí.
Miró a Pedro largo y tendido y luego negó categóricamente con la cabeza.
—¿Y por qué querrías tú casarte conmigo? —preguntó, confundida.
—Piénsalo, Pau. Ambos saldríamos ganando de esta situación. Si te casas conmigo, conservarás tu fondo fiduciario y tus padres no podrán interponerse. Y yo también obtendré lo que quiero: tu finca y a Hercules.
Ella abrió los ojos, asombrada.
—¿Estás hablando de un matrimonio de conveniencia?
—Sí —Pedro pudo ver una luz brillando en la mirada inocente de Paula. Pero luego se volvió cautelosa.
—¿Y quieres que te dé mi finca y a Hercules?
—La finca sería para los dos y Hercules sólo para mí.
Paula se mordisqueó el labio inferior pensando en la proposición al tiempo que intentaba evitar la decepción que amenazaba con invadirla. Había ido a Denver a vivir de forma independiente, no dependiente. Pero lo que él proponía no era lo que ella había planeado. Estaba aprendiendo a vivir sola sin el control de sus padres. Quería tener su propia vida y Pedro acababa de proponerle que la compartiesen. Incluso aunque fuese un arreglo temporal, no iba a poder evitar sentir que le arrebataban su independencia.
—¿Y cuánto tiempo tendremos que estar casados?
—Tanto como queramos, pero al menos un año. Luego seremos libres de pedir el divorcio. Pero piénsalo, una vez que enviemos a tu padre la prueba de que estamos legalmente casados, no tendrá más remedio que levantar la suspensión de tu fondo fiduciario.
Paula sabía que sus padres siempre serían sus padres y, aunque los quería, no podía seguir soportando el modo en que la controlaban. Creía que la proposición de Pedro podría funcionar, pero todavía albergaba algunas reservas y preocupaciones.
—¿Viviremos en casas separadas? —se atrevió a preguntar.
—No, viviremos o aquí o en mi casa. No me importa mudarme aquí si hace falta, pero no podemos vivir separados. No podernos darles ni a tus padres ni a nadie razones para pensar que nuestro matrimonio es una farsa.
Ella asintió, pensando que era lógico, pero tenía que hacerle otra pregunta. Era delicada, pero necesitaba saber la respuesta. Se aclaró la garganta.
—Y si vivimos en la misma casa, ¿Esperas que durmamos en la misma cama?
Él la miró fijamente.
—Creo que a estas alturas ha quedado claro que existe una atracción entre nosotros, razón por la cual esta noche, tal y como tú has señalado, no he sido precisamente el señor Simpatía. El beso que nos dimos me hizo desear más y creo que sabes a lo que podría haberme llevado ese deseo.
Sí, Paula lo sabía. Y dado que él estaba siendo sincero con ella, se vió en la necesidad de corresponder.
—Y la razón por la que estuve «fría», como has dicho, fue porque al besarte sentí cosas que nunca había sentido antes y con todo lo que me está pasando, lo último que necesito es un amante. ¿Y ahora pretendes que acepte a un marido, Pedro?
—Sí, pero sólo porque así dejarás de tener los problemas que tienes. Y me gustaría que nos acostásemos juntos, pero esa decisión te la dejo a tí. No voy a presionarte para que hagas algo que te incomode, pero seguramente sabes que, si vivimos bajo el mismo techo, tarde o temprano acabará sucediendo.
Paula tragó saliva. Sí, lo sabía. Si se casaba, se solucionarían sus problemas y, como Pedro había dicho, él también obtendría lo que deseaba: ser copropietario de la finca y dueño de Hércules. Ambos saldrían ganando de esa situación. Pero aun así...
—Tengo que pensarlo, Pedro. Tu proposición me parece buena pero tengo que estar segura de que es la solución adecuada.
—¿Cuánto tiempo crees que necesitarás para pensarlo?
—Como mucho una semana. Para entonces ya tendré una respuesta —y deseó por encima de todas las cosa que fuese la correcta.
—Vale, me parece bien.
—¿No estás saliendo con nadie? —preguntó ella, porque necesitaba asegurarse.
—No. Créeme. No podría estar con alguien y besarte de la forma en que lo hice el otro día.
La mención del beso le hizo recordar ese día y la facilidad con que sus labios se habían amoldado a los de él. Había percibido enseguida su pasión, y algunas de las cosas que le había hecho con la lengua casi le hacen perder la cabeza. El cuerpo de Paula se estremecía en secreto por la intensidad de aquellos recuerdos. ¿Y esperaba que viviesen bajo el mismo techo sin acostarse? Definitivamente, era una expectativa nada realista por su parte. Desde que se besaron, estar bajo el mismo techo el tiempo que fuese era una bomba de relojería pasional que tarde o temprano estallaría y ambos lo sabían. Ella lo miró desde el otro lado de la mesa y se le encogió el estómago. Él la estaba mirando igual que aquel día justo antes de besarla. Y ella le había devuelto el beso. Se había acoplado a su boca y había disfrutado de cada segundo.
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