jueves, 19 de octubre de 2017

Propuesta: Capítulo 7

—Las  dejamos que se lo crean porque poco  a  poco  nos  van superando en número. Aunque Camila está en Australia, sigue teniendo voz y voto. Cuando se le pide que opine, se pone del lado de las mujeres.

—¿Decidís las cosas por votación?

—Sí,  creemos  en  la  democracia.  La  última vez que lo  hicimos fue  para  decidir  dónde  sería la cena  de  Navidad.  Normalmente  se  celebra  en  casa  de  Federico porque  era la antigua casa familiar, pero estaban renovando la cocina, así que decidimos por votación ir a la de Diego.

—¿Todos tienen casa?

—Sí.  Al  cumplir  los  veinticinco,  todos  heredamos  cuarenta  hectáreas.  Me  divirtió mucho bautizar mi finca.

—¿La tuya es Casa de Pedro, verdad?

—Así es.

Mientras él  le hablaba,  el cuerpo  de Paula había  estado  reaccionando  al  sonido  de  su  voz  como  si  tuviese  el  cometido  de  captar  todos  y  cada  uno  de  sus  matices.  Inspiró con fuerza y empezaron a conversar de nuevo, pero esta vez sobre la familia de  ella.  Él  había sido  sincero  al  hablarle  de  su  familia,  así  que  ella decidió  serlo  también sobre la suya.

—Mis  padres  y  yo  no  estamos  tan  unidos  y  no  recuerdo  ningún  momento  en  que  lo  estuviésemos.  No  están  de  acuerdo  con  que  me  haya  trasladado  aquí  —dijo,  preguntándose por qué quería compartir con él hasta el último detalle.

—¿Tienes más familia, primos?

—Mis padres eran hijos únicos. Tío Antonio tiene un hijo y una hija, pero no he tenido contacto con ellos desde la lectura del testamento. El tío sólo hablaba conmigo cuando pensaba que iba a vender el rancho y el ganado a su amigo.

Cuando la camioneta se detuvo frente a un enorme edificio, ella tuvo que secarse las lágrimas de lo mucho que se había reído con el relato de los líos en que se metía la menor de los Alfonso.

—No puedo imaginar que tu prima Romina—que a ella le parecía tan inocente— fuese tan camorrista de pequeña.

Pedro se echó a reír.

—Eh, no te dejes engañar por ella. Los primos Marcos y Adrián están en Harvard y Gabriel se alistó en la Marina. Le pedimos a Romina que se quedase en la universidad local para poder tenerla vigilada —se echó a reír y luego añadió—: Y aquello fue un error, porque al final fue ella la que empezó a controlarnos a nosotros.

Cuando  Pedro apagó  el  motor  de  la  camioneta, ella contempló  a  través del parabrisas el edificio que se alzaba ante ellos.

—¿Pero esto es un restaurante?

—No. Es Blue Ridge Management, la compañía que mi padre y mi tío fundaron hace unos cuarenta años. Cuando ellos murieron, Federico y Diego se hicieron cargo de  la  empresa,  pero  Diego decidió  finalmente  convertirse  en  criador  de  ovejas  y  Fede es  ahora  el  director  ejecutivo.  Mi  hermano  Nicolás tiene  un  puesto  en  la  directiva. Mis primos Pablo y Leonardo, al igual que yo, estuvimos trabajando para la empresa  cuando  terminamos  nuestros  estudios  universitarios,  pero  el  año  pasado  decidimos  montar  Montana  Alfonso y dedicarnos a  entrenar y criar  caballos.  Digamos que el  trabajo  de  oficina nunca fue nuestro fuerte.  Como Diego,  preferimos trabajar al aire libre.

Ella asintió y siguió su mirada hasta el edificio.

—¿Y vamos a comer aquí?

—Sí,  conservo  aquí  mi  despacho  y  de  vez  en  cuando  vengo  a  hacer  negocios.  He avisado de que veníamos y la secretaria de Fede ya se ha ocupado de prepararlo todo. Poco después  caminaban  por  el  enorme  vestíbulo de Blue Ridge Land  Management. 

Tras  detenerse  en  el  control  de  seguridad,  tomaron  el  ascensor  para  acceder a la planta de los ejecutivos. Pedro la  sorprendió  tomándola  del  brazo  y  conduciéndola   hacia  una serie de  despachos para detenerse en uno en concreto que llevaba su nombre en la puerta.  A ella le latía con fuerza el corazón.  Aunque él no la había calificado  como  tal,  para Paula aquella comida no dejaba de ser una cita. La idea se vió reforzada cuando él abrió la puerta y vió la mesa preparada para el almuerzo. La habitación era espaciosa y desde ella se veía todo Denver.

—Pedro, la mesa y la panorámica son preciosas. Gracias por invitarme a comer.

 —De nada —dijo él, ofreciéndole una silla.

—Abajo hay  un  restaurante enorme para  los  empleados,  pero  pensé  que  aquí  tendríamos más intimidad.

—Muy atento por tu parte.

«Lo he hecho por razones puramente egoístas», pensó Pedro mientras se sentaba frente a ella. Le gustaba tenerla para él solo. Aunque no solía beber té, siempre estaba deseando  visitarla para sentarse a charlar con ella.  Disfrutaba de su  compañía.  La  miró y sus miradas se encontraron. La reacción que tenían ambos con respecto al otro siempre  le  sorprendía,  porque  era  natural  y  descontrolada  al  mismo  tiempo.  No podía detener  el  calor que fluía por su cuerpo  en  aquel  momento,  ni  aun  proponiéndoselo.  Lentamente, ella rompió el contacto visual para bajar la mirada al plato. Cuando volvió a mirarle, sonreía.

—Espaguetis.

Él no pudo evitar devolverle la sonrisa.

—Sí.  Recuerdo que el otro  día comentaste  lo  mucho  que  te  gustaba  la  comida  italiana.

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