—Las dejamos que se lo crean porque poco a poco nos van superando en número. Aunque Camila está en Australia, sigue teniendo voz y voto. Cuando se le pide que opine, se pone del lado de las mujeres.
—¿Decidís las cosas por votación?
—Sí, creemos en la democracia. La última vez que lo hicimos fue para decidir dónde sería la cena de Navidad. Normalmente se celebra en casa de Federico porque era la antigua casa familiar, pero estaban renovando la cocina, así que decidimos por votación ir a la de Diego.
—¿Todos tienen casa?
—Sí. Al cumplir los veinticinco, todos heredamos cuarenta hectáreas. Me divirtió mucho bautizar mi finca.
—¿La tuya es Casa de Pedro, verdad?
—Así es.
Mientras él le hablaba, el cuerpo de Paula había estado reaccionando al sonido de su voz como si tuviese el cometido de captar todos y cada uno de sus matices. Inspiró con fuerza y empezaron a conversar de nuevo, pero esta vez sobre la familia de ella. Él había sido sincero al hablarle de su familia, así que ella decidió serlo también sobre la suya.
—Mis padres y yo no estamos tan unidos y no recuerdo ningún momento en que lo estuviésemos. No están de acuerdo con que me haya trasladado aquí —dijo, preguntándose por qué quería compartir con él hasta el último detalle.
—¿Tienes más familia, primos?
—Mis padres eran hijos únicos. Tío Antonio tiene un hijo y una hija, pero no he tenido contacto con ellos desde la lectura del testamento. El tío sólo hablaba conmigo cuando pensaba que iba a vender el rancho y el ganado a su amigo.
Cuando la camioneta se detuvo frente a un enorme edificio, ella tuvo que secarse las lágrimas de lo mucho que se había reído con el relato de los líos en que se metía la menor de los Alfonso.
—No puedo imaginar que tu prima Romina—que a ella le parecía tan inocente— fuese tan camorrista de pequeña.
Pedro se echó a reír.
—Eh, no te dejes engañar por ella. Los primos Marcos y Adrián están en Harvard y Gabriel se alistó en la Marina. Le pedimos a Romina que se quedase en la universidad local para poder tenerla vigilada —se echó a reír y luego añadió—: Y aquello fue un error, porque al final fue ella la que empezó a controlarnos a nosotros.
Cuando Pedro apagó el motor de la camioneta, ella contempló a través del parabrisas el edificio que se alzaba ante ellos.
—¿Pero esto es un restaurante?
—No. Es Blue Ridge Management, la compañía que mi padre y mi tío fundaron hace unos cuarenta años. Cuando ellos murieron, Federico y Diego se hicieron cargo de la empresa, pero Diego decidió finalmente convertirse en criador de ovejas y Fede es ahora el director ejecutivo. Mi hermano Nicolás tiene un puesto en la directiva. Mis primos Pablo y Leonardo, al igual que yo, estuvimos trabajando para la empresa cuando terminamos nuestros estudios universitarios, pero el año pasado decidimos montar Montana Alfonso y dedicarnos a entrenar y criar caballos. Digamos que el trabajo de oficina nunca fue nuestro fuerte. Como Diego, preferimos trabajar al aire libre.
Ella asintió y siguió su mirada hasta el edificio.
—¿Y vamos a comer aquí?
—Sí, conservo aquí mi despacho y de vez en cuando vengo a hacer negocios. He avisado de que veníamos y la secretaria de Fede ya se ha ocupado de prepararlo todo. Poco después caminaban por el enorme vestíbulo de Blue Ridge Land Management.
Tras detenerse en el control de seguridad, tomaron el ascensor para acceder a la planta de los ejecutivos. Pedro la sorprendió tomándola del brazo y conduciéndola hacia una serie de despachos para detenerse en uno en concreto que llevaba su nombre en la puerta. A ella le latía con fuerza el corazón. Aunque él no la había calificado como tal, para Paula aquella comida no dejaba de ser una cita. La idea se vió reforzada cuando él abrió la puerta y vió la mesa preparada para el almuerzo. La habitación era espaciosa y desde ella se veía todo Denver.
—Pedro, la mesa y la panorámica son preciosas. Gracias por invitarme a comer.
—De nada —dijo él, ofreciéndole una silla.
—Abajo hay un restaurante enorme para los empleados, pero pensé que aquí tendríamos más intimidad.
—Muy atento por tu parte.
«Lo he hecho por razones puramente egoístas», pensó Pedro mientras se sentaba frente a ella. Le gustaba tenerla para él solo. Aunque no solía beber té, siempre estaba deseando visitarla para sentarse a charlar con ella. Disfrutaba de su compañía. La miró y sus miradas se encontraron. La reacción que tenían ambos con respecto al otro siempre le sorprendía, porque era natural y descontrolada al mismo tiempo. No podía detener el calor que fluía por su cuerpo en aquel momento, ni aun proponiéndoselo. Lentamente, ella rompió el contacto visual para bajar la mirada al plato. Cuando volvió a mirarle, sonreía.
—Espaguetis.
Él no pudo evitar devolverle la sonrisa.
—Sí. Recuerdo que el otro día comentaste lo mucho que te gustaba la comida italiana.
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