Paula salió del metro en dirección a su trabajo. La despedida de su familia había sido triste y difícil. Y tenía que reconocer que se sentía sola y echaba de menos a Pedro.En su despacho, se sentó y miró a su alrededor.¿Qué estaba haciendo allí? Esperar. Llevaba toda la vida esperando.Entonces, le sonó el móvil. Era su hermano Gonzalo.
—Hola, siento molestarte en el trabajo, pero necesitamos que vuelvas.
—¿Por qué? ¿Qué pasa?
—Los hermanos Alfonso me han ofrecido pinchar en su club. Será mi primera gala. Quiero que estés. Es muy importante para mí. Será este fin de semana.
—De acuerdo, veré lo que puedo hacer —repuso ella, pensando que debía ir.
Después de colgar, Paula se dijo que, si iba a Miami, quería ver a Pedro. Necesitaba verlo. Tomó el teléfono para marcar su número, pero se quedó paralizada.¿Qué iba a decirle? ¿Que lo echaba de menos? Desde que había llegado a Nueva York, había estado solo sobreviviendo, como unalma en pena… En ese momento, su jefe entró en el despacho.
—Parece que estás ponderando algo importante.
—Así es. Creo que voy a dimitir.
—¿Por qué?
—Este no es mi lugar, Luis. Tengo que volver a Miami.
—No debí dejar que mi mejor abogada se fuera al sol de Miami mientras aquí todavía es invierno…
—No es por el tiempo. Es por mi corazón. Lo dejé allí y no puedo seguir viviendo sin él.
—Eso puedo entenderlo —aseguró su jefe—. Al menos, ¿Puedes terminar el caso que tienes a medias?
Paula se puso manos a la obra, llena de energía por primera vez desde que había vuelto a Nueva York. Decidió que iría el fin de semana para asistir a la gala de Gonzalo y, así, podría hablar con Pedro antes de mudarse a Miami de forma definitiva.
Pedro se bajó del avión privado que le había prestado uno de los amigos de Diego. Volar a Miami había sido su última opción. Sabía que no podía pasar ni un día más sin Paula. Sabía que ella era la mujer quenecesitaba para ser feliz. La necesitaba como el aire que respiraba. Incluso había decidido que, si no podía convencerla de que volvería a Miami con él, se mudaría a Manhattan con ella. Estaba seguro de que estaban hechos el uno para el otro. Solo tenía que convencerla de ello.
Poco después, llegó a la oficina donde Paula trabajaba y preguntó por ella en recepción. Tras preguntarle si tenía una cita y hacerle esperar un momento, la recepcionista le indicó el camino a su despacho.
Paula se retocó el maquillaje, nerviosa. No podía creer que Pedro estuviera allí. Pedro… Cuando lo vió entrar, se quedó anonadada. Estaba más guapo que nunca. Se contuvo para no echarse a sus brazos. Pero necesitaba un abrazo. No había podido dormir bien desde que lo había dejado, había echado demasiado de menos sus fuertes brazos rodeándola.
—Hola —dijo ella.
—Gracias por aceptar verme.
—Era lo menos que podía hacer —repuso ella, pensando que estaba dispuesta a hacer todo lo que él quisiera con tal de que la perdonara por haberse marchado.
—¿Por qué te escapaste?
—Tenía miedo. No quería dejar que me hicieras daño —reconoció ella.
Al mirarlo, supo que era el hombre que amaba. Comprendió el dolor que le había causado al irsede esa manera.
—Lo siento —dijo él—. Siento que creyeras que tenías que irte así.
—Me importas… Te amo, Pedro, pero no estoy segura de poder confiar en ningún hombre. Me fui porque mi deseo de quedarme era demasiado grande.
—¿Me amas?
Ella asintió. No podía negarlo.
—Sí.
—Pues yo he venido para que sepas que no voy a consentir que vuelvas a dejarme.
—¿Por qué?
—Porque te quiero.
Ella corrió a sus brazos y lo besó, sin poder controlar las lágrimas.
—Eres la única mujer a la que he amado en mi vida —confesó él—. Te necesito, Pau.
—Y yo a tí, Pepe. Eres un sueño hecho realidad.
—Bien. Pues vayámonos de aquí para que pueda hacerte el amor. Pero antes… quiero que me respondas una pregunta.
—¿Sí? —replicó ella, conteniendo el aliento.
—¿Quieres casarte conmigo?
—¿Estás seguro?
Pedro se sacó del bolsillo un anillo que había mandado hacer para ella.
—Sí, quiero.
Ambos se abrazaron con toda su pasión. Pedro la había recuperado y, de ninguna manera, permitiría que volvieran a separarse.
Paula había atado todos los cabos sueltos en su trabajo de Nueva York y estaba lista para mudarse. Ese día, bajo el cálido sol de Miami, estaban celebrando su compromiso con Pedro en casa de sus abuelos.
—¿Cómo está mi prometida? —preguntó él, rodeándola por la cintura.
—Bien. Me siento en mi hogar.
—Podemos volver a Nueva York si quieres. Podría abrir un club Luna Azul allí.
—No, Pepe. Quiero quedarme aquí —repuso ella, mirándolo a los ojos—. Gracias por haberme devuelto lo que creía perdido para siempre.
—¿El qué?
—Mi familia y mis raíces.
—Creo que los dos hemos salido ganando.
—Y yo —repuso ella, poniéndose de puntillas para besarlo.
—Te dije que era un buen hombre —comentó su abuela cuando pasó a su lado.
—No dijiste solo eso —replicó Paula con una sonrisa.
—¿Qué más dijo? —quiso saber Alfredo.
—¡Que tienes un buen trasero!
Pedro se sonrojó, ante las risas de todos los presentes.
—Creo que les gustas —le susurró Federico a su hermano.
—Y ellos a mí —aseguró Pedro y abrazó a Paula—. Te amo —le musitó al oído.
—Y yo te amo a tí, Pedro Alfonso.
FIN
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