jueves, 12 de octubre de 2017

Inevitable Atracción: Capítulo 39

Paula colgó. Ya sabía que sus abuelos habían llegado a un acuerdo con Luna Azul.Solo le quedaban unas pocas cosas por hacer antes de irse a casa.

Ya era hora de marchar. Estaba empezando a olvidarse de su vida en Nueva York.Había vuelto a sus hábitos de Miami, desayunando con sus abuelos, pasando las tardescon su hermano y disfrutando de una vida idílica.  Pero no era realista. Si se mudara allí, tendría que trabajar durante todo el día, como hacía en Nueva York. ¿Y por qué iba a mudarse? ¿Por su familia… o por Pedro? Al volante, se dirigió al hotel. Meneando la cabeza, tuvo que reconocer que Pedro había cambiado su forma de ver la vida. Ya no era la joven de veinte años que había dejado su hogar con el rabo entre laspiernas. Ayudar a sus abuelos a recuperar su tienda y quedarse en el nuevo mercado le había servido para disipar su sentimiento de culpa. Apoyando la cabeza en el volante, se sintió vulnerable, al pensar que Pedro le había ayudado a conseguirlo. Él le había ayudado a arreglar las cosas, en lo que se refería asus abuelos. Y a sí misma. Al fin, se había librado de la negra sombra de la culpabilidadque había cargado durante tanto tiempo. Levantó la cabeza. Tenía que volver al hotel y cambiarse para llegar a tiempo. No estaba preparada para estar enamorada de Pedro Alfonso. No estaba lista paraenfrentarse a un futuro con él… en el caso de que él lo quisiera. ¿Y que pasaba si no era así? Tenía que irse cuanto antes, pensó y, nada más llegar al hotel, se  fue a suhabitación, hizo las maletas y llamó a un mozo. Necesitaba volver a Nueva York. Una vez que dejara atrás la fiebre tropical de Miami, volvería a ser la de antes y sus sentimientos por Pedro desaparecerían. A toda prisa, garabateó una nota para Pedro diciéndole que la necesitaban en su trabajo, y la dejó en recepción. Diez minutos después, estaba camino al aeropuerto. Sabía que a Justin le iba amolestar que se hubiera ido así y sus abuelos también se disgustarían. Pero tenía quehacerlo. Al menos, sabía que sus abuelos la querrían siempre de todos modos.



Pedro se recostó en su asiento ante el escritorio y miró la foto de sus hermanos y él con su padre. Esa imagen siempre le había ayudado a mantenerse centrado en el trabajo. Sin embargo, sabía que algo había cambiado en él. Estaba decidido a pedirle a Paula que se quedara en Miami. Paula  no era la clase de mujer con la que se podía uno limitar a tener una aventura. Sabía que no estaba listo para casarse, sin embargo, tenía que reconocer que ella significaba para él más que ninguna otra mujer. Aunque no quería admitirlo, se había enamorado. Y eso lo aterraba, pues no quería acabar siendo como su padre, una marioneta en manos de una mujer. Al mirar por la ventana, pensó en todas las cosas importantes que se había estado perdiendo antes de conocerla. Se había aislado a sí mismo en su trabajo. Y esa noche estaba decidido a dar el primer paso que le sacaría de su aislamiento.

Entonces, alguien llamó a su puerta.

—Adelante.

Federico entró con aspecto cansado y una botella de champán y dos copas en la mano.

—Creo que es hora de celebrarlo.

—Claro. He enviado el último contrato a nuestros abogados y todos los dueños de las tiendas me han dado su confirmación verbal. Las cosas han salido mejor de lo que esperaba, si te digo la verdad.

—Yo sabía que saldrían bien —aseguró Federico y abrió la botella.

—¿Viene Diego?

—No… No estoy seguro de qué está haciendo. Creo que está con Nadia.

—Está todo el rato con ella, ¿No? Se ha comprometido hasta el cuello.

—Sí, espero que a él no le afecte la maldición de los Alfonso. A los hombres de nuestra familia no se les dan bien las mujeres ni las relaciones.

—Por nuestro éxito —brindó Pedro, levantando su copa.

Ambos bebieron, mientras Pedro no podía dejar de pensar en Paula y en la maldición de los Alfonso.

—Respecto a la fiesta del décimo aniversario del club…

—Sí, podemos empezar a planear los detalles. Diego dice que todo está previsto para el concierto y la fiesta al aire libre.

—Excelente —repuso Federico—. Es lo que esperaba que dijeras.

—Lo sé. Eres aún más adicto al trabajo y más perfeccionista que yo.

—No es eso. Lo que pasa es que la empresa es mi prioridad.

—Ya —afirmó Pedro, apretándole el hombro a su hermano con cariño—. Pero ahora Diego y yo somos adultos y podemos ayudarte. Podrías relajarte.

—Me cuesta tanto relajarme… Precisamente, estaba pensando en  tomarme unos días libres.

—¿Es por una mujer? —preguntó Pedro, mirándolo con curiosidad.

—Tal vez. ¿Por qué lo dices?

—Porque a mí me pasa lo mismo. Paula Chaves.

—Ah, sí, por eso te mudaste al Ritz —comentó Federico—. Paula me gusta. Es lista y divertida. ¿Va a quedarse en Miami?

—Eso espero. Aunque no estoy seguro de que vaya a funcionar —reconoció Pedro—. Por la maldición de los Alfonso. Mira lo que le pasó a papá.

—Tú no eres como papá. Mira cómo has llevado a buen término las negociaciones con Paula, manteniendo tu vida personal aparte. Eres fuerte. Además, ella no es fría como nuestra madre, ¿A que no?

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