martes, 17 de octubre de 2017

Propuesta: Prólogo

—Buenas  noches,  señorita.  Me  llamo  Pedro Alfonso y  quisiera  darle  la  bienvenida a Denver.

Antes de que  llegara  a  girarse,  aquella  voz  profunda  y  masculina  hizo  que  a  Paula Chaves se  le  encogiera  el  estómago.  Entonces  alzó  la  vista  hasta  encontrase  con  sus  ojos  y  prácticamente  tuvo  que  obligarse  a  respirar.  Era  el  hombre  más  apuesto que había visto jamás. Durante  un  momento,  fue  incapaz  de  hablar  ni  de  controlar  los  ojos,  que  se  pasearon por su cuerpo disfrutando de todo lo que en él encontraron. Era alto, medía más de uno ochenta, y tenía los ojos de color marrón oscuro, los pómulos marcados y la mandíbula cincelada. Pero nada podía ser más atractivo que sus labios y la forma que éstos tenían. Eran sensuales. Suntuosos. Había  dicho  que  era  un  Alfonso,  y  como  era  un  baile  a  beneficio  de  la  Fundación Alfonso, pensó que él era uno de esos Alfonso. Asió la mano que él le tendía y, en cuanto lo hizo, chispas de calor le recorrieron la espalda.

—Y yo me llamo Paula Chaves, pero prefiero que me llamen Pau.

Él amplió la sonrisa lo suficiente como para que a Paula le hirviese la sangre en las venas.

—Hola, Pau.

La forma en  que pronunció  su  nombre  le  resultó  tremendamente  atractiva.  Pensó que tenía una sonrisa embriagadora y decididamente contagiosa, razón por la que no le costó devolvérsela.

—Hola, Pedro.

—Antes que nada, quiero  que  aceptes  mis  condolencias  por  la  muerte de tu abuelo.

—Gracias.

—Y  espero  que  ambos  podamos  conversar  sobre  el  rancho  que  acabas  de  heredar.  Si  decides  venderlo,  me  gustaría  hacerte  una  oferta  que  incluya  tanto  el  rancho como a Hercules.

Paula inspiró  con  fuerza.  Su  abuelo,  Roberto Chaves,  había  fallecido  el  mes  anterior  y  le  había  dejado  sus  tierras  y  un  semental  muy  preciado.  Había  visto  el  caballo  cuando  vino  a  la  ciudad  para  la  lectura  del  testamento  y  tenía  que  admitir  que era muy hermoso. Acababa de regresar a Denver desde Savannah el día anterior para resolver más trámites legales relacionados con la finca de su abuelo.

—Todavía no he decidido lo que voy a hacer con el rancho y ni con el ganado, pero  si  acabo  por  vender,  tendré  en  cuenta  tu  interés.  Aun  así,  he  de  advertirte  que  según mi tío Antonio hay otras personas interesadas.

—Sí, eso no lo dudo.

Apenas  había  acabado  la  frase  cuando  el  tío  de  Paula apareció  de  pronto  a  su  lado.

—Alfonso.

—Sr. Chaves.

 Paula percibió  enseguida  una  rivalidad  subyacente  entre  los  dos  hombres,  que  se hizo más obvio cuando su tío dijo en tono cortante:

—Es hora de irse, Paula.

—¿Irse? Pero si acabamos de llegar, tío Antonio.

Su tío le sonrió y la tomó del brazo.

—Sí,  querida,  pero  llegaste  ayer  a  la  ciudad  y  has  estado  muy  ocupada  resolviendo asuntos de negocios.

Con  una  ceja  arqueada  miró  a  su  tío  abuelo,  cuya  existencia  había  conocido  hacía tan sólo unas semanas.

—Buenas noches, Alfonso. Voy a llevar a mi sobrina a casa.

Apenas pudo despedirse de su anfitrión antes de que su tío la condujese hasta la puerta. Conforme avanzaban hacia la salida, no pudo evitar volverse y se topó con la mirada de Pedro. A juzgar por su dureza, no le había gustado la brusquedad de su tío. Y entonces descubrió que volvía a sonreír y no pudo evitar devolverle la sonrisa. ¿Estaba flirteando con ella? ¿O era ella la que flirteaba con él?

—Pedro Alfonso es  alguien  con  quien  no  debes  intimar,  Pau—dijo  Antonio Chaves en tono áspero al ver el intercambio de insinuaciones entre ambos.

—¿Por qué?

—Quiere  las  tierras  de  Roberto. No merece la pena conocer a ninguno de los Alfonso.  Creen que pueden hacer lo que les venga en gana en esta zona  —interrumpió  los  pensamientos  de  Paula al  decir—:  Son  muchos  y  tienen  muchas  tierras a las afueras de la ciudad.

—¿Cerca de donde vivía mi abuelo?

—Sí. De hecho, las tierras de Pedro Alfonso son linderas a las de Roberto.

—¿De verdad? —sonrió encantada al pensar que Pedro vivía en una finca pegada a las tierras que acababa de heredar. Técnicamente, eso lo convertía en su vecino. «No me extraña que quiera comprar la finca», pensó.

—Está muy bien que  quieras  vender  las  tierras  de  Roberto,  pero  yo  no  se  las  vendería a él bajo ninguna circunstancia.

Paula se tornó seria cuando su tío le abrió la puerta para que entrase en el coche.

—Todavía no  he decidido  lo  que  voy a  hacer con el  rancho,  tío  Antonio—le  recordó.

Él se rió.

—¿Qué  es  lo  que  tienes  que  decidir?  No  tienes ni idea de cómo se lleva un rancho. Una mujer de tu delicadeza, tu educación y tu refinamiento donde debe estar es en Savannah, y no aquí en Denver intentando administrar un rancho de cuarenta hectáreas y soportando crudos inviernos. Como te dije antes, conozco a alguien que quiere comprar la finca y el ganado. Sobre todo el semental, Hercules. Ofrece mucho dinero.  Piensa en todos los zapatos, vestidos y sombreros que podrás comprarte, por no hablar de una casa estupenda cerca del océano Atlántico.

Paula no dijo nada. Pensó que no era el momento adecuado para decirle que, en lo  que  a  ella respectaba, había mucho que decidir porque  ninguna de las cosas que había  mencionado le importaba en absoluto.  Se negaba a tomar una decisión tan rápida sobre su herencia. Cuando el coche de su tío salía del estacionamiento, ella se reclinó en el asiento de piel y recordó el momento exacto en que su mirada se había cruzado con la de Pedro Alfonso. Había habido entre ambos una conexión que sin duda no iba a olvidar jamás.

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