Cuando Pedro llegó al Ritz, la recepcionista le entregó la nota de Paula.
"Pedro:
Me ha surgido una emergencia en el trabajo y he tenido que irme. Gracias por tu trabajo en el mercado. Te deseo mucho éxito con tu proyecto. Siento irme sin verte, pero creo que así será más fácil. Me importas demasiado y ya no confío en mis propios sentimientos. Perdóname. Sé que, en el fondo, lo entenderás.
Cuídate. Paula"
Pedro se subió al coche como un loco y condujo sin rumbo, hasta que se encontró delante de la casa de Paula. Recordó la noche que habían hecho el amor allí y lo confundido que él se había sentido respecto a sus propias emociones. Sabía que ella estaba librando la misma batalla en su interior. Sin embargo, ella había decidido que cortar por lo sano sería la solución más sencilla. Para él, no lo era. Paula había conseguido todo lo que había querido y creía que podía dejarlo sin más. Se sentía utilizado… Pero no iba a consentir que Paula lo manipulara como a un muñeco.
A toda velocidad, condujo hasta su oficina. En su despacho, sacó los contratos y le pidió a su secretaria que le diera una lista de pequeños comercios locales que no estuvieran en el mercado. La ordenanza de urbanismo dictaba que tenía que ser comerciantes locales, pero no era obligatorio que fueran los mismos. Hizo una lista de nombres y llamó a su hermano para ponerle al día de los cambios.
—No vamos a cumplir el trato que hemos hecho con el comité —dijo Pedro—. Si quieren formar parte del mercado, tendrán que aceptar nuestras condiciones.
—¿Qué ha cambiado en las últimas dos horas? ¿Y qué dice Paula?
—No lo sé. Se ha vuelto a Nueva York.
—No puedes romper los tratos —le advirtió Federico tras un silencio—. Sé que estás furioso y te entiendo, pero no vamos a dejar que todo se venga abajo por culpa de una mujer.
—Sé que no es muy buena idea, Fede, pero quiero vengarme.
—Voy a la oficina. No hagas nada apresurado.
Tras colgar, Pedrose puso en pie. Estaba demasiado nervioso. Necesitaba descargar toda esa energía… El gimnasio, pensó. Le sentaría bien para calmarse. Una vez allí, se puso los auriculares y comenzó a correr en la cinta mecánica sin parar. Cuando había hecho tres kilómetros, su mente comenzó a tranquilizarse y se dió cuenta de que la venganza no era la mejor solución. No tenía sentido hacer daño a los hombres y mujeres del mercado y a Luna Azul,solo para llamar la atención de Paula.
En ese momento, su hermano Federico llegó.
—¿Cómo me has encontrado?
—Eres muy predecible, hermanito —repuso Federico, observándolo con atención—. ¿Te has calmado un poco?
—Sí, me he dado cuenta de que no puedo tirarlo todo por la borda solo por una mujer. Y también me he dado cuenta de que quiero estar con ella, Fede.
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