El contacto no debería haber significado nada. Pero bastó para que a Pedro le hirviera la sangre en las venas.
Enfadado, agarró con fuerza las riendas. Había cometido muchas estupideces en su vida, pero contratar a Paula las superaba a todas.
Necesitaba unas manos expertas para trabajar en el Two Rivers, no una mujer a la que había amado y a la que nunca había podido olvidar.
Cuando conoció a Paula, ella tenía dieciséis años y él veintitrés. Había sido amor a primera vista para ambos y él le había propuesto el matrimonio. Paula había aceptado, pero cuando se lo dijo a sus padres, éstos la subieron a una diligencia y la mandaron a Virginia a vivir con su abuela.
Pedro sufrió al verla marchar, pero creyó que Paula encontraría la manera de volver con él y mantuvo la esperanza, a pesar de que ella no respondió a sus cartas.
Al morir los padres de Paula, Pedro pensó que ya serían libres para casarse. Pero ella no regresó. Los meses se convirtieron en años y, finalmente, perdió la esperanza.
Debería haberla evitado, pero en cuanto volvió a verla supo que nunca podría mantenerse a distancia. Entre ellos quedaban demasiadas preguntas sin respuesta.
Elegante y refinada, no era la chica que él recordaba, sino una sofisticada dama que no se había ensuciado las manos en años. Al mirarla de reojo y verla tan erguida, pensó que su columna vertebral se quebraría si él le daba un susto.
Sin embargo, bajo aquella compostura seguía siendo la preciosa chica que lo había cautivado. Los rizos rubios le enmarcaban su rostro ovalado.
El vestido moldeaba su estrecha cintura y sus generosos pechos como si fuera una segunda piel. Y sus ojos azules despedían un sereno brillo de inteligencia que a Pedro le hacía desear saberlo todo de ella.
Había pasado mucho tiempo desde que el corazón le diera un vuelco semejante.
Maldición… estaba cayendo bajo su hechizo. No quería sentir nada por ella. Era una flecha envenenada. Una sirena. Sólo hacía un año que él había dejado de anhelar su regreso.
Sí, tendría que haber aceptado el dinero que Paula le ofrecía y haber acabado con los Chaves, pero el deseo y el orgullo le habían nublado el sentido común. Gonzalo Chaves y otros como él habían sido siempre un verdadero engorro.
El joven ranchero estaba asentado en una tierra rica y fértil, con agua suficiente para toda la vida. Pero en vez de aprovechar lo que tenía, lo estaba perdiendo todo.
El rancho Double H estaba condenado a la ruina, y a Gonzalo Chaves no parecía importarle.
Lo único que le importaba era causarle problemas a Pedro.
Gonzalo nunca lo había desafiado abiertamente, pero le hacía pagar mucho dinero por tener acceso al agua que fluía por las tierras de los Hanover, y cuando los compradores llegaban al pueblo se encargaba de difundir el rumor de que los caballos de Pedro eran inferiores.
No, los hombres como Gonzalo Chaves no sabían cómo dirigir sus propios asuntos, pero se alegraban de causarles problemas a hombres como Pedro, quienes sólo querían construir algo desde cero.
Pedro no iba a echarse atrás. Había superado demasiadas dificultades para reunir el dinero que necesitaba para su rancho.
Y si Paula Chaves quería tomar la medicina de su hermano, que así fuera. Le gustara o no, estaba obligada a aguantar los próximos catorce días.
Incluso si eso acababa con él.
Ya me enganchó esta historia Naty.
ResponderEliminarguuuauuuu 14 dias jajaja muero x leer q pasa
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