Ella se tragó el nudo de lágrimas que se le formó en la garganta al verlo.
—No, está bien —consiguió contestar.
Se dio cuenta de lo mucho que él se preocupaba por su hija, y eso hizo que se sintiera peor por todo lo que le había dicho.
—He venido a disculparme por lo que te dije esta tarde y a darte las gracias por salvarle la vida.
Pedro se sonrojó y bajó la cabeza.
—Ni tienes que disculparte. Tenías razón. Se fue por mi culpa.
Paula alargó una mano para tranquilizarlo, pero él no se movió, se quedó fuera de su alcance, y ella bajó la mano lentamente.
—No —replicó ella con desolación—. Fue una crueldad por mi parte reprochártelo.
Pedro pegó una patada a la paja, y el ternero salió corriendo hasta el rincón más apartado del establo.
—Sí fue por mi culpa —insistió él, que la miró a los ojos. Paula percibió un remordimiento que estuvo a punto de destrozarle el corazón—. Desperté una falsa esperanza en ella, en todos vosotros, y lo lamento muchísimo.
Lo que no había conseguido su mirada, estuvieron a punto de conseguirlo sus palabras.
—¿Falsa esperanza? —repitió ella mientras se agarraba a los tablones para no caerse—. ¿Así llamas a lo que hemos vivido?
Pedro se quitó el sombrero y se pasó los dedos entre el pelo con un gesto de desesperación.
—Sí.
Paula supo que estaba mintiendo. Lo que habían vivido juntos no tenía nada del falso. Un hombre tan honrado y recto como Pedro no podría fingir los sentimientos que había demostrado a todos sólo para acostarse con ella. Le dio mucha rabia que dijera algo así.
—Eres un cobarde.
Pedro la miró otra vez con los ojos amenazadoramente entrecerrados, pero la ira se le disipó.
—Efectivamente, lo soy, pero no quería hacerte daño, ni a ti ni a tus hijos.
Ella no sabía que las palabras pudieran clavarse tan profundamente.
—Creo, más bien, que no quieres que vuelvan a hacerte daño. ¿No crees que eso se aproxima más a la verdad?
Esas palabras impactaron muy cerca de la diana, y Pedro apretó los labios.
—Ya perdí una familia una vez —Pedro levantó el cubo—. No creo que pudiera sobrevivir si perdiera otra.
—¿Perdernos? —preguntó ella con desaliento—. ¿Por qué ibas a perdernos?
Pedro colgó el cubo de un gancho que había en un poste y se volvió hacia ella.
—Te oí hablar por teléfono con alguien de Houston —Paula comprendió, por el tono, que creía que había hablado con un hombre—. Te oí decir que te pensarías la idea de volver a Houston y que le decías «Te quiero». Paula se echó a temblar por la injusticia de todo aquello. Le sacaba de quicio que él tirara todo por tierra por una conversación que había oído a medias y sin pedirle ninguna explicación.
—Ese alguien de quien hablas es Florencia Farrow, y ella está en mi casa ahora mismo ocupándose de mis hijos. En cuanto que le dijera que me pensaría lo de volver a Houston, solo fue una forma de hablar. No tengo la más mínima intención de irme a Houston ni a ningún otro sitio. Temptation es nuestro hogar.
La explicación sorprendió a Pedro, y le avergonzó un poco, pero su decisión se mantuvo inalterable.
No podía soportar la imagen de Valentina agarrada a la rama de un árbol entre las aguas tumultuosas por su culpa. No podía permitir que el corazón lo arrastrara otra vez. El amor dolía demasiado.
—Da igual, Paula —Pedro sacudió la cabeza—. Lo mejor sería que dejáramos las cosas como están. No puedo meterme en vuestra vida otra vez.
—¿No puedes o no quieres?
—¡Paula! —exclamó él—. ¿No puedes darte cuenta de todo lo que he perdido? ¿Sabes cuánto me dolió perder a mi mujer y a mis hijos? No tienes ni idea.
Paula retrocedió un paso como si le hubiera dado una bofetada.
—¿No? —replicó ella con ojos desafiantes—. ¿Crees que eres el único que ha sufrido? Te olvidas de que yo también he pasado por un divorcio. Que yo lo solicitara no quiere decir que no me doliera —cerró los puños—. Amaba a Martín. Amaba a mis hijos y la vida que habíamos levantado juntos. Pero Pete no podía contentarse con una mujer. Tenía que tenerlas todas. ¿Sabes cuánto duele eso? ¿Sabes cuánto duele saber que tu marido está con otra mujer y que no puedes hacer nada? Nunca quise enamorarme de tí, Pedro. A mí también me aterraba volver a abrir mi corazón —se puso muy recta sin dejar de mirarlo a los ojos—. Pero ¿sabes una cosa? Estaba dispuesta a intentarlo contigo.
Antes de que él pudiera decir algo, se dio media vuelta y salió corriendo de las cuadras para montarse en la furgoneta.
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