Jorge soltó una carcajada.
–Claro… y los cerdos pueden volar. Ninguno de los hombres pudo dormir anoche. Paula Chaves es tan guapa que podría tentar al mismo diablo. Siempre lo fue y siempre lo será. Demonios, si yo fuera cinco años más joven también estaría hechizado.
Pedro arrojó el hacha a un lado y agarró su camisa, que estaba colgada en un clavo. Se secó el sudor de la frente y del pecho.
–Reconozco que es una mujer atractiva.
–Condenadamente atractiva –murmuró Jorge.
Irritado, Pedro se puso la camisa.
–¿Qué te ha pasado, viejo?
–Puede que sea viejo, pero no estoy muerto –dijo Jorge riendo.
Pedro esbozó una sonrisa, pero su buen humor se desvaneció enseguida.
–Ha cambiado.
–Tal vez sus ropas sean más elegantes, pero la chica que ví en la cocina era la misma que galopaba a pelo por las praderas.
Pedro cerró los ojos y rememoró los recuerdos. Llevaba menos de un mes en Upton cuando la vio por primera vez, montando un poni por el valle que separaba ambas tierras. Era como un potro salvaje, llena de fuerza y vida.
–Siempre pensé que volvería.
–Todos lo pensábamos –confirmó Jorge–. Pero reconozco que su madre sabía lo que hacía cuando la mandó al este. Cualquiera de esos novatos podría haberla cazado, y ya sabes lo leal que es Paula con su familia.
–Es una mujer adulta. Sus padres están muertos. Ya puede tomar sus propias decisiones.
–La familia es algo muy poderoso, Pedro. No la subestimes.
–¿Cómo puedo luchar contra algo que no entiendo?
Jorge encendió una cerilla y prendió el extremo del cigarrillo. Una espiral de humo se elevó alrededor de su cabeza.
–Tal y como yo lo veo, Paula Chaves te debe trece días más de cocina. Eso es tiempo suficiente.
–Me dijo ayer que iba a regresar a Virginia para casarse con un tipo llamado Lucas.
Jorge soltó un bufido.
–Paula es parte de Texas. En el este se marchitaría y moriría. Y sé que no podría amar a ningún dandy de la ciudad.
–¿Por qué no vino antes? ¿Por qué no escribió? Una simple carta hubiera bastado para mantener mi esperanza.
Jorge miró fijamente la punta del cigarrillo.
–¿Alguna vez has pensado en preguntárselo?
–No.
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