—¿Cómo dices?
Agustín, encantado de saber algo que Pedro no sabía, se dejó caer en el respaldo de la butaca.
—Lo que oyes. He visto el anuncio en el escaparate del colmado. Va a montar un servicio de contabilidad —desvió la mirada hacia el peluquero—. ¡Daniel! ¿Vas a tardar mucho?
—Ten paciencia, Agustín. No querrás que le corte la oreja a Lou…
Agustín se levantó.
—Creo que voy a comprobar el correo. Ya volveré cuando no haya tanta gente.
—No sé por qué me lo cuentas —replicó Daniel—. No soy tu secretaria.
Agustín le dio un codazo a Pedro.
—Te espanta el papeleo, ¿verdad? A lo mejor deberías llamar a Paula para que se ocupara de tus cuentas…
Pedro frunció el ceño, y él se fue con una sonrisa por saber que era el último en reírse.
Una semana después, Pedro no paró de repetirse que si iba a casa de Paula con una caja llena de documentos, no era por culpa de Agustín. No necesitaba una excusa para verla; aunque tampoco necesitaba verla, naturalmente. Sólo quería que alguien le llevara el papeleo. Era un ranchero, no un maldito contable. No podía perder el tiempo con balances, ingresos, gastos e impuestos. Además, supuso que le vendría bien el trabajo. No creía que en Temptation hubiera mucha gente que solicitara el trabajo de una contable. Él, desde luego, prefería pagarle a ella que al contable de San Antonio.
Agarró la caja y se dirigió hacia la casa de Paula, convencido de que le hacia un favor enorme al solicitarle sus servicios. Llamó a la puerta y esperó silbando una canción que acababa de oír. Paula abrió con una sonrisa.
—¡Vaya, si es nuestro héroe! —abrió la puerta de par en par—. ¿Qué te trae por aquí a estas horas? ¿No tienes que marcar ninguna vaca o salvar a alguna damisela en peligro?
Pedro sonrió por la broma y le gustó el cambio en Paula. Desde que salvó a Valentina, ella estaba más franca con él, más simpática.
—He venido por motivos de trabajo. He visto tu anuncio en el escaparate del colmado y he pensado que iba a darte un poco de trabajo.
—Bueno, en ese caso, pasa.
Paula lo llevé al despacho que había montado donde estuvo la sala de su tía Harriet. Se sentó detrás de la mesa, y Pedro dejó la caja encima. Ella la miró con asombro.
—¿Qué es todo esto?
—Mis documentos.
Paula levantó unas facturas manchadas de café, entre otras cosas.
—¿Llamas documentos a esto? —preguntó ella con tono de incredulidad.
—Sí, señora —contestó él con cierto orgullo—. Están todas las facturas, recibos y extractos de los bancos que he recibido este año.
Paula rebuscó y sacó el extracto de un banco. Tenía fecha del 23 de marzo y el sobre estaba cerrado. Lo miró con recelo.
—¿Cuándo fue la última vez que pusiste al día tu contabilidad?
—No lo sé —Pedro se encogió de hombros evitó mirarla—. Como hace un mes.
Ella sacudió el sobre.
—Estamos casi en julio. Este sobre tiene fecha de marzo y está cerrado.
Pedro frunció el ceño. No le gustaba que le recordaran su inutilidad para llevar las cuentas al día.
Había ido a ofrecerle trabajo, no a que le echara un rapapolvo.
—Ya… Es posible…
Paula se inclinó sobre la mesa hasta que su cara estuvo a unos centímetros de la de él.
—Confiesa, Pedro, ¿cuánto retraso llevas?
Él bajó la mirada y jugueteó con la alfombra.
—Bueno, para ser sincero, no hago nada. Lo echo todo en esta caja y cuando llega el momento se la llevo a mi contable, que me dice los impuestos que tengo que pagar.
Paula miró la caja, frunció los labios e intentó calcular lo que le cobraría su empresa de Houston por ese trabajo.
—Supongo que te cobrará una pequeña fortuna.
Pedro resopló al acordarse de la factura que le pasó el año anterior.
—Supones bien.
Paula estuvo tentada de devolverle la caja sólo de pensar en la pesadilla de ordenar todo aquello, pero necesitaba trabajo y sabía que, si lo hacía bien con Pedro, podría utilizarlo de referencia.
—Va a salirte caro —le avisó ella.
—Nada me ha salido gratis.
—De acuerdo… —Paula vaciló un instante—. Ya tienes contable, pero también tienes que traerme todo los recibos, extractos de bancos y facturas una vez a la semana. Te cobraré por horas y te mandaré una factura a finales de cada mes— volvió a mirar la caja y sacudió la cabeza—. Pero prepárate, la primera factura va a ser bastante cuantiosa.
—Me doy por avisado —Pedro sonrió y extendió la mano—. Es un placer hacer negocios con usted, señora.
Paula, contra su voluntad, se rió y le estrechó la mano.
—A lo mejor no piensas lo mismo cuando recibas la factura.
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