jueves, 3 de septiembre de 2015

Tuyo Es Mi Corazón: Capítulo 15

Pedro supuso que no querría que lo llevara en volandas como a su hermana, y separó dos de los alambres para que pasara entre ellos.
—Si te parece bien, Paula, he pensado que Felipe y yo podríamos limpiar el trozo que hay junto a la carretera delante de tu casa. Hace tiempo que no mandan a nadie por allí.
Ella frunció el ceño por el cambio de planes, pero se encogió de hombros al pensar que aún así podría vigilarlos.
—Me parece bien.
Pedro  asintió con la cabeza y se volvió hacia Felipe, que estaba subiéndose al escalón del tractor.
—¡Felipe! —gritó Paula—. Obedece a Pedro y no toques nada hasta que él te deje.
Felipe, con una sonrisa radiante, asomó la cara fuera de la cabina.
—Sí, lo prometo.
Desapareció otra vez, Pedro cerró la portezuela y Paula volvió a quedarse junto a la cerca retorciéndose las manos. Se dio cuenta de lo que estaba haciendo y dejó caer las manos mientras se decía que no pensaba pasarse el día mirando como ese estúpido tractor iba de un lado a otro.
—Bueno, ¿qué quieres hacer? —le preguntó Valentina.
—¡Prepararemos algo de comida! —se le ocurrió de repente—. Cuando vuelvan los chicos, iremos a ese sitio que te comentó Pedro para hacer un picnic.
—¡Yupi! —gritó Valentina.
 
Pedro paró el tractor en el camino del costado de la casa para dejar a Felipe y se quedó atónito al ver que Paula y Valentina se acercaban con unas cestas. Esperaron mientras se paraba el motor y se acercaron cuando él se bajó.
—Vaya, parecéis dos gatos que se han comido un canario —dijo él mientras se quitaba el sombrero y se secaba la frente—. ¿Qué han estado haciendo?
—Hemos cocinado —contestó Valentina con orgullo—. Hemos frito pollo, hemos hecho huevos duros y una ensalada de patata y vamos a hacer un picnic en el sitio que me enseñaste al lado del riachuelo.
—¿De verdad?—Pedro arqueó las cejas—. Me parece una idea sensacional —se volvió para ayudar a Felipe y lo dejó en el suelo—. Bueno, en ese caso, me iré a casa. Que lo pasen muy bien.
—¡Pedro, espera!
Él se paró al oír la voz de Paula y se dio la vuelta.
Ella tragó saliva y tomó aliento con las mejillas abrasándole por la vergüenza que le daba invitarlo.
—Nos gustaría que nos acompañaras… si tienes un rato libre.
Pedro esbozó media sonrisa. Estaba encantado de que contaran con él.
—Encontraré un rato. Tengo una idea. Dejaré el tractor en casa, ensillaré el poni y mi caballo y me encontraré con vosotros en el riachuelo. Así podré cumplir la promesa que le hice a Valentina.
A Paula no le hacía ninguna gracia que Valentina  se montara en un poni, pero asintió con la cabeza.
—Muy bien…
 
Paula y Felipe siguieron a Valentina hasta una zona que Pedro no había podido limpiar de hierbajos. Unas rocas enormes se levantaban como castillos al sol. Paula extendió la manta a la sombra de un roble junto al riachuelo. Los niños fueron a tirar piedras al agua, y ella empezó a poner la comida en la manta.
Valentina  se cansó pronto de tirar piedras y empezó a escalar las rocas y a pasar de una a otra con los brazos en cruz para mantener el equilibrio. Pedro la vio desde la elevación y sonrió por las ocurrencias de la niña. Paró para mirar y devolvió el saludo con la mano que le lanzó ella cuando lo vio. Se dirigió hacia allí con la intención de llevarla montada en el poni hasta donde estaba Paula, pero estuvo a punto de caerse al suelo cuando su caballo se encabritó repentinamente.
—Tranquilo… —Pedro agarró las riendas con firmeza.
Entonces, oyó el cascabeleo. Buscó entre las rocas y vio la serpiente a pocos metros de donde Valentina estaba esperándolo. Soltó las riendas del poni y azuzó a su caballo. Paula notó que la tierra retumbaba debajo de sus rodillas y levantó la cabeza. Vió que Pedro galopaba a toda velocidad.
—¿Qué pasa? —se preguntó en voz alta mientras se ponía una mano de visera.
Observó que Valentina estaba en el saliente de una roca baja, se levantó de un salto, convencida de que él iba a derribarla.
—¡Vas a matarla! —gritó.
¿Se había vuelto loco? Tenía que avisar a su hija antes de que los cascos del caballo la aplastaran.
—¡Valentina! ¡Corre!
Paula se tropezó y se cayó. Volvió a levantarse.
—Val…entina…
Ya era demasiado tarde. El caballo se acercó aterradoramente a su hija y la tapó. Paula, incapaz de ver cómo moría aplastada, cayó de rodillas con las manos en la cara.
Sonó un disparo que retumbó entre los árboles. Paula levantó la cabeza y vio a Pedro con un rifle entre los brazos y Valentina  en la silla de montar delante de él. Se levantó entre temblores.
—¡Valentina! ¡Vale… ntina…!
Corrió hasta el caballo, arrebató a Valentina de los brazos de Pedro, la estrechó contra el pecho y se alejó de él.
—¿Te has vuelto loco? —podrías haberla matado.
Valentina rodeó el cuello de su madre con los brazos, y sus lágrimas le mojaron la mejilla.
—No pasa nada —la tranquilizó Paula—. Ya estás conmigo.
—Mamá… —dijo Valentina entre gimoteos—. Era una serpiente que iba a morderme.
Paula levantó la mirada y se encontró con la de Pedro.
—¿Una serpiente…?
Valentina se apartó un poco para mirarla.

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