martes, 15 de septiembre de 2015

Tuyo Es Mi Corazón: Capítulo 33

Pedro colocó el tractor y empujó la palanca que bajaba la bala de paja. Las vacas rodearon la bala con mugidos. La lluvia había convertido el pasto en un barrizal. Frunció el ceño al ver los surcos que había hecho el tractor. Tendrían que pasar algunos días antes de que el suelo se secara y pudiera alisarlo otra vez. Le pareció oír un bocinazo. Levantó la cabeza para mirar por el parabrisas y vió la furgoneta de Paula, que se acercaba a toda velocidad.
—¿Qué le pasa? —se dijo en voz baja.
Ella se paró junto a la cerca y se bajó de la furgoneta, agitando los brazos por encima de la cabeza. Pedro comprendió que estaba pasando algo y puso el tractor en marcha para dirigirse hacia ella a través del barro. Cuando estuvo cerca, vió lágrimas en los ojos de Paula y que se retorcía las manos nerviosamente. Frenó y saltó del tractor.
—¿Qué pasa? —le preguntó antes de saltar la cerca.
—Valentina… —Paula sollozó—. Se ha ido.
—¿Se ha ido? —Pedro la agarró de los hombros—. ¿Adónde? ¿Adónde se ha ido?
Paula se zafó de él con rabia.
—¡No lo sé! Creía que estaba contigo.
Pedro puso un gesto de perplejidad.
—¿Conmigo? No la he visto.
Paula se puso en jarras con los ojos como ascuas.
—¡Tú tienes la culpa! —exclamó mientras le daba un puñetazo en el pecho.
Pedro retrocedió un paso.
—¿Mi culpa? —preguntó sin entender nada.
—¡Sí! ¡Tu culpa! Ha pasado toda la semana tristísima porque no has pasado a verla —lo miró con furia—. Hiciste que te quisiéramos y, cuando conseguiste lo que querías de mí, nos dejaste de lado —le golpeó el pecho con los puños—. ¡Es por tu culpa! ¡Tú tienes la culpa de que se haya ido!
Pedro le agarró los puños.
—Paula, basta —le ordenó con calma—. Así no vamos a encontrar a Valentina.
Ella se echó a llorar. Se soltó de Pedro y se tapó la cara con las manos. Él se contuvo las ganas de abrazarla.
—¿Has llamado a Agustín?
Ella negó con la cabeza y se quitó las manos de la cara.
—Estaba segura de que estaría contigo.
Pedro pensó en la distancia tan grande que había entre las dos casa y en todos los peligros que se habría podido encontrar. Había pozos abandonados, serpientes de cascabel, un riachuelo que estaba muy crecido… Se le hizo un nudo en el estómago.
Agarró a Paula del codo y la llevó a la furgoneta.
—Vuelve a casa y llama a Agustín. Dile que reúna una patrulla para buscarla. Sólo nos quedan un par de horas de luz —la miró con les labios muy apretados—. Ensillaré mi caballo y empezaré a buscarla por esta zona. Dile a Agustín que se encuentre conmigo en la cerca donde se juntan nuestras dos fincas.
 
Pedro cabalgó escudriñando el suelo. De vez en cuando hacia una bocina con las manos para llamarla. Rezaba para oír su voz y encontrarla sana y salva. Recorrió todas sus tierras de un lado al otro. Cabalgó más de una hora antes de llegar a la cerca donde lo esperaban Agustín y otros hombres. Estaban preparados. Los caballos ensillados y con rifles, linternas y mantas.
—He recorrido la zona central de los pastos, la que va hasta mi casa —comentó a Agustín—. Tendremos que dividirnos en dos grupos para recorrer el resto. Jorge, Carlos y tú vayan a los pastos del norte. Agustín, Marcelo y tú vayan al sur, hasta el linde con la finca de Juan Barlow. Yo seguiré el riachuelo que va hasta las tierras de Paula. Si alguno encuentra a Valentina, que haga un disparo al aire.
Sin esperar la confirmación de nadie, dio la vuelta al caballo y se lanzó a galope hacia los arboles que crecían en la orillas del riachuelo. Antes de verlo, pudo oír el rugido de la corriente. Bajaba muy crecido por las lluvias de la semana anterior. Se le habían ahogado ya tres vacas por intentar vadearlo. Sintió pánico al pensar que Valentina hubiera podido caerse dentro.
—¡Valentina! —gritó con todas sus fuerzas.
Contuvo la respiración y se quedó escuchando y rezando en silencio para que ella contestara, pero sólo oyó el fragor del agua. Llegó a la orilla y puso dirección hacia la casa de Paula.
Cabalgó durante una hora que a él le pareció infinita. La llamó con la voz cada vez mas ronca. Azuzó al caballo porque sabía que una vez que se pusiera el sol, las posibilidades de encontrarla viva eran cada vez menos.
Un destello azul en la orilla de enfrente le llamó la atención. Paró el caballo y desmontó. Se metió en el riachuelo con el agua hasta la cintura. Estuvo a punto de caerse dos veces antes de alcanzar la rama que entraba en el agua y el trozo de tela que tenía enganchada. Arranco la tela y enseguida reconoció un trozo de la camiseta favorita de Valentina. Volvió al caballo, se montó, lo espoleó y gritó el nombre de Valentina hasta quedarse casi sin voz.
—¡Pedro!;Ayúdame! ¡Estoy aquí!
Oyó la vocecita. Recorrió el riachuelo con la mirada y la vio como a unos veinte metros agarrada a un árbol.
—¡Ya voy, Valentina! ¡Aguanta!

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