—Es verdad —Paula miró al suelo durante un rato—. Yo… no pretendía que araras mi huerto, pero…te lo agradezco… —balbuceó.
En el mejor de los casos, fue un agradecimiento ambiguo, pero él no lo había hecho para que se lo agradeciera, sino para aliviar su remordimiento por lo que había hecho la noche anterior. Esperó a que ella siguiera y le dijera que ya no quería alquilarle las tierras. Ella, sin embargo, siguió mirando al suelo y enterrando la punta del zapato en la hierba recién cortada.
—¿Eso es todo? —preguntó el.
Paula levantó la cabeza, y las miradas se encontraron. Pedro sintió la misma alteración de todo su organismo que sentía siempre que pasaba eso. Ella frunció el ceño y miró hacia otro lado, incapaz de mirarlo a él o sin ganas de hacerlo.
—Sí —contestó ella con la mirada fija en un punto indefinido—. Eso es todo.
—¡Hola, Pedro!
Pedro miró por encima del hombro de Paula y vio a Valentina, que se acercaba. Sonrió de oreja a oreja sin querer.
—Eh, mocosa. ¿Qué haces aquí?
Paula se dio la vuelta y la miró con el ceño fruncido.
—Tendrías que estar descansando.
Valentina ladeó la cabeza y esbozó una sonrisa encantadora a su madre.
—Ya estoy descansada y he visto a Pedro por la ventana.
Sorteó a su madre y se acercó a la cerca con una sonrisa dirigida a Pedro.
—¿Ese tractor es tuyo?
—Sí.
—¿Me llevas a dar una vuelta?
—¡Valentina! —exclamó Paula—. Estoy segura de que Pedro tiene muchas cosas que hacer.
Pedro sabía que no contaba con la simpatía de Paula, pero tampoco quería desilusionar a Valentina.
—No me importa si a ti te parece bien. Puede acompañarme mientras limpio la tierra.
Paula dejó de mirar la cara ilusionada de su hija y miró al amenazante tractor.
—¿Es… seguro? —preguntó vacilantemente.
—Completamente seguro.
—¿No te incordiará?
—En absoluto.
Pedro pasó los brazos al otro lado de la cerca, Valentina se agarró a ellos y se echó a reír mientras la pasaba por encima. Luego, se aferró a sus hombros y pegó la mejilla a la de él. A Pedro se le deshizo un poco más el corazón.
—¿Puedo conducir?
—¡Valentina! —Paula se abalanzó sobre la cerca dispuesta a arrebatarle a su hija.
Pedro se rió y guiñó un ojo.
—¿Alguna vez has conducido un tractor?
—No —reconoció ella con cierto desencanto.
La montó en la cabina y se subió al escalón.
—Entonces, tendrás que sentarte en mi regazo hasta que te aprendas todos los mandos.
Cerró la puerta de la cabina sin esperar la réplica de Valentina, y Paula se quedó junto a la cerca retorciéndose las manos.
Vio como la sentaba en su regazo. Su hijita parecía diminuta entre ese cuerpazo, por no decir nada del gigantesco tractor. Paula sintió que se le revolvía el estómago, y tuvo ganas de bajarla de allí antes de que fuera tarde. Pero el motor se puso en marcha, y Valentina empezó a despedir a Paula con la mano.
Pedro dijo algo que ella no oyó en medio del estrépito. Él se llevó un dedo al ala del sombrero y agarró el volante. Dio una vuelta en redondo para colocar el tractor en la dirección adecuada. Avanzó, y los hombros de Pedro le taparon la visión de Valentina.
Esa tarde, quiso darle un buen repaso a la chimenea, pero con Valentina en el tractor, no pudo salir del patio. Aunque tenía que mantenerse ocupada. Agarró las bolsas con semillas que había comprado en el pueblo, buscó una paleta y fue al huerto. Se arrodilló, metió la paleta en la tierra recién removida y, justo en ese momento, levantó la cabeza y vio el tractor que se asomaba por la elevación. Sintió que se le encogía el estómago al ver que ese trasto tan grande que llevaba a su hija volvía a desaparecer. Habría querido salir corriendo detrás, pero se concentró en el trabajo. No tenía que preocuparse por nada, aunque las manos le temblaron un poco al abrir la bolsa de las semillas. Las echó en el agujero que había hecho en el suelo y volvió a cubrirlas.
Trabajó durante horas mientras intentaba no dejar de mirar al tractor que se movía lentamente por la lejanía. Plantó guisantes, judías, pimientos y otras hortalizas que pensaba recoger a finales de verano. Cuando terminó de plantar, agarró la manguera y regó las semillas. Seguía lanzando el agua hasta los rincones más alejados del huerto cuando vio que el tractor se acercaba a la cerca. Tiró la manguera y cerró el grifo. Cuando llegó a la cerca, Pedro ya se había bajado y estaba alargando los brazos para recoger a Valentina. Valentina se dejó caer en ellos y se agarró a su cuello. Tenía una sonrisa de oreja a oreja.
—¿Has visto, mamá? ¡He conducido el tractor!
—¡Claro que sí cariño! ¿Te has divertido?
—¡Sí! ¿Sabías que hay un riachuelo en nuestras tierras? Pedro me lo ha enseñado. Dice que es el mejor sitio del mundo para un picnic. ¿Podemos hacer un picnic?
—Ya veremos —contestó Paula.
—¿Sabes otra cosa? Pedro tiene un poni y dice que puedo montarlo.
Pedro miró a Paula con ojos culpables.
—Le dije que podía si dabas tu consentimiento.
Paula no estaba preparada para hablar de montar a caballo. Todavía no se había tranquilizado del todo por el paseo en tractor.
—Ya veremos, cariño —repitió ella. —Es el poni de su hija, pero no lo monta porque vive fuera.
Paula miró con sorpresa a Pedro. No sabía que tuviera una hija.
—¿Puede cenar Pedro con nosotros?
—Bueno, no sé… —la pregunta había pillado desprevenida a Paula.
Pedro captó la resistencia y abrazó a Valentina.
—Gracias, chiquitina, pero todavía tengo que hacer bastantes cosas.
—Podrías venir cuando hubieras terminado. Cenamos tarde, ¿verdad, mamá?
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