Dejó el libro a un lado y volvió a rebuscar en la caja. Se dijo que no era asunto suyo, que ella tenía que limitarse a llevarle las cuentas. El dinero que le mandara a su ex mujer no era de su incumbencia. Aun así, la pregunta de «por qué» siguió rondándole en la cabeza.
Agarró el libro Y todos los documentos que pudo y salió de puntillas para irse a su despacho. Encendió el ordenador y volvió a la sala a por el resto de papeles.
Extendió todos en la mesa y empezó a cuadrar las cuentas gracias a la experiencia de los dos años que había trabajado en la empresa de Houston y al programa de ordenador que había comprado.
Estaba tan absorta, que no se enteró de que, unas horas más tarde, Pedro entró en el despacho y se puso detrás de su silla. Apoyó la mejilla en la de ella y Paula se asustó.
—Un ladrón podría vaciarte la casa sin que te enteraras.
Ella se dejó caer contra el respaldo, suspiró y le acarició la otra mejilla.
—No creo.
Pedro le tomó la mano y le dio un beso en la palma.
—¿Te apetece un poco de diversión?
Ella lo miró con los ojos como platos.
—¡Pedro, eres insaciable!
Ella giró la silla, lo agarró de la hebilla del cinturón y lo sentó en su regazo.
—Me parece que has confundido los papeles. ¿No es el jefe el que sienta a la secretaria en el regazo?
Paula le rodeó el cuello con los brazos y le bajó la cara.
—No soy tu secretaria; soy tu contable.
Él la besó en los labios y le hizo cosquillas con el bigote.
—Da lo mismo.
Paula notó que el vientre empezaba a arderle, y suspiró contra la boca de él.
—¿Te das cuenta de que estas interrumpiendo mi trabajo?
Él chasqueó la lengua y esbozó una ligera sonrisa.
—No pares el contador, yo pago.
Paula se rió y le empujó burlonamente la barbilla.
—¿No deberías contar el ganado o algo así?
—Reconozco que sí debería —sonrió—. Me acompañarás, ¿verdad?
Paula miró la pantalla del ordenador y comprendió que prefería estar con él.
—¿Tendré que dar de comer a algún ternero?
—Creo que podría concederte ese privilegio.
En cuestión de segundos, había apagado el ordenador y lo acompañaba hacia la camioneta. Él abrió la puerta del conductor, pero no se montó.
—Atajaremos por el pasto y contaremos las vacas antes de ir a mi casa. Abriré la cerca. Tú pasa con la camioneta.
Paula encendió el motor, apretó el embrague y metió la primera. No había conducido nunca una camioneta y se quedó muy satisfecha de cómo lo hizo. Paso al lado de Pedro, le sonrió y cruzó la cerca. Él abrió la puerta y ella empezó a moverse hacia el asiento del acompañante, pero él la agarró del brazo y la retuvo a su lado. Paula se sintió feliz de que quisiera tenerla cerca, y apoyó la mano en su rodilla. Avanzaron dando botes, y Pedro contó en silencio las vacas. Cuando comprobó que estaban todas, puso rumbo hacia sus tierras y los establos.
Por el camino, Paula volvió a pensar en los extraños pagos que él le hacía a su ex mujer. Como sabía que no se quedaría contenta hasta saber el motivo, decidió que lo más sencillo era preguntárselo.
—Pedro—le dijo ella cuando se bajaron al llegar a los establos—. Cuando estaba trabajando con tus cuentas, me fijé en un pago que haces todos los meses a tu ex mujer. ¿Cómo quieres que lo denomine?
Pedro se puso en tensión, se dió la vuelta y se entretuvo sacando un rollo de alambre de espinos de la camioneta.
—Es un pasivo —farfulló él.
—Eso ya lo sé, pero ¿a qué responde?
Cuando la miró, tenía los ojos duros como el cristal.
—¿Tiene alguna importancia?
—No… —balbució. Antes de indignarse por su cobardía—. Claro que la tiene. Si voy a llevarte las cuentas, tengo que saber en qué y por qué te gastas el dinero.
Pedro la miro fijamente con las mandíbulas muy apretadas.
—Es parte del acuerdo de divorcio —replico él lacónicamente antes de darse la vuelta y dirigirse hacia los establos.
Paula se quedó mirando su espalda y salió corriendo para alcanzarlo.
—¿Tu acuerdo de divorcio? Creía que llevabas años divorciado.
—Diez, para ser más exactos—replicó él.
Dejó el alambre de espinos en un rincón, agarró un cubo y empezó a preparar la mezcla para dar de comer al ternero.
—Cuando nos divorciamos, Dolores pidió la mitad de todo lo que yo tenía. Le dio igual que las tierras hubieran sido de mi familia durante años. El tribunal sentenció que le correspondía la mitad de su valor. Yo no tenía el dinero y me negué a venderlo todo para darle la mitad. Ante la insistencia del tribunal, acepté pagarle una cantidad mensual hasta que saldara la deuda —tiró el palo con el que hacia la mezcla y levantó el cubo—. Como dije, es un pasivo —concluyó con el ceño fruncido.
Paula, con la sensación de que la furia iba dirigida en parte hacia ella, entró en el establo, donde el ternero esperaba su comida. En el establo de al lado podía oír la voz de Pedro, que tranquilizaba a la madre del ternero.
—Toma, chiquitín. Bébete la leche —susurró ella.
El ternero empezó a ******* inmediatamente. Paula miró de reojo a Pedro por las ranuras que había entre los tablones. Estaba agachado junto a la vaca con las doloridas ubres entre las manos. Podía notar la tensión en su espalda, una tensión que le había causado ella. Sin embargo, era todo delicadeza con la vaca. Paula notó que los ojos se le llenaban de lágrimas. Ya sabía que él era amable y delicado. Su equidad y honradez se comprobaba con la regularidad de los pagos que hacía a su ex mujer. Ella, en cambio, lo había alterado con sus preguntas.
—Pedro… —le llamó en voz baja.
—¿Qué?
—Lo siento.
Vio que le subían y bajaban los hombros por la desazón.
—No tienes nada que sentir.
El ternero dio un cabezazo de impaciencia, y Paula comprobó que el cubo estaba vacío. Lo dejó en el suelo y fue al establo donde estaba Pedro.
—Sí lo tengo —apoyó una mano en su hombro y notó que se ponía tenso, pero no la apartó—. He sacado un tema que, evidentemente, es doloroso para tí, y lo siento.
Los músculos de su hombro se relajaron lentamente y se dio un poco la vuelta para mirarla.
—Lo que pasó entre Dolores y yo no tiene nada que ver contigo. Lo que me desespera es tener que pagarle con los beneficios que saco de un sitio que ella detestaba y estaba deseando perder de vista —sacudió la cabeza con tristeza y se volvió hacia la vaca—. Nunca hizo ademán de ayudarme con las tareas de aquí.
Se pasaba el día en la casa, esperando su momento y tramando su fuga mientras yo me mataba a trabajar para sacar rentabilidad a esto.
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