martes, 1 de septiembre de 2015

Tuyo Es Mi Corazón: Capítulo 12

Paula se sintió entre la espada y la pared.
—Es verdad —contestó con un suspiro—. Solemos cenar alrededor de las siete.
—No querría que te sintieras obligada.
—Claro que no —Paula esbozó una sonrisa falsa—. He hecho mucho asado.
—Bueno, si estás segura…
Pedro sabía que ella no quería que fuera, pero tampoco quería decepcionar a Valentina.
—Sí, estoy segura.
Valentina  soltó un grito de alegría, y Pedro la dejó al otro lado de la cerca.
—¿Dónde está Felipe? Quiero contarle que he conducido un tractor.
Paula la miró con cariño y le peinó el pelo con los dedos.
—¿Tú qué crees? En su cuarto jugando con la Nintendo.
Valentina salió corriendo hacia la casa para contarle sus aventuras. Paula, sola con Pedro, se balanceó algo incómoda sin saber qué decir. Él parecía igual de incómodo.
—Bueno, creo que tengo que irme. Vendré sobre las siete.
Se montó en el tractor y encendió el motor. Paula se quedó un momento junto a la cerca mirando la maniobra. Luego, sacudió la cabeza y volvió a su casa mientras maldecía a Valentina por haberlo invitado.
—¡Pasa! —exclamó Paula, que estaba inclinada sobre la puerta abierta del horno.
Pedro entró mientras se quitaba el sombrero. Se le hizo la boca agua con el olor a carne asada. Pero la visión de los pantalones ajustados contra el trasero le secó la saliva al instante.
—¡Qué bien huele!
—Gracias, yo…
No pudo terminar la frase. Nunca lo había visto tan arreglado. Siempre llevaba camisas y vaqueros con todo tipo de manchas, pero esa vez llevaba unos vaqueros impecables y una camisa de un azul grisáceo que resaltaba el azul de sus ojos. Iba peinado, e incluso le pareció que se había atusado el bigote. El resultado era impresionante.
—Vaya —siguió ella cuando recuperó el resuello—. Estás muy guapo.
Él se sonrojó, se miró la camisa y luego la miró a ella. Se encogió de hombros y dio vueltas al sombrero entre las manos.
—Tuve que atender a una vaca enferma cuando llegué a casa, y me pareció que no olía muy bien para sentarme a cenar.
Paula se rio.
—Seguro que todos te lo agradecemos —dejó la fuente en la encimera—. Lo siento, pero se me ha echado el tiempo encima. La cena tardará unos minutos.
—¿Puedo ayudar?
Paula  lo miró sorprendida por el ofrecimiento. No recordaba que Martín  la hubiera ayudado en la cocina. A él le parecía una cosa de mujeres, pero ese vaquero tan, recio y varonil estaba dispuesto a ayudarla.
—No, gracias. Lo tengo controlado. Los chicos están viendo la televisión. Si quieres…
En ese momento, Valentina apareció en la cocina.
—¡Hola, Pedro! —lo agarré de la mano—. ¿Quieres ver mi cuarto?
Pedro miró a Paula. Ella asintió con la cabeza y miró a Valentina con una sonrisa.
—De acuerdo, pero no tarden. La cena estará enseguida.
Valentina arrastró a Pedro hacia las escaleras hablando como una cotorra. Pedro la escuchaba a medias porque estaba fijándose en todos los cambios de la casa. Había estado invitado varias veces cuando vivían Rodolfo y Alicia, y siempre había admirado esa casa. Sin embargo, los recuerdos más recientes eran de las visitas que había hecho a J.C. Vickers cuando había querido subarrendarle las tierras. Vickers la tenía abandonada y olía peor que el propio Vickers. Sin embargo, en ese momento, olía a asado, a pintura y a barniz para muebles. Al subir las escaleras, se fijó en que el papel pintado era nuevo y resaltaba el precioso tono caoba de la barandilla.
—Este es el cuarto de mamá. Eligió el cuarto que está más cerca de las escaleras para poder evitar que Felipe yo nos cayéramos si deambulábamos por la noche.
Pedro se rió, pero sabía que Valentina no estaba exagerando. Se había fijado en cómo los miraba cuando montó a Valentina en el tractor. Era una madre que se preocupaba, y la respetaba por eso. Echo una ojeada dentro del cuarto y sintió cierta vergüenza. Al fondo había una cama de latón con una colcha. Contra la pared había una cómoda con fotos de los niños encima. La brisa ondulaba los visillos y transportaba un olor delicado que entonaba muy bien con Paula. Era la habitación de una mujer, de una madre, y sintió una punzada en el pecho al verla.
—Vamos —Valentina le tiró de la mano—. Voy a enseñarte mi cuarto.
Pedro la siguió. Al llegar a la segunda puerta, ella se paró.
—¡Es ésta! —dijo ella con orgullo—. ¿Verdad que es preciosa?
Pedro sintió una oleada de emoción. Era preciosa y se parecía tanto a la que tuvo su hija, que le costó contener las lágrimas.
—Sí, es preciosa —murmuro él.
—Estas son mis bebés —Valentina se quedó junto a la cama.
Unas muñecas se apoyaban contra la almohada blanca. Valentina agarró una y la acunó.

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