jueves, 10 de septiembre de 2015

Tuyo Es Mi Corazón: Capítulo 27

—Ya… —terminó de secar el vaso—. Agustín y yo pensamos en ir a ver qué te pasaba…
A Pedro se le paró el pulso. Sabía muy bien que si hubieran ido, lo habrían encontrado en la cama con Paula. Pero no sabía por qué le importaba eso cuando era exactamente donde quería estar en ese momento.
—…pero supusimos que lo tendrías controlado —terminó Jorge.
Era imposible pasar por alto la malicia en los ojos de Jorge, y Pedro frunció el ceño.
—Estoy acostumbrado a apañarme sólo.
Jorge asintió con la cabeza, dejó el vaso y enjuagó otro.
—Ayer te vi en el pueblo con esa Chaves y sus hijos.
Pedro notó que se sonrojaba. Su relación con Paula era demasiado reciente y especial como para divulgarla.
—Necesitaba mi camioneta para llevar unas cosas que no le cabían en su furgoneta.
Jorge dejó de fregar el vaso y lo miró con los ojos bien abiertos.
—Vaya, eres un vecino ejemplar al ayudar así a una mujer soltera —se rió y siguió fregando—. Pero si necesita algo más íntimo que una camioneta, dile que se pase por aquí para ver al viejo Jorge. Estaré encantado de servirle en lo que necesite.
Pedro agarró a Jorge del cuello de la camisa antes de saber lo que iba a hacer.
—No te acerques a ella, ¿te has enterado? —soltó con los dientes muy apretados—. Si lo haces, te juro que te aplasto la cabeza.
Jorge levantó las manos en un gesto de rendición.
—Eh, amigo. No lo sabía. Tendrías que haberme avisado de que la tienes reservada.
Pedro lo empujó contra la balda de las bebidas, se dio la vuelta y fue hacia la puerta. Al abrirla, se topó con Agustín.
—¡Vaya, Pedro! ¿Qué tal?
Pedro pasó de largo, soltando juramentos en voz baja. Agustín se quedó mirándolo fijamente. Vio que se montaba en la camioneta y que salía disparado. Se encogió de hombros y entró en el bar.
—¿Qué mosca le ha picado? —preguntó a Jorge.
Jorge movió la cabeza muy expresivamente mientras sacaba una jarra para Agustín.
—Me parece que tenías razón sobre lo de Pedro esa Chaves—dejó la cerveza delante del sheriff y apoyó los brazos en la barra con expresión de haber perdido a su mejor amigo—. Le ha dado fuerte.
 
Pedro pisó a fondo el acelerador por la carretera que llevaba a su casa. Golpeó el volante con la palma de la mano. ¿Por qué había zarandeado a Jorge de esa manera? Era su amigo y no era la primera vez que oía comentarios parecidos. Era un mujeriego que buscaba siempre mujeres que pensaran como él. Además, encontrarlas nunca le había costado mucho. Tenía un aire de actor de cine y una sonrisa fácil y seductor.
Ése había sido el problema. Cuando dijo que estaría encantado de «servir» a Paula, se volvió loco ante la idea de imaginárselos juntos. La idea de que Paula pudiera estar en la cama con alguien que no fuera él, le sacaba de quicio.
«Tendrías que haberme avisado de que la tienes reservada».
Pedro se acordó de las palabras de Jorge y sintió una punzada de remordimiento por no haber dejado las cosas claras. Él no tenía reservada a Paula.
Eran amantes, pero no le pertenecía. Ninguno de los dos había prometido nada. Era dos personas solitarias que encontraban compañía y consuelo la una en la otra. No quería ninguna exclusiva. No quería otra esposa. Ya había tenido una, y cuando lo abandonó, él puso un cerrojo a su corazón.
 
—Tenemos que dejar de vernos así —gruñó Paula.
Pedro sonrió contra su mejilla mientras la movió sobre su regazo. Seguía dentro de ella y empujó un poco el balancín con la punta de la bota para que se columpiara.
—¿Qué tiene de malo?
Ella volvió a gruñir y se levantó un poco, y Pedro notó que abandonaba su húmeda calidez.
—Es… es… poco gratificante… —contestó ella con un puño contra el pecho de él.
Pedro la tomó de la cintura y estrechó sus caderas contra él.
—Bueno… Si no te ha satisfecho, podernos intentarlo otra vez…
Paula vio un brillo en sus ojos y se rió ligeramente.
—¡Eres insaciable!
Él se inclinó un poco y tomó entre los labios el pezón que tenía delante.
—Ya me lo habías dicho—susurró.
Paula le tomó la cara entre las manos y suspiró.
—Lo que quiero decir… —Paula se deleitó un instante con las sensaciones que la dominaban—. Lo que quiero decir es que estos momentos a escondidas no son suficientes.
Pedro  le soltó la cintura y separó la boca del pezón. Todavía tenía muy presente el comentario de Jorge, y le preocupó la dirección que tomaba la conversación.
—Pero… Ya lo hemos hablado —balbuceó él—. Como tú dijiste, no estaría bien que durmiera aquí cuando están los niños.
Paula e se sentó de lado sobre su regazo y apoyó la cabeza en su hombro.
—Lo sé, pero sigue siendo poco gratificante. Quiero dormirme y despertarme contigo al lado todos los días y no tener que salir y entrar a hurtadillas de la casa.

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