jueves, 3 de septiembre de 2015

Tuyo Es Mi Corazón: Capítulo 16

—Pedro me agarró, me montó en el caballo y mató a la serpiente. Como en las películas —miró a Pedro con unos ojos de adoración aunque todavía aterrados—. ¿Verdad, Pedro?
Pedro no podía articular ni una palabra con el nudo de espanto que le atenazaba la garganta. Volvió a guardar al rifle en la funda y desmontó. Se agarró a la silla para sujetarse y apoyó la frente en el flanco del caballo. Nunca había estado tan asustado. Una mano se posó en su hombro y, al darse la vuelta, se encontró con Paula.
—Perdóname. Pensé…
No pudo terminar la frase por la vergüenza de haber pensado que había querido hacer daño a Valentina. Sin embargo, vio el daño en los ojos de él y supo que él lo había entendido sin que ella tuviera que decirlo.
—Gracias —Paula se puso de puntillas para darle un beso en la mejilla—. Has salvado la vida de mi Valentina.
Pedro, abochornado por el agradecimiento, extendió los brazos hacia Valentina. Ella se abalanzó sobre ellos, le rodeó el cuello con los brazos y también le dio un beso en la mejilla.
—Eres mi héroe, Pedro —le tomó la cara entre sus manitas—. Siempre recordaré que me has salvado la vida.
Pedro no podría haber recibido una recompensa más conmovedora que ésa.

En cuanto a las emociones tampoco podía quejarse. Parecía que desde que Paula había llegado al pueblo, siempre pasaba algo. Siempre se encontraba en medio de algo. Algunas veces era algo que no estaba mal, como el picnic del día anterior. El episodio de la serpiente había estropeado un poco la diversión, pero la excursión había conseguido que Paula y él, se encontraran más cómodos. Había disfrutado viéndola con sus hijos, viendo cómo los protegía y vigilaba cuando jugaba con ellos. Pero disfrutó más todavía, cuando se volvió hacia él con una sonrisa. Aunque cada vez que se acordaba de la serpiente, sentía un escalofrío.
Suspiró y siguió hacia la peluquería. Sentía una necesidad apremiante de cortarse el pelo.
—¡Hola, Daniel!—saludó mientras se sentaba a esperar su turno con una revista.
Daniel se dio la vuelta con las tijeras en la mano y asintió con la cabeza.
—Buenas tardes, Pedro. Te atenderé en un minuto.
Pedro empezó a ojear le revista hasta que algo le llamó la atención. Era la foto del colmado a media página. Agustín Gonzalez estaba en la calle, delante de la tienda, en jarras, con el ceno fruncido y el resplandor de su estrella en el pecho. El pie de foto decía: TEMPTATION, TEXAS, RECLAMA MUJERES. Debajo subtitulaba: «El sheriff intenta salvar el pueblo de la desaparición». Pedro empezó a leer el artículo entre risas.
No había leído un párrafo cuando una sombra se proyectó sobre la revista. Levantó la vista y se encontró con Agustín, con el ceño fruncido y en jarras, como en la foto.
—Si quieres animar a las mujeres para que vengan a Temptation, deberías poner una foto de Jorge y no de tu espantosa jeta.
Agustín se dejó caer en el asiento al lado de Pedro con un suspiro.
—Lo he intentado, pero no ha querido.
—Tampoco puedo reprochárselo —replicó Pedro con una carcajada.
—¿Vas a cortarte el pelo? —le pregunto Agustín.
—No, iba a sacarme una muela.
—Muy gracioso, Pedro, muy gracioso.
—¿Qué mosca te ha picado, Agustín?
Agustín señaló a la revista que seguía entre las manos de Pedro.
—Eso, para empezar. Cada vez que salgo de mi despacho, me encuentro con un micrófono en la boca una cámara que me saca una foto.
—Ser un héroe puede ser un fastidio para cualquier hombre—. Pedro intentó no sonreír.
—Yo no soy un héroe —replicó Agustín—. Sólo soy alguien que intenta salvar su pueblo —miró por la ventana con los brazos cruzados—. Y está saliendo bien. Por mucho que me esté costando, está saliendo bien.
—¿Por qué lo dices? —le preguntó Pedro con una ceja arqueada.
—Ya han llegado dos familias nuevas. Un fontanero del norte se ha mudado al pueblo con su mujer y sus hijos y otra familia va a venir la semana que viene. La mujer quiere abrir una tienda de ropa en Temptation.
Pedro contuvo una carcajada.
—Creía que tu idea era que vinieran mujeres solteras…
Agustín lo miró con los ojos entrecerrados. Si las miradas mataran, Pedro habría caído fulminado.
—Ya tienes a Paula Chaves—Agustín le devolvió el golpe—. Está soltera…
Pedro frunció el ceño como si hubiera captado la intención.
—Efectivamente…
—Además, va a poner un negocio, que era lo que yo esperaba que hiciera la gente.
Pedro lo miró con asombro.

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