A Paula no se le ocurrió nada que pudiera consolarlo, y se agachó a su lado con la cabeza apoyada en su hombro mientras él seguía ordeñando a la vaca.
—¡Mamá, ya hemos vuelto!
Paula saltó de la mesa y casi tiró a Pedro al suelo al salir corriendo hacia la puerta. Entró en el vestíbulo, y Valentina se lanzó a sus brazos.
—Te he echado de menos, Valentina —la abrazó con fuerza.
Pedro se quedó mirándolas con una sonrisa y esperando su turno para abrazarla. La puerta volvió a abrirse de golpe y vio que Felipe también se abalanzaba sobre su madre. Un hombre lo siguió de cerca, y Pedro deseó haberse quedado en la cocina. El hombre parecía más listo que un vendedor de coches usados e iba vestido como un auténtico gigoló. Tenía el pelo peinado hacia atrás con gomina y la camisa de seda que llevaba estaba medio desabotonada para que se viera una cadena de oro enorme y un triángulo de pecho sin pelos. Pedro tuvo que hacer un esfuerzo para no escupir a sus pies.
Valentina extendió los brazos hacia Pedro.
—¡Pedro! Me lo he pasado de maravilla en Houston.
Pedro alargó los brazos sin quitar ojo del hombre que tenía el ceño fruncido y también lo observaba con recelo. Valentina se echó en los brazos de Pedro mientras Paula abrazaba a Felipe. El hombre frunció más el ceño al ver que Valentina rodeaba el cuello de Pedro con los brazos.
—¿De verdad? —Pedro miró a Valentina y le sonrió—. ¿Qué has hecho?
—Fuimos a patinar sobre hielo y al parque de atracciones, comimos comida mexicana en un sitio de moda y fuimos al cine.
—¿Has tenido tiempo para dormir? —bromeó él.
Valentina soltó una risita y le dio un golpe con el hombro.
—Claro que sí, tonto.
—¿Quién es tu amigo, Paula? —preguntó secamente el hombre.
Paula lo miró con sorpresa por encima del hombro de Felipe. Nunca había oído un tono celoso en su voz, aunque tampoco le había dado motivos.
—Es Pedro Alfonso, nuestro vecino. Pedro, te presentó al padre de los niños, Martín Rodríguez.
Aunque habría preferido desdeñarlo, Pedro se apoyó a Valentina en la cadera y extendió la mano.
—Encantado de conocerte —mintió.
Martín estrechó la mano con más fuerza de la necesaria, y Pedro aprovechó para corresponderle. Sintió un placer íntimo al ver el gesto del otro hombre.
Martín se apartó abriendo y cerrando la mano.
—Las bolsas de los niños están en el maletero del coche —farfulló.
—Te ayudaré a sacarlas —se ofreció Paula.
—Yo iré —intervino Pedro mientras dejaba a Valentina en el suelo.
—No —Paula lo detuvo con una mano en el hombro—. Creo que es mejor que vaya yo.
Pedro vio cómo salía con Martín y sintió una punzada de celos.
—Hay galletas recién hechas en la mesa —comentó a los chicos.
Ellos salieron corriendo a la cocina, y él fue a la puerta de entrada. Se quedó apoyado en el marco mientras veía a Pete que abría el maletero de un Lexus resplandeciente. Él movió la boca mientras sacaba una de las bolsas, pero no pudo entender lo que decía. Era evidente que estaba furioso por algo. Cerró el maletero con un golpe y se volvió hacia Paula con la cara desencajada. Ella, con las piernas separadas y los brazos cruzados, lo miró desafiantemente.
Cuando oyó la palabra «zorra», Pedro se apartó del marco de la puerta. No tenía que oír nada más.
Entrecerró los ojos y avanzó por el camino con paso rápido y firme.
Martín cerró el puño, y Pedro echó a correr, saltó la valla y detuvo el puño antes de que alcanzara su objetivo, la cara de Paula.
—Yo no lo haría si fueras tú.
Martín intentó zafarse.
—Esto no tiene nada que ver contigo.
—He decidido que tenga que ver —replicó él con. Con tono sereno pero implacable—. ¿Por qué no te montas en tu precioso coche y te largas antes de que tenga que machacarte tu preciosa carita?
Martín se soltó, frotándose la mano que le había estrujado Pedro y mirándolo con los ojos como ascuas. Estaba claro que quería pelea, pero debió percibir algo que le hizo cambiar de idea, porque se dio la vuelta y se montó en el coche. Puso el motor en marcha y salió hacia atrás entre una nube de polvo y gravilla.
Pedro oyó a Paula que suspiraba.
—¿Estás bien?
—Si —ella volvió a suspirar, lo miró y luego miró al coche que se alejaba—. Nunca había hecho eso —susurró casi para sí misma—. Se ha enfadado muchas veces, pero nunca me había levantado la mano para pegarme.
Pedro también miró al coche que iba desapareciendo en la distancia.
—Te llamó zorra.
—Me ha llamado cosas peores.
—No que yo haya oído —replicó él con rabia mientras le tomaba la cara entre las manos—. Estaba furioso por verme aquí, ¿verdad?
Paula asintió con la cabeza, unas lágrimas le rebosaron de los ojos y la barbilla le tembló.
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