jueves, 17 de septiembre de 2015

Un Viejo Amor: Capítulo 3

–Necesito un cocinero –dijo Pedro entrecerrando los ojos–. No hay acuerdo que valga.
Sería más fácil mover una montaña que conseguir que Pedro cambiase de opinión. No se iría de allí sin un cocinero.
–Entonces llévame a mí en vez de a Gonzalo.

Pedro  pareció desconcertado. Con la mirada la recorrió de arriba abajo, desde el sombrero verde con la pluma de pavo real, pasando por su traje de terciopelo hasta los puntiagudos zapatos.
–¿Sabes cómo encender un fogón?
–Me las arreglaré –respondió ella, esforzándose por dominar su temperamento.
–¡Paula, no lo hagas! –gritó Gonzalo–. Mamá y papá no hubieran soportado que trabajases para él.
–No puedes ir a la cárcel, Gonzalo –dijo ella, sin apartar la mirada de Pedro –. Ese rancho era el sueño de papá. No permitiré que se pierda.
Pedro negó con la cabeza.
–Tienes aspecto de salir volando en cuanto sople el viento.
–Eso no pasará.
Pedro guardó silencio durante unos segundos y ella pensó que rechazaría su oferta.
–En mi rancho se trabaja de sol a sol.
–Entendido.
Algo parecido a un destello de aprobación brilló en los ojos de Pedro.
–Durante dos semanas.
–Sí –dijo ella.

Entonces Pedro se acercó, se quitó el guante y le tendió la mano. Automáticamente, Paula la tomó y él le pasó sus largos y callosos dedos por la suave y delicada piel.
–Hace mucho que no trabajas con las manos.
–A mi abuela le encantaría oírte decir eso. Se ha esforzado mucho para borrar los años que pasé en Texas.
–Nunca me han gustado los modales sociales.
–En ese caso me temo que van a ser dos semanas muy largas –dijo ella con el fuego ardiendo en su mirada.

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