—Yo no me preocuparía. Pedro es un hombre que se guarda mucho las cosas. Es posible que estuviera así porque echaba de memos a los niños.
—Seguramente tengas razón —Paula asintió con la cabeza y esbozó una sonrisa forzada—. Gracias, Agustín.
—De nada —le dio la vuelta y un empujoncito—. Vete a casa antes de que te ahogues.
Paula se volvió corriendo a su casa. Sin embargo, no se deshizo de las preocupaciones. La abrumaron mucho tiempo después de que los niños se hubieran acostado. Se sentó delante de la ventana para ver llover mientras esperaba a Pedro. Estaba segura de que aparecería, como otras veces, al amparo de la oscuridad. Cuando el reloj dio las dos, se apartó cansinamente de la ventana y se arrastró hasta la cama.
No apareció ni esa noche ni la noche siguiente. Algo le decía que no volvería a aparecer.
Paula intentó convencer a los niños de que Pedro no se dejaba ver porque estaría muy ocupado. Que como había estado fuera todo el fin de semana, se le habría acumulado el trabajo. Sin embargo, cuando tampoco apareció el fin de semana siguiente, se dio cuenta de que los niños ya no se creían la historia.
Felipe dejó de preguntar, pero notó que la miraba con lástima. Valentina, en cambio, le pidió que llamara a Pedro, incluso lloró cuando se negó. Vagaba por la casa con expresión de desolación, ella misma estuvo a punto de llorar.
Lloró, pero en la soledad de su cuarto. Tumbada en la cama, con las rodillas contra el pecho, mojó la almohada con lágrimas por el hombre al que había entregado totalmente su corazón, porque no sabía qué había pasado.
Paula oyó el petardeo de un coche viejo por el camino. Dejó el paño y salió corriendo. Sonrió de oreja a oreja al ver el destartalado Chevrolet de Florencia. Bajó los escalones con los brazos abiertos.
—¡Lo has conseguido! —exclamó mientras abrazaba a su amiga—. Tenía mis dudas de que esta tartana pudiera hacer un viaje tan largo.
—Yo también —se apartó el pelo empapado de la cara—. El aire acondicionado se ha estropeado a mitad de camino.
Paula sacudió la cabeza con lástima.
—Pobre. Seguro que estás muerta de sed —agarró a Florencia del brazo y la llevó hacia la casa—. Acabo de hacer una jarra de té helado.
—Mmm… ¡qué delicia!
Felipe estaba en la cocina.
—¡Hola, Florencia!
Ella fue a abrazarlo, pero él se escabulló. Florencia le revolvió el pelo.
—Enseguida estarás suspirando por el abrazo de una mujer.
—Ya… —Felipe puso los ojos en blanco.
Paula se rió y le dio un azote cariñoso en el trasero.
—Ve a decirle a Valentina que Florencia ya ha llegado—.Paula y su amiga se sentaron a la mesa—. ¿Azúcar o limón?
—Las dos cosas. Necesito toda la energía que pueda conseguir.
Paula volvió a reírse y metió una rodaja de limón en el vaso. Dejó el té y una cuchara delante de su amiga y le pasó el azucarero.
—Bueno… ¿dónde está?
Paula se le paró un instante el corazón al comprender de quién estaba hablando.
—Se ha ido —contestó indecisamente—. Bueno, no se ha ido realmente aclaró ante la mirada perpleja de Florencia—. Pero ya no viene por aquí.
Florencia dejó la cuchara.
—Yo creía que…
Los ojos de Paula se llenaron de lágrimas.
—Yo también.
—Mamá.
Se enjugó las lágrimas y se volvió hacia Felipe, que estaba en la puerta.
—¿Qué pasa, hijo?
—No encuentro a Valentina.
—¿La has buscado en su cuarto?
—Sí, y fuera. No está en ningún sitio.
Paula se levantó de un salto y con el corazón en un puño.
—¡Tiene que estar en algún sitio!
Felipe levantó las manos en un gesto de impotencia.
—La he buscado por todas partes.
Paula intentó pensar adónde habría podido ir.
—Pedro…
—¿Cómo dices?
Paula miró a su amiga.
—Pedro. Nuestro vecino. Ella estaba muy triste porque no había aparecido. Seguro que ha ido a su casa a verlo —agarró las llaves de la encimera—. ¿Te quedarías con Felipe? Volveré lo antes posible.
—Claro. Asegúrate de que Valentina está bien.
Como lo podes dejar asi??? Necesito mas!
ResponderEliminarNananana exijo más! !!! Fue demasiado corto!!!
ResponderEliminar@jesica_tkd