martes, 30 de julio de 2024

Secreto: Capítulo 44

Aquella era la noche, decidió Paula mientras esperaba que llegase Pedro para su primera «Cita» oficial. Había retrasado demasiado tiempo la inevitable conversación, mucho más de lo que se había propuesto inicialmente una vez que tomó la decisión de decirle la verdad acerca de su pasado. No había encontrado el momento oportuno para sacar el tema durante la semana y ahora estaba empezando a sentirse culpable y no quería que eso amenazara su relación con Pedro. Aquella tenía que ser la noche, se prometió. Carolina había pedido que le dejasen a Camila para que pudiera pasar algún tiempo con sus primos y él quería aprovechar para llevarla a cenar por ahí. Aunque no quería estropear la noche con una discusión acerca de su secreto, antes de que acabara tenían que hablar. Entró en la sala y sonrió a Elisa Vee, que estaba haciendo un bordado de punto de cruz.


—¡Qué guapa vas!


—Gracias.


Llevaba un vestido de seda de color melocotón, que se ajustaba a sus pechos y cintura y luego caía con un amplio vuelo sobre sus caderas. Se había dejado el pelo suelto porque a Pedro le gustaba más así. Quería estar guapa y femenina para él, para que se sintiera orgulloso de ella.


—¿Adonde vas a ir esta noche?


—Voy a cenar con Pedro. Estará aquí dentro de un momento.


—Ya iba siendo hora de que te llevase a la ciudad. Ha sido un poco lento, pero tengo la sensación de que viene con buenas intenciones.


—Eso espero —dijo en voz baja, dándose cuenta demasiado tarde de que había hablado en voz alta. 


Elisa Vee dejó a un lado la labor y miró a Paula inquisitivamente.


—Parece que la cosa va en serio, ¿No? —ella se sentó en el sofá y se encogió de hombros con indiferencia, pero no pudo evitar enrojecer un poco.


—Me gusta estar con él y con Camila —eso era todo lo que estaba dispuesta a admitir ante Elisa Vee o cualquier otra persona, por el momento. 


—Tienes el mismo brillo en los ojos que tenía yo cuando mi querido Bernardo empezó a cortejarme, hace muchos años. Ah, qué maravilla ser joven y estar enamorado.


Sorprendida por la observación de Elisa Vee, Paula apartó la mirada, pero no pudo evitar sentirse un poco nerviosa. Nunca la había cortejado ningún hombre, ni siquiera Santiago. Él la quería por razones prácticas y aquello no incluía citas frívolas ni encuentros románticos. Sonó el timbre de la puerta y le dió un vuelco el corazón.


—Parece que ha llegado tu hombre.


Su hombre. Le gustaba cómo sonaba aquello. Fue a abrir la puerta y se quedó sorprendida. Siempre había pensado que Pedro era muy guapo, pero aquella noche parecía el príncipe de sus sueños. Los vaqueros y camisa de cuadros habían desaparecido y llevaba una camisa en tonos marrones y unos pantalones de color chocolate. Le tendió un ramo de rosas.


—Son para tí.


—Muchas gracias, Pedro, son preciosas —dijo con un nudo en la garganta.


—De nada —sonrió. Parecía un muchacho alegre y despreocupado.


—Pasa, las pondré en agua. No tardo ni un minuto.


Fue a la cocina y llenó un florero con agua. Estaba tan absorta en sus pensamientos que no lo oyó entrar y se sobresaltó cuando él la abrazó por detrás y la atrajo hacia sí.


—Tienes un aspecto y un olor que dan ganas de comerte —le dijo al oído.


—Tú también hueles bien y tienes muy buen aspecto.


—Entonces hacemos buena pareja. Anda, que tenemos toda la noche por delante, ¿Estás lista?


Ella asintió decidida a seguirle a donde fuera. 

Secreto: Capítulo 43

 —Tú eres una de las mujeres más respetables que conozco, Paula. A pesar de ser terca e independiente, eres atenta y generosa, y estoy empezando a pensar que Santiago fue tonto al dejarte ir.


—Santiago tenía sus razones para acabar con la relación.


Había mucho más. Podía ver el dolor en sus ojos y en su expresión, pero sospechaba que si insistía ella se apartaría. Fuera lo que fuese, quería que ella confiase en él y le contase la verdad. Por eso no dijo nada, le acarició el pelo y sonrió. La tomó por la cintura y la atrajo hacia sí. Inclinó lentamente la cabeza y la besó. Aunque deseaba devorarla, le dejaba a ella marcar el ritmo y él lo seguía. Habían compartido ya muchos besos y estaban en sincronía; sabían qué era lo que excitaba al otro. Pero él mantenía su deseo controlado sabiendo que su hija estaba cerca. Con un suspiro, ella terminó el beso y le puso la mano en el corazón para sentir sus latidos.


—Me podría acostumbrar a esto.


—Yo también.


—¡Paula! ¡Tengo una cosa para tí!


Paula se sobresaltó al oírla e intentó soltase, pero él la mantuvo sujeta por la cintura. Ella lo miró con desesperación.


—No es momento de jugar. Camila nos va a ver.


—¿Y qué tiene de malo?


Ella abrió la boca y volvió a cerrarla. Lo miró, aparentemente incapaz de encontrar un argumento sólido. En sus ojos bailaba una pregunta «¿Qué había querido decir con eso?» Él respiró hondo y depositó una fe completa en sus sentimientos hacia Paula.


—No quiero que nos andemos escondiendo para estar juntos. Y no quiero ocultar el hecho de que nos vemos —no había otra mujer en su vida y estaba cansado de luchar contra sus sentimientos hacia ella; quería que todo el mundo supiera que aquello era así.


Ella se quedó atónita y se sentó, obligándolo a él a sentarse en el momento en que llegaba la niña, excitada y sin aliento.


—Adivina lo que he hecho para tí —le dijo a Paula, manteniendo su sorpresa escondida en la espalda. 


—A ver. ¿Una manta de margaritas?


—Muy cerca —le entregó el regalo con una reverencia—. Tachan. Una corona de flores. La hice especialmente para tí.


—Es preciosa, cariño —se sintió conmovida por el gesto de Camila—. ¿Quieres hacer los honores y ponérmela?


—Claro. Estás muy guapa, Paula, pareces una princesa —se arrodilló frente a ellos y tomó la mano de Pedro para ponerla sobre la de Paula—. Papá puede ser tu príncipe y viviremos felices y comeremos perdices.


—Sería muy bonito —Paula consiguió sonreír, aunque era evidente para Pedro que no creía que aquel final feliz fuera posible.



Paula bajó las escaleras de puntillas para no despertar a Elisa Vee en su incursión de medianoche a la cocina. No podía dormir después de su conversación con Pedro y decidió que un postre era lo que necesitaba para tranquilizar su alma. Se llenó un cuenco de helado de vainilla y lo cubrió con crema de chocolate. Se sentó a la mesa de la cocina, lo probó e intentó calmar las preocupaciones que la atormentaban. Si él quería hacer pública su relación ella tendría que tomar decisiones que había estado evitando desde que llegó a Danby. Decisiones difíciles que podían cambiar todo lo que había entre ellos, para mejor o para peor, dependiendo de su reacción cuando conociera su pasado. El riesgo de decirle la verdad era alto y ella lo sabía. Estaba ocultando una parte de su pasado a Pedro y aunque su secreto no era tan terrible como el de su primera mujer, podía herir a su familia si la información aparecía de otra manera. Y, además, estaba su propia reputación y la posibilidad de perder la respetabilidad que había ganado a causa de Pedro y la aceptación de la ciudad. Por fin sentía que pertenecía a un lugar, que era libre de ser quien era sin las pretensiones que su madre había intentado inculcarle o el tipo de apariencia refinada que Santiago había necesitado para completar su imagen. En Danby era solo Paula Chaves y estaba orgullosa de serlo, y la idea de perder aquello le impedía respirar… Así como el temor de que Pedro no se sintiera atraído por ella al conocer su secreto.  Pero tenía derecho a saberlo, a saber por qué había posado para un catálogo de lencería. Tenía derecho a decidir si quería a una mujer con un pasado tan poco respetable. Él había sido sincero con ella y merecía que ella hiciera lo mismo. Porque estaba enamorada de Pedro y anhelaba ser querida y respetada por él. Y, si quería tener algún futuro con él, tenía que decirle la verdad y Pedro tenía que entender sus razones y no juzgarla por algo que ella había tenido que hacer. Llevó el cuenco a la pila, lo lavó y respiró hondo. Solo quedaba encontrar el momento oportuno para desnudar su alma. 

Secreto: Capítulo 42

Siempre había besos y caricias cuando estaban solos, acompañados de gemidos y suspiros. Él nunca parecía tener bastante, pero mantenía su promesa y daba por terminadas las cosas antes de que escaparan a su control. A veces empezaba a pensar que había encontrado a una mujer en la que podía confiar.


—Oye —dijo ella con voz ronca—. Hacía mucho rato que no fruncías el ceño. Hoy no se permiten pensamientos serios.


—Sí, señora. ¿Lo estás pasando bien?


—Ha sido muy divertido y relajante. Gracias por pedirme que viniera. Lo he pasado muy bien contigo y con Camila. Tiene mucha suerte de tener un padre como tú, ¿Lo sabías?


—Yo creo que tengo la misma suerte de tenerla a ella —miró hacia el campo, donde Camila se había distraído de su propósito original y estaba persiguiendo una mariposa—. La vida sería muy vulgar sin ella.


—Me gustaría que mi padre hubiera sentido por mí la décima parte de lo que tú sientes por Camila —susurró.


Su melancolía era tan fuerte, sus sentimientos hacia un hombre que no había conocido tan intensos, que él sintió pena por ella.


—¿Cómo es que nunca conociste a tu padre? —ella miró al cielo, dándole la impresión de que intentaría evitar la respuesta si podía. Pero no iba a dejar que se librase tan fácilmente—. Cuéntamelo, cariño. No te preguntaría si no me interesara la respuesta. Quiero saber quién es Paula Chaves, de dónde viene y dónde ha estado. ¿Es mucho preguntar?


Ella se mordió el labio inferior y él notó que había miedo en su mirada.


—No, no es mucho preguntar.


—Entonces, cuéntamelo.


—Es difícil decirte que no, ¿Lo sabías?


—¿Estás diciendo que soy irresistible? —dijo levantando una ceja. 


—Sí, más o menos —le apartó un mechón de pelo de la cara. Otra táctica dilatoria, pensó él. Después de un rato ella por fin habló—. Mi madre tenía diecisiete años cuando se quedó embarazada y el chico con el que salía dijo que él no era el padre, porque no quería la responsabilidad de tener un niño. La echó de su vida completamente y ese fue el fin de su relación con ella y conmigo. Por lo que me contó mi madre, los padres de ella no estaban tampoco muy contentos con la situación y no la apoyaron mucho en su decisión de tenerme. De hecho, la echaron de casa y se negaron a ayudarla.


Él la miró sorprendido, incapaz de entender que una familia pudiera abandonar a uno de los suyos.


—¿Qué hizo entonces?


—Bueno, me tuvo ella sola y le estoy muy agradecida por que se quedase conmigo en vez de entregarme en adopción. Pero la decisión le resultó muy cara emocionalmente y cambió la dirección de su vida y de su futuro.


—¿Por qué?


—La verdad es que nunca se recuperó del rechazo de mi padre. Cuando yo nací, ella vivía en Wisconsin y peleó mucho por sacarnos adelante a las dos. Y luego conoció a un hombre llamado Antonio. Yo no me acuerdo casi de él, pero ella acabó por seguirlo hasta aquí, a Missouri. Poco después, él la dejó y volvimos a quedarnos solas. Desgraciadamente para mi madre, aquel ciclo con los hombres se repitió muchas veces a lo largo de los años.


—¿Volvió a casarse?


—No, pero no fue por falta de ganas. Sus relaciones nunca duraban mucho, y era siempre el tipo el que la dejaba a ella. Se pasó la vida buscando un hombre que le diera el tipo de seguridad y estabilidad que anhelaba.


—Y de respetabilidad —añadió él sin pensarlo, descubriendo de pronto de dónde venía la necesidad de Paula.


—Sí, y quería lo mismo para mí. Pero tengo miedo de acabar como mi madre… Sola.


Él sujetó su cara con ambas manos y la miró fijamente.

Secreto: Capítulo 41

Él pareció sentir sus dudas y detuvo su exploración. Con una delicadeza que se contradecía con la tensión sexual que recorría su cuerpo, volvió a colocarle bien el vestido.


—¿Demasiado y demasiado pronto?


Incapaz de hablar, ella asintió con la cabeza. Él se sentó y la ayudó a sentarse. Estaba sonrojada y se alisó la falda con los dedos con mucha concentración. Él sujetó su mano y ella no tuvo más remedio que mirarlo a los ojos.


—Paula… Estoy cansado de luchar contra lo que hay entre nosotros. Tú eres la primera mujer que he deseado de verdad en mucho tiempo, y estoy pensando… Que quizá deberíamos tomarnos esto con calma y ver dónde nos lleva.


Su primer instinto fue decir que no, escuchar la voz que le decía dentro de su cabeza que ella no era la mujer adecuada para él. Que permitir que entrase más en su corazón era una completa estupidez. Pero había un brillo de esperanza en la mirada de él, y su propio anhelo por lo que le ofrecía le dio el valor para decir la palabra que le permitiría creer durante un tiempo que aquel príncipe encantado era el suyo.


—Sí —susurró, esperando que sus anhelos egoístas no acabaran por hacer daño a las dos personas que tanto habían llegado a significar para ella. 



—¡Atrapé uno! ¡Atrapé uno! 


La voz alegre de Camila espantó a una bandada cercana de pájaros, que salieron volando en todas direcciones. La niña estaba de pie a la orilla del lago donde habían pasado la tarde del domingo, con una caña de pescar en la mano y una enorme sonrisa en la cara.


—¡Mira, papá, Paula, es un pez muy grande y lo he atrapado yo sola!


La risa de Paula, cálida y suave, envolvió a Pedro como la brisa de la tarde. Se estaba acostumbrando a aquel dulce sonido y a pasar tiempo con ella. Se levantó de la manta que compartían a la sombra de un árbol y se encaminó hacia su hija.


—Muy bien hecho, cachorrillo —el pez no medía más de doce centímetros, pero era el más grande que Camila había pescado nunca—. Debe haber sido por ese sabroso gusano que pusiste en el anzuelo.


—Creo que tienes razón, ¿Podemos tomarlo para cenar?


—Parece ser de una sola ración. Podemos hacerlo para tu cena. Lo limpiaré en casa, ¿Quieres intentar pescar otro?


—Mejor más tarde. ¿Puedo ir a hacer un ramo de flores de las que están en ese prado?


—Vale, siempre que no te alejes mucho.


—Quiero hacer una corona de margaritas para Paula —le dijo en secreto y luego se fue dando saltos.


Cuando volvió a la manta junto a Paula ella estaba tumbada boca arriba mirando al cielo. Él se tumbó boca abajo junto a ella y se apoyó en los antebrazos, a unos centímetros de distancia. Se puso a pensar que podía mirarla durante horas sin cansarse. Un mes antes no se hubiera creído capaz de tener esos sentimientos hacia una mujer. Y menos hacia ella. Pero desde la noche en que habían hablado de Ángela se había formado entre ellos un vínculo que se hacía más fuerte cada día. Sentía constantemente la necesidad de estar con ella, de ver su sonrisa y oír su voz en el trabajo y de verla en casa por las tardes. Por la noche, después de cenar y de acostar a Camila, animaba a Paula a que se quedase un poco más. Se sentaban juntos en el sofá comiendo palomitas y viendo la televisión o charlando de tonterías o de cosas personales. Su relación seguía siendo secreta, pero se había hecho más romántica tanto en el plano físico como en el emocional. 

jueves, 25 de julio de 2024

Secreto: Capítulo 40

 —Yo crecí en una familia muy unida, con el amor de mis dos padres y era reacio a concederle su deseo, pero lo hice porque los dos éramos muy desgraciados. Pero no estaba dispuesto a darle la plena custodia de Camila como quería, porque sabía que era solo un intento vengativo para hacerme daño. Es y siempre será mi hija, mi nombre está en su certificado de nacimiento y yo estaba decidido a luchar por ella. Y lo hice, aunque significó una batalla legal desagradable y amarga.


Paula se mordió el labio inferior, incapaz de imaginar el sufrimiento que él había soportado, solo por su hija. Le dolía que Ángela lo hubiera tratado tan mal, siendo un hombre tan íntegro y honorable.


—Y entonces, cuando el tema de la custodia quedó arreglado, Ángela murió en un accidente de coche. Le fallaron los frenos y chocó contra un árbol, y debido a la enemistad que había entre los dos la policía me interrogó como sospechoso.


—Oh, Pedro —la incredulidad de su voz era evidente.


—Como te puedes imaginar, en la ciudad hubo un gran revuelo con aquel escándalo. Nadie creía de veras que yo pudiera hacer una cosa así, pero fue tema de cotilleo y yo fui el centro de todas las especulaciones, hasta que se limpió mi nombre.


De pronto, Paula se dió cuenta de que le dolía respirar. Se encontró abrazada fuertemente a un cojín y se dio cuenta de que el peso que Ángela había arrojado sobre la familia Pedro se parecía demasiado al que ella podía arrojar si alguna vez se llegaba a conocer su pasado. Mientras trataba de calmar sus propios temores no podía pasar por alto el dolor que había en los ojos de Pedro y no pudo contener el impulso de pasarle la mano por la mejilla en una suave caricia.


—Siento que tuvieras que pasar por todo eso —murmuró.


Él le sujetó la mano cuando ella iba a apartarla. No dijo nada, solo la miró durante un buen rato, acariciando su muñeca con el pulgar, derritiendo su determinación de mantenerlo a distancia. Se aferró al cojín como si fuera un salvavidas. La atmósfera se cargó con una sensualidad que le quitaba el aliento. Se dió cuenta demasiado tarde de que nunca debió atreverse a tocarlo, sabiendo que un gesto tan simple tenía consecuencias tremendas con Pedro. Aunque no había nada simple en aquel deseo que flotaba entre ambos, nada corriente en la necesidad que sentía de él.


—¿Pedro? —su voz temblaba.


—Quiero besarte —murmuró roncamente—. Quiero probar algo que sea bueno y puro… Quiero algo que me haga olvidar.


Paula tragó saliva, incapaz de negarse. Ella también quería olvidar,solo por un rato, que nunca podría ser el tipo de mujer que él necesitaba en su vida.


—No deberíamos.


—Los dos nos lo hemos estado negando demasiado tiempo —se volvió hacia ella, tomó su mano y se la llevó al pecho para que pudiera sentir los fuertes latidos de su corazón—. Me estaba volviendo loco intentando resistirme. Solo un beso…


Inclinó la cabeza y puso su boca sobre la de ella, suave, lenta, y persuasivamente. Su lengua acarició el labio inferior de Paula y, con un gemido, ella se rindió. Él se deslizó dentro, y Paula lo acogió, besándolo con el mismo entusiasmo. Él le acarició el hombro, la espalda y la cadera. Al encontrar el cojín se lo quitó y lo tiró al suelo. Entonces ella le pasó los brazos alrededor del cuello. Poco a poco él la fue acercando, moviendo sus cuerpos hasta que la tuvo debajo de sí en el sofá. Con la boca aún pegada a la de ella, se colocó encima y puso uno de sus muslos entre los de Paula. Sus caderas se rozaban íntimamente y ella sintió su erección, algo que la excitó más aún. Nunca antes había sentido aquel placer físico, aquella necesidad emocional por un hombre. Y quería que aquello siguiera y siguiera… Tenía una mano en su cabello, mientras que con la otra le desabrochaba el vestido, hasta que la tela se separó y él cubrió con su palma uno de sus pechos. Ella gimió y él siguió besándole la mandíbula, la garganta, siguió por el pecho y luego siguió bajando… Paula sintió pánico porque, a pesar de que deseaba locamente a Pedro, no estaba dispuesta a entregar su último reducto de respetabilidad. No sin amor. 

Secreto: Capítulo 39

Por fin él levantó la mirada. La rabia inicial había dado paso a una resignación que alteraba su expresión.


—Yo no soy el padre verdadero de Camila —sonrió con amargura—. Ella no tiene ni una gota de sangre Alfonso en sus venas —Paula lo miró silenciosa y atónita—. Lo siento, no debí decir nada. Aparte de mi familia, nadie más sabe la verdad sobre Camila y preferiría que guardases el secreto.


—¿Por qué me lo has contado?


—No tengo ninguna razón en particular. Simplemente pensé que lo entenderías.


Lo entendía, mucho más de lo que él pudiera pensar.


—¿Me contarás lo que pasó?


Él se sentó a su lado en el sofá, rígido, con los brazos sobre los muslos. Ella quiso tocarlo pero no se atrevió. Esperó en silencio, tranquila, a que tomase la decisión de si quería o no hablar del pasado. Después de una eternidad, él premió su paciencia.


—Conocí a Ángela de una forma muy parecida a como te conocí a tí.


—¿Salió corriendo el día de su boda y acabó en Leisure Pointe?


—No —dijo él riendo—. Te lo contaré de otra forma. Ella necesitaba ayuda y yo la rescaté, por así decirlo.


—Como me rescataste a mí —murmuró, sabiendo que aquel hombre nunca le daría la espalda a una mujer en apuros.


—Exactamente. El coche de Ángela se estropeó a la salida de Danby y yo volvía a casa desde San Louis, cuando me hizo señas de que parase. No podía dejar a una mujer sola en la carretera, así que paré con la idea de ayudarla en lo que pudiera y seguir mi camino. Ella también era de San Louis y era muy guapa y sofisticada, de una forma que me encandiló inmediatamente. Cuando decidió quedarse a dormir en Danby, mientras le arreglaban el coche, insistió en invitarme a cenar en agradecimiento por mi ayuda. Yo tenía veintiún años entonces y ella era coqueta, atractiva y muy difícil de resistir.


—¿Tuviste un asunto con ella?


—Sí —suspiró—. Cinco semanas más tarde me dijo que estaba embarazada y yo me casé con ella sin pensarlo dos veces. Me educaron para hacer lo que debía, para ser responsable de mis actos y yo no tenía ninguna duda de que quería que mi hijo tuviera padre y madre.


—Pero el niño no era tuyo —susurró ella.


—Me dí cuenta porque pensé que Camila había nacido sietemesina. Cuando el médico me aseguró que era una niña sana y de un embarazo a término, por fin lo entendí todo. Obligué a Ángela a decir la verdad y ella reconoció que yo no era el padre de la niña. Se casó conmigo para no ser madre soltera y por seguridad. Lo malo es que nunca fue feliz por estar casada y odiaba vivir en Danby.


—Y Camila no sabe la verdad, ¿No?


—No necesita saberla. Ha sido mía desde el día que nació y yo la quiero. Quienquiera que fuese su padre nunca se preocupó por ellas, según Ángela, y por eso me engañó para que me casara con ella —se pasó la mano por el pelo—. Las cosas nunca volvieron a ser lo mismo entre Ángela y yo después de aquello, aunque tampoco es que nuestro matrimonio fuera gran cosa para empezar. Pero su engaño añadió una tensión más a nuestras relaciones. Antes de que Camila hubiera cumplido los dos años, Ángela pidió el divorcio.


Paula se quedó callada sabiendo que había más. 

Secreto: Capítulo 38

Pero por más que supiera que habría magia entre ellos también sabía lo complicado que sería hacer el amor con aquel hombre.


—Después de recoger a Camila fuimos a casa de Carolina a ver a los mellizos.


—¿Fue todo bien?


—Sí —ella puso las piernas en el sillón que estaba al lado y él las miró—. Camila tomó en brazos a Nicolás y a Nina, lo que le hizo mucha ilusión.


—Parece que será de gran ayuda para Lisa cuando vuelva a cuidar a Camila.


El comentario de Pedro le recordó a Paula lo provisional que era su presencia en la vida de él y cuánto estaba empezando a temer la idea de no volver a verlos todos los días cuando se hubiera acabado su trabajo.


—Sí que lo será —carraspeó para controlar la voz. Jugueteando con el dobladillo del vestido, miró el álbum de fotos que estaba sobre la mesa—. Pedro… —se detuvo sin saber cómo sacar el tema que había estado en su mente desde que vio las fotos del álbum—. Después de ver a los mellizos, Camila quiso ver las fotos de cuando era pequeña.


—Muy bien —él se encogió de hombros, como si fuera un tema sin importancia—. Ya las ha visto antes.


—¿Y siempre hace preguntas sobre su madre?


—A veces —se enderezó en la silla sintiéndose incómodo de pronto—. Sabe que Ángela murió cuando ella iba a cumplir dos años y, como ya te he contado, no recuerda gran cosa de ella. Tampoco es que haya mucho que recordar.


—Me pareció que las fotos eran… Interesantes —siguió Paula, sin amilanarse por la amargura de su tono de voz.


—¿Interesantes por qué? —se puso rígido y a la defensiva.


—En todas las fotos en las que están tú, tu mujer, y Camila, Ángela parece estar en cualquier sitio menos allí.


—Eso es porque ella hubiera querido estar en cualquier sitio menos allí. Ángela no fue nunca una mujer maternal, y estar casada y vivir en esta pequeña ciudad no era lo bastante emocionante para ella. No le importaba tampoco que se supiera lo mal que se sentía.


Entonces ¿Por qué se habían casado? Paula se tragó la pregunta y dijo:


—También me dí cuenta de que Camila no se parecía mucho a Ángela y tampoco a tí, ¿De dónde ha sacado ese pelo rubio y esos ojos verdes, cuando Ángela y toda tu familia tiene pelo negro y ojos azules?


—Siempre he dado por supuesto que Camila debe parecerse a su padre —dijo él apretando la mandíbula y con un brillo cínico en los ojos.


—¿Cómo dices? —ella esperaba una explicación más lógica, algún pariente lejano o algo así.


Pedro dijo una palabra malsonante en voz baja y se levantó, yendo hacia la ventana. Paula lo miró y percibió la tensión que había en el aire, la que suele preceder a una tormenta. Respiró hondo y decidió lanzarse al ojo del huracán. El comentario de él no se podía pasar por alto.


—¿Pedro?—lo llamó en voz baja pero firme—. ¿Qué quiere decir eso de que dabas por supuesto que Camila debía parecerse a su padre?


Él se dió la vuelta bruscamente y resopló. Ella quería que le confiase cualquier carga que llevara encima, a pesar de ser consciente de que ella también guardaba un secreto.

Secreto: Capítulo 37

 —Los dos nos servíamos mutuamente para un propósito —admitió, y no parecía orgullosa de ello—. Pedro… Santiago era mi esperanza de respetabilidad.


Lo dijo en voz muy baja, casi un susurro, pero no había forma de negar lo que él había oído. Se sintió confuso, a pesar de que sus palabras le encogieron el corazón.


—¿Qué es lo que te hace creer que no eres respetable? —preguntó en voz igualmente baja.


—Es mejor para tí que no lo sepas —dijo con una sonrisa temblona. Luego, como si le doliera demasiado, se volvió hacia los bebés, señalando al que tenía la manta azul que había conseguido sacar un brazo y lo acababa de mover—. Mira, Camila, me parece que Nicolás te está saludando.


—¡Lo he visto! ¿Lo has visto papá?


—Sí, cachorrito, lo he visto —dijo con voz grave. A decir verdad, lo único que podía ver en aquel momento, sentir en aquel momento, era el dolor de Paula.


Y aquello no era nada bueno. En absoluto.  Siento llegar tan tarde. Paula cerró la novela rosa que estaba leyendo y la dejó en la mesa que estaba junto al sofá cuando Garrett entró en el cuarto de estar. Eran las ocho y veinte de la noche, mucho más tarde de lo que ella solía quedarse, pero no le importaba. Prefería estar en casa de Pedro que secuestrada en su habitación solitaria en la casa de huéspedes.


—No hace falta que pidas disculpas —lo recibió con una cálida sonrisa—. ¿Ha ido todo bien en tu reunión de San Louis?


—Sí —se sentó en una silla, cerca de ella—. Me llevó más tiempo del que creía discutir las cifras del presupuesto pero conseguimos la obra. Contenta por él, le puso la mano en el brazo, sin dar mucha importancia al gesto hasta que lo hubo hecho.


—Es una noticia estupenda.


Él respiró hondo, su mirada saltó de la mano de ella a sus ojos y una corriente sensual se estableció entre ellos. Paula sentía bajo sus dedos la piel cálida de él, la contracción de los músculos que indicaba que la caricia la afectaba mucho más de lo normal para un roce tan leve. En las últimas semanas habían estado evitando la proximidad e intentando mantener una relación profesional. Pero no había forma de negar la necesidad que sentía, un deseo que se iba haciendo cada vez más difícil de resistir. Siguiendo la ruta segura de protegerse de esas emociones, apartó la mano y Pedro también hizo un esfuerzo para recobrar la compostura.


—Esto está muy silencioso, ¿Dónde está Camila?


—Tu hija ha tenido un día agotador, la acosté a las ocho, después de su baño. Se quedó dormida en unos minutos.


—¿Y Federico? —preguntó recostándose en la silla.


—¿Necesitas preguntarlo? Ha salido con Emma.


—Claro —sonrió divertido—. ¿Qué hicieron Camila y tú esta tarde?


La conversación fue cómoda y predecible, todas las tardes seguían el mismo ritual, que les hacía sentir como si llevaran haciendo lo mismo durante años, en vez de unas semanas. Lo único era que al final de la tarde cada uno se iba por su lado en vez de tomarse de la mano y subir juntos las escaleras hacia el dormitorio. 

martes, 23 de julio de 2024

Secreto: Capítulo 36

 —¿Por qué tienen las caras rojas y arrugadas?


—Los recién nacidos tienen ese aspecto durante un par de días —dijo Paula antes de que Pedro pudiera dar alguna explicación—. Estoy segura que cuando los veamos en casa de tu tía Caro se les habrán quitado las arrugas.


Camila los miró durante un momento, luego levantó la cabeza hacia Paula.


—¿Y tú cuándo vas a tener un niño?


A Paula se le pusieron los ojos redondos y Pedro observó cómo se llevaba la mano distraída a su liso vientre, pero pronto se recuperó. 


—Puede que algún día, cuando encuentre un príncipe encantador que me quiera.


Aquello no solo atrajo la imaginación de la niña sino que también Pedro recordó la noche en que había conocido a Paula y lo que ella le había contado de sus deseos de encontrar un príncipe encantador y ser felices y comer perdices. Ella merecía esa clase de estabilidad y felicidad, cualquier mujer lo merecía, pero él no era el hombre que pudiera proporcionarla, no importaba lo mucho que Paula lo atrajera. No podía ofrecer ese tipo de promesas a ninguna mujer después de lo que le había pasado con Ángela. De todas formas, ella estaba empezando a ser algo más que una responsabilidad muy atractiva que le había caído encima.


—Me gustaría tener por lo menos tres o cuatro niños algún día —le dijo a Camila con una sonrisa traviesa.


—¡Caramba! Tu tripa será el doble de grande que la de tía Caro.


—Bueno, me gustaría tenerlos de uno en uno, no todos de una vez — rió Paula.


La niña volvió a mirar a los bebés. Con la diversión aún brillando en sus ojos por el entusiasmo de Camila con los recién nacidos, la mirada de Paula se cruzó con la de Pedro. Él le devolvió la sonrisa y se metió las manos en los bolsillos del pantalón.


—Así que quieres tener todos esos niños, ¿No?


Aunque era una pregunta hecha por curiosidad, no pudo evitar la imagen que se formó en su mente de hacer un bebé con Paula, de ella suave y cálida debajo de él y de los suaves suspiros que ella daría cuando por fin se unieran…


—Sí, quiero todos esos niños. Crecí sin hermanos y siempre deseé tener alguno para poder jugar.


—O para discutir y pelear.


—También para eso. Siempre me sentí muy sola por ser hija única.


Él se preguntó si Camila se sentía así, sola, pero se dijo que su hija tenía ya dos primos que llenarían el hueco de los hermanos.


—¿Quería tener hijos Santiago?


Paula se encogió de hombros con un gesto que no encajaba con el tono de despreocupación con el que se esforzaba en hablar. 


—Estoy segura de que hubiéramos tenido una familia.


—¿Por que eso era lo que se esperaba de tí y formaba parte del propósito para el que servías a Santiago?


Ella lo miró fijamente durante un rato, en sus ojos había tristeza. Él pensó que ella se escaparía del tema que él había planteado, pero sorprendentemente no lo hizo.


Secreto: Capítulo 35

 —Por lo que he oído los mellizos se suelen adelantar. Y por lo que yo sé los bebés son bastante impredecibles en cuanto a cumplir con la fecha prevista.


Como había acabado su café le alargó a Pedro el vaso vacío. Él lo tiró en una papelera cercana y luego siguió caminando arriba y abajo por la sala de espera. Miró al reloj y frunció el ceño.


—¿Por qué tardan tanto?


—Los niños llegan en su momento, cuando ya están listos —Paula acarició el pelo de Camila—. Estoy segura de que tú sabías esto de cuando nació Camila.


Pedro se sentó en una silla enfrente del sofá en el que estaba Paula intentando relajarse. La tensión de su cuerpo se alivió pero su mente voló hacia el pasado, hacia el día en que había nacido Camila. Sí, aquel día había aprendido mucho sobre bebés, más de lo que creía posible. Había descubierto hasta qué punto lo había engañado Ángela. Se le encogió el estómago al recordar todas las emociones que había sentido aquel malhadado día que había cambiado toda su vida… La alegría de que Camila hubiera nacido fuerte y completamente desarrollada. La rabia de que una mujer a la que había jurado devoción eterna y en la que había confiado le hubiera podido traicionar de aquella manera. Y resignación porque supo que nunca se quitaría de encima aquella responsabilidad que había llegado a ser suya, porque, a pesar de las circunstancias del nacimiento de Camila, ni una sola vez había lamentado que estuviera en su vida. Miró hacia Paula, que también le provocaba una gran variedad de sentimientos. Pero a diferencia de Ángela, Paula era sincera y auténtica. Mostraba afecto por su hija y hacía la vida de él más alegre con su sola presencia, y le recordaba cuánto había deseado tener una esposa y una familia que fuera suya. Resistirse a ella se le hacía cada vez más difícil. Javier apareció de pronto haciendo que Pedro se levantase de su asiento de un salto y abandonara sus pensamientos. Vestido con bata de hospital y luciendo una amplia sonrisa, el marido de Carolina dió un grito e hizo el signo de la victoria.


—Tenemos un niño y una niña perfectamente sanos.


Pedro se sintió aliviado y sonrió a su vez. Apretó la mano de su cuñado. 


—Felicidades a los cuatro.


Paula despertó a Camila para darle la noticia de que tenía dos primos. Luego se levantó y abrazó a Javier.


—Me alegro por tí y por Caro.


—¿Cuándo vamos a ver a los niños, tío Javier?


—Estarán limpios y en el nido dentro de media hora para que los veas. Cuando tía Caro vaya a casa dentro de un par de días podrás tomarlos en brazos.


—¿Qué tal está Carolina? —preguntó Pedro.


—Muy bien, pero está agotada. Nicolás y Nina van a ser muy traviesos, ya se les nota.


—Puedes despedirte de dormir toda la noche durante todo el año próximo —bromeó, luego se puso serio—. Vamos a ver a los niños en el nido y luego nos iremos. Saluda a Caro, dile que intente dormir esta noche, que mañana vendremos a verla.


—Lo haré —asintió Javier y se volvió para estar con su mujer.


—¿Verdad que son los niños más monos que has visto nunca?



Al notar el anhelo en la voz de Paula, Pedro la miró y se conmovió por su expresión dulce y su sonrisa. Luego volvió a prestar atención a los bebés.


—Sí, son muy guapos —dijo con voz ronca.


Camila, que estaba entre ambos, se puso de puntillas para ver mejor a sus primos. Frunció el ceño. 

Secreto: Capítulo 34

Pero él se comportaba como un caballero y ella se aferraba a la convicción de que ella no era buena para él porque no podría ser lo que él y Camila necesitaban de forma permanente. A pesar de sus deseos, Paula aceptaba que aquello era solo un acuerdo temporal. Cuando acabó el bocadillo, decidió que era ya hora de volver al trabajo.


—Ya que estás aquí podías decirme cómo introducir en el ordenador los informes trimestrales para hacienda.


—Ah, algo para estimular el cerebro. Me encantará.


Retiraron los restos del almuerzo y Carolina se sentó al lado de Paula mientras ésta le explicaba.


Una hora más tarde Pedro entró en la oficina y frunció inmediatamente el ceño al ver a su hermana sentada frente al teclado del ordenador. 


—¿Qué estás haciendo aquí, Carolina?


—Estaba almorzando con Paula.


—A mí me parece que estás trabajando.


—Dado que ha vuelto el inquisidor, me marcho —sonrió a Paula—. Estar fuera de casa fue divertido mientras duró —Paula le alargó la cesta.


—Gracias por el almuerzo y por tu ayuda.


—Siempre que… —Carolina tomó aire con los ojos abiertos por la sorpresa y luego se llevó la mano al vientre—. Dios mío.


—¿Qué pasa? —preguntaron Paula y Pedro al mismo tiempo.


Carolina miró hacia abajo y ellos siguieron su mirada; encontraron un charco de líquido en el suelo. Volvió a levantar la mirada riendo nerviosa.


—Creo que acabo de romper aguas.



Sentada en la sala de espera del hospital, Paula tomaba café mientras miraba a Pedro, que caminaba arriba y abajo delante de donde estaba sentada ella con la cabeza de Camila sobre el regazo. Él había insistido en llevar a su hermana al hospital a toda prisa, prometiendo que avisaría a su marido para que Javier pudiera encontrarlos cuando llegase. Paula cerró la oficina, recogió a Camila de su curso y se encontró con Pedro en el hospital. Y allí llevaban seis horas esperando. Habían cenado en la cafetería y Javier los había informado de los progresos. Camila se había aburrido de la espera y, cuando apoyó la mejilla en el muslo de Paula, ella supo que antes o después se quedaría dormida. Tardó menos de cinco minutos. El padre de Camila, sin embargo, era un manojo de nervios. No podía sentarse tranquilamente, al cabo de un rato volvía a levantarse y seguía caminando. Llegó al otro extremo de la sala y se dirigió hacia ella.


—Si Carolina se hubiera quedado en casa descansando, que es lo que tenía que hacer, esto no hubiera sucedido.


Llevaba diciendo lo mismo desde que ella había llegado al hospital.


—Carolina se hubiera puesto de parto en casa, Pedro —intentó razonar con él por enésima vez—. Esos mellizos están listos para nacer.


—Pero no le tocaba hasta dentro de tres semanas. 

Secreto: Capítulo 33

Paula levantó la vista de los albaranes que estaba introduciendo en el ordenador cuando Carolina abrió la puerta y entró con una cesta de mimbre colgada del brazo.


—Creía que estabas en casa descansando.


—Si hiciera caso a mi hermano estaría en el sofá o en la cama hasta que nacieran estos dos. Pedro se preocupa mucho, más que mi marido.


—No se le puede echar la culpa, parece como si fueras a tener los niños de un momento a otro.


—Eso espero, porque se están quedando sin sitio para hacer acrobacias —Carolina dejó la cesta en el suelo y miró hacia la puerta del despacho de Pedro—. No he visto el camión de mi hermano a la puerta, ¿No está?


—No, está en una puja y no volverá hasta la tarde.


—Bien. Así podré relajarme y disfrutar sin que me dé la lata.


—¿Qué te trae por la oficina?


—Me sentía encerrada e inquieta. He limpiado la casa, el cuarto de los niños está listo y estoy harta de leer. Así que hice unos cuantos bocadillos y decidí comer hoy fuera. Contigo.


—¿Me has hecho el almuerzo? Muchas gracias —dijo Paula sorprendida mirando la cesta.


—O hacía eso o me volvía loca sola en casa. ¿Qué prefieres, jamón o pavo?


—Tomaré jamón —dijo Paula apartando cosas de la mesa para que Carolina tuviera sitio para poner el almuerzo. No solo había preparado bocadillos sino también una ensalada de frutas, refrescos y unos pasteles caseros de postre.


—¿Qué tal te trata el jefe?


—Muy bien. Ha tenido mucha paciencia con los errores que he cometido.


—Solo llevas aquí una semana, te harás con la rutina rápidamente. ¿Qué tal las tardes con Camila? 


—Muy bien —la niña era precoz y alegre y se había hecho rápidamente un lugar en el corazón de Paula—. Para ser sincera, el rato que paso con ella es el mejor del día.


El segundo mejor rato era cuando Pedro llegaba a casa después del trabajo, aunque ella había tenido cuidado de evitar escenas de piscina con él. En el trabajo él era absolutamente profesional, pero habían conseguido un ambiente amistoso y confortable en la casa. A pesar de que Paula no había tenido nunca intención de quedarse después de la llegada de Pedro, Federico y Camila habían insistido en que se quedara a compartir con ellos la cena que había hecho. Ya se había convertido en una costumbre el que se quedara a cenar. A ella no le importaba. Formar parte de la familia Alfonso llenaba ese vacío que había arrastrado durante tanto tiempo. Toda la familia la había aceptado incondicionalmente y la hacía sentir como si perteneciese a ella. Pero por las noches, a solas en la cama, recordaba las razones por las que tenía que proteger su corazón de los sentimientos que se tejían en su interior. Tenía un miedo constante de que su pasado volviera a alcanzarla y que destruyera cualquier felicidad que fuera capaz de conseguir. Lo más difícil de su trabajo era luchar contra la atracción que sentía por su jefe. Cualquier roce accidental hacía que su corazón se acelerase. Cualquier mirada cálida tenía la capacidad de hacerle temblar las rodillas y desear otro beso sensual como el que había compartido con Pedro.

jueves, 18 de julio de 2024

Secreto: Capítulo 32

Claro que aquello no modificaba el hecho de que la opinión de Pedro le importaba. Y no quería ser para él otra cosa que una mujer femenina y respetable. No quiso analizar por qué era tan importante lo que él pensara de ella y se acercó al borde del agua para introducir un poco el pie.


—No sé, el agua está muy fría.


—Es mejor que saltes —dijo Camila salpicándola—. Así no piensas en lo fría que está.


—Es la elección menos dolorosa —dijo Pedro.


—¿Qué otra opción tengo?


—Que yo te persiga y te tire al agua —dijo él con expresión traviesa, muy distinta del gesto reservado que solía tener. Se dirigió hacia las escaleras para ir a buscarla.


Ante el temor de que él la tomase en brazos, ella saltó de cabeza. Cuando volvió a salir a la superficie oyó las risas de ambos.


—No sé qué es lo que os parece tan gracioso. Me toca a mí perseguirlos, así que es mejor que busquéis un sitio para esconderse.


Cerró los ojos, como mandaba el juego, y gritó «¡Marco!», a lo que ellos respondieron «¡Polo!» como única indicación de dónde estaban. Paula evitó deliberadamente la voz profunda de Pedro y se concentró en Camila buscando a ciegas hasta que la encontró. Luego le tocó el turno a la niña y, como los dos nadaban más rápidamente que ella, Garrett se dejó alcanzar antes de que se cansara de la búsqueda. Le hizo cosquillas y la niña chilló para que la soltara.


—¡Ahora tienes que perseguir a Paula, papá!


—Yo soy demasiado rápida y lista para tu padre —bromeó Paula, pero pronto se dió cuenta de su error al ver la mirada de reto en los ojos de Pedro.


—Eso lo veremos.


Se sumergió bajo el agua para darles tiempo de cambiar de posición y, aunque Paula hizo todo lo que pudo por evitarlo, solo le llevó dos minutos encontrarla y atraparla. Avanzaba hacia ella con los ojos cerrados y la cabeza inclinada para oír los ruidos que hacía. Cuando estaba a solo un metro volvió a gritar Marco y ella en vez de contestar decidió intentar esquivarlo buceando hacia la parte profunda. Antes de que pudiera llegar a su destino, un brazo fuerte rodeó su cintura y la atrajo hacia él. Sus piernas desnudas se enlazaron y el roce de sus pieles hizo que sus pezones se irguieran instantáneamente. Sintió pánico, pero no porque él la hubiese atrapado sino por la ola de deseo que la invadió. Intentó apartar la mano que él había puesto sobre su estómago, pero él la mantuvo sujeta. Salieron a la superficie y la llevó hasta el borde de la piscina, apretándola contra él. No había nada respetable en el sentimiento de hambre y necesidad que la invadió, algo que solo podía conducirla a sufrir con un hombre tan lejano como Pedro Alfonso.


—Demasiado rápida y lista para mí, ¿Eh? —le dijo al oído—. Parece que yo he sido más listo.


—¡Y casi me ahogas en la caza! —dijo, intentando ocultar su confusión con una actitud indignada.


Estaba jugando con fuego. Ella no estaba preparada para manejar aquel tipo de atracción, y en aquel momento no entraba en sus planes enamorarse de un hombre que la veía como una responsabilidad más que como ninguna otra cosa. Peleó para que la soltara y nadó hacia el otro extremo de la piscina. Luego salió por las escaleras.


—¿Dónde vas, Paula? —gritó Camila decepcionada por su súbita marcha.


—Tengo que irme, cariño, te veré mañana —sonrió a Camila mientras se envolvía en una toalla y se forzó para mirar a Pedro que estaba lejano e inescrutable—. Lo único que hay que hacer es añadir espaguetis a la salsa y a las albóndigas que hice y tendrás hecha la cena.


Fue hacia la casa, se puso ropa seca y se fue. Se daba cuenta de que estaba huyendo otra vez. Que huía asustada de los sentimientos que le provocaba Pedro. 

Secreto: Capítulo 31

 —¿Qué pasó para que acabases tu relación con Santiago en el altar?


Paula desvió la mirada, pero a él le dió tiempo a ver el pánico que había en ella.


—Ya te dije antes que yo no soy el tipo de mujer que Santiago necesita en su vida.


—¿Y qué tipo de mujer es esa?


—Alguien mucho más respetable de lo que yo seré jamás.


Respetable. Otra vez aquella palabra. Sin duda, la respuesta de ella era la versión abreviada de algo que le había causado muchos problemas. Una novia no decide en el último momento que no es lo bastante respetable. Algo había sucedido, algo lo bastante profundo como para hacerla creer que no era lo bastante buena para Santiago y que la hizo salir corriendo hasta una pequeña ciudad donde pudiera empezar de nuevo. Su angustia era tan palpable que Pedro sintió compasión. Por más que deseara descubrir el secreto que ella parecía estar ocultando, no se sentía capaz de mostrar esa falta de sensibilidad. Como él sabía muy bien por sus asuntos con Ángela, algunas cosas era mejor que siguieran siendo privadas. Así que cambió de tema.


—¿Dónde está Camila?


—Arriba, poniéndose el bañador —dijo ella aliviada—. Quería jugar un rato en la piscina antes de que refresque.


—¡Papá, estás en casa! —Camila entró corriendo en la cocina y se lanzó a sus brazos—. ¿Te vas a bañar con nosotras? —él no tenía planeado pasar ningún tiempo extra con Paula. De hecho ya había pasado demasiado tiempo con ella y había descubierto más cosas de las que quería. Lo mejor era poner una excusa—. Por favor. Podemos jugar a algo porque somos tres.


—Dame cinco minutos para cambiarme y enseguida vengo —de pronto le pareció difícil decirle que no a la niña cuando solía tener tan poco tiempo para jugar con ella.


—El último en llegar a la piscina pierde —dijo Camila.


La última en llegar fue Paula, que se había entretenido deliberadamente en la cocina. Estuvo fregando los cacharros y pensando en las preguntas que le había hecho Pedro. Una parte de ella quería contarle las razones por las que había terminado su relación con Santiago al pie del altar, pero el miedo y la inseguridad le hacían un nudo en el estómago e impedían que compartiese con nadie su secreto. Por fin estaba empezando a sentir que pertenecía a algún sitio y el riesgo de perder aquella pequeña estabilidad era demasiado alto para confiar la verdad a nadie, y menos a Pedro, que ya estaba resentido con su mujer. Sonriendo contempló cómo se lanzaban una pelota de colores mientras se dirigía a la mesa donde Camila había dejado las toallas.


—¿Qué tal está el agua? —preguntó mientras se desataba el pareo.


—Al principio fría, pero una vez dentro está bien —dijo Pedro mirándola mientras la falda caía al suelo. 


A pesar de la distancia, ella sintió el calor de sus ojos sobre ella. Sintió el deseo de cubrirse, pero alzando la barbilla recordó que la habían visto cientos, si no miles de hombres con mucha menos ropa. 

Secreto: Capítulo 30

Estaba de espaldas a él y cantaba al ritmo de una canción que estaba sonando en la radio. Era evidente que no lo había oído llegar. Sin poder contenerse contempló cómo se cimbreaba sin inhibiciones siguiendo la música. Era absolutamente sensual, completamente femenina y removía todo lo que había en él, desde sus emociones a su libido. Él carraspeó y ella se dió la vuelta, sobresaltada. Enrojeció al darse cuenta de lo que estaba haciendo y de que él la habría visto.


—Pedro, no te esperaba tan pronto.


—Es mi hora normal —dijo él apagando la radio.


—O sea que Federico tenía hoy una cita ardiente y no te podía cubrir las espaldas.


¿Tan transparente era? Eso parecía.


—Algo así —murmuró. Cambió de tema para no hablar de él—. Eres una buena cocinera.


—Parece que te sorprende —dijo ella riendo.


—Me sorprende agradablemente —admitió acercándose a la cocina para ver qué estaba haciendo—. El estofado que dejaste anoche era estupendo y sea lo que sea lo que estás haciendo huele delicioso.


—Salsa para los espaguetis y albóndigas.


Había muerto y estaba en el cielo, pensó aspirando el aroma. Después volvió a caer a tierra al pensar que Paula tenía la idea errónea de que él esperaba que ella cocinase.


—Paula, no tienes que hacer esto. Preparar la comida no era parte del acuerdo.


—La verdad es que no me importa —su tono era tan sincero como su mirada. Metió la cuchara de madera en la espesa salsa y se la acercó a los labios—. Pruébala y dime qué te parece.


Su dulce sonrisa era el único estímulo que necesitaba para hacerlo. Probó un poco y gimió de gusto. Podía acostumbrarse a aquello, pensó. Con demasiada facilidad, teniendo en cuenta que la situación era muy provisional.


—Increíble. 


—Me lo tomaré como un cumplido. Me encanta cocinar. Nunca había tenido muchas razones para ser creativa en la cocina, porque durante muchos años he cocinado solo para mí.


—¿Nunca cocinaste para tu prometido?


—Casi siempre comíamos fuera, era una de las ventajas de ser socio de pleno derecho del club de campo. Santiago era cirujano y le gustaba ser el centro de atención y relacionarse con sus colegas. Cenar allí servía a esos propósitos.


—¿Y a qué tipo de propósitos servías tú, Paula?


—¿Cómo?


—Tengo la sensación de que tú hubieras preferido cenas íntimas para dos en casa, en vez de ser el centro de atención, por eso me pregunto por qué dos personas tan opuestas como tú y Santiago quisieran casarse.


—No éramos exactamente opuestos —dijo con tono defensivo—. Pero ambos sabíamos qué podíamos esperar del otro y de nuestra relación.


Él se preguntó qué tipo de acuerdo tendrían, dado que era evidente que su novio cirujano no la apreciaba lo bastante como para haber ido a buscarla y de pronto quiso saber por qué. Peleó consigo mismo porque sabía que se estaba saliendo de las fronteras que él mismo se había trazado, pero al final ganó su curiosidad. 

Secreto: Capítulo 29

 —¿Y cómo es que te pasas el día en la oficina en lugar de ir a supervisar las obras?


—Federico prefiere el trabajo de campo y la supervisión directa, y yo me quedo en la oficina para hacer los presupuestos, pujas y contratos para poder estar cerca de casa por Camila.


—¿Dónde está tu madre?


—Se fue a Iowa hace cuatro años a vivir con su hermana. La vemos una o dos veces al año y yo le mando a Camila de visita.


—Tu hija tiene suerte de tener tanta gente que la quiera, especialmente después de haber perdido a su madre siendo tan pequeña.


Él la miró durante un buen rato, había algo fieramente protector en su mirada.


—La muerte de Ángela no la afectó mucho si tenemos en cuenta que no estuvo por aquí tiempo bastante como para crear un vínculo maternal con ella. La única prioridad de Ángela era satisfacer sus propios deseos egoístas y no pensó mucho si sus acciones podían afectar a su hija o ni siquiera al hombre con el que se había casado.


El tono helado de su voz, el resentimiento que había en su expresión, hizo que Paula sintiera un escalofrío. A juzgar por lo egoísta que había sido Ángela no le extrañaba que Pedro no confiara en las mujeres. Se dió cuenta de que había capas más profundas y no podía evitar preguntarse qué había pasado entre ellos, pero no quería destapar aquellos sentimientos. Él miró su reloj y cambió de tema.


—Son casi las dos, ¿Por qué no lo dejas ya y vas a buscar a Camila a su curso de verano? —Sacó unas llaves—. Estas son las llaves de una de las furgonetas de la empresa hasta que puedas comprarte un coche.


—Gracias. Te veré en la casa dentro de un rato, ¿No?


—Me quedaré trabajando hasta tarde en un presupuesto para mañana. Federico llegará probablemente antes que yo y él cuidará de Camila hasta que yo llegue.


Ella se dió cuenta de que era una excusa, pero como sabía cuáles eran sus razones no insistió. Había conseguido no encontrarse con Paula el día anterior, pero aquel día no iba a ser tan afortunado. Federico se había dado cuenta de que intentaba evitar a Paula y lo informó de que no pensaba ser su chivo expiatorio todas las noches de la semana. 


Apretando los dientes, Pedro subió las escaleras del porche. Bastante malo era pasarse el día con Paula en la oficina, siendo consciente de cada movimiento que hacía y del aroma ligero a flores que dejaba a su paso. Entraba con frecuencia en su despacho para hacerle preguntas y entablaba con él una conversación ligera siempre que era posible. Era rápida y eficaz con el trabajo y lo distraía tanto como él había temido. Entró en la casa y aspiró el aroma de algún guiso con especias. El olor le hizo la boca agua y recordó que se había saltado el almuerzo. Recordó también que la noche anterior, cuando llegó a casa, encontró un estofado de patatas y carne que había preparado Paula y que había dejado para la cena de la familia. El guiso sencillo había sido un placer comparándolo con las cenas rápidas que solía preparar él por las noches. Siguió aquel aroma hasta la cocina, y se detuvo al encontrar a Paula de pie ante la cocina removiendo una sustancia espesa y aromática que bullía en la cazuela. La segunda cosa que notó fue que ella se había cambiado de ropa y llevaba un bañador de una pieza y un pareo corto que dejaba ver sus piernas largas hasta los pies descalzos. Llevaba las uñas de los pies pintadas de rosa pálido. 

martes, 16 de julio de 2024

Secreto: Capítulo 28

Por primera vez desde el día de su boda, Paula se sentía en su elemento. Trabajar para Pedro le daba un sentimiento de dignidad que hacía que contemplara su futuro con más optimismo que la semana anterior. Era mejor ser sincera consigo misma y hacer lo que a ella le parecía justo que llevar una vida dictada por las normas y deseos que su madre le había inculcado desde que era pequeña. Sacudió la cabeza por la súbita revelación mientras archivaba las facturas. «¿Qué me hizo pensar que podría ser una esposa de las que se quedan en casa y ser feliz?», murmuró para sí misma, incapaz de imaginarse pasando el día organizando fiestas y yendo a comer con las amigas.


—¿Decías algo?


Sobresaltada, Paula miró hacia Pedro, que depositaba un montón de papeles en la bandeja de su escritorio. Él iba con vaqueros y un polo de manga corta y ella unos pantalones anchos y una blusa de seda de las que había empaquetado para su luna de miel. Carolina le había dicho que podía ir a trabajar con ropa informal, porque todos procuraban estar cómodos. Tras haber pasado la mañana enseñándole, Carolina se había ido a casa hacía unas horas. Aunque Pedro había estado por allí todo el día, apenas lo había visto. Se había encerrado en su oficina y había reducido el contacto con ella al mínimo.


—Estaba pensando en voz alta que me resulta estimulante hacer algo que me requiera más esfuerzo mental que servir bebidas. Había echado de menos este tipo de trabajo más de lo que yo creía.


—Carolina me ha dicho que te estás poniendo al día con rapidez —dijo él mientras introducía una hoja en el fax y marcaba el número.


—Sirve de ayuda conocer los procedimientos de la oficina y que te guste lo que estás haciendo. Es un negocio interesante. ¿Por qué decidiste hacerte técnico en electricidad? 


El gesto de él indicaba su resistencia a hablar de temas personales cuando era evidente que quería que la relación entre ellos fuera puramente laboral.


—No te pregunto por secretos de la profesión, Pedro. Solo quería saber cómo surgió la empresa Alfonso.


—Mi padre era electricista y trabajaba principalmente para los vecinos de Danby. En cuanto Federico y yo tuvimos edad para aprender el oficio seguimos los pasos de mi padre.


—¿Y? —preguntó sabiendo que había algo más en aquella historia.


Él sonrió ante su insistencia, pero en vez de quitarse de encima su curiosidad se sentó en la mesa en la que estaba el fax y continuó.


—La empresa ha sido siempre familiar y, cuando mi padre murió, Federico y yo heredamos el negocio. Seguimos haciendo trabajos variados mientras yo iba a la universidad y me sacaba el título de técnico electricista. Cuando yo me gradué, Fede y yo decidimos ampliar el negocio y especializarnos en grandes contratos de construcción. Como empezamos a hacer pujas para los grandes proyectos cerca de San Louis y hemos recibido algunos premios por esos trabajos, la compañía ha crecido más de lo que esperábamos.


En su voz había un orgullo inconfundible. Era el tipo de hombre que trabajaba duro y no daba nada por supuesto. 

Secreto: Capítulo 27

 —¿Por qué yo? Si lo haces porque te sientes responsable de lo que pasó con mi empleo en Leisure Pointe…


No acabó la frase, pero el significado estaba claro. Ella no quería ser una carga y él empezaba a darse cuenta de lo orgullosa que era. Una parte de él la respetaba por ser independiente. La verdad era que la razón de contratarla era solo en parte su sentimiento de culpa. La otra parte no se sentía con ánimos de interpretarla.


—Dijiste que habías sido secretaria en San Louis, así que sabes cómo llevar una oficina en cuanto aprendas nuestro sistema, ¿No?


—Sí, pero eso lo puede hacer cualquier secretaria temporal.


—Pero yo no le dejo mi hija a cualquiera.


—Pedro, yo no creo que sea una buena idea que trabajemos juntos — la duda que había en su voz le lanzó a medidas desesperadas. 


—Te pagaré el doble de lo que te ofreció Iván —ella tomó aire, pero se recuperó pronto de la sorpresa.


—¿Por qué iba a dejar algo que podría ser permanente por un trabajo temporal?


—Porque yo te necesito más que Iván —no quería que hubiera sonado tan posesivo, pero parecía que no tenía mucho control de sus emociones en lo que tenía que ver con aquella mujer.


—Pedro, dudo que tú necesites a nadie.


Su afirmación estaba muy próxima a la verdad. Había estado siempre tan ocupado cuidando a los demás que nunca se había permitido necesitar a nadie.


—Camila te necesita. Y te adora. Yo iba a intentar combinar el trabajo con cuidarla en la oficina, pero Carolina tiene razón. Camila no debe estar allí y tú puedes darle la atención que necesita hasta que yo vuelva a casa por la tarde. Creo que ambos nos haríamos un favor y a los dos nos beneficiaría que aceptases mi oferta —dijo en un último intento de convencerla.


—¿Estás dispuesto a correr el riesgo de que la gente pueda hablar de nosotros?


Él se dió cuenta de que quería darle una oportunidad de encontrar un sitio en el que pudiera encajar y ganarse la respetabilidad de la que había hablado la primera noche. Se lo debía y necesitaba desesperadamente sentirse libre de su deuda personal con ella.


—Ya somos la comidilla de la ciudad, Paula. No hay nada más que una oferta de trabajo entre tú y yo.


—Haces que parezca todo muy sencillo.


—No hay razón para que no lo sea, y también beneficioso para ambos. Tú necesitas un empleo y yo necesito una secretaria y una canguro para Camila.


—Muy bien —dijo con suavidad—. Acepto el empleo.


—Estupendo. Puedes empezar mañana por la mañana. Carolina estará allí para enseñarte las cosas básicas.


Y todo lo que él tenía que hacer era relacionarse con ella lo menos posible y evitar que se quedaran a solas. Desgraciadamente tenía la sensación de que eso era más fácil de decir que de hacer. 

Secreto: Capítulo 26

 —¡Papá, mira, ahí está Paula! —dijo Camila saltando excitada en el asiento delantero del camión.


Pedro estacionó el vehículo y siguió la dirección que su hija señalaba con el dedo. Paula estaba regando las plantas del jardín delantero. Llevaba una ropa cómoda que seguramente habría comprado en la tienda de segunda mano. Una camiseta rosa y unos vaqueros cortos que mostraban sus piernas largas y esbeltas. Estaba descalza e… Increíble, con un aspecto fresco y atractivo de chica normal. Sacudió la cabeza para alejar sus pensamientos. Era de vital importancia que mantuviera sus sentimientos bajo llave, sobre todo porque iba a trabajar con ella todos los días, si aceptaba la oferta.


—¡Hola, Paula! —saludó Camila, que fue corriendo hacia ella.


—Hola, Camila —Paula posó la regadera y le dedicó a la niña una sonrisa luminosa que Pedro envidió—. Qué sorpresa más maravillosa — su alegría de ver a Camila era auténtica. 


Pedro avanzó lentamente y atento a la conversación. Se llevaban muy bien.


—Qué suerte tienes de vivir aquí con Elisa Vee. Huele como si estuviera haciendo galletas de chocolate. Hace las mejores del mundo entero.


—Creo que sí. Tienes buen olfato.


—Voy a ver si me deja ayudarla.


Camila desapareció dentro de la casa y Jenna miró hacia él. Tenía las mejillas y la nariz un poco enrojecidas por el sol y en los ojos una mirada de cautela que eclipsó el brillo que había reservado para su hija.


—Hola, Pedro.


—Hola, Paula.


—¿Vienes a visitar a Elisa Vee? Está en la cocina.


—No he venido para eso. Sino para verte a tí.


—¿A mí? Después de la forma en que nos separamos el jueves por la noche no puedo imaginar de qué tienes que hablar conmigo.


—Yo… Te debo mis disculpas por la parte que tuve en que perdieras tu trabajo. No debería haber intervenido y debí dejar que Cristian solucionara el incidente.


—Acepto tus disculpas. 


Se sintió aliviado. Paula no era rencorosa. Tomaba la vida como venía. Él apreciaba aquella cualidad y más en aquel momento porque no había tenido que humillarse para pedir perdón.


—En cuanto a lo de haber perdido tu trabajo…


—No te preocupes —dijo ella antes de que pudiera terminar—. Fui a una entrevista en el banco el viernes por la tarde. Iván Morris manifestó interés en contratarme como secretaria personal. Espero que salga porque es el tipo de trabajo que estoy acostumbrada a hacer.


Pedro estuvo a punto de atragantarse. Iván era el vicepresidente de operaciones del banco y era un tipo agradable, pero también un conocido mujeriego. Era interesante que no hubiera necesitado nunca una secretaria personal hasta que apareció Paula. Más interesante aún era el hecho de que odiara la idea de que ella pudiera trabajar en tal proximidad con aquel hombre.


—La verdad es que es esa la razón de que viniese hoy. Quería ofrecerte trabajo.


—¿Haciendo qué? —estaba asombrada.


—Necesito una secretaria temporal en la oficina mientras Carolina está de baja por maternidad, así como alguien que cuide de Camila por las tardes hasta que yo vuelva del trabajo.


Ella no saltó de gozo ante la oferta sino que la contempló con desconfianza. 

Secreto: Capítulo 25

Carolina le puso una mano sobre el brazo. 


—Sé que no te sientes a gusto con la forma en que ha salido todo, pero hiciste lo que debías, Pedro.


Él siempre había hecho lo que debía. Su hermana lo conocía bien y también toda su familia. Desde la muerte de su padre él había asumido el papel de cabeza de familia y proteger a los que quería se había convertido en un instinto natural. Nunca había imaginado que eso lo conduciría a la red de engaños de Ángela y aprendió que hacer lo que debía no siempre tenía su recompensa. Él había dado, Ángela había recibido, y le había pagado decepcionándolo de tal forma que cambió para siempre al hombre confiado que él había sido. Sin duda era ya más cauteloso en lo que tenía que ver con las mujeres, incluida Paula Chaves, aunque había en ella algo que le hacía desear creer que ella era justamente lo que parecía que era: una mujer que estaba buscando un lugar que pudiera sentir como suyo. Pero él seguía sin tener idea de qué era lo que la había hecho salir disparada el día de su boda, y aquel misterio lo inquietaba, le hacía preguntarse qué secretos estaba ocultando.


—¿Sabes? Hay una forma de repararlo.


—¿Cómo? —preguntó Pedro escéptico ante el brillo de la mirada de Carolina.


—Aún no has contratado a nadie para que trabaje en la oficina en mi ausencia. 


—No —dijo bruscamente. Sabía exactamente qué había detrás de la sugerencia y no quería tomar parte en aquello.


—Pero Paula sería perfecta. Recuerdo que me dijiste que había sido secretaria en San Louis.


—No.


—¿Por qué no?


Tres pares de ojos lo miraban fijamente, haciendo la misma pregunta, deseando la misma respuesta: «Porque esa mujer me lleva al caos mental y físico», pensó.


—Porque me distraería más de lo que quiero y de lo que necesito.


—No es mala cosa ese tipo de distracción —rió Federico. Lanzó a su hermano una mirada helada. También Paula lo afectaba de aquella forma, le hacía sentirse posesivo aunque él nunca había sido celoso.


—Déjalo Fede.


—Pedro, es una gran idea —Carolina tomó aliento al sentir una fuerte patada, cosa que le recordó que la fecha del parto se aproximaba con rapidez—. De hecho, Paula podría trabajar las mismas horas que yo hago ahora y cuidar de Camila por las tardes cuando vuelve de su curso de verano y así no tendría que estar toda la tarde metida en la oficina contigo.


—Yo quiero que me cuide Paula, por favor, papá.


Pedro se frotó las sienes, que le dolían, sintiendo que perdía rápidamente el control de la situación. Se resistía a dar la razón a su familia porque él sabía lo que era bueno para él. Y eso no era Paula Chaves. Desgraciadamente se sentía culpable y responsable. Dado que había sido culpa suya que ella perdiera su trabajo en Leisure Pointe, lo menos que podía hacer era ofrecerle el trabajo de Carolina por las mañanas y que cuidase de Camila por las tardes, hasta que su hermana pudiera volver al trabajo. Era una buena solución siempre que no volviera a besarla.


—Vale. Ustedes ganan. Me pasaré por la casa de Elisa Vee en el camino de vuelta a casa y le ofreceré a Paula el puesto de Carolina. Pero esto es solo un arreglo provisional, hasta que Paula encuentre otra cosa o Caro vuelva de su baja de maternidad.


—Perfecto —dijo su hermana, que parecía encantada con el arreglo. 

jueves, 11 de julio de 2024

Secreto: Capítulo 24

Él no dió más información, pero fue evidente para Paula que el matrimonio de Pedro había sido turbulento. Luchó contra el deseo de preguntar qué había sucedido entre su mujer y él para que desconfiase tanto de las mujeres, especialmente de ella. Pero su respuesta no tenía mucha importancia porque el beso había sido un accidente y no iba a volver a suceder.


—No es culpa mía lo que sucedió en Leisure Pointe, Pedro —dijo con suavidad—. No te pedí que fueras mi guardián. Todo lo que quiero es encontrar un sitio donde encajar y ganarme la vida y me lo estás poniendo difícil. 


—Hablaré con Cristian para que te vuelva a aceptar si es eso lo que quieres.


Aunque Paula había estado furiosa con él al principio por meterse en sus asuntos, en lo más profundo de sí estaba conmovida de que él hubiera sido su caballero andante. Nunca le había importado tanto a nadie. Y si era completamente sincera consigo misma tenía que reconocer que no estaba hecha para trabajar en un bar. Lo había sabido desde que le pidieron la primera bebida, pero aceptar el puesto había sido un medio para lograr un fin. No era la primera vez en su vida que había tenido que hacerlo, pero le gustaría ser capaz de mantenerse a sí misma sin tener que aceptar empleos tan alejados de su ideal. Algo que fuera estable, seguro, y digno. Y estaba también el hecho de que Cristian no había intentado detener a Pedro, ni a ella, cuando abandonaron el establecimiento, lo que la hacía pensar que Cristian estaba de acuerdo con la decisión de Pedro de terminar con su empleo en Leisure Pointe. Abrió la puerta del coche. Él esperaba una respuesta a su pregunta sobre Cristian.


—Todo lo que yo quiero, lo que siempre he querido, es pertenecer a algo. No espero que entiendas mis sueños sencillos, Pedro, porque tú vienes de una familia unida y cariñosa, pero yo no he sentido nunca ese tipo de aceptación, ni siquiera con Santiago. Ahora estoy sola, y no quiero apoyarme en nadie para nada si no es necesario. Estoy intentando ganarme la vida honestamente y volver a ser dueña de mi vida y todo lo que te pido es que me permitas hacerlo aquí, en Danby.


Tras decir esto salió del camión y se dirigió hacia la casa, sintiendo la mirada de Pedro sobre ella durante todo el camino.





Las palabras de Paula resonaban en la mente de Pedro, pesando en su conciencia, y aumentando el sentimiento de culpa que sentía desde que la había soltado en la casa de Elisa Vee tres días antes. Miró a Federico a través de la mesa mientras cenaban en la casa de Lisa. Si no hubiera sido por la provocación de su hermano él no estaría en aquel lío.


—Tu brillante idea de cuidar a Paula funcionó bien, Fede.


—Yo nunca dije que te despidieras del trabajo en su nombre. 


—Paula no debería estar trabajando en un lugar como Leisure Pointe de todas formas —dijo Carolina, dando su opinión sobre el asunto.


—Eso es exactamente lo que intenté explicarle a Pedro. Aunque no me escuchó.


—Claro que te escuché. Por eso Paula está ahora sin empleo.


—Imagínate lo que podría haber pasado si no hubieras estado allí la otra noche —intervino Javier.


Las situaciones posibles no complacían a Pedro. No se fiaba de Guido, pero una cosa era proteger la virtud de Paula y otra hacer que dejase el trabajo, decisión que había tomado en el calor del momento. Una decisión que había llegado a lamentar con el paso de los días, casi tanto como aquel beso que habían compartido. 


Secreto: Capítulo 23

Cerró los ojos recordando aquellos sermones. Su madre se había pasado la vida buscando un hombre que se ocupase de ella, pero sus elecciones nunca habían sido buenas y había acabado utilizada, herida, y sola. Cuando Paula cumplió los quince y los chicos empezaron a fijarse en su figura, su madre le había explicado sus experiencias con los hombres y las había utilizado como ejemplo de lo que no quería para su hija. Alejandra nunca había tenido suerte en el amor, y había inculcado a Paula la importancia de la respetabilidad y de tomar decisiones prácticas en todo lo que tenía que ver con el sexo opuesto. El amor y los sentimientos frívolos solo podían acarrearle penas, le había asegurado su madre, pero nadie la podía privar de su virtud y dignidad. No, eso lo había hecho ella sola, al aceptar un trabajo menos que respetable para poder pagar las facturas médicas de su madre. Aquel delito en particular se había descubierto el día de su boda al pie del altar y había puesto furiosos e incrédulos a Santiago y su madre. Entonces supo que no solo no era lo bastante buena para Santiago, sino que su pasado podía destruir su reputación y posiblemente su carrera. Tembló ante el recuerdo, sabiendo que la decisión que tomó en el pasado reduciría sus oportunidades de alcanzar el tipo de felicidad que deseaba, sobre todo de encontrar un hombre que la respetase lo bastante como para pedirla en matrimonio. Era todo lo que había deseado siempre, pero el miedo a otro escándalo sería siempre una amenaza y ¿Qué hombre querría a una mujer que ocultaba un secreto semejante? Desde luego, no un hombre honorable y respetable como Pedro. Con las mejillas encendidas por el recuerdo de su avidez hacia él en el estacionamiento, miró hacia el frente, hacia la oscuridad de la noche. Sabía que debía estar avergonzada por su conducta, pero a decir verdad deseaba el beso de Pedro. En ningún momento se le pasó por la cabeza la idea de rechazarlo o protestar, y no sentía el menor remordimiento por haberle permitido tomarse aquellas libertades. Nunca antes había sentido aquella sensualidad abrumadora, ni siquiera con Santiago, que nunca le inspiró nada más que afecto.


—¿Estás bien?


La profunda voz de Pedro rompió el silencio. Ella se dió cuenta de que estaban estacionados en la acera en frente de la casa de Elisa Vee, con el motor en marcha. Lo miró, él estaba otra vez hosco y distante y el cambio brusco la frustró.


—Es muy amable por tu parte preguntar, si tenemos en cuenta que estoy sin trabajo por la escena que montaste en el bar. Estoy segura de que todo el mundo oirá hablar de lo de esta noche y ambos estaremos en el centro del cotilleo.


—No sería la primera vez que yo fuera el tema de conversación de esta ciudad —murmuró él entre dientes.


—¿Qué quieres decir?


—Mi mujer tenía facilidad para atraer la atención hacia ella y yo estaba siempre en el centro de la especulación. 

Secreto: Capítulo 22

 —¿Cómo sabes cuál es mi bien? —alzó la cabeza desafiante—. Maldita sea, Pedro, ¿Cómo sabes lo que quiero o lo que necesito?


El desafío que había en su voz le pasó desapercibido, lo único que penetró en su mente era lo que él quería, lo que él necesitaba desde la noche en que la conoció. Pasó un brazo por su cintura y la atrajo hacia él, usando la otra mano para sujetarle la cara. Sus miradas se cruzaron, ella parecía sorprendida, pero no asustada. De hecho, la rebelión brillaba en sus ojos, en un reto silencioso que provocaba todos sus instintos básicos de varón… Conquistar, reclamar y poseer. Se moría de ganas de saborearla y, antes de cambiar de opinión o de que ella se diera cuenta de lo que quería hacer, puso su boca sobre la de ella. Paula exhaló un gemido, pero no se resistió ni protestó. Sus suaves labios se adaptaron a los de él, que saboreó su suave tacto, luego la sujetó por la nuca y apretó su boca más firmemente sobre la de ella. Paula abrió la boca permitiéndole que explorase más profundamente. Mientras que su primer beso había sido de gratitud, este era excitante, sensual y muy satisfactorio. Su boca era dulce y generosa, pura magia, y él no parecía tener nunca bastante. Sus cuerpos se aproximaron. Él sentía el roce de sus pezones rígidos, y la fricción de sus muslos y cada pequeña caricia, cada roce, lo inflamaban aún más. El deseo creció hasta unas proporciones alarmantes. El ruido de conversación de unas personas que salían de Leisure Pointe le aportó la dosis necesaria de realidad y le devolvió el sentido común. Gimiendo, apartó su boca de la de ella y dió un paso atrás aturdido por la intensidad de su respuesta hacia ella. Ella lo miró y se tocó los labios, parecía estar igualmente atónita, toda su ira se había disipado. Y Pedro se dió cuenta de que no tenía ni idea de lo que aquella mujer quería o necesitaba, y estaba empezando a sospechar que nadie se había tomado el tiempo o el cuidado necesarios para descubrir qué era lo que Paula Chaves anhelaba. Él era igualmente culpable. No había pedido permiso para besarla. Y no tenía ningún derecho a hacerlo, sobre todo porque no sabía si ella albergaba aún sentimientos hacia su antiguo prometido. Amablemente la condujo hacia el coche y abrió la puerta.


—Sube al coche, Paula, te llevaré a la casa de Elisa Vee. 


Paula aceptó sin discutir, lo que hizo saber a Pedro que estaba recuperándose de la experiencia del beso. Cerró la puerta de ella y fue hacia el asiento del conductor. Respiró hondo para aclarar la cabeza, pero no había mucho que pudiera hacer para borrar el aroma femenino que se enroscaba a su alrededor o el dulce sabor que le había quedado en los labios. Soltó un gemido torturado, sabiendo que lo esperaba otra larga noche de insomnio.   No debía haberle permitido que la besara, pensaba Paula mientras Pedro la llevaba en silencio hacia la casa de huéspedes. Un casto roce de labios era una cosa, pero ella no estaba preparada para el tipo de sensualidad que había despertado Pedro en ella, y nunca hubiera podido soñar que su respuesta pudiera ser tan desinhibida. Tras años de haber suprimido sus necesidades femeninas bajo una capa de sofisticación y decoro para ser respetable, por fin sabía qué significaba el calor de la pasión y lo dulce que podía ser el sabor del deseo. Había disfrutado de la seducción de Pedro y había deseado más. Aquella revelación en especial era sorprendente, y además amenazaba su estabilidad emocional, porque iba en contra de todos los consejos que su madre le había dado siempre. 

Secreto: Capítulo 21

 —Créeme, Harding —dijo con un tono bajo y peligroso al que cualquier hombre listo prestaría atención—. La única persona por la que tienes que preocuparte soy yo.


—¿Quién dará la cara por ella cuando tú no estés?


Furioso por la insinuación y por la sutil amenaza hacia Paula, Pedro dió un paso hacia Guido, con intención de ponerlo contra la pared y obligarlo a abandonar su actitud arrogante. Pero antes de que pudiera hacerlo, Cristian se puso entre ambos.


—Calma, chicos.


Pedro se echó inmediatamente hacia atrás, disgustado consigo mismo por haber estado a punto de iniciar una pelea en el bar de Cristian. Éste se fue hacia Sofía, que había estado observando el acalorado encuentro con la misma fascinación e interés que el resto de los clientes.


—Trae a Guido y a todos los demás de esta mesa una ronda de café fuerte y caliente —ordenó, mirando a Guido—. Y luego les sugiero a tí y a tus amigos que se marchen pacíficamente o llamaré a al sheriff para que los acompañe. La elección es de ustedes.


Aunque Guido se sentó sin discutir a esperar la llegada del café para contrarrestar el alcohol  que había consumido, le lanzó a Pedro una mirada oscura y hostil que demostraba que su sometimiento era temporal. A juzgar por el brillo de sus ojos, Pedro no tuvo ninguna duda de que Paula seguiría siendo el centro de los avances salaces de Guido mientras siguiera trabajando en el Leisure Pointe. No le quedó más remedio que admitir que Federico tenía razón, Paula estaba fuera de su elemento y era presa fácil para Guido y sus compinches, o cualquier otro hombre que decidiera aprovecharse de su inexperiencia como camarera de bar. Cristian se volvió hacia Paula, que aún no se había recuperado del todo.


—Paula, tú puedes servir las bebidas que he dejado en la barra para la mesa de la esquina. 


—Muy bien —dijo respirando hondo para recuperar la compostura.


Al ver aquel esfuerzo exterior para encubrir su inseguridad interna, Pedro se sintió invadido por un sentimiento que se negó a examinar atentamente por miedo a lo que pudiera significar. Y además no quería analizar la decisión que estaba a punto de tomar en nombre de Paula. Ella se agachó para recuperar la bandeja que había soltado cuando la atacó Guido y atender el pedido de Cristian, pero antes de que pudiera hacerlo Pedro la tomó por la muñeca, le quitó la bandeja de las manos y se la entregó a Cristian.


—Vas a tener que buscar otra camarera. Paula se marcha.


Ella hizo un ruido de indignación, pero, antes de que pudiera decir nada, él la sacó del bar a paso rápido y fue hacia el estacionamiento llevándola prácticamente a rastras. Al llegar al coche, Paula clavó los talones en el suelo y se soltó.


—¿Qué estás haciendo? —preguntó indignada.


—Creo que es evidente, te estoy salvando de tí misma.


—No recuerdo haber pedido que me salvasen ni que me rescatasen, ni a tí ni a nadie —avanzó hacia él y le puso un dedo en el pecho—. La escena que has montado en el bar era bárbara y anticuada, y no te agradezco que tomes por mí decisiones que soy perfectamente capaz de tomar por mí misma, ni tampoco tu actitud de hacerte cargo de las cosas.


Él se puso rígido. Paula estaba demasiado cerca, la tensión formaba un arco entre ellos y le provocó una oleada de deseo que intentó suprimir.


—Tal y como yo lo veía mi intervención era necesaria —se puso las manos en las caderas e inclinó su cara hacia la de ella, pero ella no se echó atrás, como él había esperado, sino que tercamente mantuvo su postura—. No puedo venir todas las noches para asegurarme de que Guido o cualquier otro borracho no te acosen.


—¿Te he pedido que lo hagas? Creo que había quedado claro que no soy responsabilidad tuya.


—Te he estado observando esta noche durante dos horas, Paula, esquivando avances mientras intentabas servir las bebidas. Estás completamente fuera de lugar en ese bar, y todo el mundo lo sabe menos tú. Vale, es posible que me haya pasado en mi reacción, pero no siento haberte sacado de allí. Lo hice por tu bien.

martes, 9 de julio de 2024

Secreto: Capítulo 20

Su respuesta era lógica y legítima. Pedro pensó que debería levantarse de la silla, irse de allí y dejar que Paula hiciera lo que le pareciera bien, pero aquel maldito sentido del deber lo mantuvo firmemente pegado a su asiento.


—No encajas aquí, trabajando en un bar.


—Según tú no encajo en esta ciudad, punto. ¿Por qué es distinto si trabajo aquí que si lo hago en otro lugar de Danby?


—Sabes lo que quiero decir, Paula. Este bar no es sitio para una dama como tú, ni trabajando ni de ninguna otra forma.


—Pedro, a veces tenemos que hacer cosas que no queremos hacer, solo para salir adelante. Esta no es la primera vez que he hecho algo porque no tenía otra elección. Y dado que no quiero volver a la ciudad y que mis opciones son limitadas, me tomo lo mejor posible aquello que se me ha ofrecido.


—Paula…


—Gracias por tu preocupación —dijo antes de que él pudiera poner otra objeción—. Pero en este momento estoy muy ocupada y no tengo tiempo para discutir contigo. Tengo que atender a los clientes.


Se volvió y fue hacia la barra y él la dejó ir, frustrado más allá de toda lógica por su respuesta cortante. Estaba lleno de sentimientos contradictorios y su irritación aumentó cuando Sofía le sirvió la bebida en lugar de Paula. Estuvo sentado allí dos horas, con una sola cerveza, observando a Paula, que lo evitaba, y vigilando a Guido, que seguía pidiendo más rondas de bebida para él y sus amigos. Cuanto más bebía Guido más se le aflojaba la lengua y más ofensivo se ponía. Ni siquiera un comentario de Cristian suavizó sus comentarios y sus obvias tácticas de flirteo con las clientes femeninas y las camareras. Entonces Guido cometió el error de tocar a Paula después de que ella le hubiera servido las bebidas y pasó deliberadamente la mano por su trasero. Su gesto fue lo bastante molesto y personal como para que ella le pidiera educadamente que se estuviera quieto, cosa que el hombre se tomó como una provocación. La tomó por el brazo y la obligó a sentarse en sus rodillas. Paula abrió los ojos sorprendida y Guido y sus amigos se rieron escandalosamente ante su atrevimiento. El genio de Pedro explotó como una bola roja de fuego. Sin pensar un momento en las especulaciones que podía provocar su defensa de Paula, saltó de su asiento y fue decidido al otro extremo del local. Por el rabillo del ojo vió a Cristian que salía de detrás de la barra para controlar la situación, pero no le dio ninguna oportunidad de hacerlo. Cuando llegó a la mesa, Paula estaba otra vez de pie, pero absolutamente humillada por lo que había sucedido. Tenía la cara roja de vergüenza y la mortificación que había en su gesto encendió aún más la furia de Pedro. Intentando proteger a Paula se puso a su lado. Guido alzó la cara y lo miró con insolencia. A Pedro no lo intimidaba en absoluto aquel hombre.


—Si vuelves a tocar a la señora te detendrán por acoso sexual. 


—¿Sí? —Guido intentó ponerse en pie, pero se tambaleó un poco. Luego sacó pecho con actitud beligerante—. ¿Y quién me va a detener, tú y quién más, Alfonso?


Pedro cerró los puños. Despreciaba a los hombres que se aprovechaban de los puntos vulnerables de las mujeres y Guido era de los más sórdidos. No quería ni pensar en lo que podía haber intentado hacer a Paula si él no hubiera estado allí para impedirlo. 

Secreto: Capítulo 19

Maldito Federico, pensó Pedro irritado. Su hermano sabía muy bien lo que estaba haciendo cuando le habló del nuevo trabajo de Paula y del acoso de Guido. Estaba claro que Federico pensaba que Paula necesitaba un protector y que creía que él era la persona indicada para la tarea. A lo mejor no le hubiera importado tanto si su mujer no lo hubiera quemado. Sabía que enredarse en los problemas de otra mujer no haría ningún bien al tipo de vida estable y tranquila que había conseguido hacer para Camila y para él.


El estacionamiento de Leisure Pointe estaba tan lleno como había estado el sábado por la noche. Y Pedro supo que al igual que la otra vez él pasaría la tarde intentando proteger la virtud de Paula de los parroquianos más indeseables que frecuentaban el establecimiento. Maldijo una vez más la intromisión de su hermano, y su propia debilidad ante aquella mujer. Aquella misma mañana se había jurado no verse envuelto con Paula y los peligros de su empleo, que no le importaba lo que le pudiera pasar y que no tenía ningún tipo de obligación hacia ella. Y, sin embargo, no había podido pensar en todo el día en nada más que en ella, y por la tarde lo invadió el sentimiento de culpa. A pesar de no querer sentirse responsable, sabía que si le pasaba algo que él hubiera podido evitar no se iba a perdonar nunca por no haber hecho caso a la insinuación de Federico y a su propio instinto masculino.


Una vez que Federico hubo salido de casa para recoger a Emma, Pedro se había puesto inmediatamente en acción. Llamó a Carolina para que cuidase a Camila unas horas, la dejó en su casa y se fue a Leisure Pointe. Una vez allí volvió a cuestionarse su cordura, que parecía haberse tomado últimamente unas vacaciones. Entró en el bar y echó una ojeada alrededor, y vió a Paula con unos estrechos vaqueros y una bandeja de bebidas dirigiéndose hacia un reservado. Se inclinó para servir a la pareja que estaba allí y Pedro sintió que le subía la presión arterial. Y también que, como Federico le había indicado, la mitad de la población masculina que había en el bar también estaba apreciando la figura de Paula. Tenía una sensualidad tan natural, en sus gestos y su manera de moverse, y sin embargo no parecía darse cuenta de su atractivo. Se sentó en una pequeña mesa que estaba en una esquina en la que pasaba desapercibido y esperó a que Paula o Sofía fueran a servirle la bebida, preparándose para una larga noche de vigilancia. Miró a los clientes. Su gesto se hizo más duro al divisar a Guido sentado con un grupo de jóvenes.


—Santo cielo, no me gustaría ser la persona a la que estás mirando con esa cara.


Levantó la vista y vió a Paula de pie a su lado con una pequeña bandeja y una sonrisa amistosa. No perdió el tiempo con charla cortés.


—Paula, ¿Qué estás haciendo aquí?


—Estoy trabajando —dijo ella con naturalidad, sin que le afectara la dureza de su tono de voz. Sacó un cuaderno y un bolígrafo del delantal y lo miró, lista para tomar nota—. ¿Qué vas a tomar?


—Una cerveza —dijo automáticamente y luego siguió con su tema—. ¿Por qué aquí?


—Porque Cristian necesitaba otra camarera, yo necesitaba un trabajo y el sueldo es decente. Y si necesitas más razones personales tengo que pagar el alquiler a Elisa Vee, estoy buscando un coche de segunda mano para no tener que venir andando al trabajo y tengo más cuentas que pagar. Bastante sencillo, el trabajo significa dinero. 

Secreto: Capítulo 18

Decidido a echarla de su cabeza, volvió a su despacho y siguió trabajando en el presupuesto. Federico apareció en el umbral de la puerta unos segundos más tarde y entró sin pedir permiso.


—¿No tienes ni un poco de curiosidad por saber qué estaba haciendo en Leisure Pointe?


—La verdad es que no —mintió, sin ser capaz de mirar a Federico a los ojos. 


Federico se sentó.


—Está trabajando allí de camarera.


Pedro dió un respingo y miró a Federico. Estaba seguro de haber oído mal a su hermano, porque si le resultaba difícil imaginársela en Leisure Pointe tomando una copa, era imposible verla trabajando allí, sirviendo bebidas.


—¿Que está haciendo qué? 


—Es la nueva camarera de Cristian —esta vez Pedro lo oyó perfectamente—. Pero creo que dijiste que no te interesaba —añadió Federico con rapidez. Con una sonrisa triunfal se levantó y fue hacia la puerta.


—Y no me interesa —se arrepintió inmediatamente del tono con el que lo había dicho, era demasiado revelador. 


Antes de salir Federico le dijo:


—Tengo que decir que Paula está muy bien con vaqueros y camiseta ajustados —Pedro tiró el lápiz contra la mesa y alzó la cabeza con el ceño fruncido y la mirada torva. Su cara decía lo que él no quiso poner en palabras: ¿Qué haces comiéndote a Jenna con los ojos?  Federico alzó la mano para protegerse de la ira de Pedro—. Oye, que no fui el único en darse cuenta del cuerpo tan increíble que tiene.


La idea de que otros hombres intentaran acercarse a ella encendió un fuego de posesión en sus venas que no le hacía ningún bien. Se dijo con firmeza que a él no le importaba lo que hiciera Paula.


—Se nota que no ha servido copas antes —siguió Federico—. O sea, está aprendiendo deprisa, pero está fuera de lugar en ese bar. Y a diferencia de Sofía no sabe qué hacer ante los avances de algunos de los tipos.


—¿Quién está haciendo avances? —preguntó Pedro sin poder contenerse. Federico se encogió de hombros como si no importase, pero en su mirada había un brillo de diversión que hizo saber a Pedro que su hermano le estaba provocando deliberadamente—. Suéltalo ya, Fede. ¿Quién?


—Guido es el peor —admitió, su ceño demostraba su desagrado ante la situación—. Él cree que es divertido aprovecharse de lo educada e inocente que es. Cristian le dijo a Guido y sus compinches que mantuvieran las manos quietas, pero Guido en particular es de los que no escuchan a nadie.


Pedro se puso rígido ante la mención de Guido, y tuvo que hacer un gran esfuerzo para recordar que no era el guardaespaldas de Paula.


—Y ¿qué esperas que haga al respecto?


—Nada. Solo pensé que te gustaría saber qué estaba haciendo Paula —Federico lo miró a los ojos con una expresión seria poco frecuente en él—. Pedro, ella no pinta nada allí, lo sabes igual que yo.


—Paula es mayorcita y no es un problema del que yo deba preocuparme. Puede hacer lo que le plazca.


—Ya, supongo que tienes razón. Había pensado echarla un ojo esta noche, por si Guido decidía acosarla, pero he quedado con Emma y no vamos a ir a Leisure Pointe. Así que me imagino que Paula estará sola.


Pedro tomó el lápiz y el presupuesto, negándose a morder el anzuelo que su hermano le tendía.


—Sí, me imagino que sí. 

Secreto: Capítulo 17

 —Procura no buscarte problemas, Paula —dijo con voz ronca.


—Haré lo que pueda, pero últimamente parece que son los problemas los que me encuentran a mí. 


La mujer aquella era un problema con P mayúscula. 



Tres días más tarde Pedro seguía pensando en Paula Chaves y en sus curvas generosas, en aquel pelo rizado que él encontraba demasiado fascinante y en aquellos ojos azules que tenían la capacidad de alterarlo completamente. Problema, problema, problema. Con un gruñido que expresaba claramente su malhumor, apretó las teclas de la calculadora y siguió haciendo el presupuesto. Había conseguido evitar encontrarse con ella en la ciudad, pero eso no había impedido que se deslizara en sus sueños por la noche y que lo persiguiera durante el día. No lo ayudaba que la camisa que llevaba puesta, la que ella se había puesto para dormir y su hija había colgado luego en el armario, conservara su perfume femenino. Cada vez que respiraba sentía deseo por algo que no le venía bien desear. Las voces de Carolina y Federico que provenían de otro despacho de Alfonso Engineering devolvieron a Pedro al presente. Agradeció la distracción. Su hermano se dirigía a la ciudad, a un nuevo proyecto, y necesitaba algunos de los planos que estaban aún en la habitación en la que Pedro los había estado estudiando la noche anterior y había que enrollarlos y guardarlos en un tubo. Fue hacia la zona de recepción. Federico se había ido a su despacho y Carolina estaba sentada tras el escritorio, estudiando un montón de recibos y atendiendo el teléfono. Frunció el ceño al verla, era evidente que estaba demacrada y fatigada. Por el momento el anuncio que habían puesto en el periódico solo había atraído a tres mujeres, pero ninguna había sido del gusto de Carolina. Teniendo en cuenta que ella se había hecho cargo de todas las tareas de secretaria desde los dieciocho años, pensaba que a ella le resultaba difícil entregar las riendas a una desconocida. Pero antes o después no iba a quedar más remedio…  Y optaba porque fuera antes. Estaba enrollando los planos que Federico iba a necesitar cuando entró su hermano. Mientras Pedro se había convertido en el hijo responsable tras la muerte de su padre para hacerse cargo del negocio de la familia y poder salir adelante, Federico se las había apañado para mantener su actitud indolente ante las mujeres, el trabajo, y la vida en general. Aunque era una persona de fiar y trabajaba mucho, su hermano se tomaba en serio muy pocas cosas, y nada parecía preocuparlo.


—Hola, hermano, ¿Sabes a quién ví anoche en Leisure Pointe?


La traviesa sonrisa y el tono de voz provocó la curiosidad de Pedro.


—No tengo ni idea, ¿A quién viste?


—Tu Paula Chaves estaba allí.


A Pedro se le encogió el estómago al oír su nombre. Ella no parecía del tipo de mujeres que pasaran una noche laborable en un bar, pero tenía que admitir que no la conocía bien.


—Paula no es mía —aclaró tan indiferente como pudo.


—Estoy seguro de que podría serlo si jugases bien tus cartas.


—A diferencia de tí, Fede, yo no necesito una mujer en mi vida —dijo controlando su irritación. 


Federico se rió y lo miro atentamente tras su apariencia despreocupada.


—Bueno, puede que si tuvieras una mujer en tu vida no estarías tan tenso como has estado los dos últimos días.


Pedro deseó poder ofenderse ante el comentario de su hermano, pero la triste verdad era que Federico tenía razón acerca de su estado de ánimo irascible. Y Paula tenía la culpa de todo, y también él por haber permitido que ella se le metiera bajo la piel.