—Permite que te abra la puerta —dijo. Cuando Paula se sentó, se inclinó hacia ella y preguntó—. ¿Y cuando uno de los dos sea eliminado?
Paula sonrió.
—Te invitaré a una copa para consolarte.
Dejar marinar
—¿Qué tal te fue el otro día con tu clienta?
Era viernes por la tarde y estaban a punto de dar la jornada por terminada después de haber pasado el día grabando entrevistas que se emitirían durante el programa y en la página Web. Aparte de saludarlo al llegar, era la primera vez que Lara hablaba con Pedro desde el miércoles. Aquel día ella llevaba el cabello recogido en una coleta, lo que en teoría le daba un aspecto práctico y sobrio, pero él la encontraba extremadamente sexy. Aunque siempre había sentido debilidad por los traseros de las mujeres, seguidos por las piernas, en el caso de Paula, le gustaba todo, incluso su cuello, que era largo, delgado y elegante.
—¿Pedro?
Éste se dió cuenta entonces de que la estaba mirando fijamente.
—Ah, la cena. Bien. Tuve que preparar chuletillas de cordero.
—¿Para cuántos?
—Diecisiete. Era una cena íntima —dijo él con sorna.
—Te habría ido mejor dedicándote al catering.
—Ojo, Tijera.
—La última vez era Piedra.
—Seas lo que seas, no me provoques —dijo Pedro.
Pero los dos sonreían, y se miraron en silencio hasta que Lara desvió la mirada.
—¿Qué planes tienes para el fin de semana? Lo pregunto por pura curiosidad. Si estuviera con Ángela o Fiorella les haría la misma pregunta —preguntó Pedro.
—¿Y si estuvieras con Rafael?
—Muy graciosa. ¿Vas a contestar?
—Nada especial. Me quedaré en casa y veré alguna serie cómica —Paula hizo una pausa—. Ah, y prepararé algunos platos increíbles en un tiempo récord para ensayar para el lunes. ¿Tú?
Pedro pensó que el desparpajo de Lara iba a acabar con él.
—Lo mismo, excepto que prefiero el cine negro. En cuanto a cocinar… Trabajo el sábado por la noche.
—¿Tu clienta da otra fiesta?
—No, es para otra persona.
—¿Pluriempleo? —Paula alzó las cejas, que desaparecieron bajo su flequillo, y Pedro tuvo la tentación de apartárselo. Tenía una cara tan bonita, que prefería verla entera.
—Estoy en mi derecho.
—Interesante —dijo Paula, sarcástica.
—¿Por qué?
—Suponía que tenía un acuerdo de exclusividad con tu Pagadora —dijo Paula, conteniendo la risa.
Pedro rió.
—Es una relación abierta; podemos salir con otras personas.
Volvieron a quedarse en silencio, atrapados el uno en la mirada del otro.
—¡Chefs! —los llamó Gustavo cuando llegaron a la sala donde grababan la entrevistas.
Como acostumbraba, dió varias de sus irritantes palmadas.
—¿Cuántas veces ha hecho eso hoy? —preguntó Pedro en voz baja.
—Al menos seis. Me hace sentir como si tuviera ocho años — masculló Paula.
—Antes de irse, no olviden entregar sus uniformes —les recordó Gustavo—. Estarán listos el lunes por la mañana.
Todos los participantes habían recibido idénticas chaquetillas blancas con sus nombres bordados en negro. Pedro notó que Paula se pasaba continuamente los dedos por él, y aunque podía tratarse de un gesto nervioso, tuvo la sensación de que pasaba algo más.
—La suerte está echada —susurró ella.
—Disfruta de los últimos momentos de paz antes de que estalle la guerra.
Pedro había hecho ese comentario en tono de broma, pero Paula no sonrió.
—Pedro, pase lo que pase, quiero…
Él se acercó y le puso un dedo en los labios.
—Hasta la semana que viene. Trae tus mejores armas. Vas a necesitarlas.
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