Pedro la llevó al departamento de caballeros y en cinco minutos había elegido una chaqueta y una corbata.
—¿No quieres mirar más? —preguntó Paula.
—No. A eso era a lo que me refería con la diferencia entre hombres y mujeres —dijo Pedro, sonriendo. Y Paula tuvo que admitir que había algo de cierto en ello.
Veinte minutos más tarde entraban en el Chesterfield y una mujer los conducía hasta su mesa, donde los dejó tras entregarles dos menús con tapas de cuero. Paula abrió el suyo a suficiente altura como para ocultarla de la cocina, donde estaba segura que estaría su padre.
—Los platos especiales suenan bien, sobre todo el róbalo a la plancha —comentó Pedro.
—Mi padre es muy aficionado al pescado a la plancha. Recuérdalo durante el concurso.
—Tomo nota —dijo Pedro. Y fijó la mirada en un punto por detrás de Paula.
—¿Mi padre? —preguntó ella antes de que él dijera nada.
Pedro asintió con la cabeza y dijo:
—Y no parece contento.
Lo raro habría sido lo contrario. Paula dejó la carta en la mesa y tras componer una sonrisa forzada se giró para mirarlo de frente.
—Hola, papá.
—¿Qué haces aquí? —preguntó él en una voz inusualmente baja, mientras una vena le palpitaba en la sien.
—Comer. El róbalo suena delicioso. Justo le decía a Pedro que la plancha es una especialidad del Chesterfield.
—Aquí no eres bienvenida —dijo él entre dientes.
—Lo sé.
—Entonces, ¿Por qué has venido? —exigió saber. Y alzó lo bastante la voz como para que varios clientes se volvieran.
—Es culpa mía, señor —Pedro se puso en pie—. He pedido a Paula que viniera conmigo.
—Usted… Me resulta familiar.
—Pedro Alfonso—le tendió la mano, que el padre de Paula ignoró ostentosamente—. Soy uno de los participantes en el concurso para ganar un puesto en su cocina.
El comentario recibió un bufido desdeñoso.
—Da muestra de mucha osadía presentándose aquí con ella.
Pedro bajó la mano pero mantuvo su posición. El padre de Paula era más corpulento, pero él lo superaba en altura.
—¿Por qué? —preguntó a bocajarro, aunque suavizó sus palabras con una sonrisa—. Admiro su restaurante y lo respeto a usted lo bastante como para querer ser chef en la cocina del Chesterfield. Por eso quiero saber si mi forma de cocinar se adecua a su estilo.
—Ella no es bienvenida aquí, y usted tampoco si la acompaña.
—«Ella» es su hija.
—Yo no tengo ninguna hija —tras esas palabras, Luis se frotó el pecho Paula se puso en pie de un salto con el corazón acelerado por la preocupación.
—Papá, ¿Estás bien?
Él se sacudió de encima la mano que ella había posado en su brazo.
—Perfectamente. O lo estaré en cuanto te vayas.
Si le hubiera clavado un cuchillo en la espalda y lo hubiera girado varias veces, no le habría hecho más daño. Aun así, su reacción no había sido peor de lo que Paula hubiera esperado.
—Me voy —Paula vaciló un instante antes de añadir—: Sé que te he dicho que lo sentía, pero hay otra cosa que quiero que sepas: Te quiero, papá.
Pedro la vió alejarse. Llevaba la cabeza alta y cuadraba los hombros, pero sabía que estaba destrozada. Y él, indignado.
—No miente —dijo a Luis—. ¿Qué tiene que hacer para demostrarle que lo ama?
—No se meta en esto —gruñó el padre de Paula, aunque parecía afectado.
Pedro pasó por alto sus palabras y continuó:
—Paula ha cometido errores, como ella misma admite, pero no creo que sea la única responsable de que la relación entre usted y ella sea tensa.
—Usted no sabe nada de nuestra relación.
—Sé que su hija querría restablecerla y que lo ha intentado. También sé que tienen mucho en común.
Ese comentario se ganó un resoplido despectivo.
—A Paula le gusta cocinar tanto como a usted. Y es una cocinera excelente —añadió Finn.
—No es más que una estilista —dijo Luis con desdén.
Pedro no se arredró.
—Su hija ha heredado de usted su destreza y su pasión por la cocina. Si le diera una oportunidad, lo comprobaría por sí mismo
Luis lo miró fijamente.
—Parece que Paula le importa mucho.
—Así es.
—Sin embargo, aspira al puesto que ella querría tener. ¿Le alegra que ya no esté en la competición?
Como no estaba seguro de cómo contestar a esa pregunta, Pedro dijo:
—Quiero que Paula sea feliz. Y creo que usted debería darle una oportunidad.
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