jueves, 9 de noviembre de 2023

Rivales: Capítulo 22

No buscó pretextos. Quería tocar a la Paula y lo hizo. Tirando de ella, le tomó el rostro entre las manos y la besó. No pretendía ser un beso abrasador, sino tentativo, como si quisiera comprobar si el primero que se habían dado había sido tan especial como recordaba. La respuesta fue inmediata: Sí.


—Creía que me lo había imaginado —dijo contra los labios de Paula.


—¿El qué?


—El fuego.


Paula rió.


—Sé a lo que te refieres. Yo también lo sentí —arrancó una brizna de hierba y preguntó—: ¿Qué quieres hacer ahora?


Pedro tuvo la seguridad de que no le estaba dando pie para que dijera: «Ir a mi casa para entrar en calor y sudar». Y precisamente porque eso era lo que quería hacer, se puso en pie y, tendiéndole la mano, dijo: 


—Vayamos por un helado.


Pasaron las siguientes dos horas deambulando por el parque. En cierto momento, Pedro tomó la mano de Paula para que esquivara un chicle en el suelo, pero una vez pasado el peligro, no se la soltó. Fuego. Podía sentirlo incluso con un contacto tan inocente.


—Quiero hacerte una pregunta —dijo Paula, cuando bordeaban el lago.


—Dispara —contestó Pedro.


—Puesto que no quieres hacer carrera en el restaurante de mi padre…


—¿Por qué quiero trabajar en él?


Paula asintió.


—Antes tenía mi propio restaurante, pero… Lo perdí.


—Lo siento. La crisis ha afectado a muchos locales.


Paula asumía que había tenido que cerrar por culpa de la recesión y Pedro no se molestó en corregirla. No porque no quisiera decirle la verdad, sino porque no era el momento de entrar en detalles sobre su divorcio. Resultaban demasiado humillantes.


—Quiero abrir otro. Entre tanto, no me vendría mal tener un trabajo de prestigio.


—¿No tiene suficiente prestigio ser el chef personal de clientes ricos?


—¿Vendiéndome al mejor postor? —bromeó Pedro.


—No vas a perdonármelo nunca, ¿Verdad?


—No —pero Pedro sonrió—. La respuesta es que sí, tiene cierto prestigio y me pagan bien.


De hecho, le había permitido ahorrar una buena cantidad de dinero.


—Pero no es lo mismo que dirigir la cocina de tu propio restaurante —dijo Paula.


—Exactamente. No hay comparación posible.


—¿Qué es lo que echas más de menos? —preguntó Paula.


Eran tantas cosas… Pero Pedro eligió una por encima de todas:


—La tensión de las horas más ajetreadas, cuando tienes que trabajar a toda velocidad sin perjuicio de la calidad.


—Yo hace años que no trabajo en un restaurante, pero era feliz cuando los platos volvían limpios de las mesas.


—No hay nada peor que lleguen con restos porque a los clientes no les ha gustado lo que has servido —dijo Pedro.


Salieron del parque unos minutos más tarde. Pedro alzó sus manos unidas para poder mirar la hora. Luego dejó escapar una exclamación contenida.


—Es más tarde de lo que pensaba.


—¿Tienes que ir a trabajar? —preguntó Paula.


—No, le prometí a mi madre que iría a cenar a su casa. Ella y mis hermanas están deseando saber cómo ha ido hoy —Pedro hizo una mueca—. No saben que se ha pospuesto, así que esperan que les cuente quién ha sido expulsado —hizo otra mueca antes de añadir—: Lo siento.


—Tranquilo, no pasa nada —Paula le soltó la mano y se retiró un mechón de cabello de la cara—. Te agradezco el tiempo que has pasado conmigo.


—No ha sido ningún sacrificio.

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