martes, 21 de noviembre de 2023

Rivales: Capítulo 33

Para cuando terminaron su segunda ronda de bebidas, eran cerca de las once. Pedro pagó la cuenta, pero ella exigió dejar la propina. Era una tontería, pero estaba acostumbraba a pagar a medias y le gustaba hacerlo. Hacía una noche calurosa y húmeda. En el aire flotaba una mezcla del olor de tubos de escape y de la fruta de un mercado próximo. Paula había asumido que él pararía un taxi, pero en lugar de eso, le tomó la mano y arrancaron a caminar. Un poco más tarde llegaban delante del edificio donde se habían conocido, apena dos semanas antes. Unos pasos más adelante, Pedro se detuvo delante de una puerta encajada entre dos escaparates y sacó una llave del bolsillo.


 —¿Vives aquí?


—Sí. Por fuera no lo parece, pero en la planta superior, el antiguo espacio comercial ha sido dividido en varios departamentos aceptables.


Una vez centro, recorrieron un pasillo que acababa en un montacargas. Pedro usó la llave para activarlo y cuando se detuvo, seis pisos más arriba, las puertas se abrieron a un espacioso estudio con tuberías expuestas, suelos de madera y paredes de ladrillo rojo. Pero lo que atrajo de inmediato la atención de Paula fue la cocina.


—¡Qué envidia! —exclamó, quitándose los zapatos de un puntapié y cruzando hacia el suelo de cemento pulido—. Tu isla es más grande que toda mi cocina. ¿Cómo lo encontraste?


—Por medio de un primo mío que es arquitecto.


Paula miró el resto del espacio. A pesar del aire industrial, resultaba acogedor. Había unas altísimas ventanas enmarcadas por unos visillos que colgaban desde el techo.


—Bonitas cortinas.


—Las eligieron mis hermanas.


Una vez más, su familia. La vida de Pedro estaba llena de parientes dispuestos a ayudar. Era imposible no sentir envidia.


—¿Desde cuándo vives aquí? —preguntó. 


Aparte de la cocina, el mobiliario escaseaba. Había un sofá, una televisión y una caja que servía como mesa. Ni siquiera se veía una cama, así que Lara asumió que el sofá se transformaba en una.


—Hace un par de años.


Parecía más el piso de un estudiante que el de un hombre de más de treinta años.


—¿Puedo preguntarte una cosa?


—Claro.


Paula carraspeó y su voz resonó en el despejado espacio.


—¿Hace cuánto te divorciaste?


—¿Tanto se nota?


Paula se encogió de hombros.


—Yo dejé mi departamento medio vacío durante un tiempo después de que David se fuera. No me importó que se llevara el sofá, pero me puse furiosa al ver que faltaba el robot de cocina.


—¡Bastardo!


La reacción de Pedro hizo reír a Paula.


—Tranquilo, retuve sus palos de golf hasta que me lo devolvió.


—Bien hecho. Recuérdame que no me enemiste nunca contigo.


—¿Vas a contestar o no?


Pedro miró alrededor.

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