Paula dijo a su vez:
—Tú también quieres trabajar para él.
—Para mí el trabajo con tu padre no sería un destino final, sino un trampolín. No pienso hacer carrera en el Chesterfield.
—Vaya —el comentario despertó la curiosidad de Paula. Apoyando los codos en la mesa, reposó la cara en las manos y dijo—: Cuéntame, cuéntame.
—No intentes cambiar de tema —dijo él—. ¿Por qué quieres trabajar con tu padre?
—Como tú, dudo que vaya a hacer carrera en su restaurante.
— ¿Cómo es posible que no estés segura?
—Es complicado de explicar —la camarera llegó con los cafés y los cantuccini. Lara bebió antes de contestar—: Mi padre sufrió un infarto el año pasado.
—No tenía ni idea.
—No lo sabe casi nadie. Fue leve, pero bastó para despertar la alarma. Y para hacerme reflexionar.
De hecho, si había aprendido algo el año anterior, era que la vida era corta y que el tiempo pasaba a toda velocidad. Sus padres envejecían, su salud empezaba a deteriorarse… Y el peso que llevaba sobre sus hombros desde la infancia prácticamente la había aplastado.
—Estuvo en el hospital menos de una semana. Según mi tía, debería trabajar menos horas, comer más saludablemente y hacer ejercicio. Los médicos quieren que pierda peso. No ha hecho nada de todo eso, pero al menos ha accedido a contratar un chef ejecutivo. Cuando me enteré, fui a verlo. Adoro cocinar y echo de menos el restaurante; además, quería reconciliarme con él. Como has visto, no tenemos una relación cercana.
—¿Y con tu madre?
—Estamos… Mejorando —dijo Paula—. Acaba de mudarse a Nueva York.
—Están divorciados.
—Sí, mi padre tenía una amante.
El rostro de Pedro se endureció de tal forma que Paula aclaró:
—Me refiero al restaurante. Siempre se refería a él como a la otra mujer en su vida. Papá pasaba allí todas sus horas libres. Y yo con él. Menos mal que cerraba el día de Navidad.
—Todos sabemos que en un restaurante se trabaja muchas horas. Es la naturaleza del negocio.
—Eso no es excusa —dio Paula—. Inicialmente, puede ser. Pero papá siguió comportándose así incluso veinte años después de abrir. Y aun teniendo a magníficos chefs. Nunca tomaba vacaciones. Mamá y él discutían constantemente respecto a sus prioridades. Para él el restaurante era lo primero, y ella le decía que debía serlo su familia.
Paula, que siempre había sentido que no era la prioridad de ninguno de los dos, estaba de acuerdo.
—¿Cuántos años tenías cuando se separaron?
—Ya era adulta —Paula frunció los labios—. No creo que me hiciera ningún favor aguantando tanto tiempo. Antes de que se marchara ya éramos una familia rota. Se fue mientras yo estudiaba en el continente, con uno de los amigos de papá. Antes de que volviera, se había mudado a la otra punta del país.
Paula tragó saliva. Por más que fuera ya una adulta, se había sentido abandonada, y se había revuelto contra su padre.
—Lo siento.
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