martes, 28 de noviembre de 2023

Rivales: Capítulo 43

Paula le habría agradecido la intervención de no encontrarse súbitamente convertida en el centro de atención de todos los demás ocupantes de la sala.


—¡Han visto eso! Pedro viene con compañía —dijo una mujer mayor. Su quebradiza voz resonó en la habitación, donde súbitamente se había hecho el silencio.


—Lo siento —musitó Pedro—. Mi abuela no quiere admitirlo, pero está un poco sorda.


Carolina añadió en otro susurro.


—Y seguro que piensa que está hablando en voz baja.


—¿Toda esta gente es de tu familia? —preguntó Paula.


Ella tenía una familia muy reducida. Su padre solo tenía una hermana, cuyo marido había muerto antes de que Paula naciera; y su madre era hija única. Ver una familia tan grande le resultaba asombroso… Y aterrador.


—Pedro, creo que Paula necesita una copa —comentó Sonia.


—Yo se la traigo —Jimena preguntó—: ¿Vino?


—Sí, por favor —dijo Paula sin salir de su aturdimiento.


—¿Dónde está mamá? —preguntó Pedro a Carolina.


—¿Dónde crees tú? —preguntó esta con una amplia sonrisa.


—Ven —Pedro tomó a Paula de la mano y dijo—: Vamos a la cocina.


Aunque Paula no supiera dónde estaba la cocina, podría haberla encontrado siguiendo su olfato. Una deliciosa mezcla de hierbas aromáticas perfumaba el aire.


—¡Qué bien huele!


Pedro le guiñó un ojo.


—Pues aun sabe mejor.


Apenas había caminado unos pasos cuando alguien dió una palmada a Pedro en la espalda a modo de bienvenido. Luego se dió un fuerte abrazo con otra persona. Y según avanzaron fueron intercambiando besos con la misma solicitud que los padres de Lara se dedicaban insultos. En todas las ocasiones, él se molestó en presentarla. Paula estaba abrumada. No solo por la cantidad de gente que se había reunido a celebrar el cumpleaños de la madre de Pedro, sino por la camaradería y el afecto que se manifestaban. Jamás había experimentado nada parecido. De hecho, siempre había creído que solo se daba en el cine o en los libros. Pero allí era real y tangible, y casi le resultaba doloroso. Cuando llegaron a su abuela, esta le pellizcó las mejillas.


—¿Y quién es esta preciosa señorita? —preguntó.


—Es Paula Dunham, abuela —Pedro se agachó y alzando la voz, dijo—. ¿No te lo han dicho mis hermanas?


La abuela hizo un gesto con la mano.


—Hablan demasiado deprisa y no articulan.


—Me alegro de conocerla, señora Westbrook —dijo Paula.


La anciana la miró de arriba abajo.


—Espera a comprobarlo, querida, espera a comprobarlo.


El comentario tomó a Lara por sorpresa. Estuvo a punto de reírse, pero se contuvo al darse cuenta de que la mujer hablaba completamente en serio. Afortunadamente, Jimena llegó en ese momento con la copa. Paula tomó fuerzas dando un sorbo al vino a la vez que Pedro tiraba de ella hacia la cocina, pasando de largo a varios grupos de parlanchinas tías y primas hasta llegar a una mujer que removía el contenido de una cazuela. El hombre que estaba a su lado era una versión madura de Pedor: Igual de guapo, aunque quizá más refinado.


—Tienes que terminar, Ana —dijo éste—. A los invitados no les importa que la salsa este un poco fina. Han venido a verte.


—No se puede acelerar una buena salsa —protestó ella. Luego se giró y vió a Pedro—: ¡Pepe, has conseguido venir!


—Pues claro. No me perdería tu cumpleaños. Felicidades.


—Te esperaba hace una hora —su madre arqueó una ceja—. Dijiste que me ayudarías con los preparativos de última hora.


—Yo… —Pedro miró a Paula, que se sonrojó hasta arderle las mejillas—. Hemos encontrado mucho tráfico —mintió.


Su padre sonrió. Ni él ni su madre parecían creer la excusa, pero no insistieron.


—Lo importante es que estás aquí. Y que has traído a tu… Amiga —dijo su madre en el mismo tono que había usado Jimena en Spanky’s.


—Ésta es Paula. Paula, mis padres: Ana y Horacio Alfonso.


Su madre pasó a Pedro la varilla con la que removía la salsa para estrechar la mano de Paula. Pero en lugar de soltarla, se llevó a Paula a través de unas puertas de cristal hacia el patio trasero y dejó a su hijo al cargo de la salsa. Su marido las siguió.


—Mis hijas me han dicho que eres chef —comentó.


—Así es.


—Pedro tiene mucho talento —cuando Paula asintió, la madre de Pedro continuó—: Sabes que ha estado casado, ¿Verdad?


—Ana…


Ésta chistó a su marido para que se callara y miró a Paula fijamente.


—Sí, me lo ha dicho —contestó Paula.


—También era chef.


—Ana…


En esa ocasión, hizo un ademán para callar a su marido antes de continuar: 


—Le rompió el corazón, le robó sus recetas, incluso las familiares, y arruinó su reputación.


Paula carraspeó.


—También me ha contado eso.


—Me alegro. Su corazón está curado y él es lo bastante creativo como para inventar nuevas recetas. En cuanto a su reputación…Está en el camino de recuperarla. Siendo su madre, me ha dolido que viviera un infierno y me alegro de que su vida empiece a mejorar. Así que entenderás que te avise de que si le haces daño, también te lo haré yo a tí.


Sonrió tan encantadoramente al terminar, que Paula estuvo a punto de creer que había oído mal, pero el padre de Pedro cerraba los ojos en una mueca que no dejaba lugar a dudas. En ese momento, él salió a rescatarla.


—Mamá, la salsa está lista y el asado ha descansado lo suficiente como para que papá empiece a trincharlo —en cuanto se quedaron solos, preguntó a Paula—: ¿Qué quería contarte mamá?


—Nada especial —Paula alzó los hombros con una indiferencia que contradijeron sus siguientes palabras—. Solo ha amenazado mi integridad física si te hago daño.


Pedro rió con ganas y se le formaron pequeñas arruguitas en el extremo de los ojos.


—¿De verdad?


Paula se sintió mortificada al notar que se le humedecían los ojos.


—¿Paula? No pasa nada. No lo decía en serio —intentó tranquilizarla Pedro.


—Claro que sí —pero no era eso por lo que Paula sentía ganas de llorar. Se alzó sobre los dedos de los pies y dió un rápido beso a Pedro—: Eres muy afortunado.

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