jueves, 9 de noviembre de 2023

Rivales: Capítulo 24

 —En el momento, fue puramente práctico. Gané yo y me metí en el taxi en el momento que empezaba a llover. Él acabó empapado. Luego, adivina quién apareció en la televisión al poco rato de que yo llegara.


—El chico del taxi. ¿Tiene nombre?


—Pedro Alfonso.


—Pedro Alfonso—repitió Rocío, pensativa—. Suena familiar.


—¿Sí? —Paula se rascó la mejilla.


—Asumo que es un chef. ¿Ha aparecido en otros programas de cocina?


—No creo —dijo Paula—, pero ya sabes que no veo la tele. A mí también me sonó de algo, pero si lo hubiera visto antes no me habría olvidado de su cara.


—¿Tan guapo es? —preguntó Rocío con una sonrisa.


A modo de respuesta, Paula se llenó la boca con otra cucharada de helado y emitió un: 


—Mmm.


—Sentiría celos si ahora mismo tuviera tiempo para un hombre, pero no lo tengo —Rocío sacudió la cabeza y continuó—: Miento, estoy celosa. Suena a Romeo y Julieta —suspiró—. «Chefs embelesados compiten por un premio». A lo mejor es una suerte que tu padre haya aparecido. Así no tienen que enfrentarse.


—Ya habíamos quedado en vernos una vez terminara el concurso. Esto solo lo ha anticipado.


—Al menos te ha salvado de tener un día espantoso.


Eso sí era verdad.


—Hemos quedado mañana. Resulta que también va al Isadora regularmente.


Rocío carraspeó.


—No es por amargarte, pero ¿Te has planteado qué pasará si gana el concurso?


—¿Qué quieres decir?


—Piénsalo, Pau, se convertiría en el sucesor de tu padre.


Paula tragó saliva.


—Para él no es más que un paso en su carrera.


—Vale —dijo Rocío, pero en un tono de desconfianza que encontró eco en Paula.


Efectivamente, ¿Cómo se sentiría si Pedro terminaba siendo el sucesor de su padre?



Saltear


Cuando Paula llegó al Isadora, Pedro ya estaba sentado en la mesa que habían compartido con anterioridad. Tomaba notas y tenía a su lado una taza vacía. Él alzó la cabeza y en cuanto sus miradas se encontraron pasó entre ellos una corriente eléctrica.


—Buenos días —saludó Paula.


—Buenos días —Pedro sonrió y, señalando la taza, añadió—: Espero que no te importe que haya empezado sin tí.


—Claro que no —Paula se sentó frente a él—: ¿Cuándo has llegado?


—A las seis.


Paula enarcó las cejas.


—¿Qué te ha hecho madrugar tanto?


—Tú.


El pulso de Paula se aceleró al tiempo que Pedro le dedicaba una sonrisa pícara.


—¿Yo?


—No podía dormir pensando en tí y en comida.


—Me siento halagada. O eso creo —Paula rió—. No sé si es un piropo inspirar insomnio y gula.


—Te aseguro que sí.


Y de nuevo aquella sonrisa, tan poderosa que, de haber estado de pie, Paula supo que habría hecho que le flaquearan las piernas.

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