martes, 28 de noviembre de 2023

Rivales: Capítulo 44

Dejar reposar


—Estás muy callada —dijo Pedro cuando volvían al centro en el coche, unas horas más tarde.


—Estoy cansada —dijo Paula. Se volvió hacia él y sonrió—. No recuerdo haber hablado nunca tanto.


—Las mujeres Alfonso son muy charlatanas —comentó Pedro, pero creía intuir que su estado de ánimo tenía otras razones.


—A tu madre le ha gustado el regalo —dijo Paula.


No solo le había gustado; al abrirlo, había empezado riendo y había acabado llorando de emoción. Y cuando vió el vale para el curso, se había puesto en pie y había hecho un par de pasos de claqué. Le había entusiasmado. Pedro soltó la mano derecha del volante y acarició la mejilla de Paula con los nudillos.


—Gracias de nuevo.


—Encantada de haber podido ayudar.


Pedro quería poder ayudarla a ella, y había tenido una idea, pero por el momento, se la reservó.


—¿Vas a subir? —preguntó Paula cuando estaban llegando a su casa—. Tengo una botella de vino esperando a que la abramos.


En lugar de contestar Pedro estacionó en el primer sitio que encontró.



Era pasada la medianoche cuando Pedro colapsó junto a Paula en su colchón. Se sentía totalmente exhausto y al mismo tiempo, activado. Giró la cabeza y estudió el perfil de ella en la penumbra. Había dedicado sus dos últimos años a restablecer su reputación para poder montar otro restaurante. Había pensado en nuevas recetas, en estrategias de marketing, incluso en la decoración del local… Su mente había estado concentrada solo en eso. Y de pronto, en un plazo de tiempo asombrosamente corto, sus intereses se habían ampliado incorporando a una persona.


—Deja de mirarme —dijo Paula con aparente enfado que desdijo con una sonrisa.


—No puedo evitarlo. Eres preciosa.


Pero no era solo cuestión de belleza. El destino tenía la tendencia de ser inoportuno, pero no podía negar lo evidente: Estaba enamorándose de Paula.


Paula se giró sobre el costado y se alzó sobre un codo. En la tenue luz su piel parecía casi traslúcida.


—Hacía mucho que no me sentía hermosa —dijo con voz queda—. Hacía mucho que no sentía… Nada, Pedro.


—Te entiendo perfectamente. Igual que yo.


Paula continuó con solemnidad:


—Si ahora estoy guapa es porque me haces feliz. Así que tengo que agradecértelo.


Aunque Pedro no buscaba su gratitud, comprendía a lo que se refería. También él se sentía feliz. No se había dado cuenta de lo solo y lo desgraciado que era hasta haberla conocido. Posó la mano en la mejilla de ella y se la acarició con el pulgar antes de atraerla hacia sí y besarla. Cuando separaron sus labios, Paula estaba tendida sobre Pedro y el cuerpo de éste estaba encendido de deseo.


—¿Esto quiere decir que estás listo para un segundo asalto? — preguntó ella con una risa ronca cuyo eco reverberó en Pedro.


Estaba más que excitado. Girándose tan rápido como pudo, cambió de posición y atrapó a Paula contra el colchón.


—Técnicamente —susurró al tiempo que su rígido cuerpo se adentraba en la suavidad del de ella—, éste es el tercer asalto.


Pedro se quedó a dormir. Aunque Paula no se lo había pedido… Directamente, cuando él se había levantado para ir al cuarto de baño, ella había suspirado profundamente en sueños. Al volver de nuevo a la cama,  se había acurrucado contra él, su cuerpo caliente y acogedor, y demasiado tentador como para plantearse abandonarlo. Cuando se despertó por la mañana, estaba solo en la cama. Se puso los calzoncillos y siguió el familiar sonido del filo del cuchillo sobre la tabla de cortar. Paula estaba en la cocina, de espaldas a él. Llevaba su camisa… Y éste sospechó que no había nada debajo. Deslizó la mirada por las piernas de Paula y sus delicados tobillos. Todo en ella le resultaba fascinante.

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