Pedro se quedó sin aliento cuando Paula abrió la puerta de su departamento. Había hecho algo con el maquillaje que enfatizaba sus ojos, y aunque llevaba el cabello suelto, se lo había recogido hacia los lados para dejar a la vista unos pendientes que daban luz a su rostro. El vestido, de un llamativo rojo, más que abrazarse a sus curvas parecía flotar sobre ella, ciñéndose solo a la altura de la cintura. Nada más verla se preguntó qué llevaría debajo, y se prometió comprobarlo por sí mismo más tarde.
—¡Caramba! —exclamó en un admirado susurro.
—¿Demasiado elegante? —preguntó ella, frunciendo el ceño.
—Demasiado perfecta.
Paula sonrió, sintiendo una satisfacción paralela a la inquietud que había manifestado un momento antes.
—Gracias.
Pedro iba a besarla cuando vio de soslayo a una mujer morena, alta, que se llevaba una cuchara a la boca. Irguiéndose, la saludó amablemente:
—Hola.
La morena dejó la cuchara en el cuenco y sonriendo a su vez, contestó:
—Hola.
—Finn esta es mi amiga Rocío —dijo Paula—. Vive en el departamento del otro lado del rellano.
—Encantado de conocerte —dijo Pedro, tendiéndole la mano.
—Lo mismo digo. Paula dice que la llevas a presentarle a…
—A una fiesta de cumpleaños —la cortó Paula.
—De su madre.
Paula dedicó una tensa sonrisa a su amiga.
—¿No tenías que irte ya? —preguntó.
—Sí, claro. Tengo que hacer la colada.
Rocío estaba ya fuera cuando volvió a asomarse para devolver a Paula el cuenco y la cuchara.
—Gracias por otra comida deliciosa —y mirando a Pedro añadió— : Paula me alimenta. De hecho cocina tanto que podría dar de comer a medio edificio.
En esa ocasión, cuando se fue, Pedro le vió alzar el pulgar a Paula.
—Lo siento —se disculpó esta.
—No pasa nada. Entiendo que he pasado el examen.
—¡Oh no, confiaba en que no lo hubieras visto! —dijo Paula, quejumbrosa.
Pedro cambió de tema. Indicando el cuenco preguntó:
—¿Qué le has dado?
—Crema de tomate. Es una receta de mi padre que he adaptado —Paula mencionó algunas especias—. Si durante el programa tienes que improvisar un primer plato, es magnífica.
—Tendrás que darme la receta —pero en ese momento, Pedro estaba más interesado en otra cosa.
Tirando de la mano de Paula, la atrajo hacia sí. El movimiento bastó para que estallara una bola de fuego entre ellos incluso antes de que sus bocas se juntaran. Pedro había pensado que se darían un beso intenso, pero breve, porque tenía que irse a la fiesta. Pero en cuanto ella le rodeó el cuello con los brazos, supo que la brevedad no sería posible. Habría sido más fácil apagar una hoguera con queroseno que extinguir el fuego que avivaba sus hormonas. Para cuando separaron sus labios, él ya había subido la falda del vestido a la altura de la cintura de Paula y metía los dedos por dentro de la goma de sus bragas, mientras que ella ya empezaba a desabrocharle el cinturón.
—Tenemos telepatía —susurró él.
—¿Hay tiempo?
—Creo que sí.
Paula soltó una risa grave y preguntó:
—¿Con qué cabeza estás pensando, Pedro?
—Con la que importa ahora mismo —la llevó hacia atrás varios pasos y miró alrededor. El sofá estaba a mano, pero era pequeño.
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