martes, 28 de noviembre de 2023

Rivales: Capítulo 42

Quería más espacio.


—¿El dormitorio? —preguntó ella. Cuando él asintió, dijo—: Segunda puerta a la derecha.


Y soltó un grito de regocijo cuando Pedro la tomó en brazos.


—Nunca me habían llevado en brazos —comentó mientras enfilaban el pasillo. Y bromeó—: ¡Qué primario y varonil!


—Pretendía ser romántico.


—Eso también —contestó Paula con una sonrisa.


Como correspondía al tamaño medio en Manhattan, en el dormitorio apenas cabía una cama. Especialmente si, como la de Paula, era de dos metros. Pedro buscaba espacio y lo había encontrado.


—¡Qué cama tan grande! —murmuró apreciativo, a la vez que la sentaba en el lado que no estaba ocupado por ropa.


—Disculpa el desorden. No sabía qué ponerme y me he cambiado varias veces hasta… —Paula dejó la frase en el aire.


—Decidir que este conjunto era el perfecto —concluyó él tirando del bajo del vestido hacia arriba.


Paula ahogó un gemido al sentir sus dedos en el sensible punto entre sus muslos.


—N-n-no. He tenido que ir de compras.


—Es un vestido muy bonito.


Pedro le dejó que se lo quitara por temor a rasgárselo en su ansiedad por desnudarla. Entre tanto, él se quitó el abrigo.


—Los zapatos también son nuevos —dijo ella, atrayendo su mirada a sus tacones. Se descalzó lentamente; primero uno, luego el otro. El amortiguado sonido que hicieron al caer en la alfombra no se correspondió con el sonoro palpitar del corazón de Finn.


—También me gustan —consiguió articular este.


Que Paula se hubiera tomado tanto trabajo para aquella cita, su candor al contarlo, le resultó tan excitante como la tentadora visión de sus muslos Se empezó a desabrochar la camisa precipitadamente. Y se alegró de no haberse puesto corbata. Una prenda menos que quitarse. Enseguida pasó a los pantalones. Lara estaba de rodillas en la cama, quitándose el vestido por encima de la cabeza. Cuando emergió, tenía el cabello alborotado y una expresión anhelante. Las dos mínimas piezas de satén rojo que ejercían la función de ropa interior dejaron a Pedro con la boca abierta, flácida, a la vez que le endurecían otras partes de su cuerpo.


—Me preguntaba qué llevarías debajo del vestido.


—¿Te gusta?


Pedro tragó saliva.


—Desde luego.


Paula sonrió. Y cuando él se quedó parado, devorándola con los ojos como un adolescente sobreexcitado, ella lo espoleó.


—¿Necesitas ayuda con los pantalones?


Pedro parpadeó y se aclaró la garganta. Sin darle tiempo a que reaccionara, Paula pasó a la acción, alargando las manos ansiosamente hacia el cinturón. Tirando de él, lo sacó de las trabillas haciendo una floritura. Él se bajó la cremallera.


—Puedo seguir yo —dijo.




Llegaron tarde a la fiesta. Paula lo había asumido en cuanto Pedro la llevó a su dormitorio, pero entonces le había dado lo mismo porque estaba demasiado anhelante y excitada como para planteárselo. Sin embargo, en aquel momento, al entrar en la sala de la casa de sus padres, empezaba a arrepentirse. Apenas entraron, dos mujeres jóvenes aparecieron a su lado. Por el parecido, ella dedujo que eran sus hermanas. Pedro le susurró al oído.


—Huelen el miedo.


Paula compuso una sonrisa ante el primer embate de un tercer grado.


—Pedro, llegas tarde —dijo la más alta, antes de alargar la mano a Paula—. Carolina. La hermana favorita de Pedro. Me alegro de conocerte por fin —concluyó, lanzando a Pedro una mirada recriminatoria.


—Gracias. Lo…


—Soy Sonia.


Era más baja y parecía más joven. Pero cuando estrechó la mano de Paula, se la apretó con tanta fuerza que estuvo a punto de cortarle la circulación.


—Estábamos deseando conocerte —repitió Carolina.


—Sí —apuntó Sonia—. Queríamos haber almorzado antes de hoy, pero Pedro nos dijo que estabas ocupada.


—¿Sí? —Paula miró a Pedro, burlona.


Jimena llegó en ese momento.


—¡Paula!


En lugar de estrecharle la mano le dio un abrazo tan fuerte que la levantó del suelo. Cuando finalmente la soltó, Pedro dijo: 


— Dejarle un poco de espacio.

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