Familia. De pronto recordó el mensaje que le había mandado su hermana Sonia cuando Paula y él dejaban el Spanky’s. Como había previsto, para entonces ya sabía que estaba con una mujer. Y suponía que también su otra hermana y su madre. "Mañana Carolina y yo vamos al centro, decía el mensaje. Queremos hablar de la fiesta de mamá. Prepáranos un buen brunch". No lo engañaban. Quizá ese era el tema de conversación inicial, pero pronto preguntarían por su vida social. Y aunque hablaban de brunch, eran capaces de presentarse en su departamento a primera hora de la mañana. Por muy encantadoras que fueran y aun sabiendo que solo querían lo mejor para él, prefería que no coincidieran con Paula. Fue hacia la cocina.
—Creo que tu blusa está en el suelo, delante del frigorífico.
Efectivamente, yacía en una pila junto a la falda y las medias. Después de quitarle esas prendas, Paula y él habían ido hacia el salón, buscando superficies más blandas y cómodas para la posición horizontal. Cuando ella fue a tomarla de sus manos, él la retiró para que no la alcanzara.
—El trato es que me dejes ponértelas —dijo. Y extendió la mano para que ella le diera la ropa interior.
Aunque Paula puso los ojos en blanco, el brillo que vio en ellos indicó a Pedro que estaba tan dispuesta y excitada con el juego como él.
—No recuerdo haber accedido a que me vistas —dijo ella, pero le pasó el sujetador y las bragas.
—La colcha —indicó Pedro con la barbilla.
Muy lentamente, haciendo un movimiento que recordaba al que Pedro había usado para desnudarla hacía apenas unas horas, Paula desplegó la colcha, exponiendo los delicados montículos de sus senos. Él tragó saliva. Era Navidad y ella era su regalo.
—¿Crees que vas a estar a la altura? —preguntó ella en un susurro ronco—. Es más difícil de lo que parece.
—¿Eso crees? —la retó él con una mirada significativa dirigida a sus abultados calzoncillos.
—Me refería a ponerme el sujetador —dijo Paula, riendo.
—Creo que sabré hacerlo.
Pedro lo tomó de la mano de la Paula y lo mantuvo en alto delante de su pecho.
—Pasa los brazos por los tirantes. Así —musitó él, acercándose y, lamentablemente, aproximando la seda hasta tapar lo que para él era la perfección.
—¿Vas a abrocharlo o qué? —preguntó ella al ver que se quedaba parado.
El «O qué» resultaba una opción tentadora. Con un gruñido Pedro terminó la tarea, felicitándose a sí mismo, hasta que se dió cuenta de que lo siguiente eran las bragas. Había salvado un obstáculo, pero solo para llegar a otro, todavía más difícil de superar. Las sujetó por la cintura pensando qué estrategia seguir. Pero todas las posibilidades exigían inclinarse hacia adelante, lo que lo aproximaría aún más a la tentación. Se dió por vencido.
—Mejor que lo hagas tú —dijo, dándoselas.
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