jueves, 28 de septiembre de 2023

Eres Para Mí: Capítulo 28

 –¿Necesitas ayuda? –se ofreció Pedro–. ¡No quiero que seas tú el único que se divierte!


–No, lo tengo todo bajo control. Tú pásatelo bien. Nos veremos el domingo por la tarde en el hotel. Luego, el lunes, de vuelta a casa. ¡Estoy deseando irme!


Pedro soltó el aire que había estado conteniendo cuando Fernando cortó la comunicación. Todavía no había decidido si quedarse un día más con el fin de ir al registro local para conseguir una copia de su certificado de matrimonio o si volver a Sídney con Fernando. A pesar de la ayuda de Paula, no había logrado mucha más información. Lo que sí había conseguido era perder una hora haciendo trabajo de jardinería como favor a una mujer que apenas le había hablado desde el momento en que había aceptado ayudarla.  ¡Era exasperante! Sobre todo, cuando no podía ir en contra del sentido común de ella. Pero un trato era un trato. Y había devuelto al ático dos cajas de papeles antes de decidir dejar el trabajo por ese día. Salió fuera y le recibió el canto de los pájaros y el zumbido de las abejas sobrevolando las flores del espliego y de otras hierbas aromáticas. Al doblar la esquina de la casa, vió a Paula sacando una escalerilla del establo, con una cesta colgándole del brazo. A juzgar por cómo resoplaba, la escalerilla era más pesada de lo que parecía. Y, al mismo tiempo, Simba estaba correteando en torno suyo.


–Será mejor que te ayude con eso antes de que se te caiga y te rompa un pie.


–Puedo arreglármelas sola, gracias –contestó ella.


Pero en ese momento, la escalerilla se le escurrió de las manos, la cesta también cayó al suelo del patio y ella perdió el equilibrio. Pedor se apresuró a agarrarla justo antes de que también se cayera.


–Ya lo veo. Y dime, ¿Cuándo fue la última vez que podaste esos árboles?


Ella levantó las cejas y le miró con expresión interrogante mientras él, tranquilamente, agarró la escalera y la abrió.


–¿Se te ha olvidado que soy londinense y que vivía en un piso encima de un club de jazz? Fue Rosa quien podó los manzanos el invierno pasado, pero creo que no ha podado nunca los cerezos.


Pedro sonrió y apoyó la escalerilla en el cerezo más cercano.


–Si son los mismos árboles que cuando yo vivía aquí, las cerezas son muy buenas.


–Son muy dulces. A Nicolás le encantan. Y espero que también les gusten a Nora y a sus invitados. Tengo pensado servir tarta de cereza como parte del postre, pero aún no he llegado a la receta definitiva –Paula tomó aire–. Y no creo que vayas a subirte a la escalera con esos zapatos.


Pedro bajó la mirada y la clavó en sus zapatos de piel.


–¿Qué tienen de malo mis zapatos?


–Nada. Son excelentes para una sala de reuniones o para un restaurante de lujo, pero la suela de cuero es demasiado resbaladiza. Lo siento, pero no podría sujetarte si te caes. Así que… Gracias por la ayuda, pero yo me encargaré de esto.


Y antes de que Pedro pudiera detenerla, Paula se colocó delante de él y empezó a subir la escalerilla. Cuando ya sólo le faltaban tres peldaños para llegar a lo más alto, alargó un brazo hacia la rama que tenía más cerca, por encima de la cabeza. Pero se detuvo, bajó el brazo, cerró los ojos y se aferró a la escalerilla cuando ésta se movió unos centímetros… Hasta que, por fin, pareció estabilizarse. 

Eres Para Mí: Capítulo 27

La oyó suspirar y eso le enterneció. Apenas la conocía, pero era totalmente transparente.


–¿Y tú, te encuentras bien?


–He estado mejor… Ya que lo preguntas.


Tras esas palabras, Paula parpadeó varias veces, sonrió y, con la cabeza, señaló el pasillo.


–Me parece que un poco de trabajo no te vendría mal para despejarte la cabeza. Y yo necesito a alguien más alto que yo y a quien no le dé miedo la altura. Rosa ya se ha marchado y, si no te molesta que te lo diga, no creo que te viniera mal un poco de aire fresco. ¿Qué me dices?


–¿Tienes un trabajo para mí? –respondió él con incredulidad–. Lo siento, Paula, pero tengo muchas cosas de qué ocuparme en estos momentos –Pedro, con un gesto con los brazos, indicó los papeles esparcidos por el suelo–. Tengo que regresar a la ciudad, necesito una mesa grande de conferencias y un ordenador rápido. Y bases de datos. Periódicos viejos. Todo lo que pueda proporcionarme los datos que necesito. Empezando con mi certificado de nacimiento. ¿Cómo podría conseguir una copia lo más rápidamente posible? Nunca he visto el original.


Ella miró las cajas que él había llevado a la habitación.


–¿Cómo sabes que no tienes uno en una de las cajas que aún no has abierto?


Pedro le lanzó una furiosa mirada.


–No quiero ser brusco, pero tengo que volver a lo que estaba haciendo inmediatamente. Así que, si me disculpas, voy a terminar de hacer el equipaje. No me cabe duda de que encontrarás a otra persona para que te ayude con el jardín.


Ella apretó los labios y se lo quedó observando unos segundos mientras él, sin éxito, trataba de apretujar ropa en la bolsa. Paula se le acercó y le obligó a volver la cabeza hacia ella.


–Te voy a proponer un trato: Te cambio una hora de ayudarte a ordenar estas cajas por una hora en la que tú me ayudes con el jardín de Nora. Sabes quién es Nora, ¿Verdad? Es la mujer a la que prometiste que asistirías a su fiesta de cumpleaños, cosa que no vas a hacer.


Ella ladeó la cabeza y lanzó una mirada a las fotos de la boda que Pedro había extendido por el suelo. 


–Bonitas fotos. Es una pena que no puedas dedicar unos días de tu precioso tiempo a indagar respecto a la historia de tu familia. ¿O ganar dinero te ocupa tanto tiempo que hasta te impide preguntarte quién eres realmente?


Ella se miró el reloj y cruzó los brazos.


–Y, por favor, decídete pronto. No dispongo de todo el día.


–¡Fernando! ¿Qué tal te va, amigo? ¿Lo estás pasando bien en la piscina?


–¿De qué piscina me estás hablando? Estoy de vuelta en París – respondió Fernando con un suspiro.


Pedro junto las cejas y su rostro ensombreció.


–¿Cómo es que estás en París? ¿Han surgido problemas?


–Nada que deba preocuparte. Los abogados de PSN Media querían repasar conmigo algunos detalles del contrato y he venido a su despacho. Regresaré el domingo con todo hecho y listo para estampar la firma. ¿De acuerdo?


Pedro sentía que su amigo no sólo estuviera fuera de la ciudad, sino también trabajando en el trato con PSN Media mientras él acababa de desperdiciar una hora leyendo cosas relativas a la casa y al pueblo. Y, para colmo de males, no había conseguido encontrar una copia de su certificado de nacimiento. 

Eres Para mí: Capítulo 26

No había duda. La fecha y el año del recorte de periódico coincidían con los de la foto del cuarto de estar. Su madre había estado prometida a Andrés Pedro Morel. Eso no significaba necesariamente que Andrés fuera su padre, pero era un comienzo. Se metió el recorte en el bolsillo y se acercó a la ventana, necesitaba respirar aire fresco. Se sentía confuso. Aún quedaban dos cajas que no había examinado y, hasta cierto punto, temía lo que pudiera encontrar en ellas. Pero iba a hacerlo. Tenía que hacerlo.  De repente, sintió agobio en aquella diminuta habitación. Necesitaba dar un paseo para aliviar la tensión que había estado acumulando. Y cuanto antes mejor. Quizá un cambio de escenario le ayudara a idear un plan de acción. Tenía que descubrir todo lo posible acerca de Andrés Morel. Como poco, Andrés había conocido a su madre y podría ayudarle a encontrar a su padre. ¿Y lo peor que podía ocurrir? Su madre no era la primera chica embarazada y prometida con el hombre al que amaba… Y que acababa siendo madre soltera. En cualquier caso, tenía que saber la verdad. Pedro agarró su bolsa y comenzó a meter en ella papeles y fotografías, pero era demasiado pequeña. Unos golpes en la puerta le sorprendieron. Fue a la puerta, la abrió y encontró a Paula con una bandeja de madera en la que había un café que olía maravillosamente bien.


–Perdona que te moleste, pero sumergirse en el pasado puede resultar una tarea muy ardua. ¿Quieres leche y azúcar? En el desayuno, he notado que tomabas el café solo, pero si quieres que te traiga algo más… ¿Y un bollo? Tienes cara de necesitar un bollo. Ah, estás haciendo la maleta.


La expresión de ella, de simple interés y tranquila preocupación, fue como un jarro de agua fría que disipó las llamas de su ira y preocupación. Paula estaba preocupada… Por él. El gesto le enterneció. Con cuidado, le puso una mano en el brazo, y ella dejó de parlotear y le miró. Le miró fijamente.


–¿No te encuentras bien? –le preguntó Paula, con voz temblorosa por la preocupación.


La bandeja empezó a temblar en sus manos, por lo que se la quitó y la dejó encima de un montón de revistas viejas. Instintivamente, fue a tomarle las manos; pero se contuvo a tiempo y metió las suyas en los bolsillos del pantalón.


–No, sí, me encuentro bien. Estoy haciendo el equipaje. Lo que pasa es que me he dado cuenta de que voy a necesitar unas cuantas bolsas más – respondió él con los ojos en los documentos que había extendido por el suelo de la habitación, cerca de los pies de Paula.


Ella llevaba unos mocasines de color azul y una cinta verde alrededor del tobillo.

Eres Para mí: Capítulo 25

 –Tienes razón. Y lo has dejado muy claro y te aseguro que no volveré a utilizar ese tono de voz contigo –Pedro esbozó una forzada sonrisa–. Por favor, acepta mis más sinceras disculpas.


Paula le devolvió la sonrisa. 


–De acuerdo, aceptaré tus disculpas, pero sólo si me dices por qué te resulta tan difícil creer que la casa había estado vacía. Lo estaba, te lo aseguro. Sé que lo estaba porque tuve que limpiarla yo. 


Pedro se dió cuenta de que Paula estaba diciendo la verdad y de que él era el mayor idiota del mundo. Había creído a su padre. De repente, se sintió muy cansado de tanta mentira. Ella merecía una explicación. No, se merecía más que eso, se merecía la verdad.


–Te contaré lo que yo sé. Sé que, hace unos años, le ofrecí a mi padre una gran cantidad de dinero por esta casa; en ese momento, mi padre necesitaba dinero por su divorcio y para poder jubilarse. Sin embargo, mi padre se negó a venderme la casa rotundamente, a ningún precio. Le pregunté por qué y él me respondió que había un inquilino y que no tenía intención de dejarle en la calle.


La cólera le hizo enrojecer. Respiró hondo para calmarse y continuó:


–Como comprenderás, me sorprendió que Nicole se quedara con la casa como parte del acuerdo de divorcio, y eso ocurrió sólo unas semanas después de que yo le ofreciera a mi padre comprarla. Y sí, me sentó muy mal.


–¿Por qué no le llamas y le preguntas por qué lo hizo?


¿Que le preguntara? ¿Qué? ¿Que le preguntara por qué había mentido respecto a quiénes eran sus verdaderos padres? ¿O que le preguntara por qué se había casado con la primera francesa que había conocido en Sídney y esperaba que, al instante, él la tratara como si fuera su madre? Y ahora, aquello. No, de ninguna manera. Iba a averiguarlo todo él mismo.


–En otro momento. Ahora, lo que me interesa es recoger toda la información que pueda respecto a la historia de mi familia antes de marcharme hoy de aquí.


–En ese caso, será mejor que empecemos con estas fotos de la boda de tus padres.


Ella le dió un álbum de fotos de cuero.


–Tu madre está guapísima en las fotos. Es evidente que se sentía feliz de estar embarazada. 



Dos horas más tarde, Pedro estaba paseándose por su habitación. No se había marchado. No podía. Estaba demasiado excitado. Lo bueno era que había conseguido respuestas a dos preguntas. Ahora sabía que no había sido adoptado. No cabía duda de que su madre ya estaba embarazada al casarse con su padre. Podía verse claramente en las fotografías que Paula habíaencontrado en el ático. Siempre había considerado la posibilidad de que su madre hubiera tenido una relación amorosa antes de casarse, y eso no cambiaba el cariño que aún sentía por su recuerdo. Lo que dejaba aún un interrogante. ¿Quién era su padre? Ahora, disponía de una posible respuesta. Andrés Pedro Morel. Andrés Morel había sido el prometido de su madre. En la mano izquierda tenía el desvaído recorte de un periódico de Montpellier que había sacado de una de las cajas de cosas de la familia en el ático. La fotografía del cuarto de estar la habían sacado durante la fiesta en la que se había celebrado el compromiso matrimonial de su madre con Andrés Pedro Morel catorce meses antes de casarse con Horacio Alfonso.

martes, 26 de septiembre de 2023

Eres Para Mí: Capítulo 24

Ella señaló una caja de embalaje de madera y añadió:


–En esa caja fue donde encontré las fotos de tu madre. Hay un par de álbumes y algunos papeles. Pesa demasiado para bajarla yo por las escaleras. Sé que hay más cajas, pero deben de estar al fondo, arrinconadas, detrás de los muebles.


–Vamos a ver. Voy a tirar de los muebles para sacarlas.


–¿Estás seguro? Te vas a destrozar la ropa.


Pedro se miró y frunció el ceño. Un traje de diseño no era la mejor vestimenta para aquel polvoriento ático; pero como no había llevado otra ropa, no tenía muchas alternativas. Y sí una misión.


–Sobreviviré –respondió él intentando pasar entre irreconocibles y viejos sillones y estanterías para llegar a las cajas que había en un rincón del oscuro ático.


–¡Oh, no! –exclamó Paula con la mano dentro de la única caja que ella había logrado sacar–. Qué pena, el marco está roto. ¿Por qué no se llevaron estas fotos?


Pedro le arrebató la fotografía y acarició el cristal unos momentos.


–Cuando nos marchamos a Australia, a mí se me permitió llevar lo que me cupiera en una maleta y una mochila. Eso fue todo –trató de no censurar, con el tono de voz, la decisión de su padre–. Yo tenía doce años y me marchaba de mi hogar. Me preocupaba más dejar atrás a mis perros y a mis amigos que cualquier objeto.


Con cuidado, dejó la foto con el marco roto encima de unos papeles, más fotos, viejas postales y un montón de cosas por el estilo que había dentro de aquella caja de madera. 


–La verdad es que me sorprende que todo esto haya sobrevivido después de todos los inquilinos que han pasado por aquí. O no debían de ser muy curiosos o no vieron nada que valiera la pena venderse.


Como Paula no respondió, se volvió y la sorprendió mirándole con expresión confusa en el rostro.


–Sólo hubo unos inquilinos –dijo ella por fin–. Era un matrimonio, ya mayor, de Marsella, que venían sólo a veranear en agosto. La casa llevaba años vacía cuando Nora y yo vinimos a vivir aquí. ¿Es que no lo sabías?


Se la quedó mirando con dureza, lleno de rencor y resentimiento.


–Eso no es posible. Había una familia viviendo aquí hasta el mismo día en que se firmaron los papeles del divorcio.


Ella clavó los ojos en los suyos.


–Pedro, aunque sólo soy un ama de llaves, te agradecería que no me llamaras mentirosa –hizo una pausa y alzó los hombros–. Bueno, ¿quieres que te ayude o no? Porque si quieres que te ayude, vas a tener que hablarme en otro tono. ¿Está claro?


Paula apretó los labios y se quedó esperando a que él dijera algo. Como respuesta, Pedro se sentó en una de las cajas. Le importaba un bledo si se estropeaba los pantalones del traje o no. Hacía mucho tiempo que nadie se atrevía a enfrentarse a él, mucho menos a pedirle que cambiara el tono de voz. ¡Su tono de voz! El problema no era su tono de voz, sino su genio. Ella no tenía idea del tormento que sufría. No, la única persona que podía comprenderlo era su padre. Horacio Alfonso. En cuanto a Paul Chaves… Ella era simplemente excepcional.


Eres Para Mí: Capítulo 23

A un niño de seis años, Barcelona podía parecerle un lugar tan lejano como India, y no un sitio a unas horas en coche. Lo que no hacía que los padres de Cristian les visitaran con frecuencia. No les gustaba hospedarse en el limpio, pero sencillo, hotel de Sabrina, y no hacían más que compararlo con su lujosa casa de campo en la que incluso había una piscina cubierta y todos tipo de artilugios tecnológicos. La verdad era que no toleraban que su nieto se criara en un pequeño pueblo francés y que su nuera trabajara como ama de llaves de una adinerada mujer. Ni siquiera tenía ya coche. Las Navidades habían sido una pesadilla. Tan pronto como Nicolás se acostó, no dejaron de bombardearla con sus planes respecto a la educación del niño, haciéndola sentirse una madre sumamente egoísta por privar a su hijo de profesores particulares y modernos juegos de ordenador con el fin de que Nicolás no se sintiera marginado cuando empezara a estudiar en algún caro colegio privado. Un internado. ¡Cómo si ella fuera a permitirlo! Aunque, por supuesto, era egoísta tener a Nicolás consigo allí y negarle la oportunidad de una buena educación y un buen futuro. Sí, se sentía culpable.


Paula lanzó un gruñido, encogió los hombros y se sentó en un viejo baúl. Abrió la carta bajo el tragaluz del techo del ático. Las lágrimas afloraron a sus ojos, enturbiándole la vista. Dos billetes a Barcelona. En primera. ¡Para el lunes de la semana siguiente! Dos días. Sólo le quedaban dos días para dejar a Nicolás con sus abuelos. No, no, no podía ser. Por supuesto, era comprensible que quisieran ver a Nicolás durante las vacaciones de verano, pero… ¡No la primera semana! La familia Martínez se iba de vacaciones en agosto, no en julio. Además, Nicolás estaba entusiasmado con el cumpleaños de Nora. De hacer lo que sus suegros querían, tendría que utilizar los billetes el lunes, dejar a Nicolás con sus abuelos, y volver corriendo para preparar la fiesta. No, iba a cambiar las fechas y… Ella volvió a leer la carta. Los abuelos de Nicolás habían reservado más entradas para todo tipo de viajes y de entretenimientos, cosas que encantarían al niño. Se desinfló. No podía cambiar la fecha del viaje sin estropear todos esos planes. ¡Eran los padres de Cristian! Querían ver a Nicolás y que lo pasara bien. Era lo único que les quedaba de su hijo. ¿Qué podía hacer? Ellos sabían que no tenía dinero para dar a Nicolás las cosas que ellos podían darle. En ese momento, oyó el ladrido de un perro y la vieja casa crujió a su alrededor. Algo sólido y elemental.


–¡No seas tonta! –se dijo a sí misma, consciente de que sabía adónde iba y de que tenía amigos–. Hay mucho que hacer y gente a la que ver.


–¿Tienes por costumbre hablar sola, Paula?


La voz la sobresaltó y se levantó del baúl de un salto. Pedro vió a Paula meterse una carta en el bolsillo del pantalón. Había visto lo suficiente para darse cuenta de que algo la había disgustado enormemente.


–Perdón por haberte asustado –dijo él mirando en torno suyo, a la larga y estrecha estancia en la que había pasado tanto tiempo cuando niño– . Vaya, nunca había visto esto con tanta cosa y tan desordenado.


–El otoño pasado arreglaron el tejado. Después, el diseñador eligió el ático para almacenar lo que no quería abajo. Casi todo acabó aquí. 

Eres Para Mí: Capítulo 22

Algunos rostros le sonaban, pero no recordaba quiénes eran. Su abuela y sus padres salían en muchas, había otras muchas en las que la gente le resultaba desconocida. Y fue entonces cuando la encontró. Era una foto en color de su madre sonriendo. En el dorso había algo escrito. El corazón le dió un vuelco al leer las palabras escritas en francés. Decían: "Fiesta de compromiso matrimonial. Veintiséis de mayo. La casa de Andrés". Eso era todo. No decía el compromiso matrimonial de quién estaban celebrando. Ni quién era Andrés. ¿Un amigo? ¿Un familiar? Pedro echó al sofá el álbum con las fotos y comenzó a pasearse por la estancia, de la chimenea a las puertas del patio. Sentía rencor. Su padre había dejado atrás esas fotografías de su madre y todo lo demás a cambio de un diminuto piso en Sídney. Dejó de pasearse y agarró la foto en color. ¿Por qué lo había hecho? ¿Por qué había dejado atrás esas fotografías? En Sídney, tenía tres fotografías de su madre, gastadas de tanto que las había manoseado. Su padre sólo tenía una foto de la boda, con marco de plata, en su dormitorio. Cuatro fotografías. Y, sin embargo, parecía haber muchas en aquella casa. Era como si su padre, deliberadamente, hubiera tratado de ocultarlas, de que él no las viera. ¿Acaso intentaba esconder algo? ¿Por protegerle a él? No, ya no. Cambio de planes. Ahora estaba allí y tenía que aprovechar la oportunidad. Volvería a Australia dentro de unos días. Había utilizado su tenacidad y decisión para lograr el éxito de su empresa, ahora tenía que utilizar esa misma energía para indagar en el pasado. Había tomado una decisión. Tenía una misión nueva: Iba a descubrir el pasado de su familia. Aunque eso significara volver patas arriba aquella casa. Empezando por el ático. Era un asunto personal que no tenía nada que ver con Nora ni con el ama de llaves. Nada en absoluto.


Paula se abrió paso entre el mobiliario y objetos abandonados en el ático luchando contra el deseo de apartarlos a patadas. Ese viernes estaba resultando ser un mal día. Primero, la noticia de que iba a haber tormenta. Una tormenta de verano era lo último que necesitaba el jardín a escasos días de la fiesta. ¡Y esas tormentas podían durar días! Segundo… Era evidente que Pedro Alfonso no había tenido la intención de quedarse el tiempo suficiente para asistir a la fiesta de cumpleaños de Nora. Y eso era muy cruel por su parte. ¿Cómo podía hacerle eso? ¿Cómo podía haberle prometido asistir y luego echarse atrás? No lo comprendía. Pedro había recorrido medio mundo por un asunto de negocios y se marchaba sin ver a Nora. ¿Cómo podía ser tan egoísta? ¿Acaso no podía pensar en Nora antes que en sí mismo aunque sólo fuera por una vez? ¿Y qué era eso tan importante que tenía que hacer en Sídney que no podía esperar unos días? Y, por último, la gota que desbordaba el vaso. La carta que tenía en el bolsillo del pantalón que había agarrado al volver de llevar a Nicolás al colegio. Ver el sello de correos español había hecho que se le cayera el alma a los pies. 

Eres Para Mí: Capítulo 21

Horacio Alfonso, el hombre al que había llamado papá toda la vida, había podido tomar esa fotografía. Pero también podía haber sido un amigo o un familiar. ¡No lo sabía! No obstante, estaba claro que esa fotografía había sido olvidada deliberadamente cuando emigraron a Australia. ¿Y si sus padres biológicos habían estado en aquella estancia cuando se tomó esa fotografía? La foto podía ser la clave para descubrir lo que quería. El primer paso para encontrar respuesta a tantas preguntas que se había estado haciendo respecto a quiénes eran sus padres. Preguntas que necesitaban respuestas.  Había sido un idiota. La creciente angustia y ansiedad que sentía desde que había descubierto que su padre quizá no fuera su padre, de repente, tenía sentido. Había llegado el momento de enfrentarse a los hechos y encontrar respuesta a sus preguntas. Oyó un ruido a sus espaldas y se volvió. Ella acababa de entrar por la puerta del patio con un florero repleto de girasoles que colocó encima de la mesita de centro delante de los sofás. Después, Paula se acercó al aparador y comenzó a hurgar en el cajón de abajo.


–Gracias por quedarte y entretener a Rosa. ¿Te gusta la foto? Encontré esa foto de tu madre en una caja en el ático. El decorador de Nora había puesto unas pinturas abstractas encima de la chimenea, pero no pegaban nada. ¿No te parece que está maravillosa?


–Sí, sí me lo parece –respondió Pedro volviéndose de nuevo hacia la foto–. No la había visto nunca. No tengo muchas fotos de mi familia, así que me ha sorprendido ver ésa.


Ella cerró el cajón y, tras suspirar, se incorporó de nuevo.


–Ésta es la foto original. Y todas éstas estaban en la misma caja en el ático.


Pedro se quedó mirando el pequeño álbum que Paula le ofrecía. Al aceptarlo, sus dedos se rozaron y, al instante, una ráfaga de energía le recorrió el cuerpo. Le pilló tan de sorpresa que carraspeó y tosió para romper el tenso silencio. Sintiéndose incómodo, desvió la mirada del álbum a los ojos azules de Paula. Y la sorprendió observándole… Con ojos desmesuradamente abiertos, perplejos. Inmediatamente, ella tomó aire, alzó las manos por encima de la cabeza y dijo con voz chirriante:


–Hay más en el ático. Voy a subir a buscarlas.


Antes de que él pudiera reaccionar, Paula desapareció en el pasillo y se la oyó subir las escaleras de madera. Era evidente que no sólo él había sentido esa especie de calambre. Sacudió la cabeza decidido a olvidar el incidente. ¿Más fotografías? Abrió el pequeño álbum que tenía en la mano y echó un vistazo a las fotos que, en su mayoría, eran en blanco y negro. 

jueves, 21 de septiembre de 2023

Eres Para Mí: Capítulo 20

No le resultó nada divertido que Rosa le sometiera a un interrogatorio y que le preguntara qué había estudiado, qué había hecho y qué lugares había conocido durante los últimos dieciocho años. Y le había hecho trabajar. Cuando apareció en su bicicleta, él ya había vaciado tres carretillas llenas de desechos vegetales, había oído anécdotas de sus compañeros de colegio y había invitado a ir a Sídney a varios miembros de la familia de Rosa. Así que estaba muy contento de pasarle la batuta a Paula, que desapareció en la cocina con Rosa en el momento en que llegó, dejándole fuera, en el patio. ¡Por fin! Ya había llegado el momento de hacer el equipaje y volver al mundo de los negocios, al mundo que entendía. Ahora sólo tenía que entrar en la casa por una puerta que no fuera la de la cocina. El camino más rápido sería por el cuarto de estar que, antiguamente, era el salón de su madre.


Pedro miró al interior de la estancia por las puertas abiertas y se detuvo, sus pies como pegados al suelo del patio. Encima de la chimenea de piedra había una fotografía que no había visto nunca. Era de su madre. Unas lágrimas asomaron a sus ojos. Entonces, respiró hondo y entró en la amplia estancia. De todo lo que allí había, sólo reconocía la chimenea de piedra. Antiguamente habían sido dos habitaciones, el comedor y el salón, pero ahora el tabique había desaparecido y todo era un espacioso cuarto de estar. Habían transformado las antiguas ventanas en unas puertas de cristal que dejaban entrar la luz, iluminando un espacio que, en el pasado, había sido bastante oscuro. La luz parecía enfocar la imagen de su madre. En la foto, debía de tener unos veintitantos años, y el fotógrafo había captado su belleza y esplendor.  Estaba deslumbrante. Parecía una actriz de cine o una modelo, no la mujer que le había dado un beso de buenas noches todas las noches y le hacía tarta de chocolate todos los viernes. ¿Cómo podía haber olvidado lo hermosa que había sido su madre? Sus relucientes ojos castaños verdosos brillaban detrás del cristal que protegía el papel de la foto, igual que su perfecta sonrisa. Incluso ahora, aquella sencilla fotografía de color dominaba la estancia. Vestía un vestido rosa pálido y un collar de perlas que su padre aún guardaba en una caja de madera en su dormitorio; de lo que, supuestamente, él no debía estar enterado. También, en el dedo anular, lucía un anillo con un brillante tallado en forma de corazón, un anillo que él nunca había visto.


Intrigado y fascinado, Pedro se acercó a la chimenea y comprobó que la fotografía había sido hecha por un aficionado, no un profesional. Una cosa quedaba clara, que ella miraba a la cámara con un sentimiento inconfundible en sus ojos, con amor. Porque si Ana Alfonso había tenido algún defecto, había sido precisamente ése. Había sido incapaz de ocultar sus sentimientos. La había adorado. En vida, ella le había enseñado lo que era el respeto y el trabajo. Su muerte le había enseñado lo que se sentía al perder al ser amado. El corazón de Ana había sido un libro abierto. El corazón de él estaba cerrado e iba a permanecer cerrado. Algunos hombres podían ser tan estúpidos como para enamorarse y tener una familia. Él, no. 

Eres Para Mí: Capítulo 19

 –Y yo. Por cierto, quería comentarte algo… Verás, está claro que eres una cocinera excelente, Paula, pero también cuidar de Nicolás te lleva tiempo. Me sorprende que Nora te haya pedido que organices su fiesta de cumpleaños. Es mucho trabajo para una persona sola.


Pedro se metió la mano en un bolsillo y sacó una agenda.


–Si quieres, puedo hacer que alguien de mi empresa se encargue de preparar la fiesta, es lo menos que puedo hacer para compensar por mi ausencia.


Ella sacudió la cabeza.


–Gracias, pero no, Pedro. Nora no me pidió que organizara su fiesta de cumpleaños, me ofrecí yo a hacerlo. Le pedí que me dejara encargarme de todo.


Justo en el momento en que Paula iba a explicarle los múltiples motivos por los que quería encargarse de la fiesta, la puerta exterior de la cocina se abrió y entró una mujer más mayor con el pelo oscuro, las piernas combas y vestida con un mono. Tras dejar una cesta de albaricoques en el suelo de la cocina, se acercó a ella y le dió un par de besos en las mejillas.


–¡Son fantásticos! –exclamó Paula–. Ah, Rosa, deja que los presente. Éste es Pedro Alfonso, que ha venido de Sídney. La familia Alfonso vivía aquí, ¿Te acuerdas?


–Claro que me acuerdo –respondió Rosa, y asintió–. Eres el hijo de Ana, ¿Verdad? Cuando teníamos la granja, tú jugabas con mis hijos al fútbol –Rosa le miró de arriba abajo–. He oído que te han ido bien las cosas.


Tras esas palabras, Rosa agarró una tortita, hizo un gesto de despedida con la mano y se marchó antes de que él tuviera tiempo de responder.


–¿Qué? –preguntó Pedro extrañado.


–Rosa no habla mucho –explicó Paula–. En fin, parece ser que va a haber tormenta el fin de semana y será mejor que recoja las cerezas hoy si no quiero correr el riesgo de que se estropeen.


Ella se acercó a la cesta e indicó la puerta exterior de la cocina con un gesto de cabeza.


–Rosa es una niñera maravillosa y se le da muy bien la jardinería, pero estoy preocupada porque, por ayudarme, creo que va a subirse a la escalera a recoger la fruta de los árboles y me da miedo que se caiga. Así que… ¿Te importaría hacerme un favor? –Paula se interrumpió un segundo y se pasó la lengua por los labios–. ¿Podrías charlar con ella y distraerla, para evitar que se suba a la escalera, hasta que yo vuelva de llevar a Nicolás al colegio? Te prometo que no tardaré y que podrás marcharte en el momento en que vuelva.


Tras esas palabras, le dedicó una sonrisa ladeada.


–Además, te pondrá al corriente de todo lo que pasa por aquí. Ya verás como te diviertes. 

Eres Para Mí: Capítulo 18

 –Pero antes tiene que prometer que no la va a romper – respondió ella en tono irónico.


–Lo prometo –respondió Pedro fingiendo seriedad.


Entonces, Nicolás le miró, asintió y le pasó el ratón. Hacía mucho tiempo que Pedro no veía un equipo electrónico tan decrépito. De hecho, cualquier teléfono móvil tenía una mejor conexión. Justo en el momento en que Paula se acercaba a la mesa con los huevos revueltos, él echó la silla hacia atrás y se levantó.


–Ahora mismo vuelvo. Por favor, empiecen sin mí. 


Le llevó unos minutos ir a su habitación, volver a la cocina con su portátil y reenviarse el mensaje a sí mismo con el fin de que Nicolás pudiera ver las fotos en la pantalla del portátil.


–Ahora ya puedes ver las fotos, Nicolás.


–¿Dónde está el ratón?


–En el mismo ordenador. Aquí, aprieta aquí. Y esto que sobresale por este lado significa que puedo conectarme a Internet desde cualquier parte del mundo.


Nicolás abrió los ojos desmesuradamente, lanzó un grito y dio unas palmadas al ver la colorida foto de una mujer sonriendo, a sus espaldas se veían montañas nevadas.


–¡Mira, mamá, la tía Nora!


Ella se tomó unos segundos para servirle a Pedro el desayuno en el plato; después, dejó la sartén y lanzó una ojeada al monitor.


–Sí, ya la veo. Y qué sombrero tan bonito lleva. Gracias, Pedro. Y, por favor, lee el mensaje si quieres, no es privado.


Nicolás asintió varias veces mientras masticaba y farfullaba gracias con la boca llena.


–De nada –respondió Pedro sonriendo. Después, su sonrisa se desvaneció–. Vaya, Nora no va a volver a París hasta el lunes por la tarde y no va a venir aquí hasta el martes por la tarde también.


Entonces, Pedro miró a Paula y añadió:


–Lo siento, pero dadas las circunstancias, no tiene sentido que permanezca aquí. Iré a Montpellier hoy mismo, por la mañana.


Nicolás agrandó los ojos.


–¿Que tienes que marcharte? ¿Tan pronto?


Ella besó a su hijo en la cabeza y le puso las manos en los hombros, su sonrisa también se había desvanecido.


–¿No te acuerdas de lo que dijo la tía Nora? Pedro vive en Australia, que está muy lejos de aquí, y tiene mucho trabajo. Vamos, ve a ver si Simba está bien y prepáralo todo para ir al colegio. ¿De acuerdo?


Nicolás asintió repetidamente mientras se bajaba de la silla. Después, le puso una mano a Pedro en el brazo. 


–¿Puedo mandarte algún mensaje con el ordenador? Por favor, ¿Puedo?


–Claro –replicó Pedro mientras comía–. Es decir, si a tu madre le parece bien.


Ella se sentó en frente de él y, tan pronto como Nicolás desapareció de la cocina, lanzó un suspiro y sirvió dos tazas de fragante café.


–Perdona –dijo ella en voz baja–. A Nico le encanta todo lo que tenga que ver con ordenadores y tecnología.


Entonces, alzó la cabeza, le miró a los ojos y añadió:


–Siento mucho que tengas que marcharte tan pronto. Sé que Nora sentirá mucho no haberte visto, estaba deseándolo.


Pedro bebió un sorbo del delicioso café, saboreándolo. 

Eres Para Mí: Capítulo 17

 –¿Estaba la habitación en orden? –preguntó Paula por llenar el silencio–. Siento si, al cantar, le he despertado. De ahora en adelante intentaré no hacer ruido.


–La habitación estaba perfectamente. Y, por mí, puedes cantar todo lo que quieras. Ésta es la casa de Nora y la tuya. Por cierto, hablando de Nora, ¿Has vuelto a tener noticias suyas?


–No, todavía no, pero aún no he encendido el ordenador esta mañana. Voy a ir a vestirme y luego prepararé el desayuno, Pedro. Dame veinte minutos, ¿De acuerdo? Entonces veremos si ha enviado algún correo electrónico. Después te tengo que explicar lo de la fiesta de cumpleaños.


Paula hizo un inciso para respirar.


–Esto va a ponerse interesante.


Lo primero que Pedro oyó en el pasillo cerca de la puerta de la cocina fue una serie de suspiros seguidos de gruñidos. Quizá fuera a eso a lo que Paula se había referido al decir «Interesante». La ducha le había refrescado. Los pantalones del traje y la camisa estaban más o menos presentables y sin demasiadas arrugas, y su cerebro parecía haber vuelto al estado acostumbrado. En perfecto control y centrado. Se miró el reloj. Veinte minutos exactos. Ella debía haberse conectado ya a Internet. Por eso, le sorprendió ver a Dan sentado a la mesa de la cocina con la barbilla apoyada en las manos y el rostro a apenas unos centímetros del monitor.


–Mamá, no funciona, mamá. ¡No puedo ver a la tía Nora!


–Ahora mismo voy, cielo. Vamos, tómate el desayuno.


Paula se había quitado el pijama e iba vestida con unos pantalones ajustados de color cereza y una blusa sin mangas rosa y amarilla. Era un amasijo de colores que le hizo sentirse extrañamente sombrío y lúgubre. Quizá debiera haber metido algo de ropa más informal en la bolsa. Sólo llevaba equipaje de mano cuando iba en viaje de negocios, así que era posible que su vestimenta fuera excesivamente formal para una casa de campo en la campiña francesa.  Al acercarse, vió que el televisor estaba conectado a un enorme ordenador con un muy usado teclado y un ratón. Pero no se trataba de un televisor, sino de un ordenador personal. Y, por su aspecto, debía de tener muchos años.


–Hola, Nicolás –Pedro sonrió mirando al niño–. ¿Qué es lo que tienes ahí?


Nicolás tragó un trozo de tortita y señaló a la pantalla del ordenador.


–La tía Nora nos ha mandado una carta con fotos de elefantes y montañas enormes con nieve.


–¿Y dónde están esas montañas, Nico? –preguntó Paula.


El niño retorció los labios unos segundos antes de asentir y sonreír.


–En India. Los elefantes están en India.


Ella lanzó una fugaz mirada a Pedro; después, se encogió de hombros.


–Más o menos. Me alegro de que lo hayas recordado – entonces, hizo un gesto en dirección a la mesa–. Por favor, Pedro, siéntate. Sólo me llevará un par de minutos hacerte unos huevos revueltos con jamón.


–Estupendo.


Y, mientras esperaba, decidió sentarse al lado del niño y se inclinó hacia delante con el fin de poder mirar también la pantalla. En efecto, en el mensaje había archivos adjuntos con las fotos, pero el ordenador era tan viejo que tardarían un siglo en abrirlos.


–Vaya, te entiendo. ¿Me dejas que pruebe yo?


–Mamá, ¿Le dejas a Pedro que toque el ordenador?


Pedro miró a Paula, que estaba batiendo los huevos, y la vió sonreír y asentir. 

martes, 19 de septiembre de 2023

Eres Para Mí: Capítulo 16

Otro motivo para volver a su mundo lo antes posible. No le cabía la menor duda. Aquel lugar le estaba perturbando, a pesar de que le gustaba lo que veía. Ella iba y venía de una mesa de pino alargada al mostrador de granito de una cocina de aspecto muy moderno. Paula Chaves no sólo era bonita, sino también natural y absolutamente encantadora. E irresistible. A su pesar, deseó saber más de esa mujer, no sólo que era madre y ama de llaves. Lo que le inquietó aún más.  Debería preguntarle  si había vuelto a tener noticias de Nora. Debía mantener la relación formal y marcharse pronto. Entonces se dió cuenta de que sólo llevaba los calzoncillos y una camiseta, que no se había afeitado ni duchado. Era el momento de retirarse a su habitación y arreglarse. Demasiado tarde. Justo en el momento en que se daba la vuelta, Simba salió del bosque y se encaminó hacia el patio; pero al verle, se detuvo, levantó las orejas y se lanzó a la carrera hacia él moviendo la cola y ladrando. Pedro lanzó una maldición mientras el perro se le echaba encima, pero esta vez no se cayó ya que pudo sentarse en el borde de la mesa del patio. Al momento, oyó un silbido y, al levantar la cabeza, vió a Paula que salía por la puerta de la cocina con una cuchara de madera en la mano. Simba dió un salto y se lanzó a su cuenco con comida, dejándole con su dignidad y vestimenta en entredicho.


–Buenos días, Paula –fue lo único que pudo decir.


Ella se preguntó cuánto tiempo había estado observándola… Y enrojeció instantáneamente. Pero podía haber sido peor. ¡Algunos días sólo llevaba puesta una camiseta! Le encantaba la música y disfrutaba de esos momentos por la mañana que tenía para sí misma, antes de que Dan se despertara. Todas las mañanas, durante una hora aproximadamente, se entregaba a su gran pasión: La música. Y a Nicolás no le despertaban ni el sonido del piano ni su canto. Disimulando la vergüenza, tragó saliva, alzó la barbilla y sonrió educadamente.


–Buenos días. Espero que hayas dormido bien. Hace una mañana preciosa.


Olía a tierra, a flores y… Al sudor de un hombre, cuando se acercó lo suficiente para estrecharle la mano, aunque en una mano tenía una cuchara de madera y en la otra el cuenco con la masa. A los ojos castaños de él, bajo oscuras cejas, asomó un brillo de humor al verla cambiar de idea y hacer un gesto con la cuchara. Incluso en unos calzoncillos que dejaban ver unas fuertes piernas, Pedro no podía disimular ser el sofisticado multimillonario y hombre de negocios que era. Y también era alto. Al menos, treinta centímetros más que ella. Pero también tenía el aire de un hombre acostumbrado a dar órdenes esperando que se cumplieran. 

Eres Para Mí: Capítulo 15

Y ella había sido una madre maravillosa. ¿Y si era hijo adoptivo? ¿Le estaba buscando alguna familia? No la necesitaba, pero era algo a tener en cuenta. A menos, por supuesto, que su padre no quisiera que se enterara de algo respecto a sus padres biológicos. ¿Algo que pudiera perjudicarle personal o profesionalmente? Era posible, pero mayor motivo para descubrir la verdad. ¿Se habría debido a su padre biológico la precipitada marcha de la familia a Australia? Demasiadas preguntas y muy pocas respuestas. Cerró los ojos y trató de calmarse. No había ido allí a eso. Aquello era el pasado. Cuando regresara a Sídney, le obligaría a su padre a decirle la verdad. En un intento por tranquilizarse, salió de la sombra y dejó que la luz del sol le calentara y la suave brisa le acariciara. Con los ojos cerrados, disfrutó el momento. Sereno. Tranquilo. Cálido. Podría quedarse así toda la vida. Con los brazos extendidos. Al instante, viajó mentalmente al pasado, a su vida de niño en ese jardín. Los recuerdos le inundaron. Cosas en las que no pensaba en años. Recuerdos de caricias y palabras consoladoras de gente expresando lo mucho que lo sentían y lo mucho que iban a echarla de menos. Su abuela vestida de negro. Amigos, vecinos y compañeros del colegio. Su madre había fallecido en su mes preferido. Y eso lo hacía aún más triste. Le habría gustado aquel jardín. Un ruido a su derecha, cerca de la cocina, le sacó de su ensimismamiento. Después, oyó el canto de aquella mujer otra vez. Despacio, Pedro abrió los ojos, bajó los brazos como si fuera un adolescente sorprendido con los dedos en la miel, y miró entorno suyo para cerciorarse de que nadie le había descubierto en estado tan vulnerable. Le ardió el rostro al pensar que, probablemente, Paula Chaves y su hijo ya estaban despiertos y viéndole a través de las cortinas del dormitorio. La noche anterior, apenas había pasado una hora en compañía de Paula y Nicolás ya que se había retirado a su habitación a trabajar y ella había subido a su cuarto en una bandeja una deliciosa cena.  En fin, había llegado el momento de descubrir la fuente de aquel canto. Y también de comer algo antes de hacer el equipaje y volver a la civilización… Y alejarse de los inquietantes recuerdos.


Siguiendo la dulce voz, Pedro rodeó descalzo el patio. Paul Chaves estaba en la cocina, delante de la puerta exterior que daba al patio, batiendo algo en un cuenco de cerámica. Bailaba y movía la cabeza de un lado a otro. Llevaba puestos unos auriculares conectados a un cable que desaparecía en el interior de su pijama color rosa. El sol le daba en un lado de la cara, haciendo resaltar las mechas cobrizas y doradas de la castaña melena que le caía por los hombros. Se la veía extasiada y tan inocente como una niña. Fue un momento y una imagen que no olvidaría en la vida. Ninguna fotografía podría haberle hecho justicia. El olor a flores temprano por la mañana, el aroma de los pinos, el sonido de los pájaros… Y una bonita morena bailando en la cocina de una casa de campo. Todo junto constituía un momento mágico. Sintió un calor familiar en el cuerpo mientras se preguntaba cómo una mujer adulta con un niño podía parecer tan sensual y deseable en pijama con conejos de color rosa estampados. No se parecía en nada a las mujeres que a él le gustaban; sin embargo, era la mujer perfecta para esa casa y ese jardín. Envidiaba la tranquilidad y la paz de vivir en una casa de campo como ésa. Desde luego, no era Sídney, no podía serlo. Su piso se encontraba a dos pasos de una zona de restaurantes y clubes de primera, pero, de tranquilidad, nada. 

Eres Para Mí: Capítulo 14

El leve dolor de cabeza que había estado molestándole los últimos días pareció desvanecerse mientras escuchaba, y sintió cómo se le relajaban los músculos de los hombros. De repente, dejó de contentarse con quedarse ahí dentro, quería ver y sentir el calor del sol. Quería sumergirse en aquel lugar que tan bien había conocido en la infancia antes de volver a la ciudad y al lujo de la sala de conferencias de un hotel de cinco estrellas. Se vestiría más tarde. Se conectaría a Internet más tarde. En una hora. Al cabo de unos minutos había bajado la escalera de peldaños de piedra, había abierto la puerta de la casa de par en par, había salido al patio con los pies descalzos, había dado la vuelta a la esquina de la casa y el sol le bañaba el cuerpo. Trató de asimilar la intensidad de los colores que veía. Y no lo consiguió. El espliego, mezclado con otras plantas, flanqueaba los senderos del jardín. Unos rosales trepadores cubrían los muros de piedra. Dominando el jardín estaba el viejo plátano que había sido plantado cuando se construyó la casa, sus grandes y planas hojas daban sombra durante todo el verano al patio que daba a la cocina. Sólo se oía el canto de los pájaros, el correr del agua del río y el zumbido de las abejas entre las flores. Le pareció que era el único ser humano en kilómetros a la redonda. ¿Acaso había imaginado la voz que cantaba? La cálida brisa estaba cargada con la fragancia de las flores y las hierbas aromáticas. Docenas de rosas blancas, mezcladas con flores de jazmín, trepaban por la pared de la casa. Rosa y jazmín. Maravilloso. Mágico. A su madre le habría encantado.


De repente, Pedro se estremeció. Ana Alfonso era la única madre que había conocido. El hecho de que quizá no hubiera sido su madre biológica no significaba que no hubieran mantenido una relación estrecha. También estaba orgulloso de ella y de todo lo que representaba. Al mirar a su alrededor, no pudo evitar pensar en algo en lo que no había querido pensar: Su padre no era su padre. Respiró hondo y se llenó los pulmones de la fragancia del aire. Seguía enfadado con su padre porque éste se había negado a hablar con él del asunto de su paternidad. No comprendía por qué su padre no quería contarle la verdad. No era lógico. Ambos eran adultos y todo había ocurrido treinta años atrás. ¡Lo menos que podía haber hecho era decirle si tenía otro padre o si era hijo adoptivo! No le habría echado en cara a su madre que hubiera tenido una relación con otro hombre antes de casarse con Horacio Alfonso seis años antes de que él naciera. Todo el mundo cometía errores en la vida. 

Eres Para mí: Capítulo 13

 –Vamos, Pedro –dijo Nicolás tirando de él–. O Bobby va a hacer que Simba se escape otra vez.


Pedro se volvió en la cama, se tapó la cabeza con una almohada y se dió cuenta de que no iba a poder dormirse otra vez. Aún no se había adaptado al cambio de horas; además, estaba todo demasiado oscuro y había demasiado silencio para poder dormir. La cabeza le daba vueltas después de la excitación y el ajetreo de los dos últimos días. Se había pasado la noche dando vueltas en la cama; y en un par de ocasiones, durante la noche, había encendido la luz de la mesilla de noche para hacer unas anotaciones en su agenda. Que pronto fuera a firmar el trato con PSN Media le tenía entusiasmado, pero también se sentía frustrado por haber ido hasta allí para ver a Nora y descubrir que ella aún se encontraba de vacaciones. Ambas cosas le estaban impidiendo dormir. Echó la almohada a un lado. Le resultaba extraño que Nora, siendo la persona menos deportista que había conocido, se encontrara ahora haciendo senderismo en Nepal. Desde luego, debía de haber cambiado mucho en los últimos tres años. No obstante, a menos que Nicole lograra regresar a Francia en las próximas treinta y seis horas, iba a marcharse sin verla. Y lo sentía de veras. Pero ahora había llegado el momento de irse. Apartó la ropa de cama, probó la temperatura de las baldosas del suelo con los pies y cruzó la habitación en camiseta y calzoncillos hacia la ventana para abrirla. No le llevaría mucho tiempo hacer el equipaje. Después de pasar la noche allí, se había dado cuenta de que trabajaría mejor en Montpellier, con Fernando y conectado a Internet por medio de banda ancha. La cálida luz del sol iluminó la habitación, cegándole momentáneamente al abrir las contraventanas. En un instante, su vieja habitación se vió transformada por esa cualidad única de la luz del Languedoc que rebotaba en las paredes de blanco marfil. El armario color miel, que tan extraño y anticuado le había parecido la tarde anterior, ahora parecía encajar perfectamente con el decorado y la tapicería del dormitorio. De una cosa estaba seguro: Aquel mobiliario y decoración eran nuevos. Dieciocho años atrás, ése había sido un hogar sencillo y cómodo. Ahora, parecía el escenario de una obra teatral que se desarrollaba en la campiña francesa. Los cuadros estaban perfectamente derechos y la madera tenía un brillo uniforme que un perfecto cepillado y el encerado le conferían. Claramente, las imperfecciones no estaban permitidas ahí. Pero era realmente bonito. Con estilo y lo que cualquiera podía esperar encontrar en aquel rincón de Francia… En la habitación de un hotel.


Pedro se apoyó en el dintel de la ventana y se asomó al jardín de la parte posterior de la casa. Algunas cosas no habían cambiado. Y los recuerdos acudieron a su mente. Respiró hondo, el aire fragante y limpio. En la distancia, un perro ladró e incluso pudo oír un leve murmullo de tráfico. Pero, fundamentalmente, se oía el canto de los pájaros. Y el canto de una mujer en alguna parte del jardín. Era un sonido tan dulce que, al principio, pensó que se trataba de la radio o de algún CD. Pero al cabo de un poco se dio cuenta de que el canto se veía interrumpido por suspiros, y letras y melodías inventadas. Aquel sonido era tan intrigante, extraño e interesante que no pudo evitar sonreír mientras escuchaba. Era un canto jovial, como si la mujer que cantaba quisiera expresar así su amor por la vida y la música. Y ese espíritu y energía eran contagiosos. 

jueves, 14 de septiembre de 2023

Eres Para Mí: Capítulo 12

 –Sí, es mío. Pero tu madre tenía razón en lo que te ha dicho, amigo – Pedro sacudió la cabeza–. Podría haber atropellado a tu perro, fue una gran suerte poder evitarlo. ¿Estabas tú encargado de evitar que el perro saliera al camino?


El niño asintió, con el labio inferior temblándole. Pedro decidió hacerle una pregunta diferente, no estaba acostumbrado a las lágrimas de los niños.


–Dime, ¿Cómo es el otro perro, el más joven? ¿Dónde vive?


El pequeño miró a Paula y a Simba, retorció los labios, tomó una decisión y contestó de corrido: 


–Simba es ya viejo, pero Bobby es un cachorro y vive en la granja de al lado y viene a vernos algunas veces. ¿Quiere ver por dónde cruza la valla Bobby?


Los ojos de Nicolás relucieron al tiempo que agarraba la manga de Pedro.


–A lo mejor usted puede arreglar la valla. De esa forma, Simba no podrá escaparse por el agujero. ¿Podría arreglarla? Por favor.


–¡Nico! Hijo, por favor, deja de darle la lata al señor Alfonso –dijo Paula con ternura en la voz.


Pero Nicolás había agarrado con firmeza a Pedro de la manga y estaba esperando una respuesta. Dado que él jamás había considerado que la carpintería fuera necesaria para el diseño de sistemas de comunicación digital, decidió que no estaba cualificado para arreglar vallas. Además, el marido de Paula volvería pronto de su trabajo o de donde fuera que estuviese aquella tarde de jueves y, sin duda, podría arreglar una valla mucho mejor que él. Por lo tanto, respondió lo primero que le vino a la cabeza:


–¿Por qué no esperas a que tu padre vuelva a casa y así la arreglan juntos? Sin duda él lo hará mucho mejor que yo.


De repente, oyó respirar hondo a la diminuta morena sentada a la mesa. Al mirarla, vió que había dejado de pelar guisantes y que, con la mirada fija en la cesta, apretaba los labios con fuerza. No le pareció una buena señal. Entonces, Nicolás sacudió la cabeza y tiró de su manga, exigiendo su atención.


–Mi papá está en el cielo. Y Simba es muy travieso. La tía Nora va a dar una fiesta. Van a venir muchos coches y camionetas y cosas…  Y eso significa que va a haber problemas.


Pedro se quedó momentáneamente impresionado por la sencilla y clara lógica de un niño. Cuyo padre estaba en el cielo. Y cuya valla estaba rota y, casi con toda seguridad, llevaba rota algún tiempo. ¿Podría él utilizar la misma lógica para satisfacer aquella simple petición? Ésa era la casa de Nora. Él era su hijastro. En cierto modo, era responsable de lo que allí ocurriera hasta que ella llegara. No se trataba de que quisiera asumir esa responsabilidad, pero…  Tras tomar una decisión, asintió.


–Sí, me doy cuenta de que podría ser un problema. ¿Quieres enseñarme el agujero por el que Simba se ha escapado? Así, entre los dos, podríamos pensar en algo para evitar que vuelva a escapar y a poner en peligro su vida. ¿Qué te parece?


El pequeño miró a Paula y a Simba, retorció la boca, tomó una decisión y respondió:


–Me llamo Nicolás. ¿Tú cómo te llamas?


–En Australia, mis amigos me llaman Pepe. ¿De acuerdo?


–De acuerdo –respondió Nicolás encogiéndose de hombros y entrelazando los dedos con los de Pedro. Y entonces, empezó a tirar de él hacia el establo.


Pedro se quedó mirando la diminuta mano que tenía en la suya. No había esperado ese gesto. En su equipo de trabajo había algún casado con hijos, pero la mayoría eran solteros. No estaba acostumbrado a los niños, ni en el trabajo ni en los demás ámbitos de su vida. Sobre todo, no estaba acostumbrado a niños que le asían la mano. En realidad, le resultó una experiencia nueva. Pero podía soportarlo.


Eres Para Mí: Capítulo 11

Con el corazón galopándole, Paula abrió la boca para hablar, pero no le dió tiempo a decir nada porque, en ese instante, oyó ruido de puertas por toda la casa, un coche se alejó por el camino de grava y una voz gritó en francés:


–¡Mamá! ¡Simba se ha escapado otra vez!


Pedro volvió la atención en dirección al perro para asegurarse de que no estaba soñando y parpadeó un par de veces. No. Estaba despierto. El niño de la voz sujetaba una masa de pelaje con pezuñas que luchaba por liberarse ahora que ya había salido de la casa. El niño logró llegar hasta la mesa antes de tener que soltar al perro. No, no estaba soñando. Y esa criatura se parecía sospechosamente al viejo grifón que por poco no había sido aplastado en el camino bajo las ruedas de su coche. El niño, de cabello oscuro rizado, hizo un intento por sacudirse el pelaje del perro de la camisa, se miró la suciedad y las huellas de pezuñas, y luego alzó la vista y adoptó una expresión de perplejidad al ver a un desconocido en una de las tumbonas.


–Nicolás Bailey Chaves. Tú. No has hecho lo que tenías que hacer –Paula estaba inclinada adelante, hacia su hijo, con la cabeza ladeada mientras hablaba.


El niño miró al perro y luego a él antes de volver a clavar los ojos en su madre. Entonces, se encogió de hombros y se dió media vuelta.


–Perdona, mamá.


–No me pidas disculpas, jovencito. Esta vez ha estado a punto de ser atropellado. Si el coche de este señor, el señor Alfonso, no hubiera tenido buenos frenos, a tu amigo Simba podría haberle pasado algo serio. ¿Querrías explicarme qué hacía Simba en medio del camino? Podría haber tenido consecuencias graves, muy graves. Así que ya sabes lo que tienes que hacer.


Con un movimiento de cabeza, Paula señaló a Pedro. El niño se acercó a él despacio, con la cabeza gacha y las manos metidas en los bolsillos de los pantalones. Una vez delante de él, dijo:


–Gracias por no matar a Simba. 


Pedro miró al pequeño y luego al perro, tumbado en el suelo bocarriba esperando a que lo acariciaran. No estaba acostumbrado a que un niño le pidiera disculpas, no sabía qué hacer ni cómo responder. Por fin, se limitó a contestar:


–De nada –en inglés.


El niño levantó los ojos y preguntó en voz baja, pero sin disimular su entusiasmo:


–¿Le derrapó el coche? ¿Tuvo que hacer girar el volante y el coche derrapó?


–¡Nicolás!


El pequeño volvió a bajar la cabeza.


–¡Sólo lo preguntaba!


Nicolás alzó los ojos de nuevo hacia Pedro y le dedicó una sonrisa irresistible. Fue una sonrisa entre dos hombres.


–Sí, el coche derrapó. La grava del camino saltó por todos lados. Fue como en los ralis.


–¡Genial!


–¡Me rindo! –Paula volvió la atención a sus guisantes y Simba eligió ese momento para bostezar y echarse a dormir después de la excitante aventura que había corrido.


Nicolás se acercó a Pedro y miró a su madre antes de preguntar:


–¿El coche que está ahí fuera es suyo? Es el coche más grande que he visto en mi vida.


Pedro se inclinó hacia delante, doblando la cintura, para quedarse al mismo nivel que el niño. 

Eres Para Mí: Capítulo 10

Le despertó el teléfono. Se estiró, bostezó y, al ver quién era la persona que le llamaba, parpadeó varias veces.


–Hola, Fernando, ¿Qué tal te va? Ah. ¿Picaduras de insectos? Ah, sí, el famoso mosquito de Camargue. Debería haberte avisado. Lo siento, chico.


Rió brevemente antes de continuar en tono serio y profesional:


–¿Te han llamado los de PSN Media?


Pedro se pasó la mano izquierda por la prominente mandíbula ensombrecida por la barba incipiente; después, sonrió.


–Sabía que acabarían cediendo respecto a lo del tipo de contrato de los empleados. Has hecho un trabajo magnífico, Fernando. ¿Qué? ¿Su yate privado? Está tratando de impresionarnos, ¿Eh? Curioso. Alzó la mano y luego la dejó caer por el costado.


–Si Antonio Smith quiere que su abogado en París tome un vuelo para estar en su yate el lunes por la mañana con el fin de firmar el contrato, no tengo inconveniente en aceptar la invitación y disfrutar de su hospitalidad… Pero siempre y cuando las cifras cuadren.


Se quedó escuchando unos instantes.


–Está bien. En ese caso, examinaremos con detenimiento los documentos el domingo por la tarde antes de la cena. Cerraremos el trato el lunes. Gracias. Tú, también.


Cerró las manos en dos puños. La cabeza le daba vueltas. ¡Sí! PSN Media había accedido en lo referente a los beneficios que los contratos de sus empleados establecían. Y el director ejecutivo de PSN Media era muy escrupuloso a la hora de invitar a gente a su yate. Aquélla era una excepción. ¡Iban a firmar! Y sabía a quién tenía que decírselo inmediatamente.


–Hola, Leticia, soy Pedro –dijo después de llamar a su oficina en Sídney–. Ya puedes empezar a planificar la fase dos de los proyectos.


Pedro sonrió al oír el grito de alegría y las carcajadas de la inteligente directora de proyectos, que él mismo había contratado, de Ana Alfonso Foundation.


–Ya suponía que te gustaría oír la noticia. Estaré de vuelta en la oficina el miércoles que viene. Me gustaría que los presupuestos estuvieran listos para la reunión del viernes. ¿Crees que te dará tiempo? Eso pensaba.  ¿Para qué si no están los fines de semana? Gracias, Leticia. Y tú. Sí, una noticia excelente.


Pedro cerró los ojos, sacudió la cabeza sonriendo y entonces, en la tumbona, se estiró como un gato que acabara de despertar, con los dos brazos detrás de la cabeza. Leticia era una gran profesional y una de las personas más apasionadas y entusiastas que había conocido. Tras jubilarse, había decidido hacer uso de sus contactos tras cuarenta años trabajando en el sector de inversiones bancarias. A finales de la semana siguiente Leticia dispondría de un presupuesto de ensueño y él podría ponerse a trabajar de lleno para implementar el sistema de comunicaciones. Lo único que tenía que hacer era asegurarse de que el contrato se firmara sin que surgieran problemas a última hora. Sonrió. Entonces, se dió media vuelta y, de repente, se dió cuenta de que no estaba solo. Entonces, irritado, apretó los puños. No soportaba aquella intrusión en sus asuntos privados. Había bajado la guardia. ¡Era un estúpido!


Paula se echó atrás al ver la brusquedad del movimiento de Pedro. Se le cayeron de la mano unos guisantes, acabaron en el suelo de piedra, y se agachó para recogerlos. Y sus ojos se toparon con los de Pedro Alfonso, que la miraba fijamente. El color ámbar de los ojos de él se parecía al de las hojas de las hayas en otoño, una sorprendente energía les hacía brillar… Y entonces comprendió por qué aparecían tantos artículos sobre él en las revistas. Los ojos de Pedro no eran simplemente de color ámbar, sino de un profundo marrón caramelo con salpicaduras doradas, pupilas profundas como pozos y tan negras que asustaría sumergirse en ellas por miedo a no llegar nunca al fondo. O por miedo a no volver a subir a la superficie. Ella sintió el palpitar de su corazón como respuesta a algo primitivo. Él no dijo nada, ni se movió, se limitó a mirarla fijamente durante un interminable momento en el que la tensión aumentó y aumentó hasta hacerla sentir miedo por lo que pudiera ocurrir una vez se liberase aquella energía. 

Eres Para Mí: Capítulo 9

Hacía un día precioso y no era raro que Pedro se tomara unos días libres para relajarse y disfrutar el jardín de la casa de campo antes de volver a Australia. Entretanto, ella debía volver a sus quehaceres, a una de sus tareas preferidas y también de Nicolás: Pelar guisantes a la sombra de los árboles. Cruzó la casa, entró en la cocina, agarró el lava verduras y una cesta con guisantes que había comprado en el mercado del pueblo, salió y lo llevó todo a la mesa del patio… Y se paró bruscamente. Pedro estaba en una tumbona con una taza de café, ya frío, y una galleta de las de Nicolás en una bandeja encima de una mesa baja a su lado. Profundamente dormido. Con sigilo, Paula se apoyó en el borde de la mesa de madera y le miró. Le miró a conciencia. Los rayos de sol, filtrándose entre las ramas de los árboles, le iluminaban la piel en un mosaico de luces y sombras. Los fuertes rasgos de su rostro eran un mapa de los lugares frecuentados por los ricos y poderosos en su camino hacia más riqueza y poder. Lugares en los que almas sensibles, como ella, se quemarían en el intenso calor de su fuego y ambiciosa pasión. Y por lo que podía ver, Pedro Alfonso estaba ligeramente quemado o, peor aún, agotado de luchar contra esas llamas. Él tenía cejas oscuras, espesas y separadas, diseñadas por la naturaleza para hacerle parecer fiero e intenso, incluso cuando estaba dormido. El oscuro cabello estaba bien cortado, el corte era formal, típico de un hombre de negocios, aunque algo más largo de lo normal. Tenía una nariz prominente y salpicada de pecas. Una barba incipiente le oscurecía la parte entre la nariz y el labio superior, la barbilla y las mejillas, confiriéndole dureza a su mandíbula, haciéndole parecer más un torero que un hombre de negocios. El labio inferior era fino en comparación con el voluptuoso labio superior que a los fotógrafos les encantaba captar durante prestigiosas cenas o funciones públicas.


Paula no pudo evitar un pequeño suspiro. ¡Cómo envidiaba el estilo de vida de Pedro! Había disfrutado mucho la vida durante su periodo errante, viajando con sus padres de ciudad en ciudad para participar en conciertos de jazz y de música clásica. Había perdido la cuenta de la cantidad de bodas, bautizos y festivales en los que el trío Bailey había participado. Aquella vida distaba mucho de la que llevaba en la casa de campo. Ahí, podía dar a Nicolás la estabilidad que el niño necesitaba. «Sí, eres un hombre afortunado, Pedro Alfonso». En ese momento, él hizo una mueca con la boca y a ella le sorprendió lo mucho que se parecía a un gesto que hacía Dan a veces cuando dormía. Paula sonrió. Desde luego, no se parecía mucho a la imagen intimidante del ambicioso dueño de Alfonso Tech que Nora recortaba de las revistas de negocios. ¡Así que ése era el famoso hijastro de Nora! Él había reaccionado de un modo muy extraño al enterarse de que Nora no iba a llegar hasta el lunes como pronto. Por lo que le había dicho, su relación con él era bastante distante y siempre había sido así. No obstante, a Pedro había parecido preocuparle el retraso. ¿Qué era lo que quería de su amiga y jefa que no podía pedirle por teléfono o por correo electrónico? ¿Cuál era el verdadero propósito de su visita? Fuera la que fuese la razón, aquella versión en vivo de Pedro Alfonso parecía necesitar una buena comida y un buen descanso en una cama blanda. De momento, una siesta en una tumbona en el jardín no era un mal comienzo. Lo que significaba que tenía que evitar que los perros volvieran a echársele encima. Y también encargarse de Nicolás, que iba a llegar en cualquier momento. Giró sobre sus talones, agarró la cesta con los guisantes con el mayor sigilo posible, y casi se le cayó al oír el teléfono móvil de Pedro. Él se movió, suspiró sonoramente, se sentó en la tumbona, agarró el teléfono rápidamente y contestó casi sin tener tiempo a abrir los ojos. Daba la impresión de ser un hombre viviendo al filo de la navaja y, de repente, la envidia que había sentido por él se transformó en compasión. 

martes, 12 de septiembre de 2023

Eres Para Mí: Capítulo 8

Al ver la expresión de su rostro, Paula dijo: 


–Lo adiviné –entonces, señaló la pared a espaldas de él–, por el papel de la pared.


Paula sonrió traviesamente y pareció apiadarse de la confusión que adivinaba en él.


–Tranquilo, no soy adivina. Cuando los pintores quitaron los papeles de las paredes, descubrieron algunos muy interesantes. Es normal que los adolescentes empapelen las paredes con pósters de sus grupos de música preferidos. ¿Me equivoco?


Pedro sintió un súbito calor subirle por el rostro. La miró y ella le miró. Y ambos estallaron en carcajadas.


–Mis padres eran músicos y yo nací justo encima de un club de jazz en Londres –le confesó Paula cuando pararon de reír–. ¿Te imaginas el ruido? Pero la verdad es que me encantaba vivir allí.


Paula pareció rememorar unos momentos. Después, se encogió de hombros y añadió:


–Bueno, voy a dejarte para que te instales. Si necesitas algo, me encontrarás donde se encuentran el café y las galletas.


Pedro asintió.


–Estupendo. Ah, una cosa, ¿A qué hora va a venir Nora? Tengo que verla en cuanto llegue.


Paula enarcó las cejas e hizo una mueca de sorpresa.


–¿Nora? Nora no va a venir hoy. ¿Es que no te lo ha dicho?


Pedro frunció el ceño.


–No lo comprendo. Hace unas semanas, me envió un mensaje electrónico para asegurarse de que yo no había cambiado de planes. ¿Ha pasado algo?


–El tiempo en Nepal. La estación de lluvias se ha anticipado y les está costando mucho volver del campamento base en el Everest. Ya han perdido un vuelo. Nora va a tardar unos días en estar aquí.


Entonces, Paula se encogió de hombros y añadió:


–Hasta entonces, me temo que vas a tener que apañártelas conmigo. 



Paula se asomó a la ventana de la cocina para ver si Pedro se había despertado ya de la siesta y estaba allí. Quería que quitara el coche de donde lo había dejado, delante de la casa, para que la profesora de Nicolás pudiera pasar con el suyo. En el jardín, todo estaba silencioso y tranquilo. Era una tarde de verano completamente normal. Extraño. Por lo que Nora le había contado, Pedro Alfonso llevaba una vida muy ajetreada. Corría de un sitio a otro, pasaba de un proyecto a otro o de firmar un contrato comercial a otro con el fin de implantar sistemas de comunicación modernos a una empresa o incluso a una ciudad. A lo que había que sumar su trabajo en obras benéficas. A pesar de las muchas fotografías que había visto de él encima del piano, algo que resultaba raro. En ninguna foto aparecía Pedro con su padre ni con Nora. No había una sola foto de familia. Pedro ni siquiera aparecía en la foto de la boda de su padre con Nora; por aquel entonces, debía de estar en la adolescencia. Ella, por el contrario, tenía álbumes de fotos de familia, montones de ellas con sus padres y Nicolás. La familia de Cristian siempre había preferido las fotos de estudio, profesionales, y ella se alegraba de poder enseñar a su hijo fotos de su padre. Pero se conformaba con fotos tomadas en el momento con una cámara sin pretensiones. En cuanto a las fotos de Pedro… Nora no había sido la única entusiasmada con que él hubiera aceptado la invitación al cumpleaños. Se mordió el labio inferior. Casi no había dado crédito a sus ojos al ver el coche en el sendero. ¿Cómo podía un hombre estar tan guapo sentado en la cuneta del camino jugando con Simba y Bobby? No obstante, seguía extrañándole que hubiera ido. Por lo que Nora le había contado, Pedro había hecho todo lo posible por evitar ir allí, ni siquiera de vacaciones. Quizá Nora estuviera en lo cierto y Sebastien tuviera sus propios motivos para estar en aquella región de Francia. Paula sacudió la cabeza y sonrió. ¡Qué manía tenía con especular! 

Eres Para Mí: Capítulo 7

Después de una vida lejos de su país de origen, esta región, este pueblo y esta casa de campo… Eran su hogar. Y la idea le sorprendió más de lo que habría creído posible. Su casa era un piso en Sídney con impresionantes vistas de la ciudad en el que dormía a veces y en el que tenía la ropa. Sídney era su hogar. Ese lugar no lo era. Ya no. Hacía dieciocho años que se había jurado a sí mismo evitar que su felicidad dependiera de nadie. El sufrimiento de que le arrastraran fuera de esa casa había destruido su sentimentalismo infantil para siempre. Tan ensimismado en sus pensamientos estaba, que cuando Paula rodeó una esquina de la casa y se detuvo a su lado, sólo notó la presencia de ella al oír su dulce voz.


–¿Ha cambiado mucho desde la última vez que estuviste aquí?


Pedro giró ligeramente, confuso. ¿Le había leído el pensamiento? Paula alzó el rostro y le miró a los ojos.


–Nora me dijo que eres de aquí y que te criaste en esta casa. Me preguntaba si es como la recordabas. Eso es todo.


Y tras esas palabras, Paula dió media vuelta, se acercó a dos macetas enormes, una a cada lado de la puerta, y empezó a quitar las flores marchitas en una de ellas.


–No, no ha cambiado mucho. He visto que las puertas de la verja se han caído, pero la casa está como siempre –Pedro alzó una mano para indicar las contraventanas–. Aunque los colores son diferentes. No acaban de convencerme.


Paula lanzó un suspiro de exasperación y, volviéndose hacia él, se llevó las manos a las caderas.


–¡Gracias! Nora contrató un «Diseñador de interiores» para remodelar la casa –Paula indicó las contraventanas y sacudió los hombros–. Era un hombre encantador con mucho gusto para los tejidos, pero no tenía ni idea del estilo de las casas de esta zona. Ni idea. Entonces, se inclinó hacia él con gesto de hacerle una confidencia y añadió:


–Aunque soy de Londres, llevo viviendo aquí el tiempo suficiente para saber que el azul marino no es el color adecuado para las contraventanas. 


Paula se apartó de él y, con mano experta, cortó con las uñas de los dedos un capullo de rosa color rosa. Antes de que él pudiera reaccionar, ella se puso de puntillas y le colocó el capullo de rosa en el ojal de la chaqueta del traje.


–Te queda muy bien. Y, como verás, no tiene espinas. Planté un rosal sin espinas. ¿Te gusta?


Pedro se la quedó mirando. Por el escote del blusón vió el borde de encaje del sujetador de ella. Sintió ganas de acariciarle la piel. Era tentador, pero le estaba totalmente prohibido. La señora Chaves era el ama de llaves y una mujer casada. Y había mencionado a su hijo. Una mujer casada y con un hijo. Un matrimonio perfecto para estar al cuidado de la casa de campo. El esposo era un hombre afortunado. Volvió la atención hacia el rosal.


–Sí, me gusta. Es un rosal trepador precioso. Gracias, señora Chaves.


Paula le sonrió.


–De nada. La rosaleda sigue estando en la parte posterior de la casa – Paula se volvió y, con una media sonrisa, señaló el coche deportivo–. Debes de estar cansado de conducir. ¿Listo para instalarte en tu habitación?


Ésa había sido su habitación. El viejo cuarto de baño con el lavabo desconchado estaba al lado, pero la puerta daba al pasillo. Debían de haber derribado la pared para comunicarlo con el dormitorio. A parte de eso, todo seguía más o menos igual. Los recuerdos volvieron a inundarle al asomarse a la ventana para contemplar el jardín. Fue entonces cuando se dió cuenta. Paula Chaves había elegido esa habitación para él. No le había preparado la habitación de invitados en la que su abuela había estado durante la enfermedad de su madre, sino su antiguo dormitorio. ¿Cómo sabía que era su habitación? Se volvió en dirección a la puerta. Ella estaba en el corredor, junto a la escalera, observándole, y su sonrisa era capaz de iluminar el oscuro pasillo. 

Eres Para Mí: Capítulo 6

Se alzó las gafas de sol y clavó los ojos en un rostro con unos ojos azules extraordinariamente claros, una nariz pequeña y chata y labios que se curvaban hacia arriba. El cabello de la mujer era castaño y liso, y lo llevaba recogido hacia atrás con una cinta verde, del mismo color que los pantalones. Sí, tenía delante a Campanilla. En ese momento, los perros se acercaron a ella y la mujer empezó a acariciarlos.


–¡Hola! –les dijo en francés–. ¿Cómo están? Siento haber venido tan tarde. ¿Me han echado de menos?


Les acarició por detrás de las orejas y luego les tiró un palo en dirección a la casa.


–Vamos, vayan  adelante. Ahora mismo voy –y sonrió mientras les veía correr por el camino.


Entonces, aquella encantadora aparición se volvió hacia él y dijo en inglés:


–No se preocupe, luego podrá jugar con ellos otra vez.


Jugar. No tenía ninguna intención de jugar con los perros. Suspiró y sacudió la cabeza.


–¿Son siempre tan efusivos con los desconocidos?


–No, sólo con los hombres. Sobre todo, con los hombres que llevan traje. Les encantan los hombres con traje. Y lo siento por usted, le han puesto el traje hecho un asco. No es el mejor atuendo para jugar con perros.


¡Cómo si hubiera tenido elección!


–¿Necesita ayuda con el coche, señor Alfonso? No tenemos garaje, pero he dejado un sitio libre en el establo para que lo meta ahí durante su estancia. Según parece, va a haber tormenta.


¿Estancia? ¿Cómo sabía ella que iba a quedarse allí?


–¿Qué le hace pensar que mi apellido es Alfonso? Señorita…


–Señora Chaves. Paula Chaves–la mujer sonrió y se le formaron dos hoyuelos, uno a cada lado de la boca–. Soy el ama de llaves de Nicole. Llevo tres años quitándole el polvo a la foto que Nora tiene de usted encima del piano de cola. 


Paula Chaves se interrumpió momentáneamente y lanzó una mirada al deportivo rojo que estaba en medio del camino.


–A mi niño le encantan las fotos de las chicas guapas del Grand Prix de Mónaco, pero Nora prefiere las regatas. Es una pena que no tenga ninguna foto de usted con traje sentado en la hierba. ¿Quiere que vaya a por mi cámara?


Pedro lanzó un bufido.


–Encantado de conocerla, señora Chaves. Y, por favor, tutéeme y llámeme Pedro. En cuanto a lo de la cámara… No, muchas gracias. Ya me siento suficientemente ridículo.


Ella rió antes de contestar:


–No te preocupes. Además, debes de estar bastante cómodo. Bueno, te veré en la casa. Tu habitación ya está lista. Ah, y tutéame y llámame Paula.


Tras esas palabras, Paula se montó en una vieja bicicleta y se alejó. Era una pena no poder quedarse allí el tiempo suficiente para conocer mejor al ama de llaves de Nora, pensó Pedro. Al cabo de unos minutos, él se bajó del coche con el vello erizado. La fachada de la casa no había cambiado mucho en dieciocho años. Era de una piedra caliza que adquiría tonos rosados en los atardeceres de la época estival. En el pasado, las altas contraventanas de madera estaban pintadas de un azul claro típico de aquella región; ahora, estaban de un azul más oscuro con un borde amarillo. El contraste de aquel azul y amarillo con el rojo de la teja del tejado era excesivo en su opinión. Pero los temores de encontrarse con una casa casi en ruinas habían sido infundados. No obstante, se sintió intranquilo, tenso. Un sudor frío le bañó la frente. No había imaginado tener esa reacción. No había imaginado tener miedo de subir esos pocos peldaños, cruzar la puerta de madera y adentrarse en la casa en la que se había criado. En ese momento se levantó una suave brisa con aroma a resina, lavanda, rosa y jazmín. Al instante, los recuerdos le asaltaron y tuvo que respirar hondo para calmarse. Miles de momentos e imágenes con el mismo mensaje: «Has vuelto a casa». 

Eres Para Mí: Capítulo 5

Le llevó unos segundos volver a respirar y soltar el volante del coche. Abrió la portezuela y se bajó del vehículo. Al instante, sintió el calor de las primeras horas de la tarde en la espalda y la nuca. Tumbado en medio del camino, a unos centímetros del coche, estaba un perro grisáceo que no parecía tener intención de moverse. Pronto vió que no se trataba de cualquier perro, sino de un grifón, la misma raza de perro que los chicos de la granja de al lado tenían cuando él era pequeño. Las barbas y las espesas cejas grises eran inconfundibles. Hacía años que no veía un grifón, y la mirada inteligente del animal le hizo sonreír mientras se le acercaba para cerciorarse de que no estaba herido. Se puso de cuclillas para examinar al perro y éste plantó su húmeda y marrón nariz en la palma de la mano de él; después, el animal bostezó, mostrando unos dientes sanos.


–Amigo, no has elegido el mejor sitio para echarte una siesta.


El animal meneó la cola; después, se tumbó de costado para que le rascaran el vientre. No había sufrido ningún daño y, al parecer, tampoco era consciente de que había estado a punto de provocarle un infarto. De repente, el animal alzó la cabeza y levantó las orejas al tiempo que se incorporaba hasta quedar sentado.


–¿Qué pasa, muchacho? ¿Qué has oído? –le preguntó Pedro en francés.


Pero antes de que el perro pudiera ladrarle su respuesta, otro perro salió de entre los arbustos, dió un salto y, ladrando, le golpeó el pecho con tal fuerza que le hizo caer hacia atrás, fuera del camino, en la hierba. Y en las ortigas. Y en otras muchas plantas. A Pedro le costó varios segundos darse cuenta de lo que había pasado. Entonces, alzó las manos para defenderse del ataque de una lengua mojada, pero le resultó imposible evitar las dos pezuñas embadurnadas en el pecho, que le destrozaron su camisa de seda. El monstruo parecía una versión joven del perro del camino, e hiperactivo.  La forma como movía la cola lo decía todo: «¡Eh, mira lo que he encontrado, otro con quien jugar! ¡Qué divertido! ¿Quieres ver lo que sé hacer?». El perro del camino pareció aburrido y, tras levantarse, se puso a husmear. Pedro, apoyándose en un codo, fue a ponerse en pie e, inmediatamente, el perro joven se le echó encima para llamar su atención. Se lo quedó mirando unos segundos antes de echarse a reír. Luego, tras un suspiro, dijo al animal:


–Vamos, deja que me levante.


Entonces, sin más, el perro se dió media vuelta y se alejó corriendo por el sendero en dirección a la carretera, dejándole con el perro del camino, que se le acercó para que le acariciara.


–Nos hemos quedado solos, amigo. ¿Dónde vives?


–Simba no habla inglés. Vive conmigo, señor Alfonso.


Era la voz de una mujer y hablaba un inglés perfecto con acento británico. ¡Qué bien! La primera persona que se encontraba recién llegado a su antiguo hogar y él ahí tirado. Plenamente consciente de lo ridículo que debía verse en ese momento, se preguntó cuánto tiempo llevaría ella por los alrededores, observándole. Tratando de evitar las ortigas, se incorporó hasta sentarse mientras intentaba evitar parecer un perfecto idiota. Entonces, se dirigió a la mujer, que evidentemente sabía quién era él.


–Hola. ¿Son suyos estos perros? –preguntó en inglés.


En el espacio entre la grava del camino y el coche, vio unos pies calzando unas alpargatas color paja y unos delicados tobillos. Los pies rodearon el coche hasta colocarse delante de él. Uno de los tobillos lucía una pulsera con flores de cerámica. De repente, sintió curiosidad por el resto del atuendo y levantó despacio la vista: Unos pantalones cortos verde oscuro y un blusón de verano amarillo y blanco con finos tirantes que colgaban de unas diminutas clavículas. Tenía delante a Peter Pan. No, a Campanilla. 

jueves, 7 de septiembre de 2023

Eres Para Mí: Capítulo 4

Necesitaba pasar más tiempo con Nicolás, el niño estaba creciendo demasiado deprisa. Además, ahora sólo la tenía a ella. Se le partía el corazón cuando iba por las tardes al hotel de Sabrina a tocar el piano, pero necesitaba el dinero extra. ¡Y sólo faltaba un día para las vacaciones de verano! ¡Fantástico! Un escalofrío le recorrió el cuerpo. Las vacaciones de verano significaban algo más, algo en lo que no quería pensar. Nicolás iba a pasar dos semanas con sus abuelos en Barcelona, los mismos abuelos que habían hecho todo lo posible por quedarse con Nicolás tras la muerte del padre del niño… Y casi lo habían conseguido. «¡Dios mío, Cristian, te habría encantado ver lo maravilloso que es tu hijo!». Sólo tenía que mirar a Nicolás a los ojos para ver al hombre que había amado y con el que se había casado. Y nadie iba a quitarle a su hijo. Por nada del mundo. Aunque eso significara decir adiós a su carrera musical.



Pedro salió del fresco interior de su coche para estirar las piernas en la verde cuneta de la carretera. Enfrente, al otro lado de la carretera, las puertas de la verja de Mas Tournesol, la casa de campo en la que había nacido y había pasado los doce primeros años de su vida. Tenía la impresión de que había pasado mucho tiempo. Lo que quizá explicara por qué ahora le parecía más estrecha y con más maleza: La perspectiva de un niño de doce años era muy diferente a la de un hombre de treinta. Por aquel entonces, las puertas de la verja eran dos hojas de hierro forjado con el nombre esculpido en metal: Mas Tournesol. La casa de los girasoles. Ahora, una de las puertas de la verja se había salido de las bisagras, estaba caída en el suelo y la hierba había crecido entre el metal. Debía de llevar ahí meses. La otra hoja de la puerta no estaba. Pensó en el río que corría al otro lado de la hilera de árboles a la izquierda de donde se encontraba y recordó lo bien que lo había pasado allí pescando con su padre. A la derecha, los setos separaban la propiedad de los viñedos y campos de girasol que su padre le había vendido al vecino unos días antes de emigrar; pero ahora, el seto era más alto y pegados al seto había otros arbustos en flor. Una súbita tristeza le invadió al recordar la última vez que había recorrido aquel sendero, camino de su nueva vida en un país lejano. Cerró los ojos durante un segundo y, mentalmente, conjuró la imagen del jardín de su madre, lleno de flores y abejas recogiendo polen. Y durante un momento, regresó al pasado, al lugar en la tierra que llevaba dentro, a los tiempos más felices de su vida. Antes de que su madre muriera.


Pedro abrió los ojos despacio y se ajustó las gafas de sol. Había evitado ir a aquella casa por muchas razones. Llevaba en Sídney desde los doce años y le gustaba mucho su vida allí, pero seguía sintiéndose francés, llevaba muy dentro su tierra y su cultura. Eso no podía negarse. Sin embargo, había otra cosa que le había empujado a ir allí y que le producía cierta desazón desde hacía seis meses… Y estaba ligada al hecho de que había descubierto que su padre no podía ser su padre biológico. El hecho le había dejado perplejo al principio, pero no había permitido que le destrozara la vida. Se había criado en el seno de una buena familia y había tenido unos padres que le habían querido mucho. Al margen de quién pudiera haber sido su padre, estaba orgulloso de su madre, siempre lo estaría. Pero… No lograba entender por qué no le había dicho la verdad. Sobre todo, al final. Durante ese tiempo, había pasado largas horas con ella, a solas, charlando. Y su madre se había llevado el secreto a la tumba. Ahora que iba a pasar unos días con Nora, quizá pudiera averiguar la verdad. Ahora volvía al lugar donde todo había empezado. Ahora regresaba a la casa que, en esos momentos, pertenecía a su madrastra, Nora, después de divorciarse de su padre. Sí, ahora la casa era de Nora y podía hacer con ella lo que quisiera. Y Nora probablemente no supiera que esa semana era la semana del aniversario de la muerte de su madre… ni que su madre había muerto en aquella casa. Era consciente de una cosa: Jamás se arriesgaría a encariñarse tanto con una persona ni con un lugar. No podría soportar que volvieran a arrebatárselos. Sobre todo, ahora que sabía lo que sabía.  No quería pensar en el pasado, sólo en el futuro. Y eso significaba honrar el nombre de su madre a través de las obras benéficas que realizaba. Su antigua vida ya había acabado. Y cuanto antes regresara a Sídney y empezara sus nuevos proyectos, mejor. Unos minutos más tarde, cruzó la entrada de la propiedad con el coche italiano, deportivo y rojo que había alquilado y tomó el camino de grava. Con los ojos fijos en la casa, fue aumentando la velocidad hasta llegar a una curva… Y, de repente, pisó el pedal de freno a fondo, bruscamente, haciendo rechinar las ruedas hasta que el vehículo se detuvo. Algo estaba tumbado en el camino. Mirándole. 

Eres Para Mí: Capítulo 3

Ya tenía un equipo y había hecho planes, sólo le faltaba luz verde y una buena parte de la cifra de nueve dígitos que PSN Media iba a pagar por su empresa. Pero eso sería la semana siguiente. Ese día tenía algo más agradable que hacer. Ese día iba a reunirse con Nora Lambert, la encantadora mujer que había sido su madrastra durante doce turbulentos años antes de divorciarse de su padre, marcharse de Sídney y volver a París. En la adolescencia, él le había causado muchos quebraderos de cabeza, pero Nora siempre le había apoyado y en todo, a pesar de que él, por aquel entonces, jamás se lo había agradecido. Su relación había mejorado durante los últimos años que pasaron juntos en Sídney, pero aún estaba en deuda con Nora. Daba la casualidad que las oficinas centrales de PSN Media en Europa estaban en Montpellier, no excesivamente lejos de la vieja casa de campo de la familia Alfonso en el Languedoc, donde Nora iba a celebrar su cumpleaños. Por primera vez en algunos años, estaban en el mismo país y relativamente cerca el uno del otro. Nora se había alegrado mucho de que pudiera asistir a la fiesta de cumpleaños y había insistido en que se hospedara en la casa, no en un hotel. Por supuesto, Nora sospechaba que no era el cumpleaños el único motivo que le había llevado allí, y él sentía no poder decirle nada sobre las secretas negociaciones con PSN Media; sobre todo, ahora que se había adelantado una semana la reunión decisiva debido a la llegada del presidente de la compañía. Lo que significaba que, si llegaban a un acuerdo y firmaba, tal y como Pedro esperaba, en una semana estaría de vuelta en Sídney, ocupando su nuevo puesto de trabajo, y no en Languedoc ayudando a Nora a preparar su fiesta de cumpleaños. Pero, al menos, iba a pasar un fin de semana con ella. Y eso era lo importante. Había llegado el momento de darle a Nora la mala noticia y pedirle disculpas por no serle posible asistir a su fiesta de cumpleaños. Con un poco de suerte, le perdonaría. Una vez más. ¡Por fin, libre! 




Sentada en la bicicleta, pedaleando, Paula casi pudo saborear la sal del Mediterráneo, a sólo unos kilómetros al sur de donde se encontraba, en aquella carretera secundaria. La mezcla de sol y brisa se le antojó paradisíaca. La paz y la tranquilidad del lugar la hicieron relajarse. Sabrina le había llamado aquella mañana para preguntarle si podía ir al hotel a ayudarla a servir la comida a un grupo de americanos aficionados al jazz que habían ido a un festival de jazz que tenía lugar durante el fin de semana en un pueblo vecino. Le habría encantado poder ir al festival a oír la música que más le gustaba, la música que cantaba y tocaba a nivel profesional desde que tenía dieciséis años. La música con la que sus padres aún se ganaban la vida. A veces, echaba tanto de menos su lugar de nacimiento que casi le dolía físicamente. Lo mejor era olvidarse de ello y disfrutar la vida en aquel maravilloso lugar. Nicolás era lo principal, lo único que realmente importaba. El lado malo de ser ama de llaves era que, de vez en cuando, la dueña de la casa regresaba. Nora era encantadora, buena y generosa, y le había dado un hogar y un trabajo cuando más lo había necesitado. Por eso, estaba dispuesta a hacer todo lo que estuviera en sus manos con el fin de asegurarse de que disfrutase de una extraordinaria fiesta de cumpleaños. Por primera vez desde que había ido a vivir ahí, la casa iba a estar concurrida, llena de vida y humor. Maravilloso. Después de la fiesta, Nora se iba a ausentar una o dos semanas y luego volvería a pasar allí el mes de agosto, como solía hacer. Y ella se vería libre para hacer algo con Nicolás durante sus vacaciones de verano. Sonrió mientras contemplaba los viñedos que se extendían hasta los pinares de las colinas por un lado y hasta el mar por el otro, y oyó el revoloteo de la pequeña bandera que Nicolás había sujetado a su asiento en la bicicleta. Los sencillos placeres de un niño de seis años. La bandera le hacía tan feliz que habría sido una tontería decirle que se trataba de la bandera española, la de sus abuelos, y que quizá debiera cambiarla por la del sur de Francia, para ser políticamente correctos. Pero daba igual. Esa zona del Languedoc no era como Niza o Marsella, no había luces de ciudad ni concurridas calles ni bares de moda. Era una zona rural, con pequeños hoteles como el de Sabrina y pequeños pueblos en Carmargue o al este de Provenza. 

Eres Para Mí: Capítulo 2

 –PSN Media ha presentado una oferta mejor, pero siguen queriendo reducir plantilla. No sé hasta qué punto vamos a poder seguir presionándoles al respecto –explicó Fernando, exasperado, por el teléfono móvil. 


Pedro Alfonso tamborileó los dedos de ambas manos en el asiento de cuero del coche deportivo italiano mientras trataba de mantener la calma. Tenía los ojos fijos en las hileras de parras que se extendían desde el lugar de la carretera donde había parado el coche hasta perderse en unas verdes colinas en medio del Languedoc. Había pasado la noche entera y parte del jueves trabajando con Fernando y un equipo de negociadores de PSN Media en una sala de conferencias en Montpellier con el fin de salvar los cientos de puestos de trabajo que constituían Alfonso Tech en Australia. Y PSN Media seguía negándose a tomarle en serio. Cierto que era la empresa de comunicaciones más importante del mundo en su campo, pero Alfonso Tech era su empresa, una empresa que había creado de la nada. Conocía a sus empleados personalmente y muchos llevaban en la empresa desde sus comienzos. Su equipo había convertido Alfonso Tech en una de las empresas de sistemas de comunicación más importantes de Australia, y no iba a dejarlos en la estacada por un puñado de dólares. Sus empleados le habían sido fieles y él les debía esa misma fidelidad. Era una pena que PSN Media no lo viera así. Y a menos que cambiaran de actitud, él no firmaría el trato el lunes. El director ejecutivo de PSN tendría que marcharse de Montpellier en su yate con las manos vacías.


–Fernando, sé que has trabajado mucho en esto, pero hemos dejado nuestra posición muy clara: O PSN Media garantiza no reducir plantilla y mantener los contratos de trabajo tal y como están, o yo abandono. Punto.


El director financiero de la empresa suspiró.


–Podría costarte mucho dinero, amigo mío.


Pedro también lanzó un suspiro. En PSN Media pensaban que todo individuo tenía un precio y que podían pagarlo. Pero se equivocaban, Pedro Alfonso no iba a dejarse comprar y se lo iba a demostrar. Sabía que Fernando sólo estaba cumpliendo con su trabajo, como segundo de abordo. Había trabajado las mismas horas que él durante las dos últimas semanas. Los dos necesitaban un descanso.


–Hace unas horas les dijimos a los de PSN Media que tenían el fin de semana para preparar la propuesta final. Lo siento, Fernando, pero no ha cambiado nada desde que salí de viaje a Languedoc. Es así de sencillo. 


–Tan cabezota como siempre –respondió Fernando con un bufido–. Deja que les llame. Después, creo que los dos nos merecemos descansar.


–La mejor idea que he oído en todo el día –declaró Fernando en tono ligero–. Tómate el resto del día libre y ya hablaremos mañana.


–De acuerdo, no se hable más. Quizá vaya a ver a esos flamencos silvestres de los que me hablaste. Ah, y saluda a Nora de mi parte. Ha debido de alegrarse mucho de que estuvieras en Francia y que pudieras ir a su cumpleaños. Bueno, hasta mañana.


Finalizada la llamada, Pedro guardó el teléfono sintiéndose excitado y frustrado al mismo tiempo. En cuestión de seis meses, el sistema de comunicaciones diseñado por su equipo y él en un garaje de Sídney podría llegar a ser utilizado en todo el mundo. Estaba muy cerca de alcanzar su sueño. Y podría conseguirlo solo. Sin embargo, unirse a PSN Media era la forma mejor y más rápida de vender su tecnología. Después de diez años de duro trabajo, estaba a un paso de lograr el éxito. Por supuesto, había pagado un alto precio por su dedicación al trabajo: Relaciones sentimentales fallidas y falta de atención con su familia, en Sídney. Pero había valido la pena. En cuestión de días, Alfonso Tech podría formar parte de una multinacional y ocupar un asiento en la junta directiva, con nuevas responsabilidades y un futuro brillante en la esfera laboral. Trabajaría en Sídney, en las oficinas de su empresa. Y dispondría del tiempo y el dinero necesarios para trabajar en proyectos especiales. El dinero de la venta de Alfonso Tech le proporcionaría los medios técnicos y financieros para financiar Ana Alfonso Foundation. Los esquemas piloto por toda Oceanía ya habían demostrado que el acceso a la tecnología moderna y a los sistemas de comunicación contribuía a una mejora en la calidad de vida de las gentes en las zonas más remotas del planeta. A su madre, Ana, le habría encantado la idea. Estaba deseando volver a Sídney para ponerse a trabajar. 

Eres Para Mí: Capítulo 1

 –Vamos, cásate conmigo. Sabes que te interesa.


Paula Chaves tamborileó los dedos en su labio inferior y movió la cabeza, como si estuviera pensando la propuesta. Javier se animó.


–Tengo medio de transporte propio. Podrás ir donde quieras. Vamos, ¿Qué me dices, encanto? ¡Podríamos pasarlo muy bien!


–Desde luego, la oferta es tentadora. Pero… El señor Dubois ha prometido que me va a dejar su tarjeta de transporte, y es muy difícil rechazar ese tipo de ofertas.


–¿Dubois? Promesas, promesas, promesas. Lo mío son los hechos, cielo –respondió Javier guiñándole un ojo.


–Sí, eso me temía. Yo soy monógama, y anoche te ví coqueteando con la recepcionista del hotel. ¡Guapo, pero mujeriego! En fin, te veré más tarde.


Javier dejó caer la mano en el brazo de su silla de ruedas y murmuró una maldición en francés antes de encoger los hombros y responder a Paula en inglés:


–¡Maldita sea, me has pillado!


Paula sonrió y le revolvió cariñosamente el poco cabello que le quedaba en la cabeza antes de marcharse por el pasillo en dirección a la cocina, dejando atrás al canoso Romeo. Con una sonrisa, Javier hizo girar su silla de ruedas y, con sorprendente velocidad, fue al comedor mirador. Allí, le recibió un estallido de carcajadas.


–Espero que mis huéspedes no te estén dejando agotada.


Paula sonrió a su amiga Sabrina, la mánager del hotel en el que ella trabajaba de pianista siempre que podía; también, de vez en cuando, echaba una mano con los almuerzos.


–Son estupendos. Podría pasarme el día hablando con ellos del jazz clásico. Crecí oyendo esa música. ¿Sabías que Javier pasó tres años en Nueva Orleans? ¡Y sus amigos se acaban de comer tres de mis tartas! Los músicos son todos iguales, sean de donde sean. Después de la música, es la comida. También en Francia es así.


Sabrina le puso un brazo sobre el hombro y sonrió. 


–Gracias por venir otra vez a ayudarme. No sé qué habría hecho sin tí.


–No ha sido problema para mí. Encantada de poder ayudar. ¿Tienes el hotel lleno también el fin de semana que viene?


–¡Todas las habitaciones ocupadas! Es la primera vez que tengo cuarenta huéspedes un fin de semana.


Sabrina dio a su amiga un abrazo y, al soltarla, le sonrió y añadió:


–Y sé que es gracias a tí. Me he enterado de que fuiste tú quien recomendó este hotel a Nora, después de que decidiera celebrar su cumpleaños aquí el próximo fin de semana. Va a venir gente de todas partes del mundo. En fin, muchas gracias.


–Me preguntó cuál era el mejor hotel de la ciudad y, naturalmente, le dije la verdad: éste. No sabes cuánto me alegro de que Nora haya decidido celebrar su cumpleaños en su casa de campo en vez de quedarse en París. Últimamente, no viene casi nunca.


–Ésa es una de las ventajas de cuidarle la casa de campo, ¿No? Vives en la casa tú sola la mayor parte del año; entretanto, Nora está en París o viajando.


Ella cerró los ojos y sonrió.


–Sí, tienes razón. Me encanta esa casa. No me imagino viviendo en otra parte, a excepción de Mas Tournesol. Tenemos mucha suerte – entonces, abrió los ojos–. Nora se merece una fiesta de cumpleaños maravillosa y voy a hacer todo lo que esté en mis manos para que así sea. Al fin y al cabo, sólo se es una joven de sesenta años una vez en la vida.


–¡Desde luego! Y no lo olvides, cuenta conmigo para lo que sea.


Paula dió un beso a su amiga y le sonrió.


–Eres un cielo. En fin, me voy porque quiero estar en casa para cuando Nicolás llegue del colegio. Hasta mañana.