jueves, 29 de junio de 2023

Tentación: Capítulo 28

Era como si viviera en la oscuridad, dando tumbos de un lado a otro, y él fuera la única luz. Cuando estaban juntos, sus sentidos cobraban vida, su piel se volvía hipersensible y tenía la sensación de pesar menos. Era como si todo su ser estuviera a punto de disolverse. Sin embargo, el pánico de Paula desapareció al ver el breve y casi imperceptible destello de sorpresa de sus ojos. Hasta ella misma se había sorprendido cuando terminó de vestirse y se miró en el espejo, intentando mantener el equilibrio sobre los zapatos de aguja. Estaba tan distinta que parecía otra.


–¿Te gusta? –acertó a decir.


Paula no estaba acostumbrada ni a llevar vestidos de noche ni a caminar con tacones tan altos, y esperó el veredicto de Pedro  con preocupación. No quería dejarlo en mal lugar. No quería ser el hazmerreír de la fiesta.


–Estás muy… Cambiada –declaró él, mirándola con intensidad. 


No era la respuesta que Paula quería oír, aunque le pareció adecuada. Ella se sentía del mismo modo, con el añadido de que los sucesos del día la habían dejado perpleja. Nunca había estado en una boutique de lujo. Nunca le habían asignado a una ayudante personal para que eligiera entre docenas de vestidos diferentes. Nunca la habían peinado en la propia tienda. Pero, por lo visto, era normal cuando se pagaba con la tarjeta de Pedro Alfonso. Desgraciadamente, el fasto de la boutique de San Francisco y la elegancia del resto de las clientas, que cruzaban los suelos de mármol como si llevaran toda la vida haciéndolo, habían conseguido que se sintiera fuera de lugar. Al cabo de varias horas, terminó llevándose un vestido de color azul cobalto que, en opinión de la mujer que la asesoraba, le quedaba perfecto. Luego, la dueña de la tienda se encargó de que la peinaran y la maquillaran, y se sintió aún más incómoda; en parte, porque la ropa interior que había elegido le apretaba tanto bajo el vestido nuevo que tenía la impresión de ser una morcilla a punto de estallar.


–No estoy segura de que me quede bien –le confesó.


Pedro guardó silencio, y ella admiró su impecable traje oscuro, que enfatizaba la anchura de sus hombros y le daba un aspecto frío e inaccesible.


–No te gusta, ¿Verdad? –insistió ella.


–Yo no he dicho eso.


–¿Entonces?


–Bueno, es chic y refinado –contestó él–. Es lo que debía ser, ¿No?


–Supongo que sí.


Paula se maldijo para sus adentros. En principio, la idea no podía ser más sencilla: Solo consistía en comprar un vestido bonito a una pobretona para llevarla a una fiesta. Pero ninguno de los dos había considerado la posibilidad de que la transformación de Cenicienta estuviera destinada al fracaso, por ser demasiado tosca.


–En fin, tenemos que irnos –dijo él, echando un vistazo a la hora–. ¿Estás preparada?


Ella sacudió la cabeza, y ni un solo cabello de su elaborado peinado se movió.


–No.


–¿Cómo que no? El coche nos está esperando.


–Ya, pero he cambiado de idea. No quiero ir –declaró Paula–. Ve sin mí. Te divertirás más.


–¿Te rindes a las primeras de cambio? –preguntó él, mirándola con humor–. Te tenía por una mujer más dura, Paula. ¿Has cambiado de repente? ¿Has dejado de ser la mujer que me rogó que la trajera a los Estados Unidos para empezar una vida nueva?


Ella respiró hondo. Sabía que Pedro solo intentaba animarla, pero lo que había dicho era cierto. Además, ¿Qué iba a hacer si se echaba atrás? ¿Quedarse allí para incordiar a Gerardo y molestar al cocinero, que no esperaba tener que cocinar? 

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