martes, 27 de junio de 2023

Tentación: Capítulo 21

 –Tenemos que aclarar un par de cosas, Paula –dijo al fin–. Nuestra relación sexual es sencillamente maravillosa, pero no cambia nada. Solo son momentos de deseo físico que hay que satisfacer. Solo son cosas que pasan. ¿Lo comprendes?


–Tendría que ser estúpida para no comprenderlo.


Pedro dudó. Estaba haciendo lo posible por ahorrarle un desengaño, pero le resultaba más difícil de lo previsto; sobre todo, porque estaba preciosa en su desnudez, tumbada en la cama con indolente abandono.


–Te vas a quedar en mi casa, y es la primera vez que voy a tener una invitada –continuó, intentando apartar la vista de su cuerpo–. Estoy acostumbrado a vivir solo y, francamente, no me agrada la idea de compartir mi espacio con una amante. 


–Bueno, supongo que debo darte las gracias por tu sinceridad.


–No es necesario, aunque es cierto que siempre he sido sincero contigo – replicó él, sentándose en el borde de la cama–. Hasta ahora, has estado protegida por tu madre y por las limitaciones sociales de tu pueblo; pero ahora vas a vivir en una gran ciudad, y tienes que aprender a defenderte por tus propios medios.


–Lo sé, Pedro.


–¿Seguro que lo sabes? No soy ni tu guardián ni tu novio, Paula –insistió–. Y no quiero que una jovencita inocente se me pegue como una lapa.


–Tranquilo. No tengo intención de comportarme como una lapa –declaró ella, alzando la barbilla con orgullo.


La expresión desafiante de Paula le provocó otra erección a Pedro, que a punto estuvo de abalanzarse sobre ella y tomarla otra vez. Pero se refrenó, porque era consciente de que el deseo le estaba poniendo una soga al cuello, y era un precio demasiado alto a cambio de unos momentos de placer. Además, había un problema que complicaba las cosas. Lina no conocía a nadie en San Francisco. A nadie salvo a él. Definitivamente, sería mejor que mantuviera las distancias y se abstuviera de tocarla, por mucho que le gustara su adorable cuerpo. Le ofrecería un hogar temporal, sí. Le presentaría a algunos de sus contactos para que consiguiera un empleo. Y, cuando fuera económicamente independiente, la expulsaría de su vida y la dejaría en libertad tras haberle enseñado una lección muy importante: Que no debía depender de él. 


El coche de Pedro pasó entre unas silenciosas puertas electrónicas y, tras cruzar unos jardines sorprendentemente grandes, llenos de árboles y macizos de flores, se detuvo en el patio interior de un moderno edificio de cuatro plantas.


–Ya estamos –anunció.


Su avión había aterrizado en San Francisco, pasando por encima de su icónico puente y del estrecho que salvaba. Luego, se habían subido al vehículo que los estaba esperando y se habían dirigido directamente al domicilio de Salvatore, situado en una zona que llamaban Russian Hill. Por fuera, la propiedad no parecía demasiado lujosa, pero por dentro era tan bonita que Paula se quedó pasmada. No había visto nada tan bello en toda su vida.


–¿Te gusta? –preguntó él, mirándola.


Ella asintió sin apartar la vista del edificio, aunque no fue porque le interesara mucho, sino porque le ofrecía la oportunidad de concentrarse en algo distinto a la indiferencia de Pedro, quien había mantenido las distancias desde su encuentro amoroso en el avión.


–Es una maravilla –contestó.


Justo entonces, un hombre de traje oscuro y expresión sombría salió a recibirlos.


–Te presento a mi mayordomo, Gerardo.


Paula parpadeó. Jamás se habría imaginado que tenía mayordomo.


–Me alegro de verlo, signor Alfonso–dijo el hombre, con un fuerte acento británico.


–La joven que me acompaña es Paula Chaves, Gerardo. Se quedará aquí unas cuantas semanas, hasta que encuentre un piso en la ciudad. He pensado que puede vivir en uno de los chalets de invitados, el que está más lejos de la casa.

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