jueves, 15 de junio de 2023

Tentación: Capítulo 12

 –No, envié un mensaje a una de mis amigas, Florencia. Le pedí que me cubriera las espaldas si mi madre la llamaba por teléfono.


–En ese caso, será mejor que te duches. Cuando termines, me encargaré de que suban tu motocicleta a una de las camionetas y te llevaré yo mismo al pueblo, para que no tengas que conducir.


–No es necesario. Puedo volver por mi cuenta.


Él entrecerró los ojos, como si no estuviera acostumbrado a que le llevaran la contraria, y ella le dedicó una sonrisa y se levantó de la cama con fingida seguridad. Pero se derrumbó cuando entró en el cuarto de baño y cerró la puerta. ¿Qué le estaba pasando? Solo habían tenido una relación sexual, una aventura pasajera. Sabía que no podía ser otra cosa, y le había parecido bien. Entonces, ¿Por qué deseaba algo más? ¿Por qué se había sentido más amada que nunca? Desesperada, se pasó una mano por el pelo y se recordó que no debía sentirse así. Era demasiado peligroso. Luego, se duchó, se puso la ropa y volvió al dormitorio, donde la esperaba una bandeja con un servicio de café. ¿Habría regresado el ama de llaves? Esperaba que no, porque tenía la sensación de que la había mirado con desaprobación el día anterior.


–Siéntate y toma algo –dijo Pedro, ofreciéndole una taza.


Paula no se quería sentar, pero el café estaba tan bueno que cambió de opinión. Y, mientras disfrutaba del revitalizante brebaje, sacó fuerzas de flaqueza y dijo, con una tranquilidad que estaba lejos de sentir:


–Bueno, supongo que esto es todo. Es hora de que me marche.


–Paula…


Paula sacudió la cabeza, enfadada con lo que sentía. No había cometido ningún delito. Se había limitado a disfrutar de la noche con un hombre que había resultado ser un amante experto y considerado. Ni le había hecho promesas falsas ni ella se las había pedido.


–No digas nada, por favor. No es necesario –declaró–. He disfrutado mucho, más de lo que me imaginaba. Nunca había sentido nada igual. Es mejor que nos despidamos y que volvamos a nuestras respectivas vidas.


Paula sintió cierta satisfacción al ver su expresión de incomodidad. Obviamente, estaba acostumbrado a ser él quien ponía fin a sus encuentros amorosos. Pero no tenía motivos para quejarse. Le había ahorrado un momento embarazoso.


–Está bien. Te acompañaré.


–No hace falta –insistió ella.


–He dicho que te acompañaré, y te acompañaré.


La extraña sensación de volver sobre los pasos del día anterior sumió a Paula en la perplejidad, y se quedó aún más perpleja cuando llegaron al lugar donde estaba la moto, con el casco colgado del manillar. Brillaba tanto que parecía nueva. Por lo visto, el chófer de Pedro se había tomado la molestia de limpiarla.


–¿Paula?


Ella lo miró a los ojos, convencida de que le iba a dar un beso de despedida, una especie de premio de consolación. Pero se apartó de él, porque tenía la sospecha de que, si volvía a sentir el contacto de sus labios, se hundiría.


–¿Qué ocurre? –preguntó él, frunciendo el ceño.


–Que tu ama de llaves está en un balcón, y puede vernos.


–¿Y a quién le importa eso?


–A mí –respondió ella, poniéndose el casco.


La sorpresa de Pedro fue monumental. Esperaba que se quedara el tiempo necesario para darle su número de teléfono, pero se giró hacia la moto como si ardiera en deseos de poner tierra de por medio. Paula alzó entonces una de sus piernas y la pasó por encima del sillín, dándole ocasión de admirar sus nalgas. No se podía decir que llevara una ropa precisamente reveladora, pero él se sintió como si lo fuera, porque había podido disfrutar del sensual cuerpo que ocultaba. Cuando ella arrancó, él intentó sentirse agradecido por la naturalidad con la que afrontaba su despedida. Pero se sintió profundamente frustrado al verla alejarse bajo el radiante sol de Sicilia.

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