jueves, 15 de junio de 2023

Tentación: Capítulo 9

 –¿No tienes novio? –dijo, acariciándole el brazo.


–No.


–¿Ni un montón de hermanos que se puedan enfadar? –preguntó, entre en serio y en broma.


–No, soy hija única.


Pedro estuvo a punto de decirle que él también era hijo único, pero se lo calló. Y un segundo después, la tomó entre sus brazos y asaltó sus labios. Ella suspiró, y él estuvo a punto de hacer lo mismo, porque nunca le habían besado de aquella manera. Los movimientos de la lengua de Paula eran casi primitivos, pero también intensamente eróticos, como el roce de su suave estómago mientras se frotaba contra su cuerpo. Excitado, acarició sus húmedos rizos, la abrazó con más fuerza y aumentó la intensidad de sus atenciones hasta que se le doblaron las piernas y él tuvo miedo de que se cayera. Solo entonces, rompió el contacto y, tras acariciarle los senos, dijo:


–Quiero tocarte. Quiero explorar tu deliciosa piel. ¿Puedo?


–Sí –respondió ella, sin aliento.


Él sonrió y le bajó la empapada tela del bañador. Luego, admiró sus senos desnudos y le chupó los dos pezones, que sabían a cloro. Paula gimió y se frotó de nuevo contra él, en una muda invitación que aumentó la erección de Pedro y acabó con el escaso control que aún mantenía. Ya no podía esperar. Necesitaba hacerle el amor. Pero ¿Dónde? ¿En una de las tumbonas? ¿Dentro de la piscina, para que la frialdad del agua contrastara con el calor de sus cuerpos? Desgraciadamente, no tenía ningún preservativo a mano y, si entraba en la casa para buscar uno, rompería la magia del momento.


–No creo que nos pueda ver nadie –declaró, poniéndole las manos en los hombros–, pero tampoco me quiero arriesgar a que algún mirón disfrute a nuestra costa. ¿Por qué no vamos dentro?


–¿Y tus empleados?


–No están. Les he dado la tarde libre.


Paula lo miró como si quisiera conocer el motivo, y él se alegró de que no se lo preguntara, porque le habría tenido que confesar que se los había quitado de encima con la esperanza inconsciente de acostarse con ella.


–Entonces, vamos –replicó, subiéndose el bañador.


Pedro la tomó de la mano y la llevó hacia la villa por un camino flanqueado de cactus. El sol calentaba tanto que ya le había secado la piel, pero sus pezones seguían tan enhiestos como si hiciera frío, y Paula volvió a dudar de lo que iban a hacer. ¿Es que se había vuelto loca? Quizá. Desde luego, no podía negar que estaba loca de deseo. Pedro ni siquiera había tenido que tocarla para seducirla; le había bastado con una simple mirada. Y, lejos de aprovechar la circunstancia, había intentado convencerla de que olvidara el asunto y había tratado de desanimarla con una breve y sincera explicación sobre la naturaleza de su aventura, que sería puramente sexual. Pero a ella no le importó. A fin de cuentas, ¿Por qué se iba a desanimar? ¿Habría sido mejor que él mintiera y le prometiera la luna y las estrellas? Evidentemente, no. Y Paula tenía la conciencia tranquila cuando entraron en el enorme y lujoso vestíbulo de la mansión. No iba a hacer nada malo. Solo iba a poner fin a la solitaria y fría existencia que había llevado, encerrada en el pueblo, sin hacer otra cosa que trabajar a la sombra de su madre. Por fin tenía la oportunidad de experimentar el amor. Había esperado muchos años, y no iba a seguir esperando.


–Me encantaría enseñarte la villa, pero dudo que me pueda concentrar en esas cosas –le confesó él, con voz ronca–. ¿Te parece bien que subamos directamente al dormitorio? Si no has cambiado de idea, claro.


Los ojos de Pedro se oscurecieron, y ella tuvo miedo de que se echara atrás; pero apretó su mano con más fuerza y, tras llevarla por la grandiosa escalera, abrió una puerta y la introdujo en una sala de muebles antiguos cuyas vistas de la campiña siciliana eran tan bellas como las de la piscina. Sin embargo, ninguno de los dos les prestó atención, porque él le apartó el cabello de la cara, la tomó de nuevo entre sus brazos y reclamó su boca con un lento e hipnótico beso. En respuesta, Paula inclinó la cabeza, se apoyó en sus hombros y le regaló toda la energía de su inexperto apasionamiento. Se sentía como si hubiera entrado en otra dimensión. Y, durante unos segundos, él pareció satisfecho con su fervor.


–Necesito verte desnuda –afirmó entonces con impaciencia.


Acto seguido, le bajó el bañador y dejó que cayera al suelo. Era la primera vez que Paula estaba desnuda delante de un hombre; pero, en lugar de perder la seguridad, se sintió más fuerte y poderosa que en toda su vida. ¿Cómo no sentirse así cuando un hombre tan atractivo la estaba mirando como si quisiera devorarla? 

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