martes, 20 de junio de 2023

Tentación: Capítulo 13

 –¡Eres una furcia!


–Mamá, por favor…


–¿Qué quieres que te llame? ¡Has pasado la noche con Pedro Alfonso! ¿O es que lo vas a negar?


Paula miró a su madre, intentando mantener la calma. Se había dado cuenta de que pasaba algo malo en cuanto entró en la casa, aún dominada por la cálida satisfacción de su noche de amor. De hecho, casi se sentía orgullosa por haberse despedido de Pedro con toda tranquilidad, asumiendo el carácter pasajero de su relación. Pero su alegría se estrelló contra la furia de la mujer que la estaba esperando.


–¿Cómo lo has descubierto? –preguntó, ruborizada.


–¿Cómo crees? Llamé a Florencia, la amiga con la que supuestamente ibas a dormir. 


–¿La llamaste?


–Me mintió, claro. Dijo que estabas con ella y, cuando le pedí que te pusieras al aparato, respondió que no te podías poner en ese momento, pero no la creí. Y luego, Sofía Bertarelli me contó que estabas con él.


–¿Sofía Bertarelli? –acertó a preguntar Paula.


–Una de mis clientas, que resulta que es prima del ama de llaves de ese canalla. ¡Estaba tan deseosa de contarlo que me llamó de inmediato! –bramó su madre–. ¿Cómo has podido hacer una cosa así? ¡Te has comportado como una prostituta! ¡Has arruinado tu reputación y, de paso, la mía! ¡Pero puedes estar segura de que no saldrás de este pueblo hasta que hayas aprendido unas cuantas lecciones sobre moralidad!


Paula entrecerró los ojos, sintiendo la súbita necesidad de plantar cara a su madre. ¿Sería porque acababa de tener la experiencia más liberadora de su vida? ¿La habría liberado en más sentidos de los que se imaginaba? Fuera como fuera, la miró sin temor ni vergüenza. Llevaba demasiado tiempo soportando una situación inadmisible, que ya no podía tolerar.


–Me has estado vigilando, ¿Verdad? –dijo.


–¡Por supuesto que sí! ¡Y, por lo visto, por buenas razones!


–No tienes derecho a vigilarme, mamá. Tengo veintiocho años, y puedo hacer lo que quiera mientras no haga daño a nadie. Y no lo he hecho –afirmó, alzando la barbilla–. No he hecho nada malo.


Lamentablemente, su madre hizo caso omiso y siguió a lo suyo.


–¡No saldrás del pueblo hasta que yo te dé permiso! ¡Trabajarás duro y asumirás la posición que te ha tocado en esta vida! Ya es hora de que te cases con un hombre decente, si es que no es demasiado tarde. Y no volverás a acostarte con nadie capaz de aprovecharse de tu estupidez y tu falta de sentido común.


Paula se quedó atónita con su declaración, la más hiriente de todas las que le había dedicado. Pero, quizá por eso, por el carácter brutal de sus palabras, decidió hacer algo que debería haber hecho antes.


–No me puedes obligar –replicó–. No me puedes retener por la fuerza.


–¡Intenta impedírmelo!


–No entiendes lo que estoy diciendo –repuso Paula, sorprendentemente tranquila–. Las cosas tienen que cambiar. Necesito que cambien. No hago otra cosa que trabajar para tí sin recibir ningún agradecimiento. Me tratas como si fuera una niña de cinco años, pero soy una mujer adulta… Y eso se ha terminado, mamá. Me voy. Me marcho ahora mismo.


–¿Ah, sí? –gritó ella, siguiendo a Paula por las escaleras–. ¿Cómo voy a cuidar del negocio si no haces la ropa?


Al llegar arriba, Paula sacó una vieja maleta y empezó a guardar las prendas que había pensado llevar a Florida, para asistir a la boda de su prima.


–Eres perfectamente capaz de cuidar de tí misma. O, si lo prefieres, contrata a una aprendiza. Hay jóvenes en el pueblo que estarían encantadas de tener esa oportunidad.


–¿Y dónde vas a ir? –le preguntó su madre–. Nadie te dará alojamiento en Sicilia. 


Paula cerró la maleta, guardó el pasaporte y sus escasos ahorros y, a continuación, se quitó la ropa que llevaba y se puso un vestido.


–A San Francisco –respondió.


–¿Para estar con él? –dijo su madre, soltando una carcajada burlona–. ¿Crees que te querrá después de haber conseguido lo que quería?


Paula sacudió la cabeza. No, no era tan tonta. No creía que su historia con Pedro Alfonso fuera un cuento de hadas. Ni siquiera había fantaseado con la posibilidad de que, durante las horas transcurridas desde su noche de amor, hubiera decidido que era la mujer de sus sueños y que no podía vivir sin ella. Sin embargo, Pedro había demostrado ser un hombre íntegro, y estaba segura de que la ayudaría. A fin de cuentas, tenía un avión privado y los medios necesarios para ayudarla a encontrar un empleo en los Estados Unidos. No supondría ningún esfuerzo para su rico amante. No para alguien tan influyente. Y, por otra parte, era lo único que esperaba de él. ¿O quería algo más? 

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