jueves, 8 de junio de 2023

Tentación: Capítulo 2

Sin embargo, Paula no se había casado. No había estado ni a punto de casarse. Y no había sido por falta de oportunidades. De hecho, había causado una ola de indignación al rechazar a los dos pretendientes que se habían acercado a ella con ramos de flores y miradas lascivas a sus generosos senos. La gente no entendía que prefiriera estar sola. Creían que las mujeres estaban para tener hijos; sobre todo, cuando eran hijas únicas. Y, aunque Paula no se arrepentía de haber tomado esa decisión, empezaba a pensar que había cometido el error de quemar sus naves. Si las cosas seguían así, no saldría nunca de Caltarina. Segundos después, su madre se marchó dando un portazo y ella se quedó pensando en el entierro del día anterior. La muerte de José Cardinelli no había significado nada para ella, pero era consciente de que había cambiado algo en su interior. Tras la pompa y el boato del entierro, se había dado cuenta de que estaba malgastando su vida. El tiempo pasaba muy deprisa y, de repente, se sentía atrapada en un círculo vicioso, el de las exigencias y expectativas de su madre. Necesitaba salir de allí. Por desgracia, no se le ocurría nada salvo visitar a su mejor amiga, que vivía en una localidad cercana; pero Florencia se había casado recientemente, y su amistad se había enfriado tanto que renunció a la idea. ¿Adónde podía ir?


Impulsada por una súbita valentía, decidió hacer algo que, generalmente, no se habría atrevido a hacer sola: Marcharse a la playa y tomarse un refresco en alguno de los lujosos hoteles de la zona. Quería romper la rutina, vivir una experiencia diferente. Tras meter el bañador en la mochila y alcanzar parte de sus ridículos ahorros, salió a la calle, se subió en su motocicleta y arrancó. Al cabo de un par de minutos, había salido del pueblo y transitaba por la sinuosa carretera de montaña, dominada por una sensación de libertad que mejoró su humor de inmediato. Olió el mar momentos antes de verlo. La ancha cinta de color cobalto brillaba bajo el sol de la tarde, y Paula respiró hondo mientras se dirigía hacia una playa famosa por su belleza. Era una zona de hoteles caros, el típico sitio donde la gente se gastaba verdaderas fortunas por el simple placer de echarse en una tumbona y tomar bebidas heladas; el típico sitio que normalmente evitaba, porque le parecía demasiado elegante para una chica como ella. Pero aquel no era un día como los demás. Se sentía diferente. Al llegar, estacionó la motocicleta y avanzó hacia un chiringuito, decidida a encaramarse en uno de los altos taburetes, disfrutar de un granizado y tomar el camino que llevaba a su cala preferida para darse un chapuzón.


Ya había dejado el casco en la barra cuando vió al hombre de ojos azules y pelo oscuro con el que había soñado tantas veces, Pedro Alfonso. Estaba a pocos metros de distancia, comprobando su móvil, y Paula se sintió desfallecer. ¿Cómo se iba a imaginar que estaría allí? Parecía una broma del destino. Estremecida, clavó la vista en el hombre que atraía todas las miradas. Evidentemente, estaba tan acostumbrado a ser el centro de atención que no le incomodaba en absoluto. Había pasado lo mismo en Caltarina, cuando se bajó de la limusina para asistir al entierro de José Cardinelli. Todos los vecinos se giraron hacia él, y muchas mujeres se atusaron rápidamente el pelo y echaron los hombros hacia atrás, deseosas de que admirara sus senos. Sin embargo, no se lo podía recriminar. Más que nada, porque ella había sido una de esas mujeres.


Pedro seguía llevando el exquisito traje negro que se había puesto para asistir al entierro de su padrino. Se había quitado la chaqueta y la corbata, pero eso no impedía que pareciera una nube oscura entre los turistas de la zona, vestidos de manera informal; y, por supuesto, tampoco limitaba el efecto de su escultural cuerpo, más visible. Paula no sabía qué hacer. En principio, estaba obligada a acercarse y reiterarle el pésame por la muerte de José, como dictaban las normas de la cortesía más elemental. Pero se arriesgaba a que no la reconociera. Aunque se habían visto varias veces durante sus visitas a Caltarina, no habían hablado en ninguna ocasión. Sencillamente, no se atrevía a dirigirse a él. Se limitaba a mirarlo con asombro, como la mayoría de los vecinos. Mientras lo pensaba, él se guardó el teléfono en el bolsillo, alzó la cabeza y frunció el ceño al verla. Se quedó tan desconcertada que estuvo a punto de echar un vistazo a su alrededor, incapaz de creer que un hombre tan rico y atractivo la estuviera mirando a ella. Pero la estaba mirando. No había ninguna duda. Aquel maravilloso hombro, que parecía un guerrero de otras épocas, la estaba atravesando con sus increíbles ojos azules. ¿La habría reconocido? Un momento después, Pedro le hizo un gesto con la mano, invitándola a acercarse. Paula parpadeó, más perpleja que antes. ¿La estaría confundiendo con otra? Tenía que ser eso, pero se sorprendió deseando que no lo fuera. Quería ir hacia él, detenerse a su lado y olvidar durante un rato que era Paula Chaves, la pobre modista que vivía en un olvidado pueblo de las montañas, la pobre mujer que contemplaba la vida en la distancia, sin formar parte de ella. Lo deseaba con toda su alma.

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