jueves, 1 de junio de 2023

Heridas Del Pasado: Capítulo 48

Paula se detuvo en la entrada de la casa que había alquilado en Umbría. Se sentía física y mentalmente agotada. Había visitado a su padre y a Valeria y había sido… Sacudió la cabeza. ¿Difícil? Sí. ¿Doloroso? Un poco. ¿Pero mejor? Tal vez.  Había necesitado una cuantas semanas de búsqueda en el alma para encontrar el valor de enfrentarse a Miguel. Siendo sincera consigo mismo, tenía que reconocer que había permitido que la retirada de su padre influyera demasiado en su vida. Le había permitido ver a su madre en ella, no tuvo el valor de alzarse y ser Paula. Del mismo modo, había buscado únicamente la relación idealizada con la que soñaba, no al padre que tenía realmente. Pero no tenía por qué seguir siendo así, y no significaba que no pudiera haber una relación allí. Tal vez su padre nunca había podido demostrarlo o decirlo, pero a pesar de sus defectos, ella sabía que la quería. Y por primera vez desde que tenía consciencia, se había encontrado con su padre no bajo el manto de dolor por lo que él no era capaz de hacer y por lo que ella no era, sino con el consuelo de la esperanza por lo que él podía ser y quién era ella. La discusión que había tenido aquella noche con Pedro había traído mucho dolor, pero si podía sacar aquello de bueno… Lo sacaría. Salió del coche de alquiler sintiéndose emocionalmente expuesta por su visita, pero también extrañamente más fuerte, y se dirigió a la puerta de entrada de la preciosa propiedad que había encontrado hacía casi un mes atrás. Había utilizado el dinero que Gonzalo había reservado para ella, la cuenta que una vez prometió no tocar nunca, y se había enamorado de la casa en cuanto la vió. La había alquilado por un año. Situada entre campos de girasoles y plantaciones de tabaco, la casa de una planta tenía todo lo que le faltaba a la hacienda de Pedro al lado del lago Lucerna. Estaba construida en piedra y contaba con una impresionante pérgola cuajada de jazmín y clemátide que proporcionaban sombra al patio. La villa estaba a menos de dos horas de Gonzalo y a tres de su padre, y a lo que parecía toda una vida de distancia de Pedro. Al principio había pensado que caería en una dinámica de llanto y tristeza… Pero no podía permitirse aquel lujo. Ni por ella ni por su hijo.


 En lugar de atormentarse por su separación de Pedro, por las dolorosas acusaciones que se habían lanzado el uno al otro aquella noche, las había utilizado en cierto modo de acicate. Por encima de todo, estaba decidida a descubrir quién era realmente. Se había sentado con su equipo de contables con sus deseos y necesidades para ella misma y para su hijo, y había hecho planes. Y aunque le dolía que aquellos planes se hicieran en ausencia de Pedro, formaban un futuro que estaría creado no a partir de fantasías y falsedades, sino con las conversaciones que habían compartido durante las noches en las que ninguno de los dos era capaz de dormir. Era un futuro que honraba los deseos de ambos padres. Pero en el plan estaba pensando en su propio futuro, cómo quería compaginar la maternidad con la fabricación de joyas. Y por una vez, no veía el dinero de él como una atadura, sino como un regalo que le permitiría explorar ambas facetas de quien era y de lo que quería ser. Por primera vez desde que podía recordar, su futuro tenía forma, una dirección sólida que había creado por sí misma. Y así empezó a conocerse a sí misma. La última consulta con el médico había ido bien, el niño crecía dentro de ella con normalidad. Incluso había empezado a buscar colegios, a pesar de ser muy pronto, y había comprado una cuna para el bebé. Sí, en el pasado imaginó hacer aquello con Pedro, y le dolía la idea de hacerlo sin él. Pero así debía ser. En cuanto a sus pensamientos sobre él, no parecían accesibles para ella. Estaban sellados tras la misma puerta cerrada que le había acusado a él de usar para dejar atrás sus recuerdos del pasado. Pero ahora lo entendía. Entendía un poco de lo que se había visto obligado a hacer. Paula confiaba en ser capaz de adquirir con el tiempo el valor para lidiar con ello, como ella lo había animado a enfrentarse a su dolor. Acababa de servirse una taza de té cuando el sonido de los neumáticos de un coche en la gravilla de la entrada captó su atención y la devolvió al presente con una punzada de emoción. Debía tratarse de la cuna. Se había gastado mucho dinero en ella, pero por primera vez no le importaba. Dejó la taza sobre la mesa y se dirigió a la puerta delantera de la villa, demasiado ocupada sujetándolas contra el muro como para fijarse en el hombre que ocupaba toda la entrada.


–Si no le importa dejarla en…


Las palabras se le quedaron atrapadas en la garganta al ver a Pedro. Deslizó una rápida y hambrienta mirada por aquellas facciones que recreaba todas las noches antes de irse a dormir desde que se marchó de Suiza. La frente alta, la mandíbula fuerte, la anchura de hombros y brazos. Todo. Lo deseaba todo. Dirigió entonces la mirada hacia sus ojos, que brillaban con una combinación de esperanza, tristeza y algo más a lo que no se atrevió a ponerle nombre. Pedro sintió que se le escapaba el aire de los pulmones con una sensación de paz en cuanto posó por fin la mirada sobre su esposa. Sabía que todavía le quedaba por subir una montaña entera, pero se permitió a sí mismo aquel momento porque durante todos aquellos días, noches y semanas desde que la vió por última vez, supo que le faltaba una parte fundamental de sí mismo. Algo que formaba parte integral de su existencia


–¿Puedo pasar? –preguntó, prometiéndose que si ella le decía que no, lo respetaría.


Pero sabiendo también que volvería todos los días hasta que le dejara pasar. Porque sabía que le había hecho daño. Sabía que no merecía siquiera una segunda oportunidad, pero anhelaba desesperadamente que se la diera. 

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