martes, 4 de julio de 2023

Tentación: Capítulo 29

 –Es cierto. No me puedo rendir ahora. Tienes razón.


–Como casi siempre.


La arrogancia de Pedro le arrancó una tímida sonrisa y le dió la fuerza necesaria para dejar el bolso azul que había comprado en la boutique y alcanzar uno de sus bolsos de terciopelo. Las borlas que lo decoraban le daban un aspecto artesanal que quizá no combinara bien con el vestido, pero al menos era suyo. Lo había hecho ella misma. Y, en ese momento, necesitaba llevar algo auténtico. Segundos más tarde, se subieron a la limusina e hicieron el corto trayecto que los separaba de su destino, un lujoso hotel de la zona de la bahía. Al ver las columnas de la entrada, Paula se acordó de un templo griego que había visto una vez en un libro, pero su escasa seguridad se esfumó a continuación. Había periodistas por todas partes, y una pequeña horda de curiosos se dedicaba a sacar fotografías con sus teléfonos móviles. Súbitamente, se sintió incapaz de salir del coche. Estaba paralizada de miedo, temblando de arriba abajo.


–No puedo entrar en ese sitio.


–Juraría que ya hemos tenido esta conversación –replicó él, sin disimular su hartazgo–. Por supuesto que puedes.


–Mis tacones son demasiado altos.


Él suspiró.


–A mí me parecen perfectos. Pero, si te preocupa la posibilidad de perder el equilibrio, agárrate a mí.


Paula cerró las manos sobre su pequeño bolso de terciopelo.


–No lo entiendes, Pedro. No he estado nunca en un sitio tan…


–Te entiendo mejor de lo que te imaginas –la interrumpió él–. ¿No has pensado que yo tuve que pasar por lo mismo que tú? ¿Qué crees, que los ricos me recibieron con los brazos abiertos? ¿Que las damas de la alta sociedad no alejaban a sus hijas cada vez que me veían? ¿Que sus maridos no se ponían nerviosos, pensando que les iba a clavar un puñal por la espalda?


–¿Estás hablando en serio?


–Claro que sí. Me consideraban una amenaza –dijo Pedro, frunciendo el ceño–. Y lo era, francamente. Mi ambición profesional y mi necesidad de salir de la pobreza me volvieron implacable. No habría permitido que nadie se interpusiera en mi camino.


–Ah…


–Haz lo mismo que yo, Paula. O, por lo menos, inténtalo.


Ella sacudió la cabeza otra vez.


–Para tí es muy fácil decirlo. Nadie te va a juzgar por tu aspecto ni se va a burlar de tí por no saber caminar con tacones altos. Eres un hombre.


–Pues no permitas que te juzguen –declaró él–. Te recuerdo que esa fue una de las razones que te llevaron a abandonar Sicilia.


–Lo sé, pero…


–Estabas deseando marcharte –insistió Pedro–. Y no tendrás éxito si no estás dispuesta a ser valiente.


Paula se dijo que ni siquiera podía pensar en ser valiente cuando estaba sentada a escasos milímetros de él. Desde su punto de vista, todo habría sido más fácil si no hubieran hecho el amor. Se habría podido concentrar en su futuro en lugar de concentrarse en otras cosas, como lo cerca que estaban sus piernas.


–No sé, quizá tendría que haberme quedado en Caltarina.


–¿Y qué habrías hecho? ¿Seguir con un trabajo que no te gustaba, sometida a una mujer que no agradecía tus esfuerzos? ¿Perder el tiempo y desperdiciar tu juventud y tu belleza?


Pedro le puso una mano en el brazo y añadió:


–No, Paula, ya no tienes que hacer eso. Ahora tienes la oportunidad de conseguir algo más, algo como una carrera profesional… O un marido, si es lo que quieres. A fin de cuentas, ¿No es lo que sueñan tantas chicas de tu edad? ¿Un joven que les compre una casa con un jardín lleno de rosales?


Paula sabía que estaba intentando animarla; pero, lejos de sentirse agradecida, sus palabras la deprimieron. ¿Cómo se atrevía a hablarle de sueños, si no quería saber nada de ella? Pedro era el único hombre que le importaba, y él no quería estar con nadie. Lo había dejado bien claro. Desde el principio. 

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