Paula se estremeció cuando Pedro la miró a los ojos. En cuanto lo vió, se dió cuenta de que no le agradaba la idea de que su amante de la noche anterior se presentara de repente en la mansión y le pidiera ayuda; sobre todo, teniendo en cuenta que estaba a punto de irse. Pero era tarde para echarse atrás y, en cualquier caso, no podía hacer otra cosa. Paula había llegado nerviosa, porque tenía miedo de que Pedro se hubiera marchado a San Francisco. Y el alivio que sintió al ver que el chófer estaba guardando el equipaje en la limusina desapareció ante el miedo de que no quisiera verla, un miedo que creció considerablemente cuando se bajó de la moto y se encontró ante él. Sus labios no le dedicaron ninguna sonrisa. Su mirada no tenía calidez. Reaccionó como si no se conocieran de nada, con un leve trasfondo de impaciencia, y ella se sintió tan fuera de lugar que se empezó a arrepentir de haber ido a su casa.
–¿Qué haces aquí? –preguntó él, arqueando una ceja–. ¿Has olvidado algo?
Paula supo que, si apelaba a la pérdida de algún objeto de valor sentimental, como un pendiente que había pertenecido a su abuela o algo así, Pedro sonreiría comprensivamente y enviaría a alguien a buscarlo. Pero no había perdido ningún pendiente. No había olvidado nada. No tenía más remedio que armarse de valor y ser sincera.
–Necesito que me ayudes –acertó a decir.
–¿Ayudarte? ¿Cómo?
Ella respiró hondo y jugueteó con el anillo de plata que llevaba en un dedo.
–Tengo que salir de Sicilia –respondió en voz baja.
–Paula, tus vacaciones no son asunto mío.
–No se trata de tomarse unas vacaciones.
–Entonces, ¿De qué se trata?
–Para empezar, de pedirte consejo.
–¿Sobre qué?
–Sobre encontrar un trabajo.
Pedro se puso tenso, como si la declaración de Paula hubiera encendido todas sus alarmas. Pero, a pesar de ello, sonrió.
–Me temo que te has equivocado de persona. Es cierto que tengo una plantilla grande, pero no me encargo de las contrataciones y, aunque me encargara, no contrataría a nadie por simple capricho. Tendrás que hablar con mi departamento de recursos humanos. Y no te lo tomes a mal, por favor. No pretendo ser…
–Creo que no me he explicado bien –lo interrumpió Paula, consciente de que Pedro era su única esperanza–. No puedo volver a casa. Mi madre se ha enterado de que he pasado la noche contigo, y ahora lo sabe todo el pueblo. Si me quedo, me harán la vida imposible.
–Eso no es problema mío.
–Lo sé, pero…
–¿Pero qué? ¿Insinúas que una noche de sexo me convierte en responsable de tí? ¿Eso es lo que quieres decir? Te recuerdo que fui sincero contigo. Te dije que solo sería una aventura, y a tí te pareció bien. De hecho, me incitaste a ello, y no parecías preocupada por la posibilidad de que tu madre lo descubriera.
Paula apretó los puños, deseando decirle que era el hombre más irritante que había conocido en su vida. ¿Cómo era posible que se hubiera acostado con él? Pero tenía razón y, de todas formas, eso no era lo que importaba en ese momento. Si quería salir de Sicilia, necesitaba la ayuda de Pedro Alfonso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario