jueves, 22 de junio de 2023

Tentación: Capítulo 19

Además, había sido muy generoso al ofrecerle un pasaje de avión y un lugar donde poder quedarse cuando llegaran a los Estados Unidos. Y, si se empeñaba en esperar más de lo que podía darle, se arriesgaría a sufrir un desengaño amoroso que no se podía permitir en esas circunstancias, cuando estaba a punto de empezar una nueva vida en otro país. Tras alcanzar el bolso, se levantó del asiento y se dirigió al fondo del aparato con un sentimiento de incomodidad, porque no dejaba de preguntarse si Pedro la estaría mirando, y, a decir verdad, ardía en deseos de que la mirara, de que la excitara otra vez con aquellos ojos azules que parecían devorarla. Pero, tanto si la estaba mirando como si no, guardó silencio.  Paula entró entonces en el lavabo, donde estuvo un buen rato, intentando bajar su temperatura corporal a base de echarse agua en las muñecas y la cara. Luego, se arregló un poco el pelo y se dirigió a la habitación que estaba a la derecha del pasillo, sin poder borrar las eróticas imágenes que asaltaban su imaginación. ¿Quién le iba a decir que Pedro estaría esperándola? Al verlo, se quedó sin aliento. Era obvio que se acababa de duchar, porque tenía el pelo húmedo. Pero eso no le llamó tanto la atención como el hecho de que se estuviera poniendo una camiseta negra sobre su musculoso pecho y que se hubiera puesto unos vaqueros que enfatizaban la potencia de sus piernas. Se estremeció. Nunca lo había visto con ropa informal, y lo encontró tan abrumadoramente sexy que los pezones se le endurecieron de nuevo mientras una oleada de calor se extendía por sus entrañas. Era como si se estuviera derritiendo por dentro, como si el deseo la estuviera disolviendo.


–Creo que me he equivocado de habitación… –dijo, nerviosa.


Pedro se giró hacia ella.


–No necesariamente –replicó.


Paula no sabía mucho sobre las reacciones físicas de los hombres, pero no necesitaba saber gran cosa para ver la vena que tembló en su sien, la casi imperceptible tensión de sus caderas y el oscurecimiento de sus ojos, cuyo mensaje decía que la deseaba tanto como ella a él. Sin embargo, Pedro había hecho todo lo posible por poner fin a su relación amorosa, y los dos estaban de acuerdo en que era lo mejor que podía pasar. ¿Por qué dudaba, entonces? Solo tenía que dedicarle una sonrisa amable, marcharse de allí, entrar en el otro dormitorio y quedarse en él hasta dejar de sentir el inconveniente deseo que la dominaba. Pero no pudo. Y, si eso implicaba que era de carácter débil, le daba igual. Había sido una buena chica durante demasiados años, y acababa de descubrir el maravilloso placer de ser traviesa. Fuera como fuera, se limitaron a mirarse mientras el ambiente se cargaba de electricidad. Y ella tuvo la sensación de que estaban sumidos en la misma batalla interna, como preguntándose quién se rendiría antes. Y fue él. Súbitamente, Pedro soltó un gemido de impotencia, cruzó la pequeña habitación, la tomó entre sus brazos y escudriñó sus ojos durante unos segundos antes de inclinar la cabeza y besarla. Y ella le devolvió el beso. Se lo devolvió con hambre, con ferocidad, con una pasión desenfrenada que no le impidió reconocer lo que había cambiado entre ellos. Ya no era virgen. Pedro ya no tenía que tratarla con un cuidado exquisito, tomándose el tiempo necesario para derribar sus temores y abrirla al placer. Ahora la besaba sin contención alguna, y Paula dejó de sentirse una novicia. Había pasado a ser su igual, una mujer adulta que había aprendido las lecciones de la noche anterior y que estaba en condiciones de demostrarle lo buena pupila que era. 

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